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Jeff Faux: Repensar el TLCAN después del colapso de Wall Street

Al competir por los votos de los obreros durante las elecciones primarias del Partido Demócrata en la primavera pasada, Barack Obama y Hillary Clinton prometieron renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con el fin de sumar mecanismos de protección para los trabajadores y el medio ambiente. La idea fue de inmediato considerada por las clases políticas de Estados Unidos, México y Canadá como retórica excesiva de campaña que pronto se olvidaría. Después, en efecto, pareció que tanto Obama como Clinton se retractaban de lo que habían dicho.

Sin embargo, como el colapso de los mercados financieros estadunidenses va a debilitar los supuestos en que se han basado las relaciones económicas entre Estados Unidos y México desde la entrada en vigor del TLCAN, el resultado puede ser una oportunidad no sólo para corregir las asperezas del tratado, sino para reformular la economía de América del Norte y funcione para la gran mayoría de ciudadanos de los tres países, no sólo para las elites que originalmente lo negociaron.

El TLCAN fue el prototipo para la red de acuerdos económicos neoliberales que ahora cerca al planeta; con el eufemismo “libre comercio” socavó la capacidad de los habitantes de cada nación para decidir sus propias políticas sobre la inversión, la propiedad intelectual, las finanzas, las adquisiciones y otros instrumentos de desarrollo económico. En esencia, el TLCAN es la “Constitución” que rige la economía de esta parte del continente, fomentando la posición negociadora de un solo tipo de participante del mercado: el inversionista corporativo multinacional.

Por lo tanto, no debería sorprendernos que el ingreso y la riqueza se hayan trasladado de la clase trabajadora a la clase inversionista en la región. En las tres naciones los salarios reales (ajustados de acuerdo con la inflación) se han rezagado respecto al incremento de la productividad laboral, y la diferencia ha ido a parar a los bolsillos de quienes administran y son dueños de las empresas corporativas.

La promesa de que el TLCAN generaría altos niveles de prosperidad sostenida para los mexicanos comunes fue, por supuesto, una ilusión. Pero el impacto político y social ha sido amortiguado por el continuo crecimiento económico estadunidense, que permite que las elites mexicanas exporten una parte de su pobreza y desempleo a ese país. La situación beneficia a los ricos y poderosos de ambos lados de la frontera. Las elites mexicanas se deshacen de trabajadores frustrados y con deseos de superación, que podrían causar problemas políticos en casa; al mismo tiempo, sacan provecho de las abundantes remesas de divisas que llegan a la economía mexicana. Los empresarios estadunidenses se benefician con una oferta nueva de mano de obra barata.

Pero el crecimiento mismo de Estados Unidos durante los 20 años pasados descansó en una ilusión; es decir, podrían continuar eternamente comprando al resto del mundo más de lo que le estaban vendiendo y financiar el déficit comercial por medio de préstamos del extranjero con bajas tasas de interés. Quienes proporcionaban estos créditos estaban dispuestos a reciclarlos porque confiaban en la integridad de las instituciones de Wall Street, en la capacidad de sus administradores y en la estabilidad del dólar estadunidense. Esta confianza ha disminuido de manera considerable, si no es que se ha hecho añicos.

Incluso si el rescate de 700 mil millones de dólares de Wall Street lograra apaciguar los mercados crediticios, la economía de Estados Unidos entrará a un largo periodo de reducción de gastos. Se necesitará una década o más para que el mercado inmobiliario se recobre lo suficiente y los consumidores de nuevo hagan uso de él, elevando los precios con el fin de financiar su gasto de consumo. Las tasas de interés serán más altas. Los muy endeudados consumidores estadunidenses, que han visto sus recibos de nómina estancados por dos décadas, ahora se verán forzados a vivir de acuerdo con sus medios, a ahorrar más y a gastar menos, sobre todo en importaciones, que serán más caras debido a un dólar débil. Para cerrar el déficit comercial, Estados Unidos tendrá que exportar más, pero como tantas industrias ya se han ido al extranjero, los estadunidenses se verán obligados a competir con base en salarios más bajos. Los costos del rescate, del imperio militar y los apoyos a los deteriorados sistemas de salud, educación y de pensiones significarán impuestos más altos, reducción de los servicios gubernamentales y la caída de los estándares de vida de la familia estadunidense promedio. Entre otras consecuencias, es probable que la hostilidad hacia la inmigración continúe afianzándose, cerrando así esta válvula de seguridad que hasta ahora atenuaba las tensiones sociales en México.

La era en la que el crecimiento de la economía de Estados Unidos, alimentada por la deuda, podía continuar ocultando el incumplimiento de las promesas del TLCAN ha terminado. Sin embargo, la integración de la parte norte del continente americano no puede revertirse. Hay demasiados vínculos económicos, financieros y personales entre las tres naciones para separarlas. Así que es hora de empezar desde cero.

Es posible imaginar una perspectiva diferente de la economía de América del Norte. Una en la que los derechos humanos, la estabilidad comunitaria y la justicia económica tengan prioridad sobre los derechos del capital a oprimir a los tres países en nombre de la rentabilidad privada. Pero es imposible imaginar que estos valores sean negociados por la misma clase de elites transfronterizas que nos llevaron al TLCAN.

