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Emir Sader: El racismo separatista

Una de las nuevas modalidades que asume el racismo hoy día es el separatismo, forma de intentar delimitar territorios de la raza blanca, apropiándose privadamente de riquezas que pertenecen a la nación y a su pueblo. Ya conocíamos esos intentos bajo la forma de barrios ricos que buscan definirse como alcaldías propias, para que los impuestos que son obligados a pagar por una parte –la que pueden encubrir– de sus inmensas riquezas se queden para aumentar los beneficios de sus barrios atrincherados, detrás de los cuales buscan aislar y defender –con seguridad privada, desde luego– sus formas privilegiadas de vida.

Un fenómeno que inicialmente caracterizó a ciudades como Los Angeles y Miami, que agrupan en territorios comunes o cercanos a sectores muy ricos de la población y a otros muy pobres –a menudo inmigrantes–, se fue difundiendo por América Latina, conforme los estilos de vida miamescos y californianos de las burguesías y clases medias altas del continente se fueron diseminando. Son reiterados los intentos, por ejemplo, de barrios de la Barra da Tijuca (que ya fue caracterizada como “la Miami de América del Sur”) para hacer aprobar, mediante referendos, la separacion de sus locales de vivienda de la ciudad de Río de Janeiro. Han fracasado sistemáticamente, sea porque domingos de sol dificultan el quorum necesario para que la consulta tenga validad legal, sea porque los barrios pobres aledaños votan masivamente en contra de esos intentos elitistas. Seguro que los moradores de barrios como Chacao, en Caracas, y otros enclaves privilegiados de ciudades latinoamericanas alimentan siempre ese sueño racista y separatista.

Es un planteamiento típico del desarrollo desigual de nuestras sociedades. Los prejuicios del sur de Brasil en contra del nordeste, de la ciudad de Buenos Aires en contra de los “cabecitas negras” y “descamisados”, entre tantos otros, se reproduce también en Europa; el ejemplo reciente del enorme crecimiento de la Liga del Norte, partido neofascista italiano, es una nueva expresión del prejuicio del norte –teniendo al progreso de ciudades como Milán y otras de la región– en contra del sur de Italia, de donde provienen exactamente los trabajadores que crean las riquezas de esa región, al igual que en los casos citados de Brasil y Argentina. Es un prejuicio de raza y de clase.

Es el mismo que hoy afecta gravemente a Bolivia. Las provincias de la llamada Media Luna, con su epicentro en Santa Cruz de la Sierra, tuvieron derrotados sus gobiernos, desde la dictadura de Hugo Bánzer a todos los gobiernos neoliberales que le sucedieron y que han concentrado como nunca la riqueza en Bolivia, han acentuado su apropiación privada y su desnacionalización. La caída de su derradero gobierno, el de Sánchez de Losada –refugiado en Estados Unidos, con demanda de destierro a Bolivia para responder por los asesinatos de cientos de bolivianos, en el intento desesperado de seguir protegiendo los intereses de las elites cruceñas y de las provincias del este del país– representó una gran victoria del pueblo boliviano que, por primera vez en su vida, ha elegido a un indígena presidente de Bolivia. Un país en que 62 por ciento de la población se reivindica indígena, solamente ahora ha logrado elegir un presidente que defiende los intereses de la mayoría de la nación.

Pero la minoría sigue disponiendo de gran parte de las riquezas del país. Fue afectada por la nacionalización de las riquezas naturales. Ellos, que hacían que la Bolivia pobre vendiera el gas a precio “solidario” a Argentina y a Brasil, mucho más desarrollados, ahora quieren quedarse con la gran tajada de los impuestos que el gobierno de Evo Morales ha recuperado para el país con la nacionalización. Quieren además impedir que la reforma agraria se extienda a todo el país, buscando reservarse el derecho a disponer de la concentración de tierras en sus provincias, para seguir exportando soya transgénica y acumulando riquezas para ellos y no para el país y el pueblo bolivianos.

Han convocado un referendo que intentaba legalizar su separatismo racista. Racista, porque su prensa monopólica no esconde sus prejuicios contra los indígenas, contra Evo Morales, no deja de contraponer su raza blanca a la de la gran mayoría del pueblo boliviano, a quienes han secularmente explotado, discriminado, oprimido, humillado. Han mantenido una consulta a la que la justicia boliviana negó cualquier valor legal, que ha sido condenada por todo tipo de organismo internacional, de gobiernos de la región, de fuerzas democráticas.

