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Miguel Concha: Sistemas penitenciarios y derechos humanos

Los regímenes latinoamericanos se encuentran hoy ante el dilema de favorecer la seguridad por encima de los derechos humanos. En muchos de ellos se han destinado enormes recursos económicos al resguardo y castigo de las personas sancionadas, que nunca serán suficientes ante el crecimiento de la delincuencia y el acelerado ritmo de encarcelamiento.

Conceptos como “democracia”, “seguridad”, “delincuencia”, “crimen organizado” y “terrorismo” han contribuido a que la mayoría de los sistemas jurídicos y penales de la región refuercen medidas cada vez menos tolerantes, no sólo contra la población que delinque, sino contra las personas que según el criterio del Estado podrían delinquir.

La tendencia a incrementar y ampliar las penas privativas de libertad para enfrentar el crimen ha provocado una gran sobrepoblación y hacinamiento en los centros de reclusión. Ello no obstante, los sistemas de administración de justicia en la región, especialmente los penitenciarios, son cada vez más conscientes de esta grave situación, que muchas veces conduce a situaciones insostenibles, como motines, fugas masivas, riñas y homicidios.

Lo anterior ha obligado a un debate entre diferentes actores, para encontrar alternativas que incorporen la temática de los derechos humanos como una vía concreta de solución para algunos de estos problemas. Según datos del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente (ILANUD), en Latinoamérica se encuentran privadas de la libertad más de un millón de personas, de las cuales 60 por ciento aún no han sido enjuiciadas. La capacidad de las cárceles está sobrepasada en 162 por ciento en Honduras, 147 por ciento en República Dominicana, 145 por ciento en Brasil y 120 por ciento en Bolivia.

México no es ajeno a la inercia de emplear sistemáticamente la privación de la libertad como un recurso para enfrentar los problemas de seguridad, aunque esta estrategia no haya impactado en la percepción ciudadana de contar con mayor seguridad, ni haya reducido los índices de criminalidad. Aumentan en cambio los problemas de financiamiento de los centros de reclusión, propiciados por una sobrepoblación a 129 por ciento de su capacidad, y por las deficiencias en cuanto a la atención y resguardo de la población recluida. Uno de los casos más graves en México es el del Distrito Federal, que presenta 75 por ciento de sobrepoblación penitenciaria, tomando en cuenta que entre ella se encuentra un porcentaje de reos correspondientes al sistema federal.

El sistema penitenciario en la capital, en el que actualmente se encuentran 35 mil personas privadas de su libertad, cuenta en efecto con sólo una capacidad instalada para albergar a 20 mil reclusos y reclusas. Ello constituye un grave problema de hacinamiento, que afecta directamente la calidad y funcionamiento de las instalaciones, las cuales presentan un deterioro agravado por una asignación presupuestal reducida, ante los problemas que representa el encarcelamiento como recurso sistemático en la administración de justicia.

Frente a este panorama, que no es nuevo, una de las principales preocupaciones de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) es la de velar por el respeto y protección de los derechos humanos dentro de los centros de reclusión en la capital. No ha sido tarea fácil. De las recomendaciones emitidas por la comisión desde su creación, 33 (20 por ciento del total) están relacionadas con el sistema penitenciario, y de las 7 mil 44 quejas que recibió la CDHDF el año pasado se desprende un total de 11 mil 428 violaciones a los derechos humanos. De entre éstas, 2 mil 503, o sea 21.9 por ciento, corresponden a distintos tipos de violaciones a los derechos humanos en el ámbito penitenciario.

Desde la perspectiva de la CDHDF, no es éticamente aceptable mantener las condiciones actuales de administración de justicia, hacinamiento y trato indigno de la población en los centros de reclusión. Por ello es importante abrir espacios de debate y discusión para encontrar alternativas y soluciones a la problemática que presenta el sistema de reclusión en México, que considere, entre otras cosas, una reforma del sistema de justicia, para lograr que sea el último recurso, y no el primero, la sanción que implica la privación de la libertad de la administración de justicia. Para buscar también penas alternativas de prisión, promover que la justicia sea pronta y expedita, y buscar opciones que mejoren las condiciones que viven actualmente las personas privadas de su libertad, en materia de salud, alimentación, seguridad, educación, trabajo, instalaciones y espacios. Fue por ello que el año pasado la CDHDF y el ILANUD, en coordinación con el Instituto Raoul Wallenberg de Derechos Humanos y Derecho Humanitario de Suecia, llevaron a cabo un seminario, con el fin de analizar la problemática que prevalece en los centros de reclusión del Distrito Federal y buscar alternativas para dignificar el trato a las personas recluidas. Como resultado, la CDHDF y el ILANUD publicaron este año el libro Sistemas penitenciarios y derechos humanos, como un aporte al debate sobre la construcción de un sistema penitenciario respetuoso y promotor de los derechos humanos de las personas privadas de libertad.

* La Jornada

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José Steinsleger: Luther King: un dream hecho papilla

Al funeral de Memphis (Tennessee) asistieron todos los blancos que “debían” estar. Y también asistieron los hijos de los padres, y los nietos y bisnietos de los abuelos y bisabuelos negros (no diré “afro”), llegados a Estados Unidos a partir del día en que el rey Carlos I de Inglaterra le otorgó a los alemanes la concesión para el tráfico de esclavos en América (1528).