Ya hace tiempo que en los tres países existe resistencia contra el TLCAN entre pequeños agricultores, gremios laboraales, ambientalistas y ciudadanos comunes indignados por la desintegración social y la inequidad que fomentó la integración económica. Pero a diferencia de las asociaciones políticas entre las elites de esta parte del continente, la resistencia en cada una de estas naciones está aislada, no funciona y no ha creado alianzas políticas transfronterizas serias. De este modo, por ejemplo, cuando los agricultores mexicanos se manifestaron en favor de una revisión del capítulo agrícola del TLCAN, los embajadores de Estados Unidos y de Canadá los trataron con desprecio. Si los agricultores hubieran sido apoyados por sindicatos y ecologistas estadunidenses y canadienses, hubiera sido más difícil que el gobierno mexicano desoyera sus demandas.

Construir una alianza política transfronteriza de izquierda no será fácil, sobre todo porque muchos grupos antiTLCAN de los tres países han expuesto sus razones con argumentos nacionalistas. Pero, mientras los cimientos económicos de la constitución neoliberal de la economía de América del Norte continúen desmoronándose, puede existir una oportunidad para que un movimiento popular desafíe a la clase corporativa con una perspectiva diferente y más atractiva sobre el futuro regional.

Jeff Faux: Economista, fundador y miembro distinguido del Instituto de Economía Política en Washington, DC. La Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) ha publicado en español recientemente su libro La guerra global de clases.

Traducción: Pilar Castro Gómez

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J. Enrique Olivera Arce: México va por donde va y al que no le guste que compre otro

Ni tan poco ni tan mucho, sólo el necesario, diría el que el IFE por sus pistolas decreta que ese si es tan  legítimo como auténtico, al reconocer la necesidad de equilibrar mercado con Estado. Así fuera de dientes para afuera o porque la realidad le obliga, Calderón Hinojosa tardíamente descubre el hilo negro cuando ya  tan poderosa es la libertad del mercado para manejarnos a su antojo, como insignificante lo es el Estado mexicano para defendernos.

Sobran regulaciones y no hay alicientes para invertir en este subdesarrollado país, dicen quejumbrosos empresarios, transfiriendo sus caudales al exterior. Se equivocan de cabo a rabo,  y para muestra basta un botón. El que fuera  sector financiero nacional ha roto el récord mundial de velocidad en recuperar el capital originalmente invertido en el menor tiempo posible. La gran prensa se pregunta ¿Quién gana, limpio de polvo y paja, cerca de un millón de dólares por hora? No hay que dar muchas vueltas: la banca que opera en México que por algo es extranjera.

Sobre el particular, Carlos Fernández-Vega apunta que en mayo de 2001 la trasnacional estadunidense Citigroup adquirió Banamex mediante el pago en efectivo de 6 mil 500 millones de dólares y otro tanto en acciones del grupo, llevándole poco más de seis años recuperar su inversión, acumulando utilidades netas por casi 72 mil millones de pesos. En marzo de 2004, la trasnacional española BBVA compró el porcentaje que le faltaba (40.6) para que Bancomer fuera íntegramente de su propiedad. Para ello desembolsó alrededor de 4 mil 100 millones de dólares. De aquel entonces a la fecha, los neocolonialistas españoles del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria han acumulado casi 60 mil millones de pesos en utilidades netas, de tal suerte que en unos cuatro años recuperaron su generosa inversión, reportando a la fecha un excedente cercano a mil 300 millones de U.S. dólares.

Más de 132 mil millones de pesos en utilidades netas se han embolsado ambas instituciones en unos 6 años. Y 285 mil millones si se considera al sistema bancario en su conjunto, dice el experto que le sigue la pista al mundo empresarial. Excedentes que en su mayoría son repatriados para dar soporte a las economías de los países de origen de la banca extranjerizada.

Así de poderosa es la libertad de comercio que premia a inversionistas extranjeros y mata de hambre a más de 50 millones de compatriotas. En tanto que el Estado mexicano, engolosinado con los excedentes petroleros, manifiesta su pequeñez rescatando y condonando impuestos a Roberto Hernández, Garza Lagüera y demás osados muchachos, rampleros y cuenta chiles, que figuran de manera destacada en los archivos del FOBAPROA.

El Estado mexicano es un fracaso, afirman analistas norteamericanos, en tanto que el Banco Mundial señala que  México ya no es competitivo; hay que venderlo a quienes si saben hacer negocios; lo mismo da que sean gringos o gallegos, que se interesen en petróleo, electricidad, turismo o alimentos, pero ya, que el tiempo apremia.

¿Y Carlos Slim no es acaso mexicano? También sabe hacer dinero de la nada, le valen las regulaciones y los diezmos aportados a la corrupción, transformando mierda en oro, dicen algunos pazguatos. Si, es mexicano y efectivamente sabe para qué es valerse del Estado y sus debilidades para acumular riqueza, pero aguas, por si las dudas este señor ya se nos va con la música a otra parte, como que sabe lo que son sus alas cuando la lumbre ya llega a los aparejos.

