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Eleutheria Lekona: Alan Turing, el perdonado de la sociedad

Solo el pensamiento que se hace violencia a sí mismo es lo suficientemente duro para triturar los mitos.

Max Horkheimer y Theodor W. Adorno

Hace escasos días el gobierno británico concedió el perdón a Alan Turing después de haberlo obligado a la castración química y haberlo sometido a aislamiento por su homosexualismo; este último hecho es probablemente lo que terminó por moverlo a suicidio hace sesenta años si es que esa hipótesis no es descartable. Alan Turing es quizá una de las figuras más importantes de la computación teórica y de la historia de la computación contemporánea. Esbozó en su «máquina universal de Turing» los principios teóricos, las prescripciones y reglas que debe satisfacer un algoritmo para decidir si es Turing-computable; es decir, para definir cuándo un problema expresable en lenguaje natural es soluble por medios computacionales. Para ello definió una función recursiva que debía probar si un conjunto de entradas llamadas los inputs del sistema eran capaces de generar una solución —llamada el output del sistema— toda vez que fuesen procesados por la máquina universal bajo el supuesto de que podemos identificar una función recursiva a una máquina de Turing. Ahora bien, la máquina universal de Turing constaba de una banda infinita dividida en celdas susceptibles de almacenar un símbolo y de una cabeza lectora-escritora que avanzaba linealmente por la cinta procesando los símbolos de cada una de las celdas, o bien reescribiéndoles; de este mecanismo elemental se deduce la importancia de esta máquina teórica pues define por otra parte los elementos constitutivos de una computadora. La prueba de Turing aquí descrita define además uno de los teoremas más importantes en teoría de la computación y se le conoce con el nombre de The Halting Problem. Lo que resumo en este pie de página puede consultarse con más detalle en textos como «Teoría de la Computación y Lenguajes formales» de Brookshear o en «Introducción a la teoría de la computación (autómatas y lenguajes formales). Notas de clase» de Elisa Viso. O en fin, en algún manual sobre Teoría de la Computación o en Wikipedia misma. 

El perdón a Alan Turing

En esta historia, siento menos estupor ante las acciones discriminatorias del gobierno británico contra Alan Turing hace sesenta años (pues me pregunto si no vale la pena dejarle el género como prejuicio a quienes necesitan asumirlo como algo más que un llano descriptor) que perplejidad ante la simpleza con que un gobierno se limpia de sus errores con sus propios condenados, como en las mejores épocas del fascismo, pero con las técnicas más modernas del tecnofascismo y sus medios electrónicos. Es decir, me pregunto si en esos indultos que otorga la autoridad a sus perdonados —en este caso, en el perdón a Alan Mathison Turing— no hay en el fondo el mismo gesto despótico con que se aprisiona a sus perseguidos. Pues mientras que Turing queda convertido por un lado en el mártir de una sociedad puritana y estúpida, ocurre por el otro que en el registro histórico de la corona británica es ella misma quien se levanta contra sus propios errores y decide reconocerlos con bombo y platillo —porque difícilmente el gobierno británico habría dicho no a la solicitud de una sociedad orgullosa de practicar valores democráticos si, como ocurre, esa sociedad es la sociedad del gobierno británico—, y entonces perdona a Alan Turing por una injusticia pasada. Y quizá nosotros, que no debemos ser críticos sino regocijarnos por todo —porque no se puede ser crítico y regocijarse al mismo tiempo; es más, porque ser crítico supone ya una incapacidad para el regocijo— no nos quede más que gritar ¡albricias! Turing consiguió el perdón. [1]

Por lo demás, simpatizo a plenitud con el gesto político de ese listado de 37 mil personas que incluyen al físico Stephen Hawking y creo que deben sentirse muy complacidos con el edicto. Es una pequeña victoria si se lo ve desde esta perspectiva. No ironizo.

Cierro con una reflexión que probablemente parecerá muy radical pero la deslizo así: como suave reflexión, como acto que invita a pensar:

Perdón y suicidio se identifican en una sociedad que no aprende a aprender sin infligir dolor al otro, en una sociedad —o en un grupo minúsculo de ella, con tristeza— que se arroga la gracia de la indulgencia. El suicidio no es tanto la condición de quien se sabe libre sino el lamento de quien se sabe abandonado. Ningún perdón resucitará a Turing aun si «limpia» su nombre (¿de qué?) y ninguna sociedad debiera someterse al patético espectáculo de solicitar a sus opresores su perdón. En este caso, haríamos más construyendo un memorial a nuestros y nuestras Alan Turing caídos, y reproduciendo sus relatos en nuestros textos, que solicitando perdones o reconocimientos.

Nota:

[1] Asumiendo la acepción corriente de «crítica» que no necesariamente coincide con su acepción filosófica.

 Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178819

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J. Enrique Olivera Arce: ¿Unidad para qué?

