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Emir Sader: El racismo separatista

Una de las nuevas modalidades que asume el racismo hoy día es el separatismo, forma de intentar delimitar territorios de la raza blanca, apropiándose privadamente de riquezas que pertenecen a la nación y a su pueblo. Ya conocíamos esos intentos bajo la forma de barrios ricos que buscan definirse como alcaldías propias, para que los impuestos que son obligados a pagar por una parte –la que pueden encubrir– de sus inmensas riquezas se queden para aumentar los beneficios de sus barrios atrincherados, detrás de los cuales buscan aislar y defender –con seguridad privada, desde luego– sus formas privilegiadas de vida.

Un fenómeno que inicialmente caracterizó a ciudades como Los Angeles y Miami, que agrupan en territorios comunes o cercanos a sectores muy ricos de la población y a otros muy pobres –a menudo inmigrantes–, se fue difundiendo por América Latina, conforme los estilos de vida miamescos y californianos de las burguesías y clases medias altas del continente se fueron diseminando. Son reiterados los intentos, por ejemplo, de barrios de la Barra da Tijuca (que ya fue caracterizada como “la Miami de América del Sur”) para hacer aprobar, mediante referendos, la separacion de sus locales de vivienda de la ciudad de Río de Janeiro. Han fracasado sistemáticamente, sea porque domingos de sol dificultan el quorum necesario para que la consulta tenga validad legal, sea porque los barrios pobres aledaños votan masivamente en contra de esos intentos elitistas. Seguro que los moradores de barrios como Chacao, en Caracas, y otros enclaves privilegiados de ciudades latinoamericanas alimentan siempre ese sueño racista y separatista.

Es un planteamiento típico del desarrollo desigual de nuestras sociedades. Los prejuicios del sur de Brasil en contra del nordeste, de la ciudad de Buenos Aires en contra de los “cabecitas negras” y “descamisados”, entre tantos otros, se reproduce también en Europa; el ejemplo reciente del enorme crecimiento de la Liga del Norte, partido neofascista italiano, es una nueva expresión del prejuicio del norte –teniendo al progreso de ciudades como Milán y otras de la región– en contra del sur de Italia, de donde provienen exactamente los trabajadores que crean las riquezas de esa región, al igual que en los casos citados de Brasil y Argentina. Es un prejuicio de raza y de clase.

Es el mismo que hoy afecta gravemente a Bolivia. Las provincias de la llamada Media Luna, con su epicentro en Santa Cruz de la Sierra, tuvieron derrotados sus gobiernos, desde la dictadura de Hugo Bánzer a todos los gobiernos neoliberales que le sucedieron y que han concentrado como nunca la riqueza en Bolivia, han acentuado su apropiación privada y su desnacionalización. La caída de su derradero gobierno, el de Sánchez de Losada –refugiado en Estados Unidos, con demanda de destierro a Bolivia para responder por los asesinatos de cientos de bolivianos, en el intento desesperado de seguir protegiendo los intereses de las elites cruceñas y de las provincias del este del país– representó una gran victoria del pueblo boliviano que, por primera vez en su vida, ha elegido a un indígena presidente de Bolivia. Un país en que 62 por ciento de la población se reivindica indígena, solamente ahora ha logrado elegir un presidente que defiende los intereses de la mayoría de la nación.

Pero la minoría sigue disponiendo de gran parte de las riquezas del país. Fue afectada por la nacionalización de las riquezas naturales. Ellos, que hacían que la Bolivia pobre vendiera el gas a precio “solidario” a Argentina y a Brasil, mucho más desarrollados, ahora quieren quedarse con la gran tajada de los impuestos que el gobierno de Evo Morales ha recuperado para el país con la nacionalización. Quieren además impedir que la reforma agraria se extienda a todo el país, buscando reservarse el derecho a disponer de la concentración de tierras en sus provincias, para seguir exportando soya transgénica y acumulando riquezas para ellos y no para el país y el pueblo bolivianos.

Han convocado un referendo que intentaba legalizar su separatismo racista. Racista, porque su prensa monopólica no esconde sus prejuicios contra los indígenas, contra Evo Morales, no deja de contraponer su raza blanca a la de la gran mayoría del pueblo boliviano, a quienes han secularmente explotado, discriminado, oprimido, humillado. Han mantenido una consulta a la que la justicia boliviana negó cualquier valor legal, que ha sido condenada por todo tipo de organismo internacional, de gobiernos de la región, de fuerzas democráticas.

Es un intento, no accidental, apoyado por el gobierno de Estados Unidos y su embajada en La Paz, envuelta abiertamente en intentos de espionaje y de financiamiento del separatismo racista. Ese bloque de fuerzas del separatismo racista tiene que ser derrotado para que el pueblo de Bolivia pueda seguir adelante, construyendo la más avanzada Constitución del continente: plurinacional, pluriétnica, pluricultural. Para que los pueblos originarios puedan afirmar su soberanía, para que los recursos naturales de Bolivia sean explotados en favor de su pueblo, para que la tierra produzca sanamente los alimentos que Bolivia necesita, para que el gobierno democrático y soberano de Evo Morales siga transformando a Bolivia en un país libre, a imagen y semejanza de su pueblo.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/04/index.php?section=opinion&article=023a1mun

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Carlos Monsiváis: Los días de nuestra edad

El escritor y el ciudadano cumple hoy 70 años de vida. Asediado durante los días previos por los medios de comunicación, el autor de Días de guardar y de Escenas de pudor y liviandad arribó a una saturación tal que, en lugar de las respuestas a las diez preguntas que La Jornada propuso para una entrevista, prefirió enviar a esta redacción, “en cambalache”, el “texto que escribí para esta triste fecha (para mí)”. Así, en Los días de nuestra edad, Monsiváis, el personaje y la persona, entrecruza los días que le sucedieron en lo individual con los días que le sucedieron al país y al mundo, lo que, al final de cuentas, era el tono de la decena de interrogantes que se le enviaron. Y en ese entrecruce es que Monsiváis, el felizmente celebrado por todos, menciona situaciones personales de las que nunca había escrito, como la muerte de su madre, y acontecimientos generales, pero vividos de manera subjetiva, como el movimiento estudiantil de 1968, los sismos de 1985 o la pandemia del sida. En todo caso, feliz cumpleaños a Carlos Monsiváis, el individuo.

Los días de nuestra edad son setenta años

Salmo 90: 10

De las fechas que me han marcado guardo la memoria que corresponde, casi siempre legendaria. Debido a limitaciones de Natura, carezco de recuerdos de mi nacimiento o de mi muerte y –tal vez menos significativos o menos fuera de mi control que el nacer y el morir– los otros acontecimientos relevantes de mi vida han quedado a cargo de una combinación desigual de lo objetivo y lo subjetivo, es decir y por lo general de la invención y del olvido. En lo íntimo, recuerdo la hora y las circunstancias del fallecimiento de mi madre, y en un nivel distinto pero también de consecuencias interminables, la muerte de algunos parientes y de varios amigos. No suelo hablar de estos asuntos y no me refiero a ellos por escrito, al no sentirme capaz de narrar la agonía de un ser querido, los gestos y los sonidos de la vida que se extingue, o de referir mis reacciones al enterarme de los sucesos.