Los barruntos de una gran tormenta ya están a la vista. La economía, petrolizada y dependiente de la de nuestros vecinos del norte, está en crisis terminal, ni crece ni ofrece esperanzas de reactivación en el corto y mediano plazo; la soberanía y autosuficiencia alimentaria, están en la lona, sin que se vislumbre solución viable alguna para su rescate; la crisis del sistema político se profundiza, perdiéndose representatividad, confianza y credibilidad institucional, avanzando hacia un perverso autoritarismo meta constitucional  bajo el control de la partidocracia, el duopolio televisivo y los gobernadores insulares. Mezcla explosiva que ya toca peligrosamente a nuestra puerta. Y sin embargo, desde las altas esferas de la administración pública federal se insiste en mantener el rumbo a contracorriente.

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Carlos A. Miguélez Monroy: Drogarse en la farmacia

Un joven de 21 años con dificultades para concentrarse en clase y para retener el material de lectura para sus distintas asignaturas decide plantarse en el consultorio del psiquiatra después de meses de insistencia por parte de sus padres. El profesional le diagnostica un ‘ligero’ Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), que explica las dificultades del joven, que sale de la consulta con la receta para comprar un frasco con pastillas de Ritalina, un estimulante más potente que el café y menos que las anfetaminas.

El rendimiento en las clases aumenta al cabo de los días y las calificaciones al final del semestre mejoran notablemente.

“Cuando estudio, no me dan ganas de hacer otra cosa, ni siquiera de comer. No paro, puedo pasar la noche en vela para terminar sin que deje de rendir al día siguiente”, le explicaba a sus amigos el estudiante de una universidad privada estadounidense. Las visitas al médico que le daba las recetas se volvieron cada vez más frecuentes, no sólo porque el estudiante incrementara su consumo, sino porque comenzó a facilitar pastillas de Ritalina a sus compañeros que desafiaban también el sueño para mejorar sus notas. Surgieron más casos de TDAH en ese círculo de amigos e incluso se empezaron a vender las pastillas en el campus.

Más de 6 millones de estadounidenses emplearon medicamentos de prescripción para usos no terapéuticos en 2003, según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA), en Estados Unidos. Asimismo, el número de consumidores de fármacos de prescripción se duplicó entre 1992 y 2003. En buena parte menores de 24 años, estos jóvenes buscan experimentar nuevas sensaciones o mejorar su rendimiento académico.

En Estados Unidos, el consumo lúdico de fármacos de prescripción sobrepasa al resto de drogas, salvo el cannabis. Sin embargo, el uso indebido y el tráfico de estos medicamentos han aumentado en todo el mundo, como advierte la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas (JIFE).

Recetas falsas, chantajes para que el farmacéutico les dé el tamaño más grande del producto o para que les dé el medicamento sin receta, compras en el mercado negro o por Internet, contacto con traficantes de estos medicamentos… todo para conseguir una droga legal.

Estas son algunas de las conclusiones del Observatori de Medicaments d’Abús (OMA), un centro de estudios del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona que llevó a cabo una investigación de dos años en España. Los analgésicos -la mayoría de ellos con opiáceos-, los ansiolíticos y los estimulantes son las drogas ‘legales’ más recurrentes.

Quizá estos resultados sean la radiografía de sociedades ‘enfermas’ de una ansiedad generadora de dolores crónicos como las migrañas, las tensiones de cuello y los problemas de espalda cada vez más frecuentes en poblaciones urbanas jóvenes y que demandan analgésicos.

Muchos casos de adicción se dan en personas que toman los medicamentos por una indicación médica que marca el inicio, pero también el momento a partir del cual el paciente debería abandonar el fármaco de manera gradual. Sin embargo, algunos continúan con el consumo no ya para drogarse, sino para alcanzar un punto de bienestar normal que puede generar dependencias. Es común que el paciente que consume analgésicos se acostumbre a la dosis para aliviar su dolor, que la aumente para conseguir el mismo nivel de ‘bienestar’ y que su dolor termine por convertirse en crónico.

Según los expertos, los consumidores de estos fármacos en España son, sobre todo, adultos de entre 24 y 35 años de edad que están informados sobre los efectos de ‘su’ droga y que ya han utilizado otro tipo de drogas ilegales.

Una de las razones por la que se dispara el consumo ‘lúdico’ y experimental de fármacos de prescripción en el mundo podría ser el endiosamiento de los productos farmacéuticos por culpa de la publicidad engañosa y de la medicina reduccionista. También podría influir la cultura de la inmediatez que se instala en las sociedades modernas mientras los médicos de asistencia primaria para dolores crónicos cuentan con cada vez más pacientes y con menos tiempo.

El miedo al dolor eclipsa el debido respeto a los fármacos legales. La alarma social por el uso de drogas ilegales impide que la sociedad busque las causas que llevan a las personas a consumirlas. Quizá sean causas parecidas a las que llevan a tantos jóvenes a refugiarse en las farmacias.

