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Stiglitz: la peor desde 1930

La crisis actual es lo no visto, no tenemos punto de comparación, ni siquiera podemos encontrarla en el shock petrolero de la década de los setenta o en los vaivenes provocados en los mercados por la crisis de 1987 y la asiática de los noventa como refiere Alan Greenspan.

Como asoma no es tan coyuntural, todo lo contrario puede ocasionar grandes daños y motivar cambios profundos como en su tiempo lo hizo la debacle de 1929.

Además de la intensidad también en su duración surgen las discrepancias, desde mediados del año pasado las discusiones enumeran una crisis de corto a mediano plazo no mayor a los 18 meses y otras siembran las dudas más allá del 2010.

La predicción de ese futuro de corto a largo plazo juega mucho con las expectativas de los grandes actores económicos y el grado de confianza en la evolución de la macroeconomía.

El error de cálculo consistiría en ignorar la cantidad de variables involucradas que han hecho de esta crisis una alarma tan especial. Significativamente están servidas en la mesa todas las debilidades: dependencia de las energías fósiles; pobreza, hambre y marginación; vulnerabilidad de la lucha inflacionaria ante la escalada de los insumos alimenticios y el aumento del precio del combustible; encarecimiento del precio del dinero; desaseo en el sistema financiero internacional con instituciones que inflan sus estados contables, disfrazan los riesgos y esconden las inversiones basura; excesos de las entidades financieras soltando créditos riesgosos muchas veces irrecuperables por la calidad de los segmentos de cuentahabientes y acreditados.

Estamos hechos un lío. La bonanza de los créditos fáciles, de abonos pequeños a cambio de estirar el plazo de vida del pago de las hipotecas (en algunos países hasta por 50 años) para pagar casas cuyos ladrillos no valen ni siquiera un tercio del valor de la hipoteca, va cobrando nuevas víctimas.

El sistema financiero internacional no está siendo del todo efectivo y supuestamente se aprendió del pasado reciente mejorando la regulación prudencial y los aprovisionamientos; no así en la calidad de los créditos, los diferenciales en los márgenes y en reducir los costos de las líneas de financiamiento y su recuperación en el tiempo.

El sistema financiero internacional requiere aprovecharse de esta crisis para motivar un cambio estructural provisto de un sistema de pagos más efectivo, ad hoc a las nuevas tecnologías, con entidades supervisoras fuertes y en las que emerjan líneas de compensación donde el dólar conceda un lugar al euro y se facilite que los Bancos Centrales puedan acumular euros.

A COLACIÓN

La otra baza, la del mercado del energético mundial, debe ir en el sentido de la transformación estructural. El paradigma del capitalismo descansado en el petróleo es una amenaza latente, de un futuro inestable en todos los sentidos y preocupante por cuanto puede echar por la borda los años dedicados a la elaboración de una política monetaria tendiente a controlar la inflación.

Hay que cambiar los patrones de industrialización fósiles, aunque ello implique aminorar los ritmos de producción y alterar los mercados de oferta y demanda, debe evitarse que el oro negro le queme las manos al trabajador a causa de la carestía y los altos precios, a la larga el costo social es mucho mayor y económicamente es malo para los presupuestos y las proyecciones de crecimiento.

Esta crisis cuyo ciclo es para unos corto y para otros largo, con diferencias de criterio entre los que subrayan su manifestación coyuntural y otros que la valoran de alto espectro estructural, prueba la inteligencia para buscar soluciones efectivas.

Hace días en Cadaqués, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, señaló en entrevista al periódico ABC “que estamos ante una de las peores crisis desde los años treinta” y enfatizó lo negativo de la inflación, la ralentización del crecimiento de la economía estadounidense y la inestabilidad de los petroprecios.

En buena parte no debemos obviar, en esta funesta combinación de factores, el error de cálculo por Irak. La invasión arbitraria propulsada por George W. Bush, presidente de Estados Unidos y sus compinches, nos está pasando factura.

Por un lado, la industria bélica se hincha de billetes y la industria agroalimentaria reduce su producción. Por otro, la OPEP nos hace una guerra de petroprecios con resultado de una transferencia de poder económico y de divisas principalmente hacia Medio Oriente.

Al respecto, Stiglitz no puede ser más puntual, al enfilar que cuando comenzó la invasión de Irak el precio del barril del petróleo promediaba 25 dólares en marzo del 2003, cinco años después éste ha incrementado un 440 por ciento.

Tenemos lo nunca antes visto con la cotización del barril del crudo en 135 dólares en los primeros días del mes de junio del 2008 y con carrera hacia los 150 dólares, es imposible que haya un productor en el mundo capaz de no transferir el costo del insumo energético en su ciclo de producción, por supuesto, al bolsillo del consumidor.

Y así, a la larga, será improbable que productores y consumidores subsistamos a la nueva guerra de los precios del petróleo sino aparece pronto voluntad política internacional para negociar con la OPEP; reconvenir con los poderosos industriales la cesta de energéticos; recalificar las políticas de producción de granos para la alimentación humana libres de transgénicos; en contrapartida, facilitar la producción de granos transgénicos para obtener los azucares necesarios para elaborar etanol; también utilizar la basura y ampliar el biodiesel.

Lo que no puede permitirse más, por el bien de la especie humana, es que el petróleo sea el eje de nuestras vidas y de los conflictos globales. Que el conflicto político entre los países productores de petróleo y los compradores nos convierta en miserables.

Antes del petróleo había vida, ingenio, producción y creatividad, ¿podremos superarlo? ¿O definitivamente estamos condenados a morirnos por el petróleo este siglo?.

Pensemos en toda la cadena del pequeño club de selectos que se benefician en contra de la gran masa que nos empobrecemos. Hace más de cien años, un hombre talentoso Rudolf Diesel, inventó en 1898 una máquina motor de combustión, pensando en facilitar las labores de producción de las personas más allá del vapor. Lo hizo con pruebas a base de aceite de cacahuate. Claro, luego los magnates del petróleo, se encargaron de todo lo demás comenzando por controlar nuestras vidas y patrones de consumo.

http://olganza.com/2008/06/11/stiglitz-la-peor-desde-1930/?jal_no_js=true&poll_id=12

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