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Carlos A. Miguélez Monroy: Drogarse en la farmacia

Un joven de 21 años con dificultades para concentrarse en clase y para retener el material de lectura para sus distintas asignaturas decide plantarse en el consultorio del psiquiatra después de meses de insistencia por parte de sus padres. El profesional le diagnostica un ‘ligero’ Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), que explica las dificultades del joven, que sale de la consulta con la receta para comprar un frasco con pastillas de Ritalina, un estimulante más potente que el café y menos que las anfetaminas.

El rendimiento en las clases aumenta al cabo de los días y las calificaciones al final del semestre mejoran notablemente.

“Cuando estudio, no me dan ganas de hacer otra cosa, ni siquiera de comer. No paro, puedo pasar la noche en vela para terminar sin que deje de rendir al día siguiente”, le explicaba a sus amigos el estudiante de una universidad privada estadounidense. Las visitas al médico que le daba las recetas se volvieron cada vez más frecuentes, no sólo porque el estudiante incrementara su consumo, sino porque comenzó a facilitar pastillas de Ritalina a sus compañeros que desafiaban también el sueño para mejorar sus notas. Surgieron más casos de TDAH en ese círculo de amigos e incluso se empezaron a vender las pastillas en el campus.

Más de 6 millones de estadounidenses emplearon medicamentos de prescripción para usos no terapéuticos en 2003, según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA), en Estados Unidos. Asimismo, el número de consumidores de fármacos de prescripción se duplicó entre 1992 y 2003. En buena parte menores de 24 años, estos jóvenes buscan experimentar nuevas sensaciones o mejorar su rendimiento académico.

En Estados Unidos, el consumo lúdico de fármacos de prescripción sobrepasa al resto de drogas, salvo el cannabis. Sin embargo, el uso indebido y el tráfico de estos medicamentos han aumentado en todo el mundo, como advierte la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas (JIFE).

Recetas falsas, chantajes para que el farmacéutico les dé el tamaño más grande del producto o para que les dé el medicamento sin receta, compras en el mercado negro o por Internet, contacto con traficantes de estos medicamentos… todo para conseguir una droga legal.

Estas son algunas de las conclusiones del Observatori de Medicaments d’Abús (OMA), un centro de estudios del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona que llevó a cabo una investigación de dos años en España. Los analgésicos -la mayoría de ellos con opiáceos-, los ansiolíticos y los estimulantes son las drogas ‘legales’ más recurrentes.

Quizá estos resultados sean la radiografía de sociedades ‘enfermas’ de una ansiedad generadora de dolores crónicos como las migrañas, las tensiones de cuello y los problemas de espalda cada vez más frecuentes en poblaciones urbanas jóvenes y que demandan analgésicos.

Muchos casos de adicción se dan en personas que toman los medicamentos por una indicación médica que marca el inicio, pero también el momento a partir del cual el paciente debería abandonar el fármaco de manera gradual. Sin embargo, algunos continúan con el consumo no ya para drogarse, sino para alcanzar un punto de bienestar normal que puede generar dependencias. Es común que el paciente que consume analgésicos se acostumbre a la dosis para aliviar su dolor, que la aumente para conseguir el mismo nivel de ‘bienestar’ y que su dolor termine por convertirse en crónico.

Según los expertos, los consumidores de estos fármacos en España son, sobre todo, adultos de entre 24 y 35 años de edad que están informados sobre los efectos de ‘su’ droga y que ya han utilizado otro tipo de drogas ilegales.

Una de las razones por la que se dispara el consumo ‘lúdico’ y experimental de fármacos de prescripción en el mundo podría ser el endiosamiento de los productos farmacéuticos por culpa de la publicidad engañosa y de la medicina reduccionista. También podría influir la cultura de la inmediatez que se instala en las sociedades modernas mientras los médicos de asistencia primaria para dolores crónicos cuentan con cada vez más pacientes y con menos tiempo.

El miedo al dolor eclipsa el debido respeto a los fármacos legales. La alarma social por el uso de drogas ilegales impide que la sociedad busque las causas que llevan a las personas a consumirlas. Quizá sean causas parecidas a las que llevan a tantos jóvenes a refugiarse en las farmacias.

* Argenpress
* http://www.argenpress.info/nota.asp?num=055296&Parte=0

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Arnoldo Kraus: Medicina, ciencia y ficción

Pienso que Julio Verne se hubiese fascinado con los avances que hoy suceden en la medicina y, quizás, siguiendo su línea, habría tomado la pluma para escribir acerca de los nexos entre ciencia y ficción. El auge de la biotecnología, el crecimiento sin límites de muchas ramas del conocimiento médico, la demanda de una sociedad cada vez más hambrienta por retrasar la vejez, y cuyo ideario es borrar del cuerpo humano las enfermedades, han devenido avances médico-científicos otrora inimaginables.

