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Arnoldo Kraus: Carta a los miembros de El Colegio Nacional

Con profunda preocupación escribo este artículo. Dudé mucho antes de hacerlo. Dudé de su posible trascendencia y del permiso que supone dirigirme a Ustedes. Cuestioné su pertinencia y cavilé acerca del peso de las palabras. Decidí hacerlo por el impacto de sus voces. Recurro a su hábitat porque el país se desmorona.

La trascendencia no se refiere al impacto del artículo. Se refiere a la obligación que me he impuesto para elevar la voz y reclamar ante el marasmo y el profundo desasosiego que vive la nación, cuya caída, de seguir por ese camino, pronto nos conducirá a un abismo cuyas consecuencias aún no podemos prever.

La dirijo a El Colegio –otra forma de enfocar la trascendencia– por dos razones. Estoy convencido de que la incapacidad de los políticos mexicanos es grosera, execrable e infinita, y porque soy ferviente admirador de las cualidades de la inteligencia, atributo de sobra reconocido en los integrantes de tan dilecto cuerpo académico. Creo que esa característica, la inteligencia, exquisitamente distribuida entre sus miembros y representada en diversos renglones de sus quehaceres académico y artístico es motivo suficiente para suponer que a partir de esa riqueza, México podría volver a ser un país habitable. Escribo un país habitable porque temo que pronto, si no es que ayer, nos demos cuenta de que nuestra casa, nuestra nación, se nos ha escapado de las manos y nosotros con ella.

Las diferentes facetas de los representantes de El Colegio Nacional tienen el vigor que se consigue cuando mentalidades distintas analizan un problema. Ésa es una de las mayores virtudes de esa agrupación: mirar distinto, escuchar diferente, pensar en diversos tonos. La mezcla de inteligencias deviene crítica, reflexión, movimiento y cuestionamiento. Esa suma conlleva compromiso. La situación actual de México es alarmante. El panorama vital de nuestra nación es lúgubre y el mal crece como espuma. Se reproduce sin parar y amenaza la integridad del país.

Esta carta apela, con profundo respeto a esa inteligencia, al análisis y al compromiso de tan versados ciudadanos para cuestionar las políticas previas y actuales de nuestros gobernantes, cuyo hilo conductor ha sido el fracaso, cuya realidad es violencia, pobreza y encono. El resultado, desde la mirada de la pobreza, es, a todas luces, un país en quiebra.

En los rubros económico, educación y social México está en ruina. No se requieren más cadáveres innominados ni más trabajadores migratorios que arriesguen su vida para saber que nuestros gobiernos han hecho todo menos gobernar. Ese panorama, supongo, les permite a los miembros de El Colegio Nacional, discutir con el presidente Felipe Calderón, y, de ser prudente, exigir. No conozco otra instancia a la cual dirigirme. Su fuerza es la suma de sus historias. Su vigor proviene del respeto que la sociedad les brinda. Por eso decidí escribir.

Imposible pensar en resultados más mediocres y atemorizadores que los que ahora vivimos. Imposible escapar de la realidad. No es la serendipia la responsable de la notoria ausencia en las calles de México de nuestros ex presidentes y de la inmensa mayoría de nuestros ex ministros o ex gobernadores. Es otra cosa. Es su temor ante la ciudadanía y la vergüenza frente a la indigerible realidad de la pobreza y de la violencia lo que los mantiene sumidos en sus fortalezas o fuera de México. Ser político y vivir fuera de su país habla mal de ellos.

El permiso que me he dado para dirigir estas líneas a los miembros de El Colegio Nacional mezcla el asiento de un diván con una dosis in crescendo de indignación. El diván suma las querellas contra la clase política, que sexenio tras sexenio ha ahogado a los más pobres y que ahora ha doblado las manos contra el Golem que poco a poco fue sembrando. Un Golem versión México donde el poder ya no lo ejerce el gobierno, sino sus socios –policía, narcotraficantes–, y que día a día es más autónomo y cobra más fuerza. Un Golem tan agresivo como el cáncer más desdiferenciado. La indignación parte del miedo compartido, del cúmulo de asesinatos que no ceja y del sombrío futuro que empaña el porvenir de nuestra nación.

¿Cuándo sabremos que nuestro país se nos escapó de las manos? Nunca en los discursos de los políticos, con frecuencia en el análisis que de nuestra nación se hace en el extranjero, siempre en las calles que recorremos día a día.