Al asimilarse como hechos de la vida personal, los grandes acontecimientos políticos y sociales se prestan siempre a la evocación mitológica. Así y por ejemplo, las preguntas que sitúan en un mapa anímico inexorable, tipo: “¿Cómo te enteraste del asesinato de John Kennedy?” o “¿Cuál fue tu reacción al oír de la muerte de Luis Donaldo Colosio?”, que son al fin y al cabo retórica de las encuestas, porque implican la sacralización de un hecho, y por minimizar y agrandar a la vez al sujeto del interrogatorio. Todos nos ubicamos ante los grandes acontecimientos de la nación y del mundo, llamados llana o confianzudamente la Historia; todos inventamos un perfil cívico al expresar nuestra respuesta; todos memorizamos nuestras reacciones.

En mi caso, habitante de la ciudad de México, tengo muy presente el 2 de octubre de 1968, evidente parteaguas histórico. En mi repertorio de datos, incluyo los telefonemas que hice en la mañana de ese día, y recuerdo mis comentarios sobre el desgaste del Movimiento y el cerco en su derredor (esto no es hazaña mnemotécnica alguna, no se hablaba de otra cosa). También, en la tarde, una conversación muy prolongada con un amigo que retrasó mi arribo a Tlatelolco, donde atestigüé en el Paseo de la Reforma el momento de la fuga colectiva, de las denuncias a gritos y el pavor que se impregnaba, el recorrido veloz por las calles, la búsqueda de transporte, el viaje aciago a la Ciudad Universitaria casi desierta. Tengo muy presentes los rumores y el clima de agravio y alarma. Luego, ya en mi casa, la contemplación febril de los noticieros, el telefonema de Leonardo Femat que me hace oír los treinta minutos de grabación del fuego cruzado, y más tarde los testimonios alucinantes de Nancy Cárdenas, Beatriz Bueno y Luis Prieto, que salieron justo a tiempo de la Plaza… Y las reuniones del 2 de octubre de 1969 y 1970 en casa de Selma Beraud para conmemorar el dolor y la rabia ante la impunidad. Los hechos figuran en mis recuerdos, pero he elaborado y reelaborado mi estado de ánimo de ese día a lo largo de 35 años, y mi recuerdo actual está bastante más cerca de la efeméride que de la vivencia.

Otro tanto me sucede al evocar el 19 de septiembre de 1985. Supongo que en el tiempo sicológico ese día duró demasiado al ir del miedo y el estupor a la combinación de alivios y tristezas. En tumulto, se añadieron rumores y detalles, las caminatas despiadadas, las llamadas perdidas, la impresión de habitar una ciudad paralizada y a la vez renovada por un espíritu distinto, la solidaridad nueva… No, esto último es un añadido, las presiones y las desolaciones del 19 de septiembre no admitían el juego de las moralejas sociológicas. Sólo al día siguiente, luego del segundo temblor, advertí lo obvio, el surgimiento casi formal de la sociedad civil (démosle ese nombre) y su toma de poderes, al no hablarse todavía de empoderamiento. Y así, al cabo de incontables repeticiones, el 19 de septiembre se ajusta al debut formal de una especie inesperada y ya imprescindible. Esto unifica mi experiencia pero modifica a fondo mis recuerdos, al encuadrar en un solo molde el coro de impresiones y voces y temores y valentías.

Tampoco me fío de mis notas mentales sobre las fechas que anuncian etapas emotivas, por lo común los hechos que convierten a cada persona en institución de sí misma. Quedan esos días como las fábulas requeridas de placas conmemorativas, como aquel augurio que no supe leer con agudeza, o la premonición póstuma por así decir. “Quién hubiera dicho que alguien así me importara tanto por tanto tiempo…” Y como todos, mezclo en cada etapa la costumbre de entonces con la idea actual de mí mismo. Las tabulaciones personales también cumplen sus bodas de oro.

¿Qué hacer con las fechas? En materia de evocaciones, su función principal es exorcizar la anarquía de los recuentos. Al existir en efecto el Star System de los días relevantes, y al exceptuarme de bautismos, primeras comuniones y bodas con la familia reunida alrededor de un solo chiste y una sola felicidad mientras más actuada más genuina, advierto en el calendario un conjunto más bien huidizo, con muy escasos deberes cronológicos. Y lo más fastidioso y lo mejor de los días culminantes en mi vida es su condición irretornable. No es sólo lo que hice entonces (reconstruido) sino, como suele suceder, el atender en demasía a lo negociable con el olvido. Al no existir para mi desdicha los Museos de las Emociones Límite, nunca recupero las fechas determinantes en su diafanidad sino, de modo clásico, las localizo en el sitio donde las recordé la última vez, por supuesto en algo o en mucho diferente del lugar de la penúltima. Se vuelven proteicos la furia y la desesperación, la esperanza y el júbilo comunitarios, el deseo y el placer de asir como se pueda las experiencias. Detente oh momento, eres tan bello por tan imposible de evocar con justeza. ¿Y qué es lo determinante entonces? Aquello en donde –por así decirlo– uno ya no distingue entre sentimientos y razonamientos. Entre las emociones del día de la boda, supongo, se encuentra en primer término la institucionalidad del acto. Y esto se instala en la foto del matrimonio y la inauguración formal de una dinastía. Y lo sojuzga todo la indistinción entre lo que se vive y lo que se debería vivir, desde la publicación del primer libro a cualquier acto donde se establezca la alternativa dogmática: o uno memoriza sus reacciones y al hacerlo las fabrica, o se renuncia al punto de vista fijo, lo cual también es una falsificación.

Desde 1985, la pandemia del sida me resulta una sola fecha aterradora, poblada de episodios que se repiten inexorablemente, y que varían con los grados diversos del afecto y la importancia que le atribuyo a la persona y la calidad de la atención médica. He perdido amigos muy cercanos, y, también, amigos que me importaban sin yo saberlo con precisión. Los fallecimientos sucesivos se unifican, no tanto por el poder nivelador de la muerte, sino por ese vislumbre que abarca a unos cuantos y, con el fulgor abstracto de la estadística, a decenas de millones de personas, el holocausto al que impulsan la desinformación, el prejuicio aterrador, la homofobia, y las políticas genocidas de los que continúan penalizando moralmente la enfermedad y se oponen con histeria a la distribución e inclusive a la mención de los condones. (Aquí destaco el papel del clero católico). La pandemia como una sola fecha incesante.

El “santoral privado” señala una parte del proceso de fijación de la vida a través de capítulos de la memoria. Y por lo común los días ya rituales de cada uno participan ampliamente de la mezcla de nostalgia y narrativa algo tramposa. De esto, por supuesto, no me exceptúo.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/04/index.php?section=opinion&article=a03a1cul

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José Cueli: Confrontación profunda

Existe entre Freud y Wittgenstein un acento en común. La obra de ambos, a su manera, produjo un efecto subversivo sobre el saber.

La obra de los dos tiene como esencia un quehacer analítico. La piedra angular, para Freud, fue el desciframiento del lenguaje del insconsciente; para Wittgenstein, los “juegos del lenguaje”. Ambos pertenecieron al universo cultural vienés, pero en lo formal nunca hubo un encuentro entre ellos.

Sin embargo, entre la obra de estos dos talentos existe una interesante y fecunda confrontación. Como dice Assoun: “Más allá de ese encuentro frustrado, la confrontación de los ‘entendimientos’ ya no puede aplazarse sin que se transforme en una denegación filosófica”. Esta confrontación teórica, dada la riqueza de ambas obras, merece una tarea de exégesis, permitiendo la creación de un espacio donde el fundador del sicoanálisis y el filósofo de los “juegos del lenguaje” puedan establecer un diálogo con nosotros.