* Argenpress
* http://www.argenpress.info/nota.asp?num=055296&Parte=0

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Gustavo Esteva: Comer o comernos

Las reacciones ante la “crisis” alimentaria pueden traer remedios peores que la enfermedad. Piden peras al olmo o encargan al lobo los corderos.

Se dice que calamidades naturales, derivadas del cambio climático, propiciaron la crisis. Pero no hay falta absoluta de alimentos, tras la cosecha más alta de la historia. Igualmente, no puede atribuirse al alza de precios que la mitad de la población del mundo carezca de comida suficiente. Y necesitamos preguntarnos por qué se considera “crisis” que los precios regresen al nivel que tenían hace 10 años.

El caso del arroz ilustra bien lo que ocurre. Japón produjo en 2007 más del que necesita, gracias a fuertes subsidios, pero importó 770 mil toneladas para cumplir una obligación impuesta por la Organización Mundial de Comercio. Mientras sus consumidores pagan hasta cuatro veces el precio internacional, Japón almacena ese arroz, la mitad del cual adquirió en California (cuyo gobierno subsidia la operación), mientras los precios se elevan, Wal-Mart lo raciona y millones de personas no pueden adquirir su principal alimento.

Hasta los años 60, eran “subdesarrollados” los países que exportaban alimentos y materias primas e importaban productos manufacturados. Exigían continuamente que aumentaran los precios de lo que vendían. Hoy exigen lo contrario. Casi todos son importadores netos de alimentos, mientras Estados Unidos, Canadá y Europa los exportan en grandes cantidades.

En 1974, ante algo muy semejante a lo de ahora, el secretario estadunidense de Agricultura Earl Butz anunció que su gobierno emplearía los alimentos como arma política. Por el hambre en el mundo se justificaron abultados subsidios al agronegocio. De nada sirvió que Lappé y Collins demostraran que la ayuda alimentaria agudiza el hambre y Amartya Sen que todos los países que sufrían grandes hambrunas seguían exportando alimentos mientras sus ciudadanos morían de hambre. Se mantuvo el prejuicio: Estados Unidos y Europa deberían mantener restricciones comerciales y subsidios, con el pretexto de combatir el hambre.

En los últimos años aumentó la presión interna y externa para eliminar esas barreras comerciales. India y Brasil encabezaron en Cancún el movimiento que lo exigió como condición para continuar negociaciones comerciales. Bastaron unos meses de campaña para dar un vuelco al clima de la opinión. ¿Quién se atreverá ahora a suprimir esos subsidios? No parece importar que 68 por ciento de ellos, en Estados Unidos, vaya a parar al 10 por ciento de los productores y finalmente a las bolsas de las cuatro corporaciones que controlan 80 por ciento del comercio mundial de alimentos, cuyas ganancias recientes aumentaron casi al ritmo de los precios. Tampoco influye el conocimiento de que los movimientos especulativos de los fondos de inversión, que controlan ya 40 por ciento de los contratos de futuros de la bolsa de Chicago, estimulen el alza de precios de alimentos y petróleo.

En los años 80 Estados Unidos y las instituciones internacionales desalentaron la búsqueda de la autosuficiencia alimentaria en los países “subdesarrollados” y exigieron que desmantelaran sus protecciones. Muchos de ellos las levantan de nuevo, para proteger lo que queda de sus sistemas alimentarios y enfrentar las revueltas asociadas con los alimentos que este año estallaron en 22 países.

El cambio de pautas alimentarias en países como China e India presiona indudablemente la demanda de alimentos y los conduce a un callejón sin salida. Cada kilo de carne de res requiere ocho a 10 de cereales. La carne es la forma más ineficiente e injusta de obtener proteínas. Las vacas mexicanas consumen más alimentos que todos los campesinos; las estadunidenses arrojan más gases a la atmósfera que los automóviles y absorben buena parte de los cereales.

La locura del etanol es aún peor. Los granos que producen cien litros pueden alimentar a una persona por un año y la emisión de gases requerida para producirlo es mayor que la de la gasolina que sustituye.

La “crisis” hace evidente la insensatez suicida de la agricultura industrial, que emplea 10 calorías de energía fósil por cada caloría de energía alimentaria, causando daños inmensos al ambiente y la sociedad. Las tierras agrícolas del mundo deben dedicarse a producir alimentos para la gente, no para los automóviles o el ganado. Pero esto sólo podrá lograrse cuando queden de nuevo en manos de los campesinos, rescatando producción y consumo de las corporaciones que ahora los controlan, apoyadas por sus gobiernos.

Es criminalmente ingenuo esperar que gobiernos como el mexicano protejan a los campesinos, en vez de seguir tratando de expulsarlos del campo, y que abandonen su ciega subordinación al mercado y las corporaciones. Necesitamos aguantar a pie firme las consecuencias de saber que no podemos dejar los alimentos o el petróleo en las manos de este gobierno o este Congreso.

