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Manuel Justo Gaggero: Un Viaje Hacia las Utopías Revolucionarias (LXV): de revolucionarios y reformistas

La presencia del Che, combatiendo en Bolivia, profundizó la fuerte polémica que desde el triunfo de la Revolución Cubana se daba en el seno de la izquierda, en nuestro Continente y en todo el Tercer Mundo.

Por otra parte la tensión y finalmente la ruptura, en ese año 1967, entre la Unión Soviética y la Republica Popular China determinó nuevos alineamientos.

Nosotros, que militábamos en el seno del peronismo reconociendo como dirigentes a Alicia Eguren y a John William Cooke, entendíamos que sólo mediante la lucha armada era posible disputar, realmente, el poder a las clases dominantes y al Imperio.

Pensábamos que la Revolución liberadora debía conducir a la construcción del socialismo, y que en la misma el rol hegemónico lo tenía la clase obrera en nuestro país, dada su conformación socio económica y que esta, en su gran mayoría, se identificaba con el Movimiento.

La izquierda tradicional hablaba de una revolución democrático-burguesa o agraria y antiimperialista, reconociéndole a una, a nuestro juicio inexistente “burguesía nacional”, un rol importante.

Pensaban que existían sectores “patrióticos” en el seno de las Fuerzas Armadas y los convocaban permanentemente, denostando a los que nos considerábamos “guevaristas”, ya que nos caracterizaban como “pequeños burgueses apresurados e infantiles”, recurriendo a un texto de Lenin titulado “El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo”; que en nada se aplicaba a este momento particular que vivía el Tercer Mundo.

Trataban de reducir el planteo del Che, acusándolo de “militarista y foquista”, y claramente anunciaron que no prestarían ningún apoyo a este, pese a los compromisos que, algunos dirigentes de estos partidos comunistas, habían contraído en La Habana.

En esta posición se alineaban las formaciones mas fieles a Moscú, que había proclamado, desde que se iniciara el proceso de “desestalinización”, que se abría una etapa de “coexistencia pacífica” con los Estados Unidos, por lo que se negaba todo apoyo explícito a los movimientos que luchaban por su liberación.

Esta postura había sido criticada públicamente por el Che en su Mensaje a la Tricontinental, criticas que nuestro compatriota profundiza en su correspondencia desde el Congo con algunos dirigentes cubanos, entre los que estaba su segundo en el Ministerio de Industrias, Orlando Borrego.

Para nosotros, en cambio, para todos los que soñábamos con una América Latina libre, tenía un gran significado que el Che hubiera abandonado su cargo en el gobierno revolucionario cubano y jugara su vida en la selva boliviana.

Sin duda de que era una demostración más del compromiso de este con la consigna “uno, dos, tres o más Vietnam”.

En esa línea “antiguevarista” jugaba un rol central el viejo Partido Comunista Argentino, cuyo Secretario General Victorio Codovilla había impartido claras instrucciones a la militancia de no prestar ninguna colaboración a los grupos que se empezaban a organizar en el país para sumarse a la gesta iniciada por el Che.

John ya había tenido fuertes discusiones en la Asamblea de la Tricontinental realizada en La Habana con Alcira de la Peña, la delegada del PCA.

En dicho encuentro se había recibido con entusiasmo la postura, a la que adhiriera nuestro compañero, que la mejor forma de solidarizarse con los procesos revolucionarios en curso era impulsar la revolución en todos los países sometidos.

En esos primeros meses de aquél año tuvimos una reunión en Buenos Aires en el que participaron, entre otros, Gustavo Roca, el abogado cordobés que hiciera una brillante defensa de los compañeros del EJP, Luis Cerutti Costa, que estaba organizando el Instituto de Capacitación Obrera avalado por Agustín Tosco y Raymundo Ongaro y Casiana Ahumada, codirectora de la Revista “Cristianismo y Revolución, entre otros”.

En la misma tomamos conciencia de que carecíamos de información sobre lo que estaba sucediendo en Bolivia, o que esta era muy escasa.

Aparentemente las primeras acciones habían sido exitosas, pese a que los combatientes estaban realizando un reconocimiento del terreno, instalando depósitos de alimentos y municiones y armando las redes urbanas de apoyo.

Gustavo nos contó que Ernesto, como el llamaba al Comandante, su viejo compañero del Colegio Monserrat de Córdoba, lo había visitado cuando viajaba hacia Bolivia interesándose por el estado de la causa penal de los sobrevivientes de la guerrilla de Masetti.