Desde lo más profundo de la descomposición del sistema económico y político de la Nación, se llama a la unidad de todos los mexicanos para hacerle frente a la escalada de violencia en que incurre el crimen organizado. Retóricamente suena bien y efectivamente, sólo con la unidad se puede ir al rescate y reconstrucción de un tejido social en crisis en el que todos estamos involucrados. Sin embargo, no son pocos los que desgarrándose las vestiduras claman por ello llevando agua a su molino. Para estos, unidad, es la consigna de moda y el especular sin sustento alguno sobre los responsables de la condenable agresión a inermes ciudadanos en Morelia, es la tarea. Pareciendo discordante y fuera de lugar el que mediáticamente desde el PRI surja la pregunta: ¿Unidad para qué?

Interrogante contra corriente que resulta por demás lógica, cuando al mismo tiempo el Secretario de Gobernación afirma que no habrá cambios en la estrategia del gobierno federal en el combate a la delincuencia organizada., sin mediar una evaluación autocrítica y creíble sobre los resultados hasta ahora obtenidos en la sacudida al avispero. Y mucho menos sobre la situación que hoy guarda el Estado-Nación, caldo de cultivo para la trasgresión impune del estado de derecho.

Después del niño ahogado, todos a una a tapar el pozo. (¿Quiénes?) ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Con qué? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pues para empezar, una guerra no se inicia dando palos de ciego, sin tener claros propósito, objetivos, estrategia, y medios para alcanzar la victoria. Naturalmente, también y en primer término, identificar al enemigo, conocer de sus propósitos últimos, calificando a su vez su capacidad real y potencial para saber a que y a quienes se pretende enfrentar.

Se nos dice de un poderío financiero del enemigo, muy superior a las disponibilidades del gobierno; se habla de sus nexos con aliados externos desparramados por todo el orbe, y se afirma todos los días, que se le va venciendo en la medida del alto número de capos de rostro patibulario que las fuerzas del orden atrapan o eliminan y que, en esa misma medida, son substituidos por otros de igual o sin duda ya, peor catadura. El cuento de nunca acabar. Pero nunca, hasta ahora, se ha tenido la atingencia de informar a la ciudadanía que el ejército de capos y sicarios que operan en el terreno, está al servicio de poderosas empresas criminales y altos ejecutivos que desde lujosas oficinas, con sofisticada tecnología planean y conducen impunemente sus ilícitas operaciones, lo mismo en México que en otras latitudes.

Nada parece indicar que contra estas altas esferas de la delincuencia organizada, personajes de cuello blanco y finas maneras, se privilegie la estrategia de la guerra emprendida. Nada se nos dice al respecto ni se observan avances en tal sentido. La cabeza principal de la hidra sigue siendo un misterio no resuelto. No se conoce al enemigo más allá de los daños que hoy lamentamos.

Por los resultados y daños colaterales, para el común de los ciudadanos queda la impresión de que no se ha tomado para nada en cuenta lo anterior. El enemigo, al que ya se califica “traidor a la patria”, es un fantasma que está en todos lados y al mismo tiempo no está en ningún lugar. Lo mismo podría ubicársele en el bando de los malos que en el de los que se dicen ser los buenos. La corrupción y la impunidad que domina en México, impide establecer distingo alguno para diferenciar a los unos de los otros.

La sabiduría popular enseña que “según el sapo es la pedrada”. Y está visto que no se alcanzará la victoria oponiendo violencia a la violencia en el terreno, si no se combate al corazón del enemigo en su madriguera, oponiendo inteligencia superior a la que hoy por hoy parece dominar en las altas esferas de la industria del crimen, como bien lo saben los señores de las fuerzas armadas que conocen de la manufactura del paño.

Así que unidad ¿para qué? ¿En torno a qué? ¿A los gobernantes en turno? ¿A un sistema de procuración de justicia cuestionado? ¿O a una inexistente política con visión de Estado que sin atentar contra los derechos humanos y clima de libertad cuya construcción ha costado mucha sangre al pueblo de México, haga de la racionalidad, buen juicio, honestidad, y un profundo amor a la patria su estandarte? La unidad a secas, en abstracto, al costo social y político que sea, únicamente conduce al pensamiento único; al fascismo dictatorial que el enemigo real pretende imponernos.

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J. Enrique Olivera Arce: Inseguridad. Dejar pasar, dejar hacer, es la constante.

El fenómeno de violencia desbordada y deshumanización que ocupa nuestra atención hoy día, no es algo que surge por generación espontánea ni resultado de circunstancias coyunturales propias de un estado de cosas de un  país que habiendo perdido el rumbo, tardíamente busca y no encuentra acomodo en la globalidad. Lo que hoy preocupa y tiene desconcertada a la sociedad mexicana viene de atrás; resultante de un proceso histórico de acumulación de frustración y descomposición social, en el que el dejar hacer, dejar pasar, es la constante.  Hoy simplemente, conflictos históricamente no resueltos, hacen crisis saliéndose de cauce.

