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José Cueli: La soberana crueldad

Jacques Derrida lanza en su libro Estados de ánimos del psicoanálisis: lo imposible más allá de la soberana crueldad no sólo un reto al sicoanálisis sino a todo el pensamiento contemporáneo, particularmente en los ámbitos de la ética, la política y la jurisprudencia.

Si bien con sus numerosos textos sobre la deconstrucción en los que hace una demoledora crítica a la metafísica occidental (fonologocéntrica), con éste y otros libros, como Políticas de la amistad y Hospitalidad, nos va conduciendo a repensar los males que aquejan a la humanidad y ello culmina en el texto mencionado al inicio donde abiertamente reclama al sicoanálisis el hecho de no haberse propuesto todavía pensar y penetrar en los axiomas de lo ético, lo político y lo jurídico.

Sus críticas al sicoanálisis han sido duras. Su mejor aval para ello es el profundo conocimiento del mismo y el valor de sus sólidas argumentaciones estriba en que ha hecho un verdadero trabajo de exégesis sobre el mismo.

En este inicio de siglo marcado, como señala Derrida, por “el fantasma teológico de la soberanía y donde se producen los acontecimientos geopolíticos más traumáticos, digamos incluso, confusamente, más crueles de estos tiempos” el lugar protagónico lo ocupa la crueldad.

Por una parte guerras, genocidios, terrorismo e intolerables violaciones a los más elementales derechos humanos, como es el derecho a la vida y la libertad que se ven, como en los casos de secuestro, brutalmente soliviantados.

En éstos no sólo la crueldad se enseñorea sobre la víctima directa sino sobre sus familias y sobre toda la sociedad en general que vive aterrorizada con semejantes atrocidades que se incrementan, de manera alarmante, día con día.

Por otra parte aparecen, como enfatiza Derrida, declaraciones de derechos del hombre y la mujer, condenas al genocidio, el concepto de crimen contra la humanidad, la creación de instancias internacionales y la denuncia sobre la crueldad desmedida que a la luz de las propias soberanías se ejerce sin control sobre los individuos.

Derrida insiste en que resulta imperativo abordar el concepto de crueldad al que califica de confuso y enigmático, y que permanece, según su opinión, en el oscurantismo tanto en el sicoanálisis como fuera de éste.

El reto planteado al sicoanálisis, según Derrida, sería: “Realmente hablamos de coartada, menos sin alguna presunción de crimen. Ni de crimen sin alguna sospecha de crueldad. Pasa por todas partes, desde la definición del psicoanálisis. Pero (psicoanálisis) sería el nombre de eso que, sin coartada teológica ni de cualquier otra clase, se volcaría hacia lo que la crueldad psíquica tendría de más propio”.

Para Derrida el sicoanálisis sería el nombre de eso (sin coartada), sí, según él, esto fuera posible. El reto lanzado por Derrida al sicoanálisis debe ser tomado y, como dice Lapalanche, hay que poner a trabajar los conceptos y al propio Freud, en lugar de encasillarlo en una simple terapia adaptativa con pretensiones simplistas de curación.

El sicoanálisis es mucho más que eso, mejor dicho, es otra cosa. Busca, por definición, el desciframiento del texto inconsciente que se nos presenta como algo enigmático. Visto así, la crueldad también enigmática requiere un trabajo de desciframiento.

Profundizar en ello, como aconseja Derrida, es tarea impostergable para el sicoanálisis. No debemos seguir permitiendo que la crueldad se abata sobre los sujetos sin miramiento alguno. No podemos permitir tener que seguir viviendo en el terror y la angustia de ser atropellados por tragedias como el secuestro que representan traumas que no pueden elaborarse.

¿Quién puede resignarse a la brutal muerte de un familiar y particularmente a la muerte de un hijo?

Esas heridas nunca cicatrizan, nos llenan de odio, impotencia y confusión. La vida de los afectados nunca vuelve a ser la misma.

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J. Enrique Olivera Arce: Escepticismo. El pueblo a las pruebas se remite

Cadena perpetua, para los luchadores sociales del pueblo de Atenco. Impunidad y apapacho para sátrapas confesos que desde el gobierno  atropellan al pueblo.

Doble moral y doble rasero es la lectura obligada que deja el cónclave elitista en el que lo más representativo de la clase gobernante se comprometiera a lo que por principio, saben que no pueden ni deben cumplir, so pena de escupir para arriba. Hablar de la soga en casa del ahorcado no siempre es lo más afortunado cuando a la luz de la realidad nacional, un pueblo escéptico y profundamente agraviado, reacciona frente al discurso mediático de su victimario con un indiferente y desganado ¡Que renuncien todos!

Hoy el tema de moda es la seguridad pública frente a manifestaciones criminales, sin más objeto aparente que desviar la atención del  ciudadano de a pie sobre otros quizá estratégicamente más relevantes como la seguridad energética, la seguridad alimentaria o la seguridad social. Mañana o pasado bien podría utilizarse como cortinilla de humo cualquier otro pretexto que cale coyunturalmente en el estado de ánimo prefabricado por los medios,  de  una ciudadanía que ya no ve lo duro sino lo tupido.

Como ya es costumbre, lo pactado renuncia a lo obvio y choca con el manejo presupuestal y la inclinación a la rapiña de los virreyes estatales. Los gobernadores se suman al pacto y lo aplauden de dientes para afuera, pero ¿estarían dispuestos a renunciar al control de sus organismos de seguridad,  y en nombre de la eficacia dejar en manos de la federación el manejo y control de la totalidad de los recursos presupuestales asignados a la tarea? Ni el más optimista de los mexicanos se atrevería a inclinarse por la afirmativa.

El caso es hacer mucho ruido aunque las nueces sean escasas, ante la incapacidad de la clase gobernante para atender y enfrentar con eficiencia y eficacia, problemas torales de una nación que marcha a paso acelerado en pos de la banca rota. Tiene razón la periodista Marcela López Zalce, cuando en Milenio escribe que “no hay nada que celebrar”. El pacto por la seguridad al igual que el pacto para la reforma del Estado, o el signado en su momento para el rescate del campo, son letra muerta. La clase gobernante seguirá por el camino andado de la mediocridad, la corrupción y la impunidad, ante el escepticismo y creciente indiferencia de los subordinados.

Si el Sr. Calderón Hinojosa esperaba otra cosa de la cumbre planeada para satisfacer su particular afán de legitimarse ante los mexicanos, terminó por ceder su escaso y cuestionado capital político al poder real de la Nación. La clase empresarial exige resultados concretos o la renuncia de los servidores públicos responsables. En tanto que las clases subordinadas, con mayor realismo, descalifican el intento, con un simple “a las pruebas me remito”.

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