Es un intento, no accidental, apoyado por el gobierno de Estados Unidos y su embajada en La Paz, envuelta abiertamente en intentos de espionaje y de financiamiento del separatismo racista. Ese bloque de fuerzas del separatismo racista tiene que ser derrotado para que el pueblo de Bolivia pueda seguir adelante, construyendo la más avanzada Constitución del continente: plurinacional, pluriétnica, pluricultural. Para que los pueblos originarios puedan afirmar su soberanía, para que los recursos naturales de Bolivia sean explotados en favor de su pueblo, para que la tierra produzca sanamente los alimentos que Bolivia necesita, para que el gobierno democrático y soberano de Evo Morales siga transformando a Bolivia en un país libre, a imagen y semejanza de su pueblo.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/04/index.php?section=opinion&article=023a1mun

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Emir Sader: Fidel

En vísperas de cumplir 80 años, enfermo, Fidel Castro firmó una carta oficial suspendiendo sus actividades en las conducciones del Estado, del gobierno y del Partido Comunista de Cuba (PCC). Antes de las elecciones generales anunció, en un artículo de prensa, su intención de no aceptar el cargo de presidente de Cuba, al que –seguramente– sería reconducido por el voto popular.

Más allá de los trámites formales, pues él continúa en los hechos teniendo el cargo principal en la dirección del PCC, esta decisión representa el punto final en su carrera de dirigente político, manteniéndose como orientador ideológico mediante sus artículos en prensa, que continuará redactando regularmente.

El acto en su sencillez no nos exhibe la dimensión total del gesto como momento final digno de la carrera impar de este excepcional dirigente revolucionario. Fidel fue un gran dirigente de masas, un gran dirigente partidario y un gran estadista –características que, desde la perspectiva del movimiento revolucionario, sólo comparte con Lenin.

Se trata de una trayectoria de vida y no únicamente de 49 años, como dice la prensa. Desde los años 40, como estudiante de abogacía y líder estudiantil, Fidel ya participaba en la lucha revolucionaria; por tanto, ¡son más de 60 de sus más de 80 años de vida los que dedicó a la militancia política! Fidel estaba en Bogotá en 1948 –para participar en un congreso por la independencia del Canal de Panamá– en momentos que ocurre el bogotazo, cuando las fuerzas del Partido Conservador asesinaron a Gaitán, el candidato progresista del Partido Liberal.

Fidel se transformó en un extraordinario dirigente revolucionario en la lucha contra la dictadura de Batista y supo transformarla en un combate sin tregua para erradicar las raíces del propio régimen: el latifundio, el capital extranjero y el apoyo directo de Estados Unidos. Por eso, la revolución cubana –el acontecimiento que partió en dos, antes y después de 1959, la historia de América Latina y de la izquierda– transitó rápidamente de la fase democrática a la socialista, gracias al enfrentamiento de la cuestión nacional, que había quedado en suspenso a partir de que Estados Unidos bloqueara la victoria de Martí y los independentistas cubanos sobre España, a finales del siglo XIX, imponiendo una tutela sobre el país que se extendió hasta 1959.

Fidel asumió la dirección de la primera revolución socialista de Occidente, allí, ¡a 140 kilómetros de distancia de la mayor potencia imperial de la historia de la humanidad! Dirigió la construcción de una sociedad basada en la solidaridad, el humanismo, la afirmación de los derechos de todos. Ayudó a tornar posible la sociedad más justa del mundo, demostrando que un país no precisa ser rico para ser justo: basta ser digno y construir una sociedad en las antípodas de la lógica del mercado.

Fidel contribuyó a erguir la sociedad internacionalmente más solidaria del planeta, aquella que tiene un número mayor de médicos trabajando en diversos continentes –especialmente en los países más pobres– que toda la Organización Mundial de la Salud. Formó las primeras generaciones de médicos pobres de América Latina, que –entre otras cosas– devolvieron la posibilidad de ver a millones de latinoamericanos. Colaboró activamente para terminar con el analfabetismo en varios países –meta cumplida en Venezuela y en avanzado proceso de concreción en Bolivia y Nicaragua–, además de desarrollar el mayor proyecto humanitario en Haití: el de alfabetización –en creole– de 3 millones de personas. Con Fidel, Cuba se volvió digna de José Martí: “Ser internacionalista es cumplir con nuestra deuda con la humanidad”.

En este momento de gran emoción y tanto orgullo, me permito un recuerdo personal: la primera tarea que realicé como militante fue distribuir un periódico –Acción Socialista– que, en su primera página, presentaba una foto parecida con dos equipos de futbol, pero era el de los barbudos el que había derrocado la dictadura en una isla casi desconocida y que, además, estaba muy distante de nosotros. ¡Fue hace casi 50 años! En aquella foto que yo distribuía, estaban Fidel, el Che y sus compañeros. Como ellos, yo y muchos de nosotros fuimos y somos compañeros de vida, compañeros de lucha por un mundo que sea solidario y humanista, por un mundo socialista.