El fenómeno de la violencia no es nuevo en el país. Se remonta a la época colonial, con antecedentes en las sociedades prehispánicas y hoy día se expresa con mayor fuerza no en el ámbito de la seguridad pública como mediáticamente se construye una falsa percepción del fenómeno. El mayor grado de violencia se expresa, entre otras cosas, en la explotación y marginación de los pueblos indígenas, en el trabajo inhumano en las minas, en el trabajo infantil, en el congelamiento a lo largo de varias décadas de los salarios de los trabajadores, en el abandono del campo, en la relación asimétrica de genero,  en la exclusión de los jóvenes de una vida digna y con esperanza, y en la expoliación de que es objeto el pueblo de México por parte de trasnacionales extranjeras, que controlan los principales renglones de la economía. La pobreza extrema, la desigualdad y la exclusión, son dialécticamente causa y efecto en el proceso de acumulación de frustración y descomposición de la sociedad mexicana.

La corrupción, la impunidad, la opacidad y el afán desmedido de acumulación de riqueza de una minoría rampante y el privilegio de la especulación por sobre la generación del valor real de la producción, impulsan y retroalimentan dicho proceso, pero de ninguna manera pueden considerarse causa última; en tanto que a su vez estas conductas antisociales son consecuencia estructural de raíces profundas en un México que no termina de construirse, que persiste siempre en arribar tardíamente a los eventos que jalonan el desarrollo de una humanidad en constante evolución. De un país que históricamente no ha encontrado rumbo y que persiste por marchar por camino equivocado entre conflictos no resueltos.

Pretender erradicar el mal de raíz, combatiendo los efectos sin atender las causas, es tanto o más criminal que aquello que se dice combatir. El número de niños que fallecen antes de cumplir cinco años, por hambre o por enfermedad, no se destaca ni en los discursos ni en las marchas de una clase media confundida y manipulada. Como tampoco figura en el mensaje mediático el número de indígenas víctimas del abandono o la represión, ni el número de trabajadores que mueren cotidianamente a consecuencia enfermedades propias de condiciones laborales inhumanas. Mucho menos es objeto de atención y preocupación el número cada vez mayor de mexicanos en condiciones de pobreza extrema, como eufemísticamente se califica a la miseria.

Así, la inseguridad pública, a la luz de la percepción mediática que se nos impone, en primera y última instancia, termina por ser simple pretexto para gobernantes y empresarios que con ello reproducen e incrementan corrupción e impunidad. Más vehículos, más armas, más equipo, más instalaciones, más publicidad, cierran el círculo de la demanda y la oferta de estos bienes materiales. Los mismos de siempre suman riqueza, en tanto avanza el proceso de acumulación de frustración y descomposición social,  en un país que bien merece mejor destino.

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José Blanco: Impunidad y sectarismo

Reunida la totalidad de la representación de la República (más invitados), conformada esta vez como Consejo Nacional de Seguridad Pública (CNSP) –creado hace 23 años–, firmó un Acuerdo Nacional de la Seguridad, de 74 puntos, para enfrentar la ola de incontrolada delincuencia que se abate sobre el país. Un documento con muchas acciones necesarias, pero sin columna vertebral.

Aparentemente esa columna es la seguridad; es probable que esta nueva arma no esté apuntando al blanco central, aunque está ahí, entre los acuerdos. El blanco central se llama impunidad. En 23 años el CNSP, lejos de abatirla, ha contemplado pasivamente cómo las cabezas de la impunidad se multiplicaban como ocurría con la despiadada hidra de Lerna.

La principal función del Estado es justamente la seguridad de las personas. Lo dice a todas horas todo mundo. Así, el crecimiento de la inseguridad y el debilitamiento del Estado son las dos caras de la misma moneda. Un acuerdo nacional por la seguridad ha de ser un acuerdo por el fortalecimiento del Estado para cumplir esa función; fortalecer al Estado en esa función significa limpiar los establos de Augías (tarea que Hércules debía realizar en un solo día). El héroe debió desviar dos caudalosos ríos hacia los establos –el sistema policiaco y el sistema judicial– para barrer con la miles de toneladas de mierda que durante 30 años habían acumulado.

Sin esa hercúlea operación, la impunidad continuará reinando, es decir, la proliferación de la delincuencia seguirá encontrando campo fértil para crecer y multiplicarse. Ciertamente no es un trabajo de un día, y el atribulado padre de Fernando Martí no puede esperar que ello ocurra.

¿Es de creerse que alguien en sus cinco sentidos firme su propia sentencia de muerte? En México, por supuesto que sí. Todo lo que tiene que ocurrir es que la impunidad acorazada continúe incólume, indemne, rozagante. Por eso en el acuerdo por la seguridad se estamparon impúdicas firmas como la del precioso Mario Marín, la del de la piel paquidérmica Juan Sabines, la de la inefable maestra Gordillo, o la del de la cínica vida regalona, el caradura señor Deschamps, por ejemplo.