* La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2008/09/24/index.php?section=opinion&article=022a2pol

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Arnaldo Kraus: Diccionario de las infamias del ser humano

El Diccionario de las infamias del ser humano empezó a fraguarse desde que el hombre y la mujer colonizaron la Tierra. Sin ser humano la Tierra sufriría menos, daría más frutos, no desparecerían algunas especies animales y no habría diccionario. Aunque todavía no se ha publicado, la idea del libro siempre ha estado en el imaginario de algunas personas.

En los últimos tiempos, la “necesidad” del diccionario ha adquirido mayor relevancia. Muchas palabras que no figuran en los diccionarios autorizados de la lengua española son usadas con frecuencia. La razón parece obvia. El homo sapiens ha generado una amplia gama de herramientas y conductas que lo han distanciado de la esencia de la Tierra y de su propia humanidad: la vida. La Tierra como hábitat erosionado y el ser humano como protagonista enfermo y que enferma son, a la vez, víctimas y actores de ese diccionario.

Algunas ideas, todas arbitrarias, todas vigentes, todas desechables y todas corregibles para “inaugurar” el diccionario. Ante las nuevas realidades, la docilidad del lenguaje invita. Crear neologismos es obligatorio.

Colonización biológica. Conducta por medio de la cual los occidentales adinerados explotan a los habitantes de países pobres, ya sea para comprar córneas, alquilar úteros o ensayar medicamentos.

Desaparecido. Ser humano, seguramente asesinado por motivos políticos o por guerras, cuyo cuerpo no aparece y que impide el duelo familiar. Característica de muchos gobiernos latinoamericanos, entre ellos, México.

Diseño inteligente. Actitud, mediante la cual, los creacionistas, sobre todo estadunidenses, pretenden negar la teoría de la evolución, de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, que explica que no procedemos de un creador sobrenatural. Hoy, siglo y medio después de su famoso artículo, El origen de las especies, se sabe que las similitudes entre los genes humanos y los de otros mamíferos, gusanos, e incluso bacterias, es abrumadora. La teoría de la evolución es mal vista porque atenta contra el poder de las Iglesias.

Jaladores. Personas pertenecientes a las mafias, sobre todo guatemaltecas, que detectan embarazos y pagan u obligan a la madre a desprenderse del bebé.

Foxilandia. País en el imaginario del ex presidente mexicano Vicente Fox, donde no existe ni desempleo ni pobreza ni corrupción ni favoritismos familiares ni desnutrición ni narcotráfico.

Guantanamización. 1) Experimento estadunidense para probar los límites psiquiátricos y físicos a los que puede someterse una persona antes de enloquecer o fallecer. 2) Afrenta estadunidense contra la justicia y el orden mundial para conocer si existen o no límites para seguir imponiendo sus dictados aunque violen todos los preceptos éticos.

Infamia. Según el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, infamia significa maldad, vileza en cualquier forma. De acuerdo con el Diccionario de las infamias del ser humano, infamia es la capacidad del ser humano para denostar, humillar y maltratar a otras personas por el hecho de considerarlas distintas, desechables, pero, sobre todo, por ser otros.

Limpieza étnica. Conducta humana que busca depurar al mundo “de los otros” y que encontró su apogeo en la Alemania de Hitler, pero que sigue vigente, tal como lo saben los familiares de las víctimas musulmanas de Srebrenica o las de los jemeres rojos en Camboya.

Madres alquiladas. Madres, usualmente hindúes, que arriendan su útero a parejas occidentales con problemas de fertilidad, con la finalidad de satisfacer el deseo de procrear de las segundas y por la ingente necesidad de las primeras para impedir que la muerte se lleve a destiempo a sus seres queridos. Las madres alquiladas en Estados Unidos tienen, al menos, el consuelo de recibir “pagas adecuadas”.

Mercado de niños. Zoco donde los niños y niñas de países pobres, sobre todo centroamericanos, son comprados y colocados en el extranjero. Este negocio genera, en Guatemala, entre 100 y 150 millones de dólares al año.

Macdonalización. Metáfora que surge ante las lacras de la globalización y que es producto de la colonización alimenticia de Estados Unidos.