En el texto de Wittgenstein, Conversaciones sobre Freud, quien según sus propias palabras se consideraba discípulo de Freud, establece una confrontación que se basa, en cierta medida, en la temática de esa “actitud crítica”: a partir de la lógica del asentimiento sicoanalítico. Wittgenstein inaugura un camino, después seguido por Derrida, de una crítica y un rexamen de la teoría freudiana de la interpretación (a través de la “vía regia” de acceso al inconsciente: los sueños), que se convierte en interesante crítica epistemológica del modo de pensar y de la racionalidad analíticas.

En realidad, la obra de ambos lo que instaura es una apertura al pensamiento contemporáneo para repensar el inconsciente y el lenguaje, la racionalidad y la ética e incluso el malestar en la cultura. Se abre también con ello la interrogación sobre el saber y el estatuto del sujeto.

La confrontación Wittgenstein-Freud, fecunda y exegética por naturaleza, no sólo representa el encuentro de dos formas de pensamiento, sino el diálogo posible entre la filosofía y el sicoanálisis.

Cabe aquí citar algunas interesantes reflexiones que Marcelo Pasternac, en su excelente libro Lacan o Derrida: psicoanálisis o análisis deconstructivo, de reciente publicación, hace al respecto: “El psicoanálisis y la filosofía son prácticas, campos, actividades, ámbitos (Wittgenstein diría son ‘juegos de lenguaje’) distintos”.

Dicho así suena como una evidencia que no necesita más consideraciones y que, por tanto, no justificaría que se pierda tanto tiempo en disquisiciones. Sin embargo, esa “evidencia” no resulta tan evidente. “Hay filósofos que no se privan de disertar sobre el psicoanálisis y de hacerle observaciones y objeciones que no deberían dejar indiferentes a los psicoanalistas. Por su parte, los hallazgos del psicoanálisis no deberían carecer de consecuencias sobre las elaboraciones de los filósofos, no dejarían de imponer, si son válidos, ciertos límites al despliegue de las concepciones filosóficas”.

En mi opinión, y de acuerdo con Pasternac, a los sicoanalistas nos interesa leer la obra de filósofos que objeten y critiquen con seriedad y con fundamento al sicoanálisis. De ahí el particular interés que despiertan las obras de Wittgenstein y Derrida para nosotros.

Con Wittgenstein el cuestionamiento atraviesa por el tema del asentimiento en el sicoanálisis, mientras que con Derrida, en su obra reciente, la disertación se focaliza en el problema de la resistencia al y del sicoanálisis.

En este diálogo continuo con el episteme, como señala Pasternac, el picoanálisis puede ubicarse en la categoría de “una práctica y un saber que pueden sostener su pertinencia y su racionalidad sin apelar al dominio de la creencia y que, más aún, pueden dar cuenta de la cuestión de la “creencia” como una dimensión de la subjetividad y como un aspecto que está en juego en el devenir mismo de la experiencia analítica, como algo que el mismo psicoanálisis permitirá destituir en su culminación en el fin de un análisis cuando sobre su ruina se instituya el sujeto, eventualmente como pasaje de la posición de analizante a la de analista”.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/02/index.php?section=opinion&article=a06a1cul

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Clitemnistra: La Ciberdefensa Pronunciada

El Periodismo Ciudadano nos ofrece un esfuerzo que surge a partir del sujeto como un medio de información solidario, colectivo. Tomamos un espacio en nuestras realidades para hablarnos y reconocernos en las miles de realidades y culturas desde donde trasladamos la visión del mundo que nuestra palabra lleva a los oidos de los otros. Este esfuerzo ciudadano por mantenerse informado es una respuesta a los grandes medios de comunicación que han dejado de hacer la labor de informar para la gente, y que han optado por informar en función de intereses particulares. Los informadores ciudadanos son forzados a nacer ante la necesidad de cuestionar los intereses que protegen los grupos de poder a través de los medios, que por principio sirven a su comunidad y trabajan en reciprocidad con sus audiencias. Por ello, el Periodismo Ciudadano se nos plantea como un espacio donde en la palabra propia y ajena vemos la posibilidad de crear espacios críticos que permitan pensar nuestra cotidianidad más allá de la nota informativa.

Nuestro ejemplo más reciente y notorio lo ubicamos en la difusión de la información online vía El Universal y las denuncias en relación con el caso de Alejandro Ordaz y su familia, titulado: “Ciberdefensa a preso mexicano en España” Ya otros medios había hecho mención del caso de Alejandro y el apoyo que ha recibido de los blogs y foros en internet, pero fue el título de este artículo en particular el que me saltó a la vista y me ha dejado llena de preguntas. La Ciberdefensa…

Si bien es cierto que los medios de comunicación han visto aumentadas y hasta multiplicadas las vías de difusión de la información, no han aumentado las herramientas para el manejo de “tanta noticia”. Las noticias se quedan en la superficie del shock y no se propicia el análisis de las mismas. Ya lo ha dicho Blanche Petrich, nos hemos convertido en una gran vecindad mundial, donde los eventos significativos se venden como escándalos al público, se arrastran por los medios con diferentes matices y después, de la nada, se propicia el olvido sustituyéndolo con otro escándalo. Se nos ha hecho pensar que los medios lo son todo, y estos vierten todo su poder en campañas de ideologización constantes en las que decantan las conciencias hacia un lado o el otro a conveniencia o de acuerdo al pago de quien compre su “servicio” o les brinde privilegios. Los mass media se dedica a mostrar al país una repetición constante de la imagen de lo que quieren que seamos, de lo que quieren que pensemos y de lo que quieren que creamos. Existe un proceso de emisión-recepción de información que no se traduce como diálogo humano pleno. Y aunque en estos tiempos la difusión de la información se ha incrementado significativamente especialmente por el uso de internet, ella no se ha expresado en la disposicición de conocimiento crtítico y transformador. ¿Qué pasa con los medios de comunicación que fungen sólo como voceadores, mercaderes de la noticia?

Para reflexionar; Si como impulsores del periodismo ciudadano nos planteamos un proyecto de informacióninteractiva e interactuante ¿Qué pasa cuando estos medios alternativos se convierten también en espacios estáticos de flujo de datos? Cuando los medios alternativos nos quedamos envueltos también en el escándalo sin la capacidad de ver el fondo, restringimos tambien las posibilidades de alcanzar una horizontalidad con respecto a los medios tradicionales

Es por lo anterior que hemos promovido el interés sobre lo que pasó con Alejandro Ordáz pues queremos que esté bien. El objetivo inicial de publicar su carta y exponer su caso en Our Words In Resistance, fue el poner al tanto a la gente y “moverlos” Y la pregunta obligada es: ¿Para qué queremos mover a la gente?

A partir de la insistencia en internet para buscar información que ayude a todos a entender el caso de Alejandro, muchas personas se han puesto en contacto y han colaborado creando redes de solidaridad activas. Los primeros días, el número de visitas y lecturas de los posts relacionados a este tema se comenzaron a elevar por cientos y cuando pasó la novedad volvieron a su normalidad las cifras. Fuimos testigos del “shock” informativo y con él hemos podido ver también cómo -los que se quedaron- personas de todos lados, han comenzado a tomar posturas y a defenderlas de manera cada vez más argumentada y sólida, superamos el escándalo para pasar a l análisis y las acciones concretas. Poco a poco han comenzado a surgir las respuestas de medios institucionalizados que ya habían dejado el tema atrás, que habían dejado la noticia. Nuestros lectores/colaboradores se han dado a la tarea de comenzar proyectos de apoyo a la familia del muchacho, se han contactado organizaciones de defensa de derechos humanos nacionales e internacionales, se mandan correos a las embajadas correspondientes y más importante: se inicia un debate serio sobre los asuntos profundos de la problemática.