Las personas provenientes de los partidos políticos principalmente, que se han hecho cargo de las instituciones de la seguridad, son parte fundamental del problema, no de la solución; son ellos la encarnación de la impunidad. ¿Vamos a solicitarles atentamente que se practiquen el haraquiri?

Una sociedad que se organice y movilice será el único Hércules capaz de crear las condiciones para que personas responsables puedan llevar a cabo las arduas tareas que son indispensables para eliminar la impunidad. Los partidos no harán nada porque están hundidos en el sectarismo; lo peor de todo es que han arrastrado consigo a segmentos inmensos de la propia sociedad.

En uno de los textos más lúcidos que he leído de Carlos Monsiváis, el polígrafo escribe: “No hay discusión sobre la irracionalidad de esta matanza inenarrable, ¿pero qué significa la exigencia de tranquilidad y justicia? Sobre la violencia acrecentada de la delincuencia, no hay duda: debe frenarse con la acción de la justicia que impida el narcotráfico, los policías involucrados, los empresarios y políticos cómplices, etcétera. Pero esto se ha dicho en demasía y, ni modo, no ha pasado nada. Por eso, creo que uno de los pasos siguientes, al lado de las acciones del Poder Judicial, es un debate nacional de primer orden sobre la estructura de la impunidad, y creo que al lado de la Cumbre de Seguridad debe darse de varias maneras la Cumbre Alternativa donde las sociedades discutan desde su experiencia sobre su porvenir inmediato”.

Al tiempo que los establos son lavados, la prevención es indispensable, pero tampoco es un trabajo de un día. Es preciso abatir la desigualdad social, económica y educativa. Las tareas son ciertamente hercúleas. Pero la posibilidad de un debate instalado en la búsqueda de ese proyecto nacional para enfrenar los tres problemas señalados se antoja también para el poderoso hijo de Júpiter. Y en ello cuenta, y cuánto, el sectarismo ilimitado de nuestras elites políticas.

“No se necesita compartir la ideología de los organizadores de esta marcha para apreciar la decisión de los que van a marchar”, dice Monsiváis (refiriéndose a la marcha del próximo domingo). “Como se quiera ver, ejercen una alternativa ciudadana, válida en sí misma, y sus experiencias son las mismas de otros de convicciones políticas diversas. Ante la inseguridad, todos mezclamos el temor, el desconcierto, la confusión, el deseo de esclarecimiento, la crítica a las autoridades federales y regionales.” Si este tiempo de sectarismos brutales no fuera el que es, todos sin excepción tendrían que haber estado en esa marcha.

Pero el sectarismo nos impide ver la causa por la que pelear, y nos lleva a preguntarnos quiénes son los organizadores. Una desdichada confusión de partidos y ciudadanos. Cuánto nos hace falta mirar cómo las más extremas posiciones ideológicas marchan juntas en España contra los asesinatos de ETA. Contra los secuestros y las muertes y la extensa vida delincuencial que vivimos, debieran estar unidos los adversarios políticos y la sociedad toda.

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Marco Rascón: La República Reunida

Mientras los discursos son de a mentiritas, la violencia es de “a deveritas”: mientras las causas de la criminalidad son profundas, las respuestas superficiales; mientras la drogas dañan, su negocio mata; mientras el dolor se acumula, la ingenuidad crece; mientras el mal se extiende se vuelve más inexplicable.

Es lamentable ver a todos los poderes de la república reunidos contra la nada. Reunión de lluvia de ideas que no ha generado un mínimo de confianza ante los tufos de cinismo y ocurrencias surgidos de la reunión. Un solo punto de partida podría haber ayudado: que explicaran lo que realmente pasa.

La república se reunió ante el reconocimiento de la gravedad de la situación, pero el resultado ha sido anticlimático, ante la repetición de los diagnósticos y los análisis de los gobernadores, los tres poderes federales, los representantes de las instituciones públicas y privadas. ¿Acaso los secuestradores se han detenido en este año, sabiendo que Arizmendi el mochaorejas pasará toda su vida en prisión por delitos similares a los actuales? ¿Cuánto se ha gastado desde 1997 hasta ahora en “la seguridad” en aumento de policías, armamento, equipos modernos? ¿Cuánto más se gastará y qué resultados habrá?

Si viéramos a México a través de sus prisiones, nos daríamos cuenta de que la situación actual no es sino el reflejo, la expresión, de una nación enferma, de instituciones decadentes.