* La Jornada
* gustavoesteva@gmail.com
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/19/index.php?section=opinion&article=022a1pol

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Hecmilio Galván: Defender la soberanía alimentaría

En enero de este año, cables de prensa internacionales nos alertaban de una dramática situación. En los barrios pobres de Haití, la tierra arcillosa que cubre el centro del país (zona de Hincha) se ha convertido en una valiosa mercancía que se recolecta y se vende en los mercados. Es materia prima, increíblemente, para galletas comestibles que, con su sabor salobre y mineral, sacian el hambre de los habitantes empobrecidos de Haití.

Las noticias recientes que llegan desde Puerto Príncipe ahora, dan cuenta de una enorme crisis social, de movilizaciones y disturbios callejeros provocados por el aumento progresivo de los productos alimenticios que son cada vez más inalcanzables para los trabajadores haitianos.

Miles de personas se han lanzado a las calles para protestar contra el alza de precios, incendiando negocios y oficinas. Las protestas han llegado hasta el punto de que algunos manifestantes intentaron tomar por asalto el Palacio Presidencial, levantando barricadas y lanzando piedras contra la policía.

La tendencia alcista de los precios internacionales de las materias primas, sobretodo de los alimentos, se refleja automáticamente en Haití, sin que las autoridades puedan hacer mucho para evitarlo. La producción alimentaria local, diezmada por las importaciones, es incapaz, no sólo de responder positivamente ante el aumento de los precios internacionales, si no también de reducir el impacto negativo de la crisis mundial, garantizando alimentos a la población. Los precios de los alimentos suben y los ya alarmantes niveles de hambre y desnutrición tienden a crecer.

Pero, lo que sucede en Haití ahora, no es más que la consecuencia previsible de una crisis más antigua y latente, la que podemos definir como una crisis agroalimentaria. La crisis alimentaria haitiana, que amenaza con destruir mucho más la gobernabilidad de aquel país, es la consecuencia del empobrecimiento del país y de la destrucción de su aparato productivo agropecuario nacional.

La falta de soberanía alimentaría de la República de Haití, producto de las políticas de liberalización comercial acelerada, por un lado, y abandono del campo por otro, le impide al país caribeño enfrentar la escalada alcista de los precios de los alimentos en el mercado internacional, y tener un “colchón” alimentario para protegerse de la inestabilidad en los mercados internacionales y garantizar la alimentación de la población. Su alta dependencia agroalimentaria no le permite proteger a su población de los estragos del hambre. Esta fue una consecuencia previsible del modelo.

Y es qué las últimas tres décadas han sido decisivas para la desarticulación productiva de la economía haitiana actual y el aumento escalonado de la pobreza y las iniquidades sociales. La destrucción de la producción agropecuaria se vincula a una liberalización comercial acelerada e irresponsable, y a un abandono sistemático del sector en la política pública, ha ido sentando las bases para la eliminación de la cohesión social y política del país. La destrucción del campo haitiano, no sólo ha generado pérdida significativa en el empleo y en el producto, pobreza rural e impacto sobre el mercado cambiario y la balanza de pagos; si no que ha generado un enorme movimiento migratorio urbano-rural y hacia el exterior, con todas las consecuencias que este fenómeno conlleva, incluyendo un desarraigo y una pérdida de valores culturales.

Una aproximación general y rápida a la historia económica reciente de Haití permite sacar la conclusión de que ese país no logró una transición gradual que le permitiera una reestructuración económica desde la crisis del modelo sustitutivo de importaciones hasta el modelo neoliberal actual.

La liberalización económica emprendida en Haití en 1981, que incluyó la apertura de los puertos provinciales, y la reducción arancelaria (que pasan de 30 al 10% en los años 80’s), la eliminación de los impuestos a la exportación y licencias de importaciones, se inicia a instancias del Banco Mundial (BM) y la Agencia Desarrollo de los Estados Unidos USAID, quienes para esa época iniciaron una publicitada “estrategia de desarrollo conjunta” para Haití, basada en las cadenas de montaje y la exportación agrícola, que auguraba la conversión de la economía haitiana en el “Taiwán” del Caribe. La historia ha sido diametralmente diferente.

Este proceso de liberalización económica se afianza y continúa, con ciertos altibajos después de 1986 con la pérdida del poder de Duvalier. La segunda oleada neoliberal ocurre en Haití después del período del Golpe de Estado (1991-1994), cuando la política de liberalización comercial es reforzada en 1995 por la eliminación total y/o la fuerte reducción de los aranceles aduaneros a la importación. La estructura de los aranceles se simplificó para llegar a seis tipos: 0%, 3%, 5%, 10%, 15% y 57.8%. El arancel promedio en Haití pasa en 20 años, entre 1982 y 2002, de 27.7% en 1982, a 2.9% en 2002.

La liberalización generalizada del comercio en Haití se afianzó y desarrolló en el marco de un “Programa de ajuste estructural” de los que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) impusieron a los países subdesarrollados a raíz de la Crisis de la Deuda de principios de los 80´s y como una “condicionalidad” para el financiamiento. Estos condicionamientos convirtieron al régimen comercial haitiano en uno de los más abiertos de los países menos adelantados -PMA-.