Y cuando nos “movemos”, cuando tomamos una postura frente a una situación, comienza la realidad también a moverse con nosotros. Buscábamos en el trabajo conjunto dejar abierta una ventana por la cual todos pudieramos ver, que con la luz que entrara por ella, pudieramos trabajar todos. Si hoy, quien controla las llaves de la ventana tiene control de todo lo que concierne al manejo de nuestro país. Si las empresas privadas se les ha dado -les hemos dado- el poder de dictar la agenda política y económica. Si los grandes dueños de los medios se dedican a alarmar a la audiencia con amenazas y spots que no permiten leer lo esencial de lo que la gente necesita saber. Es en el trabajo de los informadores ciudadanos donde rehacemos desde un nuevo frente la lucha por la libertad de prensa y los derechos a la información.

Por eso llama la atención el término Ciberdefensa, porque no hay nada más lejano o virtual que la conciencia y la toma de posturas concretas frente a una injusticia, frente a actos que suceden todos los días y se pasan de largo como nota roja. Con Alejandro Ordaz volvemos nuevamente la mirada hacia las instituciones de impartición de justicia y de representación ciudadana y los cuestionamos. Con el caso de Alejandro nos replanteamos el problema migratorio con todos sus bemoles. Retomamos el poder ciudadano sobre la información que necesitamos para tomar desiciones informadas sobre el curso de nuestras propias vidas, nuestra cotidianidad no escandalizada. Como informadores ciudadanos, nos queda la conciencia de que es posible pronunciarse frente a la realidad, frente a ese Alejandro de todos los abusos sin historia. Nos queda la certeza de que hay una manera diferente de hacer periodismo, nos queda la certeza de que hay una manera diferente de pensar al país cuando vemos los resultados del trabajo conjunto.

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Marcos Roitman Rosenmann: El complejo del tirano

Ser demócrata está de moda. Hablar de la democracia también. Decir que vivimos en regímenes democráticos se ha convertido en una constante. Lo mismo ocurre cuando se trata de luchar contra la violación de los derechos humanos. En esta dimensión se cae en un catálogo que va de lo individual a lo colectivo. De lo personal a lo social y de lo público a lo privado. Son demasiadas las opciones barajadas. Gobiernos, movimientos políticos, sociales y conductas son tipificadas y objeto de persecución. Hay quienes se vanaglorian de ser baluartes en su defensa, sobre todo si se trata de atacar a los movimientos antisistémicos. En otras palabras, se puede ser más o menos laxo defendiendo los derechos humanos. Así se hace la vista gorda y se pasan por alto acciones comprometidas cuando responden al sistema de valores del orden dominante y hegemónico. Es decir, cuando se cruza la raya de lo permitido. En ese instante se pierde la compostura y los derechos humanos se van al traste. Ya no existe violación de los derechos humanos, por el contrario, el argumento se transforma en el ejercicio de protección de la seguridad ciudadana, bajo la fórmula de la razón de Estado y las leyes antiterroristas. Es la vuelta de la tortilla. Se mata en nombre de los derechos humanos. Las guerras preventivas igualmente se asimilan como parte de una lucha contra la intolerancia y un futuro ordenado frente al integrismo (guerra de civilizaciones). Las bombas inteligentes se utilizan para evitar la muerte de inocentes y salvaguardar los derechos humanos. Si hay heridos no deseados, se tipifica como efectos colaterales. El uso de la tortura se avala como un método terapéutico. Sólo se tortura a terroristas y peligrosos asesinos antisociales. Dicha práctica protege al inocente. Guantánamo es un buen ejemplo y las cárceles de Irak otro tanto. Mantener a los inmigrantes en los aeropuertos de Europa occidental, sea en Madrid, Barcelona, Londres o París durante horas y horas sin derecho alguno y luego repatriarlo, es decir, limitando el habeas corpus, no constituye una violación de los derechos humanos, es evitar la invasión de incultos a países nobles. Levantar el muro de la indecencia en Israel y separar barrios en Palestina es una protección frente al terrorismo. Construir barreras electrificadas en Melilla para que no crucen la frontera los inmigrantes africanos es otra protección de los derechos humanos ante la violencia de los indocumentados y los sin papeles. Así, podemos llenar páginas de estas anomalías o mejor dicho tropelías consideradas defensa de los derechos humanos. Ninguna de ellas, dirá el poder, constituyen su violación. Tampoco lo son la muerte de un connacional por la policía mexicana en las fronteras de Guatemala confundiéndolo con un emigrante, si lo hubiese sido estaba justificado. Un lamentable error. Ni se explica ni se aclara, no hay derecho humano que valga. Tampoco se violan bombardeando aldeas en Ecuador por parte del ejercito colombiano y matando a ciudadanos mexicanos y ecuatorianos, amén de miembros de las FARC. En fin, el mundo al revés.

Las causas y los motivos de violación de los derechos humanos se convierten en explicaciones razonables para justificar lo injustificable. En todos los casos anteriores el poder se protegía frente al ciudadano y aseguraba la razón de Estado. En otras palabras, no le temblaba la mano cuando ejercía el poder de forma dictatorial. El complejo del tirano se esfuma. Sólo hay que revertir el discurso. Transformar en demócratas a los asesinos y en defensores de los derechos humanos a los torturadores. Eso no cuesta tanto. Chile lo consigue con facilidad. Muchos torturadores gozan de inmunidad y un sueldo vitalicio. En Colombia su presidente es un criminal de guerra cuyo aval son las fuerzas paramilitares y sin embargo se autodefine demócrata. En fin, nada es lo que parece. La explicación es clara, la mejor manera de defender los derechos humanos es negándolos hasta hacerlos añicos. Cuanto más se violen mejor. No sea que su respeto y su ejercicio democrático lleve a pensar en una debilidad del Estado y de los gobernantes. Nunca el “ciudadano” puede albergar un ánimo participativo, es contraproducente, le llevaría a pensar en una opción horizontal de la democracia. Un peligro cuya inmediata consecuencia se traduce en la deflación de autoridad y la inflación democrática. Un riesgo para una sociedad totalitaria de capitalismo salvaje.