* Traducción: Ruben Montedónico
* http://www.jornada.unam.mx/2008/03/02/index.php?section=opinion&article=028a1mun
* La Jornada

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Emir Sader: Por la paz en Colombia

La liberación de los primeros rehenes es un acto que debe ser saludado desde diversos puntos de vista. En primer lugar, porque recuperaron su libertad personas que habían estado recluidas durante varios años, aisladas del mundo y de sus familiares. Es un gesto humanitario que debe ser saludado como tal, con los debidos agradecimientos a todos los responsables, entre ellos y en primer lugar al presidente venezolano Hugo Chávez, luego a los representantes de gobiernos como los de Argentina, Cuba y Brasil, entre otros, por su apoyo.

En segundo lugar, porque Colombia es uno de los epicentros de la “guerra infinita” de EU y por primera vez este país deja de ser agente de la guerra para convertirse en mediador de eventuales procesos de paz. El mecanismo ya viciado impide éxito en diversos casos, el más largo de los cuales es Palestina.

Ni en Palestina ni en Irak ni en Afganistán ni en Colombia parecían prosperar iniciativas de resolución pacífica de los conflictos llevadas a cabo por Washington.

Es una buena sugerencia para que otros busquen soluciones o al menos alternativas que avancen en la dirección de la solución pacífica de los conflictos en el mundo. Una posibilidad para que gobiernos progresistas, y especialmente el Foro Social Mundial, busquen demostrar que “otro mundo es posible”, otras formas de superar la política de militarización de los conflitos de parte de la potencia imperial estadunidense.

En el caso colombiano se trata de no detenerse en la liberación de los detenidos de una parte y de otra, aunque éste sea el próximo paso concreto, que servirá de poco, si siguen en acción los paramilitares, si el ejército sigue atacando a campesinos, si siguen los secuestros; en fin, si la guerra sigue. De ahí que la propuesta de Hugo Chávez –promover una negociacion política que permita terminar con la guerra y replantear la relación del gobierno de Colombia con las FARC y el ELN en el plano político– sería un objetivo fundamental para que Colombia cierre ese capítulo duro de su historia que tantos sufrimientos causa a su pueblo, para que América Latina deje de tener un epicentro de las “guerras infinitas” del gobierno estadunidense, para que no se entorpezcan las relaciones entre los gobiernos del continente por esa guerra.

Y, finalmente, para que se sepa que se pueden resolver los conflictos sin apelar a la guerra, a la violencia, a la militarización, para lo cual es necesario tener gobiernos con iniciativa, audacia y compromiso para arribar a soluciones favorables al bienestar de nuestros pueblos, como ha sido el caso de Venezuela. Perderían los que apuestan a la violencia y a la guerra para ganar los conflictos; esto es, los fabricantes de armamentos, los que viven de eso en Colombia.

Ha llegado el momento de constituir una especie de Grupo de Amigos de Colombia con los gobiernos que han participado con éxito en esta primera negociación, tanto los latinoamericanos como los europeos, porque queda claro que esa acción tiene legitimidad y posibilidad de éxito.

La cuestión colombiana es un problema de los colombianos, pero se ha visto que el apoyo internacional tiene buenas posibilidades de éxito y apoyos internos e internacionales, además de que puede representar un nuevo hito en este comienzo de siglo, todavía dominado por las “guerra infinitas” del imperio.

América Latina puede dar al mundo el ejemplo de que puede resolver sola, de forma pacífica y justa, el conflicto colombiano.

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Emir Sader: Otra Colombia es posible

Recuerdo la preocupación de García Márquez cuando veía lo que sucedía en Argentina en 1977, temiendo que Colombia se fuera a transformar en otra Argentina. Él aún no había recibido el Premio Nobel –que elevó el nombre de su país al contexto mundial– ni se daba cuenta del camino por el que se había enrumbado Colombia.

Tres décadas después, su nación continúa siendo uno de los epicentros de la “guerra infinita” del gobierno de Bush. Álvaro Uribe es producto de esa política –de los aliados más estrechos entre los pocos con que cuenta el belicismo en América Latina. Uribe fue electo bajo la promesa de ejercer con“mano dura”, de buscar una solución “a la iraquí” para Colombia, considerando que las iniciativas pacificadoras de los presidentes anteriores habían fracasado.