Niños y niñas de la calle. Niños y niñas que superviven en las calles, usualmente en las coladeras, en la inmensa mayoría de las ciudades de los países pobres y que son resultado de problemas familiares y que exhiben la incapacidad del Estado para albergarlos. Su sufrimiento rebasa cualquier explicación.

Putin, Vladimir. Nombre en ruso de George W. Bush.

Semaforista. Habitante del antes llamado tercer mundo que sobrevive alrededor de los semáforos de las grandes ciudades y que retrasan su muerte por lo que ahí venden. La mayoría son producto del desempleo y triunfo de la rapacidad de políticos y de políticas neoliberales.

Sidoso. Ser humano infectado por el virus de la inmunodeficiencia humana y que, por (malas) “razones” médicas, por homofobia, discriminación o por el encono de la religión es víctima de menosprecio.

Sin papeles. Seres humanos provenientes de países que emigran por razones económicas, políticas o raciales a naciones en busca de trabajo y que suelen ser explotados o maltratados. Indocumentado es sinónimo. En México, deberían ser considerados héroes, ya que las remesas económicas que envían impiden que sus familiares mueran por hambre.

Sin tierra. Seres humanos que nacieron en la Tierra y en su tierra y que son expulsados por sus propios gobiernos.

El Diccionario de las infamias del ser humano es un libro en preparación. Por ahora no existe. Es un retrato de la condición humana contemporánea que incluye, en su inmensa mayoría, palabras que no aparecen en los diccionarios, pero sí en la realidad. Los términos propuestos aguardan correcciones, ampliaciones, injurias, desavenencias, opiniones y, con suerte, editor.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/09/17/index.php?section=opinion&article=026a2pol

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Arnoldo Kraus: México como secuestro

México, dice la organización no gubernamental IKV Pax Christi, ocupa el primer lugar en el número de secuestros a escala mundial. Terrible noticia, doloroso deshonor. La veracidad de la información es cruda y real. Ha conseguido que voces tan dispares como la de Felipe Calderón y la de Marcelo Ebrard consideren que los secuestros, la violencia y la inseguridad se conviertan en materia urgente dentro de sus obligaciones y prioridades. A ellos se han unido y se unirán muchas figuras públicas de nuestra nación. No es para menos. Mañana nuestros políticos van a Palacio Nacional. Hablarán. Nosotros esperaremos. Seremos, como siempre, los Godot mexicanos.

Se repite, con razón, que la educación, la vivienda y la salud son bienes indispensables y obligaciones del Estado hacia sus ciudadanos. Ahora debe agregarse a ese listado la seguridad como compromiso. A diferencia de las otras cualidades, cuya presencia o ausencia es obvia, la seguridad no era, hasta hace algunos años, tema de discusión cotidiana. Los políticos mentían diciendo que combatirían las muertes por inanición, pero no enlistaban dentro de sus discursos efectistas el combate contra la violencia. Ahora todos van a Palacio Nacional. Hablarán de los secuestros. Nosotros esperaremos. Seremos, no me aburro de repetir, el Godot, de Becket: nunca llega quien debe llegar.

El miedo, la desconfianza hacia los políticos y la policía, la violencia callejera y la presencia de la industria del secuestro han hecho que la seguridad, incluso de los más desprotegidos, ocupe lugar preminente en la conciencia de la vida cotidiana. Secuestro y violencia, no como enfermedad, sino como epidemia, se han adueñado de las primeras páginas de muchos rotativos nacionales e internacionales; se han apoderado de la conciencia del vivir de la ciudadanía mexicana. Conciencia dolorosa que se paga con angustia y con dinero. Conciencia que debería ser inconsciencia. Caminar por las calles con temor es anormal. Caminar con miedo es legado de nuestra clase política.

La angustia se comparte. Los ciudadanos la vivimos por la certeza de la inseguridad y los políticos porque su prestigio se cuestiona. Los gastos también corren por caminos paralelos. Las familias sufren lo indecible hasta lograr acuerdos con los secuestradores mientras que los políticos-policías invierten cifras millonarias, seguramente del erario nacional, para contratar guardaespaldas y comprar armamentos. (Imposible no abrir este paréntesis: he preguntado en muchas ocasiones en qué rubro hacendario quedan inscritos los guardaespaldas que cuidan a los políticos y a los empresarios y nunca he obtenido respuesta. La cifra ahí invertida debe ser elevada. Podría utilizarse, pienso, para cuidar a la ciudadanía.)