En la actualidad, los únicos derechos protegidos son aquellos que están regulados en el capitalismo; se derivan de la propiedad privada y pertenecen a los terratenientes, a los empresarios, a los dueños de los grandes bancos y las trasnacionales. Ellos sí disfrutan de derechos humanos. Poseen guardias privadas y grupos paramilitares que les protegen. Asesinan y hostigan como lo hacen en la actualidad en Chiapas a las comunidades campesinas y al EZLN, en Chile aplicando la ley antiterrorista contra los mapuches, corrompen el poder político y forman parte de una elite plutocrática que está por encima del bien y del mal. Para ellos la justicia debe funcionar haciendo la vista gorda. Pasan por encima de jueces o fiscales. El Poder Judicial se postra a sus pies, salvo honrosas excepciones. Pero declaman el respeto a sus derechos humanos: el estupro, el dolo, la corrupción, el asesinato, el secuestro, el tráfico de influencia, los loobbys de presión, la trata de esclavas, la explotación de niños. Todo por el afán del dinero, la codicia y el poder. Bajo estas premisas deben ser protegidos y sobre todo venerados. Como llevar a los tribunales a gentes de progreso, empresarios creadores de riqueza, que trabajan las 24 del día, mientras que los obreros lo hacen sólo ocho. Por favor, un poco de compasión católica. No los atosiguen. Ellos sufren el asedio de los envidiosos y los frustrados. Bajo estas circunstancias se ven obligados a utilizar la fuerza, pero siempre en defensa propia. Si utilizan medios ilícitos hay que comprenderlos. Como señala Niklas Luhmann, el poder político en el siglo XXI no puede estar sometido a reglas democráticas, supondría valoraciones éticas imposibles de sostener dentro del sistema capitalista de dominio y explotación. Mas vale dedicarse a reprimir y evitar el riesgo de una revolución democrática. Hay que sacudirse el complejo del dictador y aplicarlo. Eso deben hacer los buenos gobernantes. Más de uno sigue sus pasos.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/19/index.php?section=opinion&article=026a1mun

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Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera: ¿De qué está hecho el corazón del ser humano?

Me permito compartir con los lectores el texto que leí en el zócalo el sábado 5 de abril

Buenos días amigas y amigos:

Hace ya tres años que nos reunimos aquí alrededor de 40 mil o más personas, hace dos que presentamos en esta misma plaza el libro Los demonios del Edén. ¡Qué dolor que lo que nos convoque hoy sean nuevos atropellos y nuevos escándalos de impunidad!

Para los que hemos seguido el caso de Lydia Cacho, leer Memorias de una infamia fue como volver a recibir una a una las bofetadas que la colusión entre el poder político, el poder económico y el negocio del crimen le han dado –nos han dado– a la sociedad. Es constatar una vez más que Lydia Cacho ha recibido esos golpes en nuestro nombre y comprobar que no se ha dado por vencida. Con ello Lydia hace realidad la esperanza y fortalece nuestro ánimo.

En el libro vamos descubriendo al abuelo portugués que antes de partir le dijo “no es tan malo morir cuando has vivido apasionadamente”; a la madre psicóloga de carácter sólido y compromiso humano activo, que la llevaba a las “ciudades perdidas” en donde el corazón de Lydia sintonizaba con esas niñas que apenas podían sobrevivir; las comidas con toda la familia, el aire del Caribe, las profundidades misteriosas del mar, las tormentas y el miedo, los calambres de tanto nadar. Todo ello forma parte de un paisaje entrañable que Lydia nos cuenta para mostrarnos en dónde se arraiga su fuerza.

Y nos comparte sus experiencias, con los enfermos de sida que morían en sus brazos; con las redes de periodistas; sobre la fundación del CIAM (Centro Integral de Atención a la Mujer) que son los antecedentes de esta historia que se desenvuelve ante nuestra mirada aterrada aunque siempre, porque así es Lydia, con algún destello de esperanza, de luz, de silencio amoroso.

Si decía yo que el libro Los demonios del Edén parecía una novela de terror, éste parece una de suspenso.

Pero el tema del libro no es Lydia Cacho, no. El tema del libro no es un pleito entre Lydia Cacho y Mario Marín como se quiso hacer creer a la opinión pública. El libro trata de cómo el poder económico y el poder político se vinculan para encubrir a redes de crimen organizado; y no de cualquier clase de crimen, del más obscuro y abyecto, el de la explotación sexual de niños y niñas. El libro trata de cómo el Estado y sus instituciones atacan a quienes quieren denunciar ese universo siniestro, como el que Lydia va descubriendo a partir del diálogo, el sufrimiento y la angustia de Emma, la primera en denunciar a Succar Kurí.

Lydia nos cuenta su secuestro en Cancún por judiciales enviados desde Puebla. Hace el relato detallado de ese trayecto infernal, soportando a ratos una pistola en la boca, o los manoseos por parte de los judiciales o los insultos. Narra magistralmente lo que experimentan su cuerpo y su alma. Esos momentos angustiosos en Champotón, de noche, cuando amenazan con tirarla al mar. ¡Nunca encontrarán mi cuerpo! pensaba Lydia, preocupada por el dolor de sus familiares. Pero ahí los planes cambian, gracias a sus amigos, familiares y colegas periodistas, el tema había salido ya en los medios, y los judiciales reciben órdenes de llevarla a toda velocidad a Puebla. Antes de llegar a la PGR bajan a los judiciales hombres y suben a dos mujeres indicándoles con voz autoritaria: “Ustedes venían con ella desde Cancún”. Se trataba de un plan cuidadoso y perversamente diseñado.

¿De qué está hecho el corazón del ser humano? ¿Por qué junto a esos judiciales obscenos, prepotentes, dispuestos a matar, se encuentran policías que tratan de ayudar y custodias en la cárcel que la salvan de una violación inminente orquestada por Kamel Nacif y Juanito Nakad? ¿Qué decir del presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos presionando, si presionando a Lydia, en los separos de la PGR, para que firmara que había sido bien tratada en el trayecto? “Si no firma, no sale hoy, ya se va la juez…”. ¿Nos damos cuenta de lo que eso significa? Y por otro lado, abogados como Xavier Olea, dispuestos a apoyarla a pesar de los riesgos. ¿De qué está hecho el corazón del ser humano?

Lydia reitera la solidaridad de familiares, amigos, periodistas, de instancias internacionales, de intelectuales y artistas y de cientos de seres desconocidos para ella, que la apoyan en su lucha contra un monstruo de mil cabezas. Habla de una paz profunda que le permite mantener “el corazón tibio y la cabeza fría”.

Pero la historia parece no tener fin, como constatamos esta mañana.

Emma recibe fuertes presiones e importantes sumas para retractarse, intentan matar a Lydia, Beatriz Paredes le dice que ya deje en paz a Marín, que no es para tanto; Felipe Calderón, que con tanta enjundia había dicho que había que llevar a Marín a juicio político, tiene que pagar deudas electorales, y aparece acompañado de él en muchas ocasiones. Kamel Nacif se pasea tranquilamente por donde quiere, los demás políticos involucrados: Emilio Gamboa Patrón, Miguel ángel Yunes, actúan como si nada hubiera pasado; empresarios poblanos aprovechan la coyuntura para fines personales y comentan que “Mario Marín es el mejor gobernador que ha tenido Puebla”: y la mayor parte de los medios, ante la presión o la conveniencia, cierran filas para silenciar el tema. Los que no lo hacen, como Carmen Aristegui, ya sabemos qué les ocurre.

Y para cerrar la pinza, la decisión de la SCJN que, por cierto, ya no aparece en el libro. A pesar de las evidencias mostradas por el valiente y honesto Ministro Juan N. Silva Meza, seis ministros votan a favor de exonerar a Marín.

Este hecho quedará como uno de los más negros en la historia de la Suprema Corte. Con este hecho el Tribunal Supremo del país lo que hizo fue:

–Certificar la impunidad de los funcionarios públicos y empresarios delincuentes.

–Avalar que se trate como delincuentes a los periodistas y a los defensores de derechos humanos.

–Encubrir a las redes de pederastia.

–Enviar el mensaje de que sólo el servilismo es capaz de proteger a un ciudadano.

Nada destruye más a las instituciones, nada genera más violencia y deteriora la moral de una nación que la impunidad.