La Revolución Mexicana sobrevino tres años después de que Porfirio Díaz “modernizó” el sistema penitenciario: de los viejos penales de San Juan de Ulúa o la cárcel de Belem construyó las nuevas prisiones de Lecumberri, entre otras en el país con arquitectura francesa. De los centros de rehabilitación de la década de los 70 se pasó hace años a los penales de “alta seguridad” y todos son el mundo del hacinamiento, la corrupción, los centros de poder de la criminalidad mezclada con la injusticia.

Los gobiernos deben a los ciudadanos una explicación, porque se desconoce la naturaleza exacta de las ejecuciones que se han sucedido principalmente en el norte, pero que ahora se extienden por todo el país. Por el tamaño y la impunidad, se podría pensar que ya estamos frente a un nuevo poder, que es el paramilitarismo, mismo que actúa con una lógica de objetivos claros y sistemáticamente.

En paralelo a esto, están los aumentos de los secuestros con fines económicos, de los que que según la misma Procuraduría General de la República iban 64 al mes desde enero, lo cual da una cifra mayor a 500 en lo que va del año. Si la industria es floreciente, ¿por qué matan a las víctimas después de que se cumple con el pago? En ese punto, la violencia ha dejado de tener una racionalidad meramente lucrativa y se acerca a los objetivos del terror, la intimidación social, la contrainsurgencia y el paramilitarismo.

Cuando la república se reúne para luchar contra la nada y lo inexplicable, la causa oculta ha ganado la primera batalla: se supone que México vive una transición, pero la violencia hace que la sociedad piense en formas intolerantes, de dureza, más que en democracia. El terror se ha ido convirtiendo en consejero del retroceso, las formas autoritarias, los regímenes parapoliciacos, en vez de ver hacia el futuro. ¿Hay fuerzas políticas que se beneficien de lo que hoy sucede?

La república no ha explicado qué ha significado la presencia militar del ejército en la franja fronteriza del norte de México, que no ha servido para detener el flujo de ejecuciones diarias. ¿Cuál es el balance que podría dar el jefe supremo de las fuerzas armadas sobre la actuación de la institución? ¿Qué significa el desmantelamiento de las policías municipales y estatales? ¿Quiénes mueren: los que se oponen al crimen o sus aliados? ¿Quiénes los matan? ¿Estamos saliendo de la violencia, estamos a la mitad o estamos empezando?

Los anuncios que hizo la república sobre la depuración de las policías y la restructuración total no sólo son ingenuos, sino irresponsables. Anunciar esto es como informar de una devaluación con días de anticipación. ¿Qué estará pensando un policía en activo que ha cometido actos de corrupción individual o de grupo, incluso obligado por sus jefes? ¿Cómo actuará ante la amenaza de despido y el señalamiento? ¿Quiénes los sustituirán?

El tema de la seguridad es el de la sobrevivencia. La marcha del 30 de agosto entrará por Madero, manifestando su duelo y preocupación; a la salida verá que lleva las manos vacías para enfrentarse de nuevo a la cotidianidad con todos los riesgos, mientras el gobierno sigue negándose a explicar el problema y el origen de la violencia, pues quizás tenga una parte de responsabilidad que no quiere reconocer ni mínimamente.

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Jorge Camil: Que renuncie el gobierno

Gobiernos van y vienen, de uno y otro partido, pero la inseguridad va en aumento. Nada funciona. Fracasan irremediablemente promesas, planes, estrategias y buenas intenciones. Fracasan porque el gobierno tiene una percepción distorsionada de la magnitud del problema para la sociedad civil, y porque al estar enfocado exclusivamente en los problemas que considera “verdaderamente importantes” (el petróleo, las relaciones con Estados Unidos, la Iniciativa Mérida, la consulta nacional sobre el petróleo y las reformas de todos colores) demuestra que no tiene sensibilidad, pero tampoco consideración, empatía y respeto por la sociedad civil.

Para los ciudadanos, la alarmante escalada de violencia significa perder la tranquilidad, la dignidad, nuestra forma de vida (que es la esencia de la libertad) y eventualmente, como fue el caso de Fernando Martí, la vida misma. Para el gobierno, en cambio, el tema parece ser un problema de imagen y frases de campaña, así que con gran desparpajo lo atacan con retórica y armas mediáticas: ¡vamos ganando!, repiten victoriosos con la frente en alto y la mirada fija en 2009 y 2012, aunque todos sepamos que van perdiendo. ¡Felicidades Germán Martínez!, ahora sabemos que la guanajuatización de México va por buen camino. Sí, por el “Camino de Guanajuato”, ahí donde “la vida no vale nada”.