Estaba totalmente caracterizado, irreconocible, y tenía un documento a nombre de Adolfo Mena González, de nacionalidad uruguaya, que se presentaba con documentación también falsa como observador de la Organización de Estados Americanos; de esa forma había eludido todos los puestos fronterizos.

¿Que hacer? ¿Cómo solidarizarnos con este puñado de revolucionarios que soñaban con una América libre y unida? Ese era un gran dilema, que, como veremos mas adelante, en nuestras próximas notas, no logramos develar.

Manuel Justo Gaggero es ex director del Diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.

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Homar Garcés: Será el chavismo capaz de emular a Chávez?

La incógnita originada a raíz del estado de salud del Presidente Hugo Chávez y la perspectiva de unas nuevas elecciones presidenciales ante la imposibilidad que éste no pueda seguir dirigiendo el gobierno de Venezuela obliga a todos sus seguidores a plantearse seriamente si le darán o no continuidad al proceso revolucionario bolivariano, generando mayores mecanismos de participación popular y unas relaciones de producción que ayuden a erradicar la explotación capitalista.

Con mayor énfasis en ello debiera actuar la actual dirigencia chavista, tomando en cuenta que -tras más de una década ininterrumpida- el proceso revolucionario bolivariano produjo mejoras sustanciales de las condiciones de vida de una amplia gama de familias venezolanas (incluso de aquellas que son propietarias de grandes medios de producción, las cuales han incrementado sus ganancias anuales, y aun así siguen adversando abiertamente al régimen de Chávez). Pero ello no es suficiente ni debe ser lo máximo que se podría aspirar alcanzar, a imi.tación de cualquier otro proceso de carácter nacionalista y socialdemócrata. La interrogante, por consiguiente, tendería a despejarse en la misma medida que el chavismo sea capaz de asumir decididamente el compromiso histórico de construir el socialismo revolucionario del siglo XXI.

El chavismo entonces tendrá que comprender que la unidad lograda por el carisma de Chávez debe concretarse mediante la elaboración, el debate y la ejecución de propuestas revolucionarias viables, a fin de asegurar la transición que haga definitivo el socialismo, en las cuales se remarque y respete la vital importancia de los sectores populares en la sustentación y orientación del proceso revolucionario bolivariano. Tratar de convivir con el enemigo ideológico que ansía su fin, sería un error táctico que acarrearía graves consecuencias a este último para que se mantenga en el tiempo, acabando por reproducir los mismos vicios y corruptelas administrativos existentes al amparo del pacto de Punto Fijo. En vez de esto, aquellos que se hallan al frente del gobierno, de los partidos políticos y de las diferentes organizaciones de base tienen ante sí el reto de refundar la República venezolana en lo que implicaría una real transformación socialista de la sociedad en todos sus órdenes, de una manera revolucionaria verdaderamente radical. Para ello es imprescindible sistematizar, extender y profundizar la formación de una conciencia realmente revolucionaria y socialista (no retórica) entre los sectores populares, sin dogmas y en medio de un debate abierto y constante como elemento característico del pensamiento y la práctica del socialismo bolivariano. Al mismo tiempo, tendría que abocarse al establecimiento de una dirección colegiada del proceso revolucionario bolivariano, provista de un programa revolucionario común que incluya todos los criterios y expresiones de las diversas agrupaciones políticas y sociales que lo impulsan.

Toda esta coyuntura representa una extraordinaria oportunidad para que el chavismo -en todas sus vertientes existentes- demuestre hasta qué nivel está dispuesto a llevar a cabo la revolución socialista bolivariana en Venezuela, y si es capaz de emular o no a Chávez, dedicando todas sus energías vitales a dicha meta a tiempo completo, y de medir sus potencialidades creadoras frente a las amenazas enemigas, jugándose no sólo el destino del país sino el de todos los demás pueblos de nuestra América que confían en su ejemplo y perseverancia.

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Marcela Sanchez:Lo bueno y lo malo de Chávez

Estoy empezando a creer que el Presidente venezolano Hugo Chávez puede tener un efecto tranquilizador en América Latina.

En un momento en que los precios récord del petróleo se están constituyendo en una carga cada vez más grande, el líder del quinto exportador mundial de petróleo está ofreciendo programas de financiación flexibles no solo a su gran aliado en Cuba sino a la mayoría de los países del Caribe y muchos en América Latina. Chávez también promete más empleos e ingresos para la región mediante, por ejemplo, planes de construcción de una refinería por $2500 millones de dólares en el noreste de Brasil y la compra de buques cisterna a Argentina.

