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Immanuel Wallerstein: ¿Qué tan a la izquierda se ha movido América Latina?

Todo mundo parece concordar en que América Latina se ha movido hacia la izquierda en el periodo posterior al año 2000. ¿Pero qué significa esto?

Si uno mira las elecciones por toda América Latina, los partidos a la izquierda del centro han ganado en un gran número de países desde el año 2000 –las más notables son las de Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela, Nicaragua y más recientemente Paraguay. Hay por supuesto importantes diferencias entre las situaciones imperantes en estos países. Algunos de estos gobiernos parecen estar muy cerca del centro. Otros se expresan en un lenguaje más revolucionario. Y hay algunas excepciones –notablemente Colombia, Perú y México (aunque en México, el gobierno conservador ganó las últimas elecciones con más o menos el mismo grado de legitimidad que Bush al ganar las elecciones de 2000 en Estados Unidos). La cuestión real no es si América Latina se ha movido hacia la izquierda sino qué tan a la izquierda se ha movido.

Me parece que hay cuatro diferentes tipos de evidencia que uno podría invocar para decir que América Latina se ha movido a la izquierda. El primer tipo es que todos estos gobiernos, de una u otra manera han buscado distanciarse de Estados Unidos en un grado o en otro. En todos estos casos el gobierno de Bush habría preferido que ganaran sus oponentes electorales. En el pasado, Estados Unidos tendía a trabajar para lograr su remplazo, de hecho su derrocamiento. Pero la decadencia del poderío estadunidense en el sistema-mundo, y en particular la preocupación de Estados Unidos por las guerras que viene perdiendo en Medio Oriente, le han secado la energía política con la que previamente se movía decididamente en América Latina. Una evidencia de esto es el fallido golpe de Estado contra Chávez en 2002.

¿Cómo fue que estos gobiernos pusieron distancia entre ellos y Estados Unidos? Hay varias formas. En 2003, Estados Unidos fue incapaz de persuadir a los dos miembros latinoamericanos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de que respaldaran la resolución que buscaba legitimar la invasión estadunidense a Irak. En la última elección para secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), perdió el candidato apoyado por Estados Unidos, lo cual nunca había ocurrido en la historia de la OEA. Y cuando el único amigo seguro de Estados Unidos en la América Latina de hoy, Colombia, se metió en un pleito grave con Venezuela y Ecuador, los otros Estados latinoamericanos se pusieron, de hecho, del lado de Ecuador y Venezuela. Ecuador se está rehusando ahora a renovar el acuerdo relativo a la base militar estadunidense localizada ahí.

El segundo tipo de evidencia de una tendencia hacia la izquierda es el agudo aumento en la importancia política y el poder de los movimientos indígenas por toda América Latina –sobre todo en México, Ecuador, Bolivia, y Centroamérica. Las poblaciones indígenas de todo el continente han sido los actores más oprimidos de la población y en gran medida se les ha mantenido al margen de las estructuras políticas. Pero ahora tenemos a un presidente indígena en Bolivia, que representa una revolución social genuina. La fuerza de estos movimientos en la zona andina y en las áreas mayas de México y Centroamérica ha sido un factor importante en su política, un factor que es perdurable.

El tercer tipo de evidencia ha sido la supervivencia, de hecho un resurgimiento, de la teología de la liberación. El Vaticano se movió para suprimir estos movimientos durante los últimos tres papados, con por lo menos el mismo vigor que Estados Unidos utilizara contra los gobiernos de izquierda en los cincuenta y sesenta. Los teólogos fueron silenciados y los obispos simpatizantes han sido remplazados cuidadosamente por unos que claramente no simpatizan. No obstante, los movimientos católicos inspirados en la teología de la liberación siguen floreciendo en Brasil. Los presidentes de Ecuador y Paraguay han emergido de esa tradición. Y los progresos de los grupos protestantes evangélicos en América Latina pueden estar moviendo al Vaticano y lo hacen más tolerante hacia los teólogos de la liberación, quienes al menos son católicos y que podrían ayudar a frenar esta pérdida de creyentes de la Iglesia.

Finalmente, Brasil ha logrado un éxito razonable en convertirse en el líder del bloque regional sudamericano. Esto puede no ser en sí mismo un movimiento hacia la izquierda. Pero en el contexto de un proceso mundial de multipolarización, el establecimiento de tales zonas regionales no sólo debilita el poder de Estados Unidos sino de todo el Norte en términos de las relaciones Norte-Sur. El liderazgo de Brasil entre los países del llamado G-20 ha sido un factor importante en destripar la posibilidad de que la Organización Mundial de Comercio implemente una agenda neoliberal.