La retórica oficial y las frases de campaña se estrellan diariamente con una realidad que ofende y horroriza a los mexicanos: 10 o 20 ejecutados (¿qué más da?), dos o tres decapitados (una de las cabezas, la aparecida en las páginas de Paris Match hace un par de semanas, con un guiño macabro, como diciendo: “aquí se ven”). Un industrial regiomontano secuestrado diariamente, un jovencito inocente (¿presagio del México futuro?) secuestrado y asesinado sin piedad, y un aumento exponencial en la tasa de plagios: 37 por ciento en el Distrito Federal y 60 por ciento en el estado de México. Más empresarios mexicanos emigrando a Estados Unidos. Hemos perdido el control de nuestro propio destino. ¿A quién le importa el terror de la joven madre que llevando a su bebé en el asiento trasero recibe en plena luz del día una mentada de madre y un humillante pistoletazo en la cabeza para robarle el reloj? ¿A quién le importan los miles de relojes y anillos robados diariamente en los embotellamientos de la ciudad de México? ¡Por favor! ¿Anillos? ¿Relojes? ¿Mentadas? ¿Cuando estamos salvando al mundo, y pasando a la historia como autores de importantes reformas electorales, fiscales y energéticas? ¿Secuestros exprés? Que los atienda la policía ministerial (¡nosotros somos “estadistas”!). O que no los atienda nadie, porque los ciudadanos atropellados, a fuerza de sufrir, hemos aprendido a no denunciar.

Nuestros gobernantes deben respirar con alivio, porque ya no denunciamos plagios, violaciones, robos, extorsiones ni fraudes. Pronto dejaremos de denunciar homicidios. ¿Denunciar, mientras Marcelo organiza la consulta petrolera y el Presidente decide su próximo periplo internacional? Para eso hay leyes y “autoridades competentes”. ¿No hemos oído hablar, ignorantes de nosotros, de la nueva división del trabajo, en la que unos nacen para gobernar, y otros nacemos para pagar impuestos? ¿Quién en las altas esferas de gobierno –pregunto– recoge la frustración de los millones de obedientes autómatas que dejamos en casa nuestros objetos de valor? ¿Y quién, al interior del gobierno, comprende que al despojarnos voluntariamente de anillos y relojes, al renunciar a nuestra forma de vida, nos despojamos de nuestra dignidad? Ellos, los criminales, con la tolerancia del gobierno, fijan ahora nuestro radio de acción. Nos indican cómo vivir y cómo vestir. Se acabó el libre albedrío, que era hasta hace poco la esencia de la vida democrática. Ellos, los del gobierno, viven despreocupados en una burbuja de camionetas blindadas, charolas, escoltas y armas de grueso calibre pagadas por nosotros para proteger a los suyos, mientras nosotros vivimos atemorizados y enclaustrados, prisioneros en un mundo de ¡sálvese quien pueda! Por eso no hay solución, porque gobierno y ciudadanos partimos de percepciones distintas y mundos diferentes. Nos movemos por separado en un mar de oscuridad. Andamos, como diría el poeta Jaime Torres Bodet, “el uno en pos del otro, sin hallarnos”.

En la introducción de su entrevista con Felipe Calderón El País advirtió que el número de muertos, más de 5 mil “provocaría un cataclismo en cualquier democracia europea”. Pero aquí no pasa nada. Ni pasará. Hasta que Calderón entienda que si fracasan todas sus reformas, pero nos regresa la seguridad, pasará a la historia como el mejor gobernante de México; hasta que Marcelo Ebrard caiga en la cuenta de que si erradica la inseguridad en el Distrito Federal será presidente de México en 2012. Hasta que ambos comprendan que la inseguridad viene de una empresa perversa en la que están involucrados criminales, policías, autoridades y el sistema judicial. Si no pueden, la renuncia sería una salida honorable que les ganaría el reconocimiento y respeto de la sociedad civil.

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Alejandro Nadal: Enfrentar la crisis: teoría económica a la deriva

¿Cómo explica la teoría económica la actual crisis de las principales economías capitalistas del mundo? La verdad es que si analizamos la teoría económica que predomina en los bancos centrales y ministerios de Hacienda, veremos que no puede explicarnos la crisis. Es más, para esa teoría, la crisis no debería estar ocurriendo. Para hablar de esto es necesario adentrarnos en el arcano mundo de la teoría económica.

En la década de los 70 se presenta una doble crisis en la teoría económica. En la llamada teoría microeconómica la crisis es terminal: para 1974 ya está demostrado que no existe una base científica para pensar que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente. Eso debería haber sido suficiente para declarar cerrado el programa de investigación teórica basado en la fe en la bondad del mercado libre. Pero los economistas en el mundo académico prefirieron ignorar los problemas y siguieron torturando a sus estudiantes, enseñándoles la parte sin interés de la teoría de equilibrio general y evitando mencionarles que con esa teoría no se puede demostrar cómo se forman los precios de equilibrio. Desde entonces, vemos salir de las universidades legiones de economistas que creen (injustificadamente) que en alguna parte existe una teoría rigurosa que demuestra que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente.