El país, cansado de la violencia, observó a un presidente –connivente con los grupos paramilitares y, por conducto de ellos, con los cárteles del narcotráfico– concentrar los recursos militares, puestos a su disposición por el gobierno estadunidense, en operaciones militares, supuestamente como vía para el triunfo de la democracia. El aislamiento de las guerrillas favoreció su consolidación y al igual que otros presidentes neoliberales del continente, como Fujimori y Cardoso, cambió la Constitución del país durante su mandato para relegirse –y ahora intenta conseguir un tercer mandato. Él ejecuta una política interna ortodoxamente neoliberal, sin darse cuenta del agotamiento de ésta en todos los países del continente. Llevó a la práctica una política represiva que afectó claramente los derechos democráticos de la población, contando en gran medida –como sucede con todas las políticas antipopulares en la región– con la anuencia de la oligarquía. Se aisló de los procesos de integración regional e intentó firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos; no pudo conseguirlo por las restricciones que el Partido Demócrata interpuso ante las precarias condiciones de los derechos humanos en Colombia.

Uribe no quiere que continuar el intercambio de retenidos por las FARC por prisioneros de su gobierno. Su apoyo interno depende de la satanización de la insurgencia, lo que le permite aparecer como el hombre del “orden”. Cuando se reeligió, tuvo como principal opositor a Carlos Gaviria, candidato del Polo Democrático, agrupamiento de izquierda que desbancó a los partidos Liberal y Conservador, presentándose como la mayor amenaza para el continuismo. En las pasadas elecciones municipales de octubre, el gobierno perdió en las principales ciudades con candidatos de izquierda, como Bogotá –nuevamente conquistada por el Polo Democrático–, Medellín y Cali. Se demuestra así cómo en general las políticas gubernamentales de Uribe –que apoyó a los candidatos derrotados– no cuentan con el favor popular, por lo que requiere la polarización con las guerrillas para intentar perpetuarse en la presidencia. Este gobernante nació de la violencia y sabe que su sobrevivencia depende de que ésta no termine.

La oportunidad de desbloquear la propuesta de las FARC e intercambiar presos de la guerrilla por detenidos del gobierno, revela el papel de cada régimen del continente, muestra quién quiere soluciones pacíficas, democráticas para las crisis, y quién desea perpetuar la espiral de violencia. La situación pudo ser desbloqueada gracias a la actuación del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Cuando el proceso avanzaba, Uribe utilizó un pretexto secundario para excluirlo de la negociación, al comprender que la intermediación de éste había demostrado la credibilidad necesaria para que el acuerdo pudiera concretarse, al contar con la confianza de los familiares de los presos, la interlocución con las FARC, la capacidad de iniciativa y la simpatía de sectores democráticos de Colombia y varios gobiernos regionales.

Las FARC recolocaron al presidente venezolano en las negociaciones –para disgusto de Uribe–, y entregaron los detenidos a Chávez como forma de desagravio a éste, frente a la actitud excluyente del presidente colombiano. Ese primer gesto abrió el camino para que todos los presos pudieran ser intercambiados, permitiendo al venezolano confirmar su capacidad de iniciativa política y de movilización de apoyos, revelando el papel de cada actor en el continente.

En cuanto a los gobiernos estadunidense y colombiano, y a la gran prensa, hicieron todo lo que pudieron para que las negociaciones fracasaran, en tanto que mandatarios de Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Cuba y Ecuador –con apoyo europeo– alentaron activamente el proceso de pacificación y liberación de los presos de ambos lados. (La cobertura de la prensa brasileña fue vergonzosa, sin que ninguna publicación escrita enviara periodistas para reportar directamente desde Colombia). Néstor Kirchner y Marco Aurelio García (de Brasil) representaron a los gobiernos de sus países, mereciendo el apoyo de la izquierda y la simpatía de sectores democráticos, que –sin embargo– siempre siguieron pasivamente los acontecimientos.

Exhibiendo su compromiso consecuente con la pacificación, primer paso para que otra Colombia –sin violencia, narcotráfico, paramilitares o secuestros– sea posible, Hugo Chávez se dispuso a dar continuidad a las negociaciones, apelando incluso a operaciones clandestinas, con tal de conseguir la libertad de los presos.

La liberación de rehenes bifurca el destino de Colombia. Un futuro de pacificación, soluciones negociadas, democratización e integración continental, o la perpetuación del clima de violencia y de guerra. Con la primera alternativa está gran parte de los gobiernos de la región, que pueden contar con el acompañamiento mayoritario del pueblo colombiano, identificado con los familiares de los presos. Con la segunda, están Estados Unidos y el gobierno colombiano. Una solución futura de liberación de todos los secuestrados apunta a otra Colombia posible y necesaria, para su pueblo y para todo el continente.

* Traducción: Ruben Montedónico
* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/01/14/index.php?section=opinion&article=021a2pol

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