El secuestro se ha convertido en epidemia. Las epidemias son contagiosas. La del miedo por ser secuestrado y/o asesinado en la calle, no por atropello o por terremoto, sino por deambular en las calles calderonistas o ebrardistas es nefanda y vigente. Ni siquiera la tradicional inmunidad de nuestra clase política los ha protegido. Sendas declaraciones y vistosos desplegados en los periódicos dan cuenta del contagio.

Calderón, Ebrard y casi todos nuestros políticos están preocupados. Deben haber leído lo que se dice de su nación y de su ciudad en el mundo; les deben haber informado de las esquelas en los periódicos. Esas noticias, lo saben, son sólo la punta del iceberg. Nadie confía en la justicia mexicana. Como signo de inteligencia, es probable que ellos desconfíen tanto de nuestra justicia como el uno desconfía del otro, y como nosotros desconfíamos de ellos. Partiendo de esa premisa podrían sanear un poco las calles y paliar el miedo que nos habita. Partiendo de las descalificaciones que se prodigan deberían criticar lo que hacen y lo que no hacen.

No recuerdo en cuál película –palabras más, palabras menos– dice el hijo del actor principal: “entre los ladrones y la policía confío más en los primeros por su sinceridad”. A ese guión, que transcurre todos los días, en todas las calles, y en todos los tiempos del PRI, del PAN y del PRD agrego que aunado al malestar contra el cuerpo policial camina, imparable, una perturbadora desconfianza hacia la clase política. Como en tantas otras circunstancias, en México la realidad copia y supera la ficción. Gracias a la corrupción, a la impunidad y a los yerros de nuestros presidentes las películas detectivescas de Hollywood son, en México, palmaria realidad.

Hace muchos años escribí un artículo intitulado: “Adiós a la calle”. Repasaba la cruda verdad en la que se había convertido la ciudad de México y lamentaba que muchos niños ya no tenían la oportunidad de hacer de las calles su casa. Esa premonición crece sin coto. Hoy, aunque duele, preocupa distinto la escasa oportunidad de jugar en las calles. Esa preocupación ha sido remplazada por los secuestros y por la violencia.

Mi desconfianza hacia los políticos es nauseabunda, incurable e infinita. Me encantaría equivocarme. Mi esperanza es que las náuseas y la desconfianza que se profesan Calderón, Ebrard y anexas devenga acciones positivas.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/08/20/index.php?section=opinion&article=023a2pol

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Arnoldo Kraus: Medicina, ciencia y ficción

Pienso que Julio Verne se hubiese fascinado con los avances que hoy suceden en la medicina y, quizás, siguiendo su línea, habría tomado la pluma para escribir acerca de los nexos entre ciencia y ficción. El auge de la biotecnología, el crecimiento sin límites de muchas ramas del conocimiento médico, la demanda de una sociedad cada vez más hambrienta por retrasar la vejez, y cuyo ideario es borrar del cuerpo humano las enfermedades, han devenido avances médico-científicos otrora inimaginables.

Junto a la biotecnología, como he escrito en otras ocasiones, crece la bioética, disciplina preocupada por la supervivencia del ser humano y por intentar fijar derroteros y límites al crecimiento, a veces sin cuestionamientos, de las ciencias. El vuelo de la sabiduría médica cada vez tiene menos fronteras; con vertiginosa velocidad la humanidad se entera de nuevos avances que hasta hace poco semejarían la audacia de Verne de darle “la vuelta al mundo en 80 días”. Los logros médicos conllevan inquietudes éticas. Los avances de las ciencias médicas plantean preguntas morales. La medicina alimenta a la ética, y ésta estimula el estudio y la reflexión. La obligación es vincular ciencia y ética.

La fascinación verniana por recorrer el mundo abrigaba dudas y emociones; la fascinación por la bioética laica subyace en la frecuente imposibilidad de responder con “verdades indivisibles” muchos cuestionamientos. La reproducción asistida, la creación de bancos de semen y de óvulos, la mayoría sin registros ad hoc, el derecho de saber quién es el padre biológico de los niños nacidos por úteros alquilados o por la donación de espermas o de óvulos, y la comercialización de la medicina, constituyen uno de esos vericuetos donde la ciencia, como en muchas otras circunstancias, marca su paso sin preocuparse demasiado por cuestiones morales.