En la teoría macroeconómica sucedió algo peor. En la década de los 60 los economistas que se reclamaban de Keynes descubrieron la llamada curva de Phillips y pensaron podían utilizarla para completar y defender el pensamiento de su maestro. Grosso modo, esa curva decía que existía una relación inversa entre desempleo e inflación: cuando aumentaba la inflación, el desempleo disminuía y viceversa. Pero en los años 70 se presentó un episodio de inflación con desempleo. Según el modelo, eso no debería estar pasando.

La estanflación marcó la debacle de esta vertiente del keynesianismo y el auge del pensamiento monetarista. Bajo el liderazgo de Milton Friedman surgió una visión de la economía según la cual “la inflación siempre y en todo lugar es un fenómeno monetario”. De acuerdo con este razonamiento, la variable clave para estabilizar los precios sería la oferta monetaria. Sin un análisis científico serio, Friedman concluyó que ese resultado (controlar la inflación) sería compatible con niveles adecuados de empleo. La base de todo este razonamiento es la fe inquebrantable en la estabilidad de los mercados en una economía capitalista (justo lo contrario de lo que la teoría microeconómica había descubierto para 1974).

En un ensayo publicado en 1968 Friedman concluyó con la idea sorprendente de que para cada nivel de pleno empleo, hay una tasa “natural” de desempleo. Esa tasa natural corresponde a lo que se ha llamado desempleo friccional (determinado por el tiempo que pasan los trabajadores buscando empleo). De aquí se derivó la NAIRU, acrónimo en inglés que corresponde a la tasa de desempleo compatible con una tasa de inflación sin aceleración en el incremento de precios. Todo este edificio teórico servía para justificar que el objetivo único de la política monetaria debía ser el control de la inflación.

Para los 90, economistas como Bob Eisner habían destruido las bases analíticas de la NAIRU. Y en los hechos la tasa de desempleo se redujo una y otra vez, sin que se disparara la inflación. Es más, la oferta monetaria tuvo fuertes variaciones y la inflación no aumentó. Todo eso desmintió brutalmente la creencia central de los monetaristas sobre la relación entre oferta monetaria e inflación.

En cuanto a la inestabilidad en los mercados financieros, la serie de crisis de los años 90 debió por lo menos sacudir la fe de los monetaristas en la estabilidad de los mercados capitalistas y llevarlos a concluir en la necesidad de volver a regular el sector financiero. No fue así. ¿Serán tontos? No, lo que sucede es que las autoridades monetarias viven subordinadas a los intereses del sector financiero.

Hoy observamos que en la Reserva Federal sigue dominando un esquema monetarista. Por eso el problema para la política macroeconómica se define como antes: hay que encontrar el nivel preciso de oferta monetaria para controlar la inflación y mantener el empleo en un nivel adecuado. La Fed se equivoca nuevamente: el origen de la crisis se encuentra en la desregulación financiera y en una política monetaria dedicada a alimentar burbujas especulativas.

Por eso las teorías que dominan en la Fed (y en muchos bancos centrales) no pueden decir nada relevante sobre la crisis: ni sobre sus orígenes, ni sobre la política para enfrentarla. El verdadero problema es que el mercado capitalista es intrínsecamente inestable y la crisis es la forma natural de vida de este sistema económico. En un marco reformista por lo menos habría que acordar que la respuesta de política correcta es la regulación y la intervención pública.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/08/20/index.php?section=opinion&article=026a1eco

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J. Enrique Olivera Arce: Combate a la delincuencia, cortina de humo panista.

Si sacarse de la manga cortinas de humo que desvíen la atención de la opinión pública es recurso manido de los gobiernos priístas para ocultar o maquillar la realidad, estos se quedan cortos frente al panismo en el poder, que no sólo aprendió las viejas mañas tricolores, también le da por superar al maestro.

El avance y resultados de la movilización ciudadana en contra de las iniciativas de reforma de la industria petrolera,  propuestas por el Sr. Calderón Hinojosa al Senado de la República y complementadas con el clon del PRI, ponen en franca desventaja al PAN en su esfuerzo por dar gobernabilidad al país. Que mejor que aprovechar el talón de Aquiles del régimen para poner en primer plano nacional, el tema de la guerra perdida contra la delincuencia organizada y todo su abanico de manifestaciones antisociales. El panismo se opone y descalifica la consulta ciudadana sobre el futuro del petróleo, pero no duda en hacer un llamado a la ciudadanía para que participe activamente en un pacto nacional que se avoque a una tarea que por principio,  obliga a los tres órdenes de gobierno  llevar a cabo y hacerlo bien, puesto que para ello el pueblo paga.

Siendo lastimoso y lamentable el que se tome como pretexto para desviar la atención, un caso específico de secuestro que culminara con la muerte de la víctima, cuando es del conocimiento nacional que este tipo de manifestación criminal, desde tiempo atrás sentara sus reales en una sociedad que no distingue ya entre delincuentes y guardianes del orden y seguridad pública, cuando la corrupción e impunidad es ya común denominador en el campo de las autoridades.