Junto a la biotecnología, como he escrito en otras ocasiones, crece la bioética, disciplina preocupada por la supervivencia del ser humano y por intentar fijar derroteros y límites al crecimiento, a veces sin cuestionamientos, de las ciencias. El vuelo de la sabiduría médica cada vez tiene menos fronteras; con vertiginosa velocidad la humanidad se entera de nuevos avances que hasta hace poco semejarían la audacia de Verne de darle “la vuelta al mundo en 80 días”. Los logros médicos conllevan inquietudes éticas. Los avances de las ciencias médicas plantean preguntas morales. La medicina alimenta a la ética, y ésta estimula el estudio y la reflexión. La obligación es vincular ciencia y ética.

La fascinación verniana por recorrer el mundo abrigaba dudas y emociones; la fascinación por la bioética laica subyace en la frecuente imposibilidad de responder con “verdades indivisibles” muchos cuestionamientos. La reproducción asistida, la creación de bancos de semen y de óvulos, la mayoría sin registros ad hoc, el derecho de saber quién es el padre biológico de los niños nacidos por úteros alquilados o por la donación de espermas o de óvulos, y la comercialización de la medicina, constituyen uno de esos vericuetos donde la ciencia, como en muchas otras circunstancias, marca su paso sin preocuparse demasiado por cuestiones morales.

La palabra ficción en el título de este artículo no sólo tiene como motivo desempolvar las lecturas juveniles de Verne sino atraer la atención de los lectores a lo que puede suceder, y de hecho sucede, cuando la ciencia y su comercialización caminan sin coto. Discutamos algunos ejemplos. Se sabe que en muchos sitios hay jóvenes que donan semen; en Europa, se paga la nada despreciable suma de 50 euros por “depósito”. Con frecuencia no hay registro de quién es el donante: ¿cómo asegurar que los “depositantes” no recorren diferentes bancos? ¿Cómo saber que en el futuro no se convertirán en certezas los hallazgos de los investigadores que sostienen que existen genes relacionados con la criminalidad?

De ser cierta la última cuestión, habría una camada de criminales familiares entre sí, engendrados por el uso sin restricciones de espermatozoides. Y si la ficción se apoderase de la realidad, Verne podría escribir una nueva novela en donde los criminales se pareciesen físicamente entre sí y, quizás, incluso, por la metodología para llevar a cabo sus actos delictivos. El final de la novela sería obvio: habría que encarcelar al donante y al dueño del banco de semen.

Otro ejemplo que suma ética y ficción es el siguiente: debido a que es imposible saber cuántos hijos nacen por cada donante, ¿qué sucederá si en la calle dos personas se percatan de que son físicamente similares? Podrían pensar, en caso de no saber cuál es su historia biológica, que su padre o que su madre fueron infieles, que fueron regalados, que fueron abandonados y recogidos en un basurero ante la imposibilidad de ser criados, o que el parecido es meramente producto del azar. En este apartado la biología podría estimular a la ficción.

Otro embrollo, no relacionado con la ficción, e imposible de responder en la actualidad, radica en la salud del semen donado. ¿Qué pasará si al cabo de los meses o de los años nacen personas con problemas de salud? De conocerse el paradero del donante y los sitios en donde “depositó” su semen, ¿se le pediría a las madres embarazadas que abortasen? ¿Se podría inculpar a los dueños de los bancos –como no sucede con los que manejan dinero– de las enfermedades producidas por sus depósitos, y exigirles indemnización? ¿Serían éticos los banqueros espermáticos y tirarían el semen a las alcantarillas?

Nada de lo escrito descalifica el derecho de las parejas que quieren ser padres pero que no lo consiguen por medios naturales a recurrir a la ciencia. No debe existir oposición entre ciencia y paternidad, pero es urgente que muchas cuestiones, como las aquí expuestas y otras, se discutan bajo la luz de una ciencia arropada por la ética, donde el saber de la ciencia tenga como propósito fundamental servir a la humanidad y no a los dueños comerciales de la medicina. Si ciencia y ética hablasen el mismo idioma, es probable y deseable que el Julio Verne del 2008 y los años venideros se quedase sin trabajo y que los banqueros espermáticos estableciesen un código de ética para manejar adecuadamente el semen y los óvulos.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/02/index.php?section=opinion&article=018a2pol

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Arnoldo Kraus: Urdir enfermedades: otras reflexiones

Desde hace algunos años, cuando me piden una recomendación o cuando envío algún paciente con colegas, suelo decirles: “es ético y, además, es bueno”. Con o sin ironía, en medicina es fundamental regresar a la ética. El arte de urdir enfermedades o exagerar las ya existentes (disease mongering), por parte de la industria farmacéutica y sus aliados, los medios informativos, es otra razón para repensar la ética.