Entonces, ¿qué suma todo esto? Ciertamente no una “revolución” en el sentido tradicional del término. Lo que significa es que el punto medio de la política latinoamericana, el locus del “centro”, se ha movido considerablemente a la izquierda de donde estaba hace apenas diez años. Esto debe ponerse en el contexto de un movimiento mundial. Este viraje hacia la izquierda está ocurriendo en Medio Oriente y en Asia Oriental también. De hecho, ocurre también en Estados Unidos. El impacto de la recesión económica, que probablemente pronto se vuelva aun más severa, sin duda empujará todavía más estas tendencias.

¿Habrá alguna reacción de las fuerzas de la derecha? Sin duda las habrá. En América Latina vemos el intento de las regiones más acaudaladas y más “blancas” por escindirse de Bolivia y salirse de por debajo de las poblaciones indígenas mayoritarias que finalmente lograron el poder en el gobierno central. Políticamente estamos ante tiempos frágiles, en América Latina y en otras partes. Pero en América Latina, la izquierda está en una posición mucho más fuerte para enfrentar estas batallas hoy que hace medio siglo.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein
* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/19/index.php?section=opinion&article=032a1mun

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Immanuel Wallerstein: ¿Qué puede él cambiar?

Parece ahora bastante probable, aunque no sea seguro aún, que Barack Obama será el candidato demócrata a la presidencia. Y parece muy probable que podría ganarle la competencia a John McCain. También parece casi seguro que crecerán las mayorías demócratas en el Senado y la Cámara de Representantes. Entonces, parece que Obama podría asumir el cargo con un mandato relativamente fuerte de parte de los votantes. Si uno se pregunta cómo es que Obama fue capaz de lograr esto, cuando entró a la carrera apenas hace seis meses como joven y poco probable vencedor, la respuesta parece clara. Obama enfatiza el asunto del “cambio” y este punto parece haberle resonado a los votantes, incluidos muchos que no habían votado antes.

Por supuesto, cambio es un término ambiguo y su significado varía según quienes lo pregonen. Pero parece ser que el asunto del “cambio” responde a un alto grado de incomodidad en Estados Unidos en el contexto de la actual situación general del país en el mundo. Las dos zonas de máxima incomodidad son la guerra de Irak y el estado de la economía. Lo que la mayoría de los votantes parece estar diciendo es que piensa que la guerra en Irak es un pantano, y que fue un error haber invadido ese país. En cuanto a la economía, los votantes parecen decir que su nivel actual de vida ha ido bajando y que tienen mucho miedo de que continúe cayendo todavía más. Así que, básicamente, rechazan las principales líneas de argumentación del régimen de Bush, y en gran medida lo culpan por sus incomodidades. Es menos claro cuáles son los cambios específicos que los votantes quieren, pero algo desean.

Obama tiene un segundo atractivo más allá de acometer el asunto del cambio. Es una cuestión de estilo. Él afirma que está deseoso de hablar con todo mundo. A nivel internacional con las supuestas fuerzas no amistosas y con los supuestos aliados, y a nivel interno con personas de todas las facciones políticas. Esto contrasta con la repetida insistencia de Bush de que hay todo tipo de grupos con los que Estados Unidos no debería “negociar” jamás.

Hay una segunda clase de atractivo estilístico de Obama. Él dice, una y otra vez, “¡Sí, nosotros podemos!” Éste es un punto que retomó de César Chávez, el legendario líder hispano de los trabajadores agrícolas, cuyo lema era “¡Sí, se puede!” Este punto atrae particularmente a todos aquellos que se han sentido marginados en el sistema político estadunidense, y que encuentran que este punto los empodera.

Así, ahora que Obama parece cerca de convertirse en presidente, ha comenzado una considerable discusión en la prensa, en el Internet, y en el debate público, en torno al tipo de cambios que intenta emprender, de hecho, Obama. Ésa, me parece, es la pregunta equivocada. La real cuestión es qué tipo de cambios puede hacer, cuestión totalmente diferente.

El historial de Obama es el de un demócrata liberal que se opone a la guerra de Irak y cuyo modo de actuar ha sido siempre de centro-izquierda, algunas veces con fuerza y otras con mucha prudencia. Es seguro que intenta conferirle un estilo diferente a la Casa Blanca. Lo que es bastante menos claro es qué tan radicalmente diferentes serán las políticas que intenta implantar. Pero aun suponiendo que fuera más radical políticamente de lo que parece a simple vista, la cuestión continúa siendo ¿qué puede hacer?

Sin duda, los presidentes de Estados Unidos pueden afectar las políticas de modos importantes –George W. Bush lo ha demostrado– pero también quedan prisioneros de su propio cargo. Es por eso importante revisar cuáles son las opciones en política exterior, en política económica, y en aquel ámbito más suelto que podríamos llamar política cultural.