La palabra ficción en el título de este artículo no sólo tiene como motivo desempolvar las lecturas juveniles de Verne sino atraer la atención de los lectores a lo que puede suceder, y de hecho sucede, cuando la ciencia y su comercialización caminan sin coto. Discutamos algunos ejemplos. Se sabe que en muchos sitios hay jóvenes que donan semen; en Europa, se paga la nada despreciable suma de 50 euros por “depósito”. Con frecuencia no hay registro de quién es el donante: ¿cómo asegurar que los “depositantes” no recorren diferentes bancos? ¿Cómo saber que en el futuro no se convertirán en certezas los hallazgos de los investigadores que sostienen que existen genes relacionados con la criminalidad?

De ser cierta la última cuestión, habría una camada de criminales familiares entre sí, engendrados por el uso sin restricciones de espermatozoides. Y si la ficción se apoderase de la realidad, Verne podría escribir una nueva novela en donde los criminales se pareciesen físicamente entre sí y, quizás, incluso, por la metodología para llevar a cabo sus actos delictivos. El final de la novela sería obvio: habría que encarcelar al donante y al dueño del banco de semen.

Otro ejemplo que suma ética y ficción es el siguiente: debido a que es imposible saber cuántos hijos nacen por cada donante, ¿qué sucederá si en la calle dos personas se percatan de que son físicamente similares? Podrían pensar, en caso de no saber cuál es su historia biológica, que su padre o que su madre fueron infieles, que fueron regalados, que fueron abandonados y recogidos en un basurero ante la imposibilidad de ser criados, o que el parecido es meramente producto del azar. En este apartado la biología podría estimular a la ficción.

Otro embrollo, no relacionado con la ficción, e imposible de responder en la actualidad, radica en la salud del semen donado. ¿Qué pasará si al cabo de los meses o de los años nacen personas con problemas de salud? De conocerse el paradero del donante y los sitios en donde “depositó” su semen, ¿se le pediría a las madres embarazadas que abortasen? ¿Se podría inculpar a los dueños de los bancos –como no sucede con los que manejan dinero– de las enfermedades producidas por sus depósitos, y exigirles indemnización? ¿Serían éticos los banqueros espermáticos y tirarían el semen a las alcantarillas?

Nada de lo escrito descalifica el derecho de las parejas que quieren ser padres pero que no lo consiguen por medios naturales a recurrir a la ciencia. No debe existir oposición entre ciencia y paternidad, pero es urgente que muchas cuestiones, como las aquí expuestas y otras, se discutan bajo la luz de una ciencia arropada por la ética, donde el saber de la ciencia tenga como propósito fundamental servir a la humanidad y no a los dueños comerciales de la medicina. Si ciencia y ética hablasen el mismo idioma, es probable y deseable que el Julio Verne del 2008 y los años venideros se quedase sin trabajo y que los banqueros espermáticos estableciesen un código de ética para manejar adecuadamente el semen y los óvulos.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/02/index.php?section=opinion&article=018a2pol

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Arnoldo Kraus: Urdir enfermedades: otras reflexiones

Desde hace algunos años, cuando me piden una recomendación o cuando envío algún paciente con colegas, suelo decirles: “es ético y, además, es bueno”. Con o sin ironía, en medicina es fundamental regresar a la ética. El arte de urdir enfermedades o exagerar las ya existentes (disease mongering), por parte de la industria farmacéutica y sus aliados, los medios informativos, es otra razón para repensar la ética.

Quienes trabajan al servicio de las farmacéuticas han inventando la disfunción sexual femenina, han tenido la genialidad de lograr que millones de hombres en el mundo se conviertan en adictos de fármacos diseñados para mejorar la calidad de la erección y han convertido en impotentes por decreto a quienes pensaban que no lo eran (leo en una revista médica de diciembre 2007 que se calcula que en 2025 habrá 322 millones de casos). Han logrado eso y más: con tal de seguir engordando sus arcas han sido capaces de enfermar a personas sanas.