Más lastimoso aún el que los medios de comunicación, propiciatorios del deterioro del tejido social, hagan eco de medidas gubernamentales emergentes que requieren de la participación ciudadana, cuando también existe consenso pleno de que ocultar la basura bajo la alfombra, difiere la búsqueda racional de soluciones al flagelo social pero no lo combate. Sin una depuración integral de los diversos cuerpos policíacos en los tres órdenes de gobierno y sin un saneamiento y modernización en la procuración e impartición de justicia, la guerra declarada por el Sr. Calderón se concreta a palos de ciego, con los efectos colaterales que victimizan  a los ciudadanos.

La prevalencia de la delincuencia organizada por sobre el principio de gobernabilidad y monopolio de la fuerza represiva del Estado, siendo ya asunto de seguridad nacional, tiene carácter estructural y así debe considerarse. Afecta por igual a gobernantes y gobernados, acelera el deterioro del tejido social y pone en duda la existencia misma del Estado y sus instituciones republicanas. Combatir los efectos sin combatir las causas que dan lugar a los altos índices de criminalidad, es engañar al pueblo. Soluciones a medias en una coyuntura política contraria a los objetivos e intereses del gobierno panista y sus adláteres, terminan por no ser otra cosa que una simple cortina de humo frente a exigencias populares de defensa del patrimonio nacional y cambio de rumbo. Así debemos entenderlo para no dejarnos sorprender.

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J. Enrique Olivera Arce: Pero que necedad… Bastaría con escuchar al pueblo

¿Cómo habría que explicarle a nuestra clase política que lo que la ciudadanía está expresando por diversas vías, son mensajes más que evidentes de la necesidad de cambio de rumbo? México no puede ni debe ya seguir por el camino de la simulación democrática, so pena de un estallido social que complique aún más la ya de sí compleja y polarizada vida política nacional y su acompañante, el estancamiento y retroceso que acusa la economía.

Si lo que se pretende es involucrar a toda la sociedad en la búsqueda de respuestas a la problemática que se vive, este involucramiento no se logra ni por decreto ni por voluntarismo cupular. La sociedad tiene por si misma, desde la profundo de sus entrañas, que generar el impulso necesario para, a partir de una conciencia colectiva, le concite a asumirse corresponsable en la construcción de su presente proyectado al futuro. Lo que no es posible en tanto la mayoría transite su vida cotidiana bajo el velo de la desinformación, la manipulación y el engaño, que desde la cima del poder se le impone.

Lo cual salta a la vista en el reciente ejercicio de participación y consulta ciudadana. Los mismos que desde el poder niegan a la población la posibilidad de estar informada, han sido los primeros que agitar el argumento en contra del ejercicio democrático, de que la ciudadanía no cuenta con elementos de juicio para expresarse en torno a una temática de indudable interés para la Nación. Descalificando el legítimo interés de un importante segmento de la sociedad por participar en el debate, expresando su opinión en un asunto que compete a todos los mexicanos.

Y por si fuera poco, la reacción no duda en insistir en despreciar la inteligencia del pueblo de México, sacando de entre las “momias de Guanajuato” a un personaje ya juzgado y condenado por la historia reciente de este país, elevándolo al primer nivel decisorio del partido en el gobierno, “por haber dado futuro y democracia a México”. Ninguno de los partidos políticos que se ostentan como oposición, elevó su más enérgica condena frente a este hecho deleznable. Con su silencio se hacen cómplices de tal desprecio a la inteligencia popular.

Como también resulta harto sintomático de tal desprecio el que la clase política nacional en pleno, aplauda el papel protagónico que desde Los Pinos se asigna a otro personaje salido de las catacumbas, la auto asignada líder moral vitalicia del SNTE, en una simulada reforma con la que se pretende elevar la calidad educativa en México. Premiándose el corporativismo, la corrupción, la impunidad, y el retroceso democrático, como paradigmas del progreso y la modernidad.

Vaya necedad y que necesidad de restregarle en el rostro a las mayorías de este país, el papel de menor de edad que la cúpula del poder le asigna en la asimétrica relación entre mandantes y mandatarios. Reduciendo la legitimación del ejercicio del poder público a un mero asunto de retórica. Y aún así, la clase política se llena la boca llamando a la llamada “sociedad civil” a sumarse a presuntas soluciones a problemas que aquejan al país, que por principio, excluyen a la ciudadanía de su derecho a la participación democrática.

Hoy un renombrado comunicador veracruzano, me reiteró que la democracia representativa se legitima, de principio a fin, con el sufragio mayoritario a favor de los mandatarios electos, así se obtenga tal mayoriteo por un voto de diferencia. Si el pueblo se equivoca a la hora de elegir, “se chinga” y esperará su próxima oportunidad. En ello se sustenta la democracia simulada de este país.

pulsocritico@gmail.com

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