El asunto Lydia Cacho ha sido el detonante que ha evidenciado un universo latente, político y emocional, que se trastoca cuando alguien se atreve a sacarlo a la luz. Ha vuelto serviles a los que no eran, a los que ya lo eran los ha llevado a entregar su humanidad al poder, ha despertado miedos que se manifiestan de formas diversas: acallando voces –la propia y la de los demás– o violentando más a las víctimas. Ha hecho visible cómo el oportunismo de empresarios pragmáticos o voraces aprovecha dramas como éstos para favorecer sus negocios, ha mostrado cómo las negociaciones cupulares entre partidos políticos pueden destrozar a los ciudadanos. Pero también a hecho presente la fuerza que puede emerger de una persona que solidaria con los que sufren hace, diría Pessoa, “del miedo una escalera”, de cada golpe un paso de danza, de cada esfuerzo un acto de amor.

Historia de una infamia es un acto más de defensa de la dignidad de los seres humanos. Gracias Lydia.

* Maru Sánchez es académica de la Universidad Iberoamericana (UIA) Puebla.

* Link: http://circulodeescritores.blogspot.com.

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José Steinsleger: Luther King: un dream hecho papilla

Al funeral de Memphis (Tennessee) asistieron todos los blancos que “debían” estar. Y también asistieron los hijos de los padres, y los nietos y bisnietos de los abuelos y bisabuelos negros (no diré “afro”), llegados a Estados Unidos a partir del día en que el rey Carlos I de Inglaterra le otorgó a los alemanes la concesión para el tráfico de esclavos en América (1528).

¿Estaban por el negro bueno asesinado por un blanco malo el 4 de abril de 1968? Para los medios sólo contaron los blancos buenos que se cubrían el rostro con sus manos manchadas de sangre negra, sollozando por América antes que por los negros a los que tantas esperanzas despertó el joven reverendo Martin Luther King.

Durante su visita a Nueva York, Federico García Lorca se las había cantado: “¡Ay Harlem disfrazada! /¡Ay Harlem amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!” En Memphis los blancos lloraban por la muerte del único negro que era capaz de contener la furia viva de los negros.

Después del funeral de siete horas, Aretha Franklin, Sammy Davis Jr., Harry Belafonte, Bill Cosby, Diana Ross, The Supremes, Stevie Wonder, Nancy Wilson, Eartha Kilt, se sonaron los mocos y marcharon a sus casas. Los medios no los mencionaron. Sólo nombraron a los Kennedy y Paul Newman, a Marlon Brando, Gene McCarthy y Richard Nixon.

En la tele, dirigiéndose a millones, los comentaristas blancos explicaron por cadena nacional el sufrimiento de los negros. Ni un comentarista negro les explicó en qué consistía el sufrimiento. Y todos, blancos y negros, juraron por su madre que amaban a Martin Luther King.

Los liberales manifestaron su pena diciendo cuánto les dolía la muerte de Luther King: “defendía nuestros mismos ideales”, dijeron. Pero los negros, en lugar de ofrecer la otra mejilla, redimieron la memoria del pastor tomándose las calles. Ardieron los guetos de Nueva York y Nueva Jersey, ardieron los de Chicago y Filadelfia, ardieron 20 ciudades importantes del país.

Por primera vez en la historia de la “gran democracia”, el presidente Lyndon Johnson y el vicepresidente Hubert Humphrey (quienes odiaban a Luther King porque sacaba la gente a las calles) ordenaron que las banderas ondeasen a media asta.

Julius Lester, ideólogo de la rebelión negra, escribió: “Johnson leyó una declaración pidiendo que los negros se abstuvieran de la ‘ciega violencia’, mientras Washington arrasaba Vietnam con napalm”.

No esperaron. Las policías federales y estatales recibieron armas nuevas y la Guardia Nacional apareció en las “colonias internas” de Memphis y otras ciudades, donde los negros bramaban contra los “trajes sin cabeza”. Luego, el principal deporte nacional volvió a la normalidad: matar negros.

En 1831 y 1859, en sendas rebeliones, los esclavos Nat Turner y John Brown decidieron dejar de serlo. Ambos subieron al patíbulo. Pero antes, Brown escupió sobre la “justicia legal” de los blancos. Y Turner, con una sonrisa, dijo que “… la principal contradicción de Estados Unidos es que se proclama tierra de libertad y basa gran parte de su fortuna en la esclavitud del pueblo”.

El pacifista Luther King no se llamaba a engaño: “En este país, la democracia ha sido una de las palabras más apaleadas de la historia (…) La sumisión y la tolerancia no es el camino moral, pero sí con frecuencia el más cómodo”.

El premio Nobel de la Paz más joven de la historia (1964, 35 años) había encabezado en 1963 una manifestación de 200 mil negros que reclamaban la práctica de los derechos civiles. El presidente John F. Kennedy lo recibió en la Casa Blanca, mientras el gobernador George Wallace desafiaba las advertencias de envío de tropas si no se suspendían las prácticas discriminatorias en los 144 distritos escolares en el estado de Georgia.

¿Queda algo de todo aquello? En el decenio de 1970, el gran capital decidió el fortalecimiento de la burguesía negra. ¡Black is beautiful! Revistas para negros, series de televisión para negros, modas para negros, créditos para negros, peinados para negros, comida para negros, cosméticos para negros, drogas y mafias de negros para negros, y criminales de guerra negros al máximo nivel del Estado para provecho de la burguesía blanca imperial.

“I have a dream”, dijo el pacifista que admiraba a Gandhi. De haberlo conocido, Luther King hubiese pensado, como Gandhi, que la civilización occidental es una “buena idea”.

En 2008, el dream de Luther King se convirtió en el país donde uno por cada 100 adultos está en la cárcel. Récord mundial: 2 millones 319 mil 258 personas, según One in 100. Behind bars in America 2008, informe del Pew Center of the States. Los negros ganan por mayoría.

Al funeral de Georgia, el 7 de febrero de 2006, asistieron todos los blancos que “debían” estar. Coretta Scott King, esposa de Luther fallecida a los 78 años en una clínica de medicina alternativa mexicana, abrió un ojo y a todos los vio: los Bush y James Carter, William y Hillary Clinton.

El 19 de enero de 2007, George W. Bush anunció que su gobierno había decidido conmemorar un feriado nacional en honor al hombre que “despertó la conciencia de una nación”. Pobre Luther.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/02/index.php?section=politica&article=019a2pol

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Arnoldo Kraus: Medicina, ciencia y ficción

Pienso que Julio Verne se hubiese fascinado con los avances que hoy suceden en la medicina y, quizás, siguiendo su línea, habría tomado la pluma para escribir acerca de los nexos entre ciencia y ficción. El auge de la biotecnología, el crecimiento sin límites de muchas ramas del conocimiento médico, la demanda de una sociedad cada vez más hambrienta por retrasar la vejez, y cuyo ideario es borrar del cuerpo humano las enfermedades, han devenido avances médico-científicos otrora inimaginables.

Junto a la biotecnología, como he escrito en otras ocasiones, crece la bioética, disciplina preocupada por la supervivencia del ser humano y por intentar fijar derroteros y límites al crecimiento, a veces sin cuestionamientos, de las ciencias. El vuelo de la sabiduría médica cada vez tiene menos fronteras; con vertiginosa velocidad la humanidad se entera de nuevos avances que hasta hace poco semejarían la audacia de Verne de darle “la vuelta al mundo en 80 días”. Los logros médicos conllevan inquietudes éticas. Los avances de las ciencias médicas plantean preguntas morales. La medicina alimenta a la ética, y ésta estimula el estudio y la reflexión. La obligación es vincular ciencia y ética.