En política exterior, el asunto más inmediato y avasallador es Medio Oriente –no sólo vis-à-vis Irak, sino también vis-à-vis Afganistán, Irán, Paquistán e Israel/Palestina. Bush ha trabajado muy duro para atarle las manos a su sucesor. Pero cometió el error de pensar que la política estadunidense en Medio Oriente está primordialmente en manos del gobierno estadunidense. Yo ya no pienso que ése sea el caso. Hay un torbellino de fuerzas en esta región que están más allá del limitado poder del gobierno de Estados Unidos, como para poder canalizar su dirección. En Irak, lenta, pero seguramente, acumula vapor el nacionalismo antiestadunidense. En Afganistán, los talibanes regresan subrepticiamente al poder de facto y como subproducto amenazan perturbar el funcionamiento de la OTAN como fuerza internacional. En Pakistán, parece que Estados Unidos quedará reducido a rezar en silencio para que su amigo Pervez Musharraf, cada día menos popular, pueda capear el temporal. Los iraníes han decidido que simplemente pueden desafiar a Estados Unidos sin incurrir en ningún peligro real. Y tanto Israel como la Autoridad Nacional Palestina se hallan en terrenos mucho más inestables que nunca, interna e internacionalmente. En gran medida, Condoleezza Rice es ignorada por todos. ¿Tratarán diferente al secretario de Estado de Obama?

Si el torbellino deshace las políticas estadunidenses en la región y si incluso las fuerzas estadunidenses se retiran de Irak, ¿será la consecuencia que Europa occidental, Rusia, China y América Latina se acerquen, de hecho a Estados Unidos, aun cuando aprecien el estilo más amigable e inteligente de Obama? Las tendencias geopolíticas subyacentes están en contra de Estados Unidos. Obama puede hacerlo mejor que Bush, pero ¿qué tanto mejor?

La historia no es muy diferente si miramos el estado de la economía estadunidense. Sin duda, una administración demócrata tendrá políticas diferentes en cuanto a impuestos, atención a la salud y medioambiente. Y probablemente 80 por ciento de la población más pobre la pasará mejor. Pero los empleos en el ámbito de la manufactura no regresarán, aun cuando Estados Unidos hundiera sus propios pactos neoliberales de comercio. En este ámbito, hay también un torbellino, uno tal vez aún más poderoso que el torbellino político de Medio Oriente, y Estados Unidos no controla su despliegue.

Esto deja un ámbito donde Obama puede contar con cierto margen, ése que llamo sueltamente el ámbito cultural. Su campaña ha movilizado una fuerza popular que cobra fuerza y autonomía. Es ésa donde la gente dice: “sí, nosotros podemos”. Obama pudo haber sido de ayuda para encender esa fuerza, pero es una fuerza que cobra impulso propio y que tendrá mucho impacto en lo que haga como presidente. En un sentido amplio, es una fuerza que lo empuja, como presidente, hacia la izquierda, directamente y a través de los miembros del Congreso. Es muy difícil decir con exactitud adónde empujará esta fuerza a Obama. Pero su impacto puede resultar comparable a aquel que tuvo la llamada derecha religiosa en las políticas del Partido Republicano en los últimos 30 años.

Martin Luther King Jr. dijo: “Tengo un sueño”. El sueño de un Estados Unidos diferente con prioridades diferentes y convenciones más igualitarias. Si este próximo periodo conduce aunque sea a la realización parcial de un sueño así, tendrá, por supuesto, un impacto de largo plazo en el papel que juega Estados Unidos, y en el que desea jugar, en el sistema-mundo. Tendrá un impacto de largo plazo sobre el tipo de estructuras económicas que Estados Unidos mantiene para sí mismo y que el mundo mantiene para sí mismo. El cambio es de hecho posible, y es potencialmente un cambio positivo. Todo depende mucho menos de Obama que del resto de nosotros. Pero Obama, podría, únicamente podría, darnos el espacio para que el “nosotros” de “sí, nosotros podemos”, lo empujara a él y a Estados Unidos.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/03/15/index.php?section=opinion&article=028a1mun

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Immanuel Wallerstein: El informe de inteligencia de EU sobre Irán, ¿una reversión importante?

El director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos publicó el 3 de diciembre una versión desclasificada de un informe conocido como National Intelligence Estimate (NIE), una evaluación nacional de inteligencia sobre Irán y las armas nucleares. El periódico The New York Times la llamó en un titular “reversión importante”. “Revirtió” una NIE realizada en 2005. Y dio la señal de un viraje en la política oficial de Estados Unidos. En 2005, la NIE “evaluó con gran confianza que Irán está decidido a desarrollar armas nucleares”. En 2007, la NIE “juzgó con gran confianza que en el otoño de 2003, Teherán puso un alto a su programa de armas nucleares”.