La misma Organización Mundial del Comercio OMC, en sus tradicionales exámenes de políticas, ha criticado el modelo de liberalización comercial desarrollado en Haití a instancias del Banco Mundial y el FMI. Según la OMC “dada su gran dependencia de los gravámenes aplicados a las mercancías importadas, el país se enfrenta a riesgos crecientes de inestabilidad social, debidos, sin duda, a una liberalización del comercio demasiado intensa. En un contexto de dificultades internacionales, la fragilidad de sus estructuras socioeconómicas es cada vez mayor”. (OMC, 2003).

* Argenpress
* http://www.argenpress.info/nota.asp?num=055059&Parte=0

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Hermann Bellinghausen: Hambre

1. Nada cuesta más caro que ser pobre. Pregúntele a cualquier verdadero pobre. Ésa es una de las lindezas del capitalismo universal y rampante que, dicen, está en crisis, peligra de recesión, anuncia su propio coco económico. Pero en brutal efecto mariposa, fenómenos como la crisis inmobiliaria de Estados Unidos corren parejos al hambre de millones de personas en Haití. Los estadunidenses en crisis comen más hamburguesas, por la ansiedad de la guerra y las hipotecas, y porque son baratas. Migrantes y pobres engordan en McDonalds y Burger King.

Supongamos que es el año 2008. El agua y la comida, únicos verdaderos problemas de la especie humana, escasean o desaparecen en grandes extensiones territoriales. Hay un mundo de ricos, bastante extendido, donde jamás se enteran de que en Tailandia y Filipinas los graneros de arroz son vigilados por las fuerzas armadas para prevenir los asaltos de hambrientos o traficantes.

Un mundo “de mercado libre” que, programáticamente, a los productores los ha degradado a consumidores, y la clase trabajadora sostiene a los ricos no sólo con su esfuerzo, sino consumiendo lo que los patrones venden. El mundo global del siglo XXI es una gran tienda de raya.

2. Hay lugares de Australia, Asia central, Perú y San Luis Potosí donde hace 10 años no llueve. 10 años. La gente tiende a irse, o morirse.

3. La metáfora última del hambre contremporánea es la pica de Haití. Literalmente, son pastelitos de lodo. Galletas a base de un barro amarillo que proviene de la meseta central de la isla. En los slums de Ciudad del Sol se mezcla con sal y grasa vegetal. Llena la barriga pero no impide la desnutrición ni los dolores intestinales, transmite parásitos y posee toxinas potencialmente mortales. En un país donde millones no producen, ni conocen el dinero, los pobres necesitan pagar hasta por comer tierra. Ahora que es “comestible”, ya encontró dueños, acaparadores y distribuidores para el último peldaño social del planeta. Y los precios de esa arcilla no dejan de subir. Cuesta ya 5 céntimos cada galleta. Más barata que la comida, pero muchos ni siquiera eso pueden pagar.

La isla caribeña, además de tener playas de ensueño turístico y ron de lujo, es “vivo ejemplo del hambre en el mundo”, según Stephen Lendman, investigador del Centro para Investigaciones sobre la Globalización (Chicago). Ni modo, podría decirse.

México no es Haití. Para nada. ¿Quién dice? Ja. Ningún indicador. Además, ojo, aquí-se-combate-a-la-pobreza. El actual gobierno, al igual que el anterior, y el anterior, y el anterior, ha puesto en marcha una decidida estrategia de combate. Como de costumbre se anuncia frontal, implacable, sin dar cuartel ni escatimar recursos. No queda claro si es contra la pobreza o contra los pobres. Desde las anteojeras del poder no son fáciles de distinguir.

El insultante número de ricos que “tenemos” en México, y los tamaños de “su” riqueza, se deben a su capacidad de expoliación, explotación, venta del territorio y lo que lleva incluido. Esa capacidad ilimitada de hacer dinero produce el paradójico efecto de convertir tan rica nación en la más desigual y con más pobres sin horizonte en el continente. Después de Haití.

El nuevo combate a la pobreza establece por ejemplo que los pescadores dejen de pescar; que la gente que come maíz, que es de maíz, deje de cultivarlo. Que compren el maíz, el pescado. Desaparecen la producción y las fuentes de trabajo, y crece la necesidad de dinero. En vista de que dinero y trabajo son necesarios, la gente migra. Para fines presupuestales y demográficos, esa gente también desaparece.

Cada pobre que emigra es un pobre menos. Y además, ¡oh maravilla de capitalismo!, como migrante genera divisas, fortalece la economía del país donde ya no existe y su dinero va a dar a los bolsillos de los que lo echaron del país. Negocio redondo.

Por eso, ¡duro con la pobreza! Vamos a combatirla de una vez por todas. Aunque, un momento (“aguarda”, como dicen las series dobladas de televisión). Se necesita que haya pobres. Su hambre es motor del progreso. Sin ellos ¿quién comprará? ¿Quién pagará los platos rotos? ¿Cómo se mantendría la fenomenal industria que es combatirlos?