La fascinación verniana por recorrer el mundo abrigaba dudas y emociones; la fascinación por la bioética laica subyace en la frecuente imposibilidad de responder con “verdades indivisibles” muchos cuestionamientos. La reproducción asistida, la creación de bancos de semen y de óvulos, la mayoría sin registros ad hoc, el derecho de saber quién es el padre biológico de los niños nacidos por úteros alquilados o por la donación de espermas o de óvulos, y la comercialización de la medicina, constituyen uno de esos vericuetos donde la ciencia, como en muchas otras circunstancias, marca su paso sin preocuparse demasiado por cuestiones morales.

La palabra ficción en el título de este artículo no sólo tiene como motivo desempolvar las lecturas juveniles de Verne sino atraer la atención de los lectores a lo que puede suceder, y de hecho sucede, cuando la ciencia y su comercialización caminan sin coto. Discutamos algunos ejemplos. Se sabe que en muchos sitios hay jóvenes que donan semen; en Europa, se paga la nada despreciable suma de 50 euros por “depósito”. Con frecuencia no hay registro de quién es el donante: ¿cómo asegurar que los “depositantes” no recorren diferentes bancos? ¿Cómo saber que en el futuro no se convertirán en certezas los hallazgos de los investigadores que sostienen que existen genes relacionados con la criminalidad?

De ser cierta la última cuestión, habría una camada de criminales familiares entre sí, engendrados por el uso sin restricciones de espermatozoides. Y si la ficción se apoderase de la realidad, Verne podría escribir una nueva novela en donde los criminales se pareciesen físicamente entre sí y, quizás, incluso, por la metodología para llevar a cabo sus actos delictivos. El final de la novela sería obvio: habría que encarcelar al donante y al dueño del banco de semen.

Otro ejemplo que suma ética y ficción es el siguiente: debido a que es imposible saber cuántos hijos nacen por cada donante, ¿qué sucederá si en la calle dos personas se percatan de que son físicamente similares? Podrían pensar, en caso de no saber cuál es su historia biológica, que su padre o que su madre fueron infieles, que fueron regalados, que fueron abandonados y recogidos en un basurero ante la imposibilidad de ser criados, o que el parecido es meramente producto del azar. En este apartado la biología podría estimular a la ficción.

Otro embrollo, no relacionado con la ficción, e imposible de responder en la actualidad, radica en la salud del semen donado. ¿Qué pasará si al cabo de los meses o de los años nacen personas con problemas de salud? De conocerse el paradero del donante y los sitios en donde “depositó” su semen, ¿se le pediría a las madres embarazadas que abortasen? ¿Se podría inculpar a los dueños de los bancos –como no sucede con los que manejan dinero– de las enfermedades producidas por sus depósitos, y exigirles indemnización? ¿Serían éticos los banqueros espermáticos y tirarían el semen a las alcantarillas?

Nada de lo escrito descalifica el derecho de las parejas que quieren ser padres pero que no lo consiguen por medios naturales a recurrir a la ciencia. No debe existir oposición entre ciencia y paternidad, pero es urgente que muchas cuestiones, como las aquí expuestas y otras, se discutan bajo la luz de una ciencia arropada por la ética, donde el saber de la ciencia tenga como propósito fundamental servir a la humanidad y no a los dueños comerciales de la medicina. Si ciencia y ética hablasen el mismo idioma, es probable y deseable que el Julio Verne del 2008 y los años venideros se quedase sin trabajo y que los banqueros espermáticos estableciesen un código de ética para manejar adecuadamente el semen y los óvulos.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/02/index.php?section=opinion&article=018a2pol

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Matteo Dean: Ser migrante

Al escribir la palabra migrante, la mayoría de los programas de edición de texto de los ordenadores modernos marcan error. El corrector correspondiente explica que existe la palabra inmigrado o emigrante. Al mismo tiempo, en el Diccionario de la lengua española editado por la Real Academia Española, la palabra migrante aparece tan sólo como un avance de la vigésima tercera edición. Esta ausencia de la palabra migrante del cuadro semántico oficial no es una casualidad.

Migrante es el participio presente del verbo migrar. Y en cuanto tal, contempla la acción misma del migrar, la acción presente y no acabada de moverse de un territorio a otro. El mismo verbo migrar no se contempla como tal, sino solamente en sus acepciones de inmigrar y emigrar. ¿Límites de un idioma? Quizás, o tan sólo límites de un lenguaje que aún no es capaz o no quiere ser capaz de explicar –y reconocer– un fenómeno real: el del migrante.

Ser migrante hoy significa muchas cosas y daría espacio a libros enteros para que podamos apenas acercarnos a entender qué es un migrante hoy. Lo cierto es que aceptando el uso del participio presente, damos por ciertas algunas facetas. La primera, que indicamos más arriba, es reconocer que el migrante hoy es una persona, un ser humano, que se mueve y que nunca, o casi, para. Se mueve de un país a otro, de un territorio a otro y nunca llega. El migrante hoy es una persona sin nacionalidad de la cual, si bien podemos ubicar un origen, difícilmente podemos ubicar un destino. O más bien dicho, sólo podemos ubicar como su destino moverse, viajar, explorar, conocer y muy raras veces ser entendido. El migrante hoy encuentra complicado reconocer una nacionalidad propia, porque si bien es cierto que tiene la tendencia a reconocer la nacionalidad de origen, es cierto también que adquiere, lo desee o no, mucho de la nacionalidad que lo hospeda, aunque sea temporalmente. Formas de ser y de pensar, formas de relacionarse y visiones distintas son las características hoy de los ciudadanos migrantes.

Se decía por ahí que el migrante es por definición un rebelde. Eso es cierto, como lo es el hecho de que el migrante es también una persona en fuga. Al irse de su país, por las variadas razones que lo empujen –desde la tragedia de una guerra hasta el simple deseo de conocer otras regiones, pasando por carestías o necesidades económicas, pero también por crisis existenciales o simple ingenuidad–, el migrante cumple un deseo quizás inconsciente de rebelión. La rebelión encuentra su razón en la voluntad, explícita o menos, del migrante de desobedecer las reglas, muchas no escritas, que lo condenan a la vida que está dejando: sea ésa una vida de pobreza y falta de oportunidades, o una vida en guerra, o una vida condenada a la monotonía de una sociedad sin porqués ni perspectivas. Pero al mismo tiempo, irse representa una especie de rendición frente a una realidad contra la cual no se pudo. Una rendición que puede ser vista así quizás sólo en términos académicos, pues en ocasiones irse, escapar y abandonar un hogar es la única solución frente a un peligro concreto. Sin embargo, puede que a lo largo del tiempo y con la fría calma de la paz alcanzada en otro lado, esa rendición regrese a cobrar culpa o, más sencillamente, pura satisfacción.

Se dirá que no son migrantes todos los que dejan su país para viajar a otro y ahí establecerse. Se dirá que muchos son migrantes temporales, pues viajan un tiempo, el necesario para hacerse de un capital, y regresan. Y se dirá también que otros van para nunca volver. Los dos, se opinará, no son migrantes entendidos con ese participio presente que los hace ser activos, siempre. Quizás así sea; sin embargo, hay dos cosas por decir al respecto: la primera, que el migrante que va y viene creemos que nunca dejará de ir, aunque sea con sus sueños y recuerdos, y siempre tendrá en su memoria una experiencia única que es la de confrontarse y apostar sobre uno mismo. Si el hombre es conservador por naturaleza, por no querer arriesgar aunque sea lo poco que tiene, el migrante ya alcanzó el punto de no retorno y ya sabrá qué significa jugar con el destino y la propia suerte. La segunda es que, aunque un migrante decida finalmente quedarse en tierra ajena y establecer ahí una familia y una vida propia, lo cierto es que nunca dejará de migrar de regreso. Ese regreso, si no será físico, será seguramente virtual y consistirá en la búsqueda constante de información y noticias acerca del propio país de origen. Un migrante ya no será de su propia nacionalidad, pero tampoco dejará de serlo.