Con frecuencia se repite que muchas compañías farmacéuticas, imposible decir cuántas, gastan más en promover sus productos que lo que disponen para investigación. Quizás esa idea sea exagerada, pero, lo que sí es cierto, es que gracias al marketing han logrado modificar el concepto de salud y han conseguido que las personas sanas piensen demasiado en su salud, que los enfermos se sientan más enfermos, que los llamados factores de riesgo –osteoporosis, colesterol elevado– se transformen en enfermedades y que condiciones normales del oficio de vivir –calvicie, disminución de la energía ligada al envejecimiento, menopausia– hayan dejado de ser parte normal de la vida para convertirse en motivo de vida. En uno de los artículos que leí me sorprendió enterarme de que desde 1894 el sicólogo William James, hermano del famoso novelista Henry James, declaró al referirse a las farmacéuticas que “los autores de esos anuncios deberían ser tratados sin piedad y considerárseles enemigos públicos”. Ignoro qué fue lo que le sucedió a James, pero seguramente le vendieron Viagra made in China.

Solicitar que los medios de publicación sean éticos es inútil. Ese estatus es aprovechado y fomentado por las industrias farmacéuticas. Se calcula que los estadunidenses dedican tres años de su vida en ver anuncios de televisión. La mayor sociedad de consumo del mundo radica en Estados Unidos. Tienen una afición patológica por los mass media y no dudo que la mayoría sean acríticos. Todo un manjar para los publicistas y para la industria.

Bien saben las farmacéuticas que el consumo genera más consumo y que la felicidad nunca es suficiente: vender píldoras que mejoren la vida, fármacos que despierten el deseo sexual o químicos que ahuyenten la mortalidad es leitmotiv de muchas de ellas y base para seguir urdiendo enfermedades.

Quisiera pensar que las compañías actúan de buena fe y pretenden disminuir el sufrimiento, pero creo sobre todo que las que publicitan sus acciones en la televisión no siempre diseñan píldoras que contengan una dosis de ciencia y otra de ética. Estoy seguro de que las compañías farmacéuticas que venden parches de testosterona para estimular el deseo sexual en las mujeres o para paliar la disfunción sexual femenina no se preocupan demasiado ni por la mujer ni por lo que sucede en la pareja. Piensan en sus cuentas bancarias, soslayan la mediocridad de sus experimentos y, quizás, ni siquiera saben que la disfunción sexual femenina es una entidad mal definida y no avalada por muchos médicos expertos.

Medicalizar la sexualidad ha sido uno de sus grandes éxitos y generar dependencias farmacológicas, inmenso logro. Es tal su poder de penetración que la idea de crear una Viagra rosa para las mujeres ocupó muchas planas en 1998, año en que se aprobó el uso de la droga mencionada en hombres.

Las farmacéuticas fomentan sus ventas por medio de otras vías. Sugieren que todo síntoma, aunque sea poco trascendental, requiere tratamiento; generan ansiedad en torno a la salud, redefinen e inventan enfermedades; introducen nuevos diagnósticos, como la disfunción sexual femenina, y explotan a su gusto las estadísticas tan en boga en la sociedad contemporánea. Este último punto me recuerda el viejo chiste de la investigación biomédica que explica los resultados del ensayo de un nuevo fármaco en ratones: el 33 por ciento se curó, el 33 por ciento murió y el tercer ratón se escapó.

Crear necesidades es uno de los eslóganes no publicitados de la industria farmacéutica. Ofrecer a la sociedad y al enfermo los instrumentos necesarios para que comprendan los límites de la vida y de la farmacología es obligación de los doctores. Para poder decir lo que piensan, los médicos deben tener vínculos sanos con la industria, aunque éstos sean también económicos.

Mis ideas no minimizan las bonanzas ofrecidas por los medicamentos, no subestiman la inteligencia de los investigadores y no ignoran las soluciones a muchas enfermedades debidas a las caras buenas de la industria médica; simplemente exponen otras verdades. Lo que no sobra repetir es que nadie tiene el derecho de apropiarse de la salud de la sociedad ni hacer del sano una persona lábil ni de transformar al poco enfermo en muy enfermo. La maquinaria publicitaria y el poder económico de la industria farmacológica contra la ética y la lealtad del médico.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/02/27/index.php?section=opinion&article=022a2pol

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Arnoldo Kraus: Piedad laica

Las fotos recientes de los cadáveres apilados en la morgue de Nairobi a consecuencia del conflicto poselectoral inauguran el año 2008. Lo inauguran y continúan las matanzas del año recién finalizado. En algunos de los retratos se ven cuerpos de niños y en otras de adultos. Algunos murieron abrasados por el fuego mientras se resguardaban en una Iglesia; otros perecieron víctimas de las balas y los más por esa execrable enfermedad llamada política.