Casi todos los análisis públicos y de prensa de este informe suponen que la evaluación fue realizada por el director de Inteligencia Nacional y que está siendo leída por el gobierno de Bush y por el Congreso, quienes apenas ahora la toman en cuenta. Algunos incluso la llamaron “golpe de Estado” contra Bush y/o Cheney y los neoconservadores. No creo esta secuencia ni por un momento. Asumo que esta evaluación fue discutida previamente dentro del gobierno de Bush. Después de todo, se dice que el informe fue escrito hace como un año. Creo que este informe es el resultado de una discusión al interior del gobierno, que tomó la decisión con el conocimiento y la aprobación de George W. Bush para que el informe fuera dado a conocer al público. Este informe no conducirá a una reversión. Da señales de que la reversión ya ocurrió.

¿Qué podemos inferir de esto? Podemos inferir que el largo debate en curso entre la facción que favorece la acción militar inmediata contra Irán (Cheney y sus amigos, el gobierno israelí y sus amigos) ha perdido ante la facción, mucho más grande, que por varias razones piensa que esa acción militar no es sabia. No me sorprende el resultado, puesto que he estado argumentando por algún tiempo que la facción contraria a una acción bélica inmediata era mucho más fuerte dentro del gobierno estadunidense que la facción de Cheney, particularmente dado que la facción contraria a la guerra inmediata incluye al Estado Mayor Conjunto.

¿Qué ocurrirá ahora en relación con Irán? Probablemente no mucho. Rusia, China y Alemania ya arrastraban los pies con mucha obviedad en relación a las futuras sanciones contra Irán. Es muy poco probable que haya sanciones ulteriores, Irán ha persistido en su argumento de que tiene el derecho a continuar con el desarrollo de su programa de enriquecimiento de uranio, mientras que al mismo tiempo congela su programa de desarrollo de armas nucleares. Y continuará con esto por ahora.

El hecho básico que debemos siempre tener en cuenta es que el actual gobierno estadunidense tiene lleno su plato —mantiene su presencia en Irak, en Afganistán, y se preocupa acerca de la muy real posibilidad de que haya un quiebre del orden en Pakistán. Aun Bush puede darse cuenta que el posible desarrollo de armas nucleares por parte de Irán de aquí a 10 años no puede desplazar estas otras preocupaciones en el orden de prioridades.

Sin duda Estados Unidos buscará una fachada verbal de crítica contra Irán. Vean los comentarios públicos del presidente hacia el informe. La retórica es muy similar a la fachada verbal de favorecer la creación de un Estado palestino hacia finales de 2008. Pero nadie presta mucha atención –ni siquiera los candidatos presidenciales en Estados Unidos (de alguno de los dos partidos). Esas afirmaciones son sólo eso –fachadas verbales. Bush comienza a caer en una tendencia al fastidio de intentar salvar la cara mientras sobrevive lo que sin duda será su año más infeliz en el puesto.

Entretanto, todo el resto del mundo está pensando en lo que deberá hacer en Medio Oriente después de 2009, con la gran probabilidad de que un presidente demócrata asuma el cargo en Estados Unidos. Debería ser obvio para ellos que, por el momento, el único Estado estable en Medio Oriente es Irán. Por supuesto, Irán tiene sus conflictos internos y la facción de Ahmadinejad bien puede perder las próximas elecciones. Pero Irán –poder petrolero, poder de la Shía, poder militar y demográfico en la región– es un actor importante que debe tomarse en cuenta. Los países preferirán tener a Irán de su lado que en contra suya. Irán no va a desaparecer.

A lo largo de los años, Irán le ha hecho muchas ofertas a Estados Unidos de hacer un trato, proponiéndole trabajar juntos respecto de Irak y otros asuntos. Y el gobierno de Bush ni siquiera reconocía el gesto. Tal vez ahora sea muy tarde para que Estados Unidos haga un trato así –pero no es tarde para China o Rusia o aun Europa occidental. Tampoco es muy tarde para Pakistán o Arabia Saudita, dos países cuyo colapso desestabilizaría la región en modos que harían que el fiasco de Irak pareciera una molestia mediocre.

De hecho, en este punto siento que Condoleezza Rice y Robert Gates entienden mejor que Hillary Clinton o Barack Obama, pero tal vez no. En cualquier caso, tengo la sensación de que la evaluación de la NIE es una forma elegante de decir la doctrina Bush ¡requiescat in pace!

* © Immanuel Wallerstein
* Traducción: Ramón Vera Herrera
* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/22/index.php?section=opinion&article=022a1mun

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