¿Estaban por el negro bueno asesinado por un blanco malo el 4 de abril de 1968? Para los medios sólo contaron los blancos buenos que se cubrían el rostro con sus manos manchadas de sangre negra, sollozando por América antes que por los negros a los que tantas esperanzas despertó el joven reverendo Martin Luther King.

Durante su visita a Nueva York, Federico García Lorca se las había cantado: “¡Ay Harlem disfrazada! /¡Ay Harlem amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!” En Memphis los blancos lloraban por la muerte del único negro que era capaz de contener la furia viva de los negros.

Después del funeral de siete horas, Aretha Franklin, Sammy Davis Jr., Harry Belafonte, Bill Cosby, Diana Ross, The Supremes, Stevie Wonder, Nancy Wilson, Eartha Kilt, se sonaron los mocos y marcharon a sus casas. Los medios no los mencionaron. Sólo nombraron a los Kennedy y Paul Newman, a Marlon Brando, Gene McCarthy y Richard Nixon.

En la tele, dirigiéndose a millones, los comentaristas blancos explicaron por cadena nacional el sufrimiento de los negros. Ni un comentarista negro les explicó en qué consistía el sufrimiento. Y todos, blancos y negros, juraron por su madre que amaban a Martin Luther King.

Los liberales manifestaron su pena diciendo cuánto les dolía la muerte de Luther King: “defendía nuestros mismos ideales”, dijeron. Pero los negros, en lugar de ofrecer la otra mejilla, redimieron la memoria del pastor tomándose las calles. Ardieron los guetos de Nueva York y Nueva Jersey, ardieron los de Chicago y Filadelfia, ardieron 20 ciudades importantes del país.

Por primera vez en la historia de la “gran democracia”, el presidente Lyndon Johnson y el vicepresidente Hubert Humphrey (quienes odiaban a Luther King porque sacaba la gente a las calles) ordenaron que las banderas ondeasen a media asta.

Julius Lester, ideólogo de la rebelión negra, escribió: “Johnson leyó una declaración pidiendo que los negros se abstuvieran de la ‘ciega violencia’, mientras Washington arrasaba Vietnam con napalm”.

No esperaron. Las policías federales y estatales recibieron armas nuevas y la Guardia Nacional apareció en las “colonias internas” de Memphis y otras ciudades, donde los negros bramaban contra los “trajes sin cabeza”. Luego, el principal deporte nacional volvió a la normalidad: matar negros.

En 1831 y 1859, en sendas rebeliones, los esclavos Nat Turner y John Brown decidieron dejar de serlo. Ambos subieron al patíbulo. Pero antes, Brown escupió sobre la “justicia legal” de los blancos. Y Turner, con una sonrisa, dijo que “… la principal contradicción de Estados Unidos es que se proclama tierra de libertad y basa gran parte de su fortuna en la esclavitud del pueblo”.

El pacifista Luther King no se llamaba a engaño: “En este país, la democracia ha sido una de las palabras más apaleadas de la historia (…) La sumisión y la tolerancia no es el camino moral, pero sí con frecuencia el más cómodo”.

El premio Nobel de la Paz más joven de la historia (1964, 35 años) había encabezado en 1963 una manifestación de 200 mil negros que reclamaban la práctica de los derechos civiles. El presidente John F. Kennedy lo recibió en la Casa Blanca, mientras el gobernador George Wallace desafiaba las advertencias de envío de tropas si no se suspendían las prácticas discriminatorias en los 144 distritos escolares en el estado de Georgia.

¿Queda algo de todo aquello? En el decenio de 1970, el gran capital decidió el fortalecimiento de la burguesía negra. ¡Black is beautiful! Revistas para negros, series de televisión para negros, modas para negros, créditos para negros, peinados para negros, comida para negros, cosméticos para negros, drogas y mafias de negros para negros, y criminales de guerra negros al máximo nivel del Estado para provecho de la burguesía blanca imperial.

“I have a dream”, dijo el pacifista que admiraba a Gandhi. De haberlo conocido, Luther King hubiese pensado, como Gandhi, que la civilización occidental es una “buena idea”.

En 2008, el dream de Luther King se convirtió en el país donde uno por cada 100 adultos está en la cárcel. Récord mundial: 2 millones 319 mil 258 personas, según One in 100. Behind bars in America 2008, informe del Pew Center of the States. Los negros ganan por mayoría.

Al funeral de Georgia, el 7 de febrero de 2006, asistieron todos los blancos que “debían” estar. Coretta Scott King, esposa de Luther fallecida a los 78 años en una clínica de medicina alternativa mexicana, abrió un ojo y a todos los vio: los Bush y James Carter, William y Hillary Clinton.

El 19 de enero de 2007, George W. Bush anunció que su gobierno había decidido conmemorar un feriado nacional en honor al hombre que “despertó la conciencia de una nación”. Pobre Luther.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/02/index.php?section=politica&article=019a2pol

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