Su hambre es el nuevo gran negocio. Igual que los rentabilísimos desastres, el secreto es provocarla, administrarla y combatirla. Ya no sólo el petróleo, las armas y los diamantes valen oro. Ahora el agua, el aire, el lodo. Y el último grito de la moda: el hambre.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/05/index.php?section=opinion&article=a12a1cul

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Arnoldo Kraus: Medicina, ciencia y ficción

Pienso que Julio Verne se hubiese fascinado con los avances que hoy suceden en la medicina y, quizás, siguiendo su línea, habría tomado la pluma para escribir acerca de los nexos entre ciencia y ficción. El auge de la biotecnología, el crecimiento sin límites de muchas ramas del conocimiento médico, la demanda de una sociedad cada vez más hambrienta por retrasar la vejez, y cuyo ideario es borrar del cuerpo humano las enfermedades, han devenido avances médico-científicos otrora inimaginables.

Junto a la biotecnología, como he escrito en otras ocasiones, crece la bioética, disciplina preocupada por la supervivencia del ser humano y por intentar fijar derroteros y límites al crecimiento, a veces sin cuestionamientos, de las ciencias. El vuelo de la sabiduría médica cada vez tiene menos fronteras; con vertiginosa velocidad la humanidad se entera de nuevos avances que hasta hace poco semejarían la audacia de Verne de darle “la vuelta al mundo en 80 días”. Los logros médicos conllevan inquietudes éticas. Los avances de las ciencias médicas plantean preguntas morales. La medicina alimenta a la ética, y ésta estimula el estudio y la reflexión. La obligación es vincular ciencia y ética.

La fascinación verniana por recorrer el mundo abrigaba dudas y emociones; la fascinación por la bioética laica subyace en la frecuente imposibilidad de responder con “verdades indivisibles” muchos cuestionamientos. La reproducción asistida, la creación de bancos de semen y de óvulos, la mayoría sin registros ad hoc, el derecho de saber quién es el padre biológico de los niños nacidos por úteros alquilados o por la donación de espermas o de óvulos, y la comercialización de la medicina, constituyen uno de esos vericuetos donde la ciencia, como en muchas otras circunstancias, marca su paso sin preocuparse demasiado por cuestiones morales.

La palabra ficción en el título de este artículo no sólo tiene como motivo desempolvar las lecturas juveniles de Verne sino atraer la atención de los lectores a lo que puede suceder, y de hecho sucede, cuando la ciencia y su comercialización caminan sin coto. Discutamos algunos ejemplos. Se sabe que en muchos sitios hay jóvenes que donan semen; en Europa, se paga la nada despreciable suma de 50 euros por “depósito”. Con frecuencia no hay registro de quién es el donante: ¿cómo asegurar que los “depositantes” no recorren diferentes bancos? ¿Cómo saber que en el futuro no se convertirán en certezas los hallazgos de los investigadores que sostienen que existen genes relacionados con la criminalidad?

De ser cierta la última cuestión, habría una camada de criminales familiares entre sí, engendrados por el uso sin restricciones de espermatozoides. Y si la ficción se apoderase de la realidad, Verne podría escribir una nueva novela en donde los criminales se pareciesen físicamente entre sí y, quizás, incluso, por la metodología para llevar a cabo sus actos delictivos. El final de la novela sería obvio: habría que encarcelar al donante y al dueño del banco de semen.

Otro ejemplo que suma ética y ficción es el siguiente: debido a que es imposible saber cuántos hijos nacen por cada donante, ¿qué sucederá si en la calle dos personas se percatan de que son físicamente similares? Podrían pensar, en caso de no saber cuál es su historia biológica, que su padre o que su madre fueron infieles, que fueron regalados, que fueron abandonados y recogidos en un basurero ante la imposibilidad de ser criados, o que el parecido es meramente producto del azar. En este apartado la biología podría estimular a la ficción.

Otro embrollo, no relacionado con la ficción, e imposible de responder en la actualidad, radica en la salud del semen donado. ¿Qué pasará si al cabo de los meses o de los años nacen personas con problemas de salud? De conocerse el paradero del donante y los sitios en donde “depositó” su semen, ¿se le pediría a las madres embarazadas que abortasen? ¿Se podría inculpar a los dueños de los bancos –como no sucede con los que manejan dinero– de las enfermedades producidas por sus depósitos, y exigirles indemnización? ¿Serían éticos los banqueros espermáticos y tirarían el semen a las alcantarillas?

Nada de lo escrito descalifica el derecho de las parejas que quieren ser padres pero que no lo consiguen por medios naturales a recurrir a la ciencia. No debe existir oposición entre ciencia y paternidad, pero es urgente que muchas cuestiones, como las aquí expuestas y otras, se discutan bajo la luz de una ciencia arropada por la ética, donde el saber de la ciencia tenga como propósito fundamental servir a la humanidad y no a los dueños comerciales de la medicina. Si ciencia y ética hablasen el mismo idioma, es probable y deseable que el Julio Verne del 2008 y los años venideros se quedase sin trabajo y que los banqueros espermáticos estableciesen un código de ética para manejar adecuadamente el semen y los óvulos.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/02/index.php?section=opinion&article=018a2pol

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Arnoldo Kraus: Urdir enfermedades: otras reflexiones

Desde hace algunos años, cuando me piden una recomendación o cuando envío algún paciente con colegas, suelo decirles: “es ético y, además, es bueno”. Con o sin ironía, en medicina es fundamental regresar a la ética. El arte de urdir enfermedades o exagerar las ya existentes (disease mongering), por parte de la industria farmacéutica y sus aliados, los medios informativos, es otra razón para repensar la ética.