Las imágenes rebasan todos los significados del horror. Son vivo ejemplo de la insoportable realidad de la humanidad y de la pérdida de valores supuestamente propios de la condición humana como lo sería la piedad (me refiero al cariño y respeto al prójimo, no al amor a Dios). Lo que ahora sucede en Kenia demuestra cuán imparable es el mal y sirve de ejemplo para recordar que la piedad es una de las diferencias fundamentales entre seres humanos y animales.

Erich Mühsam fue un poeta judío alemán víctima del nazismo. En 1933 fue detenido y encarcelado. A guisa de ejercicio –recién empezaba el nacionalsocialismo–, los torturadores decidieron meter en su celda a un chimpancé que habían robado del laboratorio de un científico también detenido. Como parte de su entrenamiento, y para ejercer la maldad, los soldados nazis esperaban que el simio atacase a Mühsam, cuyo aspecto, según narran los historiadores, era lamentable. Para sorpresa de los torturadores, el chimpancé abrazó al prisionero, lo resguardó y lamió sus heridas. Enfurecidos por la piedad del animal, los celadores torturaron y mataron a éste.

Del chimpancé aprendemos que, al menos en el caso del poeta judío alemán, la piedad es una cualidad animal que se ejerce sin que importe la especie. Aprendemos también que quizás su actitud se debió a que Mühsam se encontraba en malas condiciones de salud, lo que no sucedía con otros seres humanos con los que el animal había tenido contacto, lo cual, quizás –escribo otra vez quizás porque es imposible aseverarlo–, despertó en él conductas piadosas. Independientemente de que el nazismo es por antonomasia la imagen del mal y una de las representaciones más brutales de lo que es capaz de hacer el ser humano, aprendemos, finalmente, que el mal es condición nata en muchos seres humanos: al chimpancé se le mató por no cumplir y porque su piedad iba en contra de toda la filosofía nazi (finalmente, filosofía y condición humana). La historia de Mühsam es cimental para reflexionar acerca de los significados y de las posibilidades de la piedad laica.

Al igual que en otras vivencias, como la empatía, el altruismo, la maldad o el sacrificio, una de las cuestiones fundamentales acerca de la piedad es si ésta es una cualidad innata (“mamada” in utero), si se aprende en “la escuela de la vida”, o si es una mezcla de ambas. Ese proceso suele darse en tres pasos –lo que sigue es una hipótesis personal: 1) Cuando se considera adecuada alguna acción o conducta, la mayoría de las personas suelen repetir lo que se observa. 2) Comportarse de acuerdo con lo observado es una forma de aprendizaje. 3) Si lo que se aprendió se considera bueno o adecuado la conducta se repite.

De acuerdo con lo señalado, las personas se comportan, la mayoría de las veces, influidas por los valores que predominan en el entorno cercano. Si la empatía, la moral o la piedad eran ejes de la educación en el hogar o en la escuela, las personas adquirirán esas cualidades; si por el contrario, en el entorno mediato se exaltaban otros valores, como la amoralidad, la violencia o el mal trato a niñas y niños, las personas reproducirán esas conductas.

El ejemplo de Kenia es bueno para hablar de piedad laica (quien quiera hablar de piedad religiosa puede hacerlo). Es bueno porque es actual. El caso Kenia es también pertinente porque ejemplifica la fragilidad del ser humano desprotegido y la inmensa facilidad que tienen las personas para apilar cadáveres innominados.