Quienes trabajan al servicio de las farmacéuticas han inventando la disfunción sexual femenina, han tenido la genialidad de lograr que millones de hombres en el mundo se conviertan en adictos de fármacos diseñados para mejorar la calidad de la erección y han convertido en impotentes por decreto a quienes pensaban que no lo eran (leo en una revista médica de diciembre 2007 que se calcula que en 2025 habrá 322 millones de casos). Han logrado eso y más: con tal de seguir engordando sus arcas han sido capaces de enfermar a personas sanas.

Con frecuencia se repite que muchas compañías farmacéuticas, imposible decir cuántas, gastan más en promover sus productos que lo que disponen para investigación. Quizás esa idea sea exagerada, pero, lo que sí es cierto, es que gracias al marketing han logrado modificar el concepto de salud y han conseguido que las personas sanas piensen demasiado en su salud, que los enfermos se sientan más enfermos, que los llamados factores de riesgo –osteoporosis, colesterol elevado– se transformen en enfermedades y que condiciones normales del oficio de vivir –calvicie, disminución de la energía ligada al envejecimiento, menopausia– hayan dejado de ser parte normal de la vida para convertirse en motivo de vida. En uno de los artículos que leí me sorprendió enterarme de que desde 1894 el sicólogo William James, hermano del famoso novelista Henry James, declaró al referirse a las farmacéuticas que “los autores de esos anuncios deberían ser tratados sin piedad y considerárseles enemigos públicos”. Ignoro qué fue lo que le sucedió a James, pero seguramente le vendieron Viagra made in China.

Solicitar que los medios de publicación sean éticos es inútil. Ese estatus es aprovechado y fomentado por las industrias farmacéuticas. Se calcula que los estadunidenses dedican tres años de su vida en ver anuncios de televisión. La mayor sociedad de consumo del mundo radica en Estados Unidos. Tienen una afición patológica por los mass media y no dudo que la mayoría sean acríticos. Todo un manjar para los publicistas y para la industria.

Bien saben las farmacéuticas que el consumo genera más consumo y que la felicidad nunca es suficiente: vender píldoras que mejoren la vida, fármacos que despierten el deseo sexual o químicos que ahuyenten la mortalidad es leitmotiv de muchas de ellas y base para seguir urdiendo enfermedades.

Quisiera pensar que las compañías actúan de buena fe y pretenden disminuir el sufrimiento, pero creo sobre todo que las que publicitan sus acciones en la televisión no siempre diseñan píldoras que contengan una dosis de ciencia y otra de ética. Estoy seguro de que las compañías farmacéuticas que venden parches de testosterona para estimular el deseo sexual en las mujeres o para paliar la disfunción sexual femenina no se preocupan demasiado ni por la mujer ni por lo que sucede en la pareja. Piensan en sus cuentas bancarias, soslayan la mediocridad de sus experimentos y, quizás, ni siquiera saben que la disfunción sexual femenina es una entidad mal definida y no avalada por muchos médicos expertos.

Medicalizar la sexualidad ha sido uno de sus grandes éxitos y generar dependencias farmacológicas, inmenso logro. Es tal su poder de penetración que la idea de crear una Viagra rosa para las mujeres ocupó muchas planas en 1998, año en que se aprobó el uso de la droga mencionada en hombres.

Las farmacéuticas fomentan sus ventas por medio de otras vías. Sugieren que todo síntoma, aunque sea poco trascendental, requiere tratamiento; generan ansiedad en torno a la salud, redefinen e inventan enfermedades; introducen nuevos diagnósticos, como la disfunción sexual femenina, y explotan a su gusto las estadísticas tan en boga en la sociedad contemporánea. Este último punto me recuerda el viejo chiste de la investigación biomédica que explica los resultados del ensayo de un nuevo fármaco en ratones: el 33 por ciento se curó, el 33 por ciento murió y el tercer ratón se escapó.

Crear necesidades es uno de los eslóganes no publicitados de la industria farmacéutica. Ofrecer a la sociedad y al enfermo los instrumentos necesarios para que comprendan los límites de la vida y de la farmacología es obligación de los doctores. Para poder decir lo que piensan, los médicos deben tener vínculos sanos con la industria, aunque éstos sean también económicos.

Mis ideas no minimizan las bonanzas ofrecidas por los medicamentos, no subestiman la inteligencia de los investigadores y no ignoran las soluciones a muchas enfermedades debidas a las caras buenas de la industria médica; simplemente exponen otras verdades. Lo que no sobra repetir es que nadie tiene el derecho de apropiarse de la salud de la sociedad ni hacer del sano una persona lábil ni de transformar al poco enfermo en muy enfermo. La maquinaria publicitaria y el poder económico de la industria farmacológica contra la ética y la lealtad del médico.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/02/27/index.php?section=opinion&article=022a2pol

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