Quienes trabajan al servicio de las farmacéuticas han inventando la disfunción sexual femenina, han tenido la genialidad de lograr que millones de hombres en el mundo se conviertan en adictos de fármacos diseñados para mejorar la calidad de la erección y han convertido en impotentes por decreto a quienes pensaban que no lo eran (leo en una revista médica de diciembre 2007 que se calcula que en 2025 habrá 322 millones de casos). Han logrado eso y más: con tal de seguir engordando sus arcas han sido capaces de enfermar a personas sanas.

Con frecuencia se repite que muchas compañías farmacéuticas, imposible decir cuántas, gastan más en promover sus productos que lo que disponen para investigación. Quizás esa idea sea exagerada, pero, lo que sí es cierto, es que gracias al marketing han logrado modificar el concepto de salud y han conseguido que las personas sanas piensen demasiado en su salud, que los enfermos se sientan más enfermos, que los llamados factores de riesgo –osteoporosis, colesterol elevado– se transformen en enfermedades y que condiciones normales del oficio de vivir –calvicie, disminución de la energía ligada al envejecimiento, menopausia– hayan dejado de ser parte normal de la vida para convertirse en motivo de vida. En uno de los artículos que leí me sorprendió enterarme de que desde 1894 el sicólogo William James, hermano del famoso novelista Henry James, declaró al referirse a las farmacéuticas que “los autores de esos anuncios deberían ser tratados sin piedad y considerárseles enemigos públicos”. Ignoro qué fue lo que le sucedió a James, pero seguramente le vendieron Viagra made in China.

Solicitar que los medios de publicación sean éticos es inútil. Ese estatus es aprovechado y fomentado por las industrias farmacéuticas. Se calcula que los estadunidenses dedican tres años de su vida en ver anuncios de televisión. La mayor sociedad de consumo del mundo radica en Estados Unidos. Tienen una afición patológica por los mass media y no dudo que la mayoría sean acríticos. Todo un manjar para los publicistas y para la industria.

Bien saben las farmacéuticas que el consumo genera más consumo y que la felicidad nunca es suficiente: vender píldoras que mejoren la vida, fármacos que despierten el deseo sexual o químicos que ahuyenten la mortalidad es leitmotiv de muchas de ellas y base para seguir urdiendo enfermedades.

Quisiera pensar que las compañías actúan de buena fe y pretenden disminuir el sufrimiento, pero creo sobre todo que las que publicitan sus acciones en la televisión no siempre diseñan píldoras que contengan una dosis de ciencia y otra de ética. Estoy seguro de que las compañías farmacéuticas que venden parches de testosterona para estimular el deseo sexual en las mujeres o para paliar la disfunción sexual femenina no se preocupan demasiado ni por la mujer ni por lo que sucede en la pareja. Piensan en sus cuentas bancarias, soslayan la mediocridad de sus experimentos y, quizás, ni siquiera saben que la disfunción sexual femenina es una entidad mal definida y no avalada por muchos médicos expertos.

Medicalizar la sexualidad ha sido uno de sus grandes éxitos y generar dependencias farmacológicas, inmenso logro. Es tal su poder de penetración que la idea de crear una Viagra rosa para las mujeres ocupó muchas planas en 1998, año en que se aprobó el uso de la droga mencionada en hombres.

Las farmacéuticas fomentan sus ventas por medio de otras vías. Sugieren que todo síntoma, aunque sea poco trascendental, requiere tratamiento; generan ansiedad en torno a la salud, redefinen e inventan enfermedades; introducen nuevos diagnósticos, como la disfunción sexual femenina, y explotan a su gusto las estadísticas tan en boga en la sociedad contemporánea. Este último punto me recuerda el viejo chiste de la investigación biomédica que explica los resultados del ensayo de un nuevo fármaco en ratones: el 33 por ciento se curó, el 33 por ciento murió y el tercer ratón se escapó.

Crear necesidades es uno de los eslóganes no publicitados de la industria farmacéutica. Ofrecer a la sociedad y al enfermo los instrumentos necesarios para que comprendan los límites de la vida y de la farmacología es obligación de los doctores. Para poder decir lo que piensan, los médicos deben tener vínculos sanos con la industria, aunque éstos sean también económicos.

Mis ideas no minimizan las bonanzas ofrecidas por los medicamentos, no subestiman la inteligencia de los investigadores y no ignoran las soluciones a muchas enfermedades debidas a las caras buenas de la industria médica; simplemente exponen otras verdades. Lo que no sobra repetir es que nadie tiene el derecho de apropiarse de la salud de la sociedad ni hacer del sano una persona lábil ni de transformar al poco enfermo en muy enfermo. La maquinaria publicitaria y el poder económico de la industria farmacológica contra la ética y la lealtad del médico.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/02/27/index.php?section=opinion&article=022a2pol

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