Al hablar de los muertos de Kenia no importa el nombre del hijodeputa del presidente keniano que precipitó la masacre, porque, como ya he señalado ad nauseam en otros escritos, la mayoría se parecen; tampoco importa si son negros o blancos, gitanos o chiapanecos, pobres africanos o homeless busheanos. De hecho, carece de significado que haya hablado Javier Solana (alto representante para la política exterior de la Unión Europa) y nada importa lo que haya dicho la señora Condoleezza Rice (secretaría de Estado estadunidense). En cambio, lo que sí importa es que Kenia, Acteal y Darfur son ejemplos vivos de la vigencia del mal y de los valores que imperan en la sociedad globalizada donde los chimpancés se encuentran amenazados y en peligro de extinción.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/01/09/index.php?section=opinion&article=019a2pol

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Arnoldo Kraus: Dignidad: breves y efímeras notas

Con alguna frecuencia los diccionarios no definen adecuadamente determinados términos. No por incapacidad, sino porque existen palabras muy complejas –que más que palabras son vivencias–, ya sea por su significado per se, o bien por la multiplicidad y las divergencias de opinión que se tengan acerca del término. Dignidad es uno de ellos. En el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (vigésima segunda edición, 2001) se lee: Dignidad. 1. Cualidad de digno. 2. Excelencia, realce. 3. Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse (siguen otras acepciones). De la palabra digno se dice: 1. Merecedor de algo. 2. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo (siguen otras acepciones). No concuerdo: ¿decoro?, ¿merecedor?, ¿mérito?…

Un breve ejemplo del México vivo y actual como abreboca y para comprender la cortedad del diccionario. La reciente decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en relación con el caso Lydia Cacho, Manuel Marín y el abuso sexual y sicológico de niñas y niños tiene que ver con muchos principios, entre ellos, el de la dignidad. Todos suponíamos que la Suprema Corte era uno de los últimos bastiones donde tenía cabida y se profesaba la dignidad y (casi) todos aseguramos que abusar sexual y comercialmente de niñas es indigno (con toda intención omito temas como ética, justicia).

La actitud de la Suprema Corte, al exonerar al señor Marín, expone bien las diferentes y complejas acepciones del principio dignidad: los ministros consideraron, entre otras cosas, que el comercio sexual no es indigno y, por extensión, que la actitud del gobernador de Puebla y asociados, al no ser indigna, es adecuada (o incluso digna). Esa serie de eventos podría, in extremis, sugerir que nuestros ministros no consideran indigno el tráfico sexual. Si intentamos dejar al lado todo lo que no sabemos, pero suponemos conocer con respecto a la decisión de los magistrados, el affaire Cacho-Marín ilustra algunas de las diatribas del concepto dignidad: lo que es obvio para algunos no los es para otros, ya que la realidad puede interpretarse de formas diversas.

La dignidad humana es esencialmente un principio individual que se caracteriza por conceptos y percepciones adquiridos a lo largo de la vida y de la suma de las experiencias, buenas o malas, que poco a poco determinan la arquitectura del ser; es una vivencia heterogénea que se modifica a través del tiempo y se relaciona con lo que cada sujeto siente y piensa de sí mismo; la dignidad determina, asimismo, lo que cada persona está dispuesta a aceptar o no, tanto como individuo como en sus nexos con la sociedad. Los atributos anteriores tienen también que ver con el respeto hacia la propia persona y hacia la comunidad.

Son muchos los vínculos que se asocian con el concepto dignidad. Entre otros, la clase social, la educación, la época, la religión, las ideas de justicia, derechos humanos y ética, en ciertos países el sexo, en demasiados las preferencias sexuales. El listado anterior explica el porqué de la heterogeneidad y de la multiplicidad de las miradas acerca de este principio.

Suele decirse también que la dignidad es una cualidad que no tiene precio. Kant lo explica bien: “En el reino de los fines, todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, tiene una dignidad”. Desde la perspectiva kantiana la dignidad impide que el ser humano sea utilizado, comprado o modificado de acuerdo con los intereses de otras personas; esa noción le permite a la persona conducirse de acuerdo con los principios (me gustaría apellidarlos éticos) que rigen su forma de ser.

La dignidad implica fidelidad hacia uno mismo y por extensión hacia los demás; significa también que las personas no son instrumentos, sino, como también dice Kant, fines en sí mismos; por eso, la consabida idea de que los seres humanos no son ni remplazables ni intercambiables.

La dignidad es un concepto asimétrico que varía entre culturas e individuos. Eso explica la dificultad que tienen los diccionarios cuando explican el tema o la que confrontamos quienes –en medicina es un tema frecuente– pensamos en él. El nunca suficientemente manido ejemplo de la Suprema Corte explica también que al menos para ellos –y para quienes resulten responsables de su decisión– la dignidad no es ni un concepto complejo ni una idea en la cual se deba reparar demasiado.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/01/02/index.php?section=opinion&article=014a2pol

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