Es por eso que un migrante es hoy algo extraordinario. No mejor o peor, nada más distinto. Algo que ni siquiera las lenguas pueden contemplar. Algo que tampoco los gobiernos han podido entender. Algo que en tendencia aporta más riqueza de la que se lleva aún sin saberlo. Seres humanos que antes de ser personas que se desplazan en el territorio son ciudadanos que estuvieron y están dispuestos a apostar sobre algo mejor para sí. Y, para jugar hasta al fondo su apuesta, enfrentan lo desconocido. Actitudes que pueden ser muy positivas y que pueden salvarnos del mundo globalizado pero cerrado que nos quieren vender. No el sujeto revolucionario sobre el cual apostar los cambios radicales que muchos añoran, sino el sujeto en el que hay que convertirse para dejar de decirnos de un país y reconocernos ciudadanos del mundo, como se decía hace muchos años. Porque, finalmente, todos somos migrantes.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/01/index.php?section=opinion&article=020a2pol

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Carlos Montemayor: El terror y el Islam

La Jornada publicó recientemente un extenso artículo del periodista británico Robert Fisk con motivo del quinto aniversario de la invasión a Irak. El eje de su reflexión es la amnesia histórica de los ingleses en la ocupación de territorios musulmanes y citó a ese propósito una arenga que Pat Buchanan escribió cinco meses antes de esa invasión: “Con nuestra regencia estilo McArthur en Bagdad, la pax americana llegará a su apogeo. Pero luego la marea bajará, porque la única empresa en la que los pueblos islámicos sobresalen es en expulsar a las potencias imperiales mediante el terrorismo o la guerra de guerrillas.”

Difícil saber si para Buchanan la guerra de guerrillas es sinónimo de terrorismo. Es posible que así sea, pues para los militares británicos y estadunidenses todo guerrillero perteneciente a países miserables, subdesarrollados o islámicos es ya terrorista.

Para Fisk, sin embargo, la advertencia de Buchanan parece tener una connotación diferente, como se advierte en la parte final del artículo: “Voy a aventurar una presunción terrible: que hemos perdido Afganistán como sin duda hemos perdido Irak y como de seguro vamos a perder Pakistán. Es nuestra presencia, nuestro poder, nuestra arrogancia, nuestra renuencia a aprender de la historia y nuestro horror –sí, horror– al Islam lo que nos precipita al abismo. Y en tanto no aprendamos a dejar en paz a esos pueblos musulmanes, nuestra catástrofe en Medio Oriente se volverá más grave. No hay conexión entre el Islam y el ‘terror’. Pero sí hay conexión entre nuestra ocupación de tierras musulmanas y el ‘terror’. No es una ecuación tan complicada.” Poco antes se preguntó: “¿Estamos allá por el petróleo? ¿Por la democracia? ¿Por Israel?”

Sobre el carácter parcial del término “terrorismo” me he extendido en mi libro La guerrilla recurrente; aquí apuntaré sólo algunos detalles para resaltar la conclusión de Robert Fisk, y retomar la mención de Israel como posible causa de la ocupación de territorios musulmanes.

El 16 de septiembre del 2001, en el periódico The Independent, de Inglaterra, el propio Fisk recordó que 19 años atrás había tenido lugar el acto terrorista más grande de la historia del Medio Oriente: “Hoy ningún periódico británico recordará el hecho de que el 16 de septiembre de 1982 las milicias falangistas aliadas de Israel iniciaron una orgía de tres días de violaciones sexuales, acuchillamiento y asesinato en los campos de refugiados de Sabra y Chatila que costaron mil 800 vidas. Esto fue un acto seguido de una invasión israelí de Líbano, lo cual costó las vidas de 17 mil 500 libaneses y palestinos, casi todos civiles. Eso es probablemente tres veces la tasa de muerte del World Trade Center. Sin embargo, yo no recuerdo ninguna vigilia o servicios de conmemoración o veladoras en Estados Unidos o en Occidente por los muertos inocentes de Líbano; no recuerdo apasionados discursos por la democracia y la libertad”.

Pocos días después, las agencias de prensa comenzaron a informar que un juez de Bélgica había aceptado abrir juicio contra el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon, por delitos de lesa humanidad, crímenes de guerra y genocidio, precisamente por haber sido la autoridad permisiva responsable de las matanzas en los campamentos de Sabra y Chatila. La apertura del juicio se fundamentaba en la Ley de Competencia Universal promulgada en Bélgica en 1993, confirmada y ampliada en 1999, que dio autoridad a los tribunales de ese país para juzgar crímenes de genocidio, guerra y contra la humanidad sin importar el lugar donde se hubieran cometido, la nacionalidad de criminales y víctimas, y sin admitir inmunidad de jefes de Estado o de gobierno. Los principios reconocidos en Bélgica habían sido defendidos por Israel entre 1960 y 1962, cuando se secuestró y procesó como criminal de guerra al oficial nazi Adolf Eichman; en cambio, en el año 2001, la defensa de Sharon negó legitimidad al tribunal que instruía la causa.

El apoyo estadunidense a regímenes dictatoriales y corruptos del planeta entero, incluidos algunos de países islámicos, no podía olvidarse en el momento en que Estados Unidos afirmaba que después de Afganistán convendría dirigir la guerra contra Irak, Somalia y otros países de fe islámica. Por una especie de amnesia histórica, en octubre de 2001, durante los primeros días de los ataques a Afganistán, Estados Unidos demostró al mundo que era capaz de gastar miles de millones de dólares en bombardear un país paupérrimo como Afganistán para sofocar las fuerzas de Osama Bin Laden, en la misma medida que había sido capaz de gastar miles de millones de dólares para crear y fortalecer a los mujaidines que Osama Bin Laden había encabezado en Afganistán contra el poderío soviético. Así demostró Estados Unidos su capacidad de caer dos veces en el mismo pozo: primero con el gasto para crear un dirigente y un contingente de mujaidines; después, con el gasto para acabar con el mismo dirigente y los mismos mujaidines. ¿Así era la guerra contra el terrorismo? No era una forma eficaz de combatirlo, sino de fomentarlo.

Esa inercia parece asomar en la estrategia del Plan Colombia, y no debemos esperar que sea otra la estrategia del Plan Mérida. La ecuación es simple, dice Fisk: “No hay conexión entre el Islam y el ‘terror’. Pero sí hay conexión entre nuestra ocupación de tierras musulmanas y el ‘terror’.” Lo mismo ocurrirá al llevar violentamente el Plan Colombia a otros territorios. No hay “actos legítimos de guerra” en esas condiciones, como el secretario colombiano de Defensa argumenta ante Ecuador. En ese argumento asoma no sólo el modus operandi estadunidense, sino también el israelí. En efecto, desde hace años, veteranos y oficiales israelíes asesoran el ejército colombiano.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/03/29/index.php?section=opinion&article=017a2pol

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