La semana pasada, cuando manifestantes paralizaron la producción de petróleo en Ecuador, el segundo proveedor suramericano a Estados Unidos, Chávez salió al rescate. En respuesta a solicitudes de funcionarios ecuatorianos, Chávez aceptó cubrir el compromiso de exportaciones contraído por Ecuador, contribuyendo así a calmar el mercado internacional y a reducir el impacto fiscal del paro en la asediada nación.

¡Cielo santo! Chávez es el Robin Hood moderno y de habla hispana.

Este calificativo suena, desde luego, como una herejía en esta capital. Según funcionarios de la administración Bush, Chávez ejerce en la región la mayor “fuerza negativa” contra la democracia y el libre mercado desde la Guerra Fría. Ha sido acusado de proveer armas a rebeldes colombianos, de financiar grupos en Bolivia y Ecuador que buscan establecer estados “marxistas” y de ser, con la guía del líder cubano Fidel Castro, un “subversivo” para el resto de la región.

La verdad es que Chávez es ambas cosas. Es el Robin Hood que apoya a los pobres con el dinero de los ricos y es el ideólogo que impulsa una agenda anti imperialista y socialista.

Desafortunadamente, la administración Bush ha decidido enfrentar el reto de Chávez desde la segunda perspectiva. Según el punto de vista y la retórica de la administración, Chávez es un comunista, un entrometido y, lo más reprobable, es otro Castro. Y así la administración ofrece soluciones decididamente anticuadas y disecadas que recuerdan a las viejas y fallidas estrategias anticastristas.

En torno a la visita a América Latina del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld la semana pasada, el Pentágono emitió una declaración reiterando las preocupaciones estadounidenses sobre la “amenaza” que el eje Cuba-Venezuela representa para la región. Rumsfeld, en su tercera visita a América Latina en 10 meses, pasó por Paraguay y Perú para consolidar el apoyo entre aliados estadounidenses por lo que pareciera ser una política de contención a Chávez.

Este tipo de enfoque unidimensional no le deja ver a los políticos estadounidenses el hecho de que no toda la influencia de Chávez en América Latina es perniciosa y, por detestable que sea, está ofreciendo soluciones a problemas reales de América Latina en formas que Washington no está ofreciendo.

América Latina no está en medio de una Guerra Fría donde movimientos rebeldes de izquierda financiados desde el exterior realizan una guerra de guerrillas contra gobiernos democráticos. En vez de tomar armas y dirigirse a las montañas, una población cada vez más frustrada está volcándose a las calles para demandar que sus líderes electos cumplan lo prometido por las reformas impulsadas desde Washington.

Por mucho que Chávez y Castro quieran llevarse el crédito, y por mucho que funcionarios de Bush quieran dárselo, el hecho es que ese descontento popular es más culpa de la democracia y del libre mercado que de algún eje diabólico.

Así que le corresponde en gran medida a Washington ayudar a estos países a demostrar que el modelo neoliberal democrático estadounidense “es válido, hellip tiene un lado humano y cumple lo que promete”, según John Cope, experto en América Latina de la Universidad Nacional de Defensa.

Es por eso que tanto el Presidente paraguayo Nicanor Duarte como el peruano Alejandro Toledo aprovecharon la visita de Rumsfeld para enviar una súplica urgente a Washington para que amplíe el mercado estadounidense a sus productos. De acuerdo con informes en la prensa paraguaya, Duarte le dijo a Rumsfeld que “América Latina necesita el apoyo de los países desarrollados para afianzar sus economías, porque sin este respaldo las democracias en la región corren el riesgo de fracasar”.

El éxito de las democracias en la región depende de la habilidad de sus economías para reducir la pobreza y la desigualdad, las verdaderas fuentes de resentimiento e inestabilidad. El impacto de Chávez puede oscilar entre polos opuestos–a veces aumentando la inestabilidad, a veces reduciéndola.

Pero mientras la administración Bush continúe obsesionada con el lado destructivo de Chávez, no se concentrará en el arduo trabajo que requiere ayudar a las economías de América Latina a que tengan éxito. Y mientras eluda ese reto, mientras los precios del petróleo sigan altos, Chávez estará más que dispuesto a extenderles una mano.

Artículo original:
http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2005/08/25/AR2005082501419.html

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Angel Guerra Cabrera: El marxismo cubano y el cambio

El amplio debate de hoy en Cuba y los profundos cambios que reclama no pueden explicarse sin poner atención a la historia de la Revolución y al pensamiento marxista cubano, que permaneció vivo y actuante pese a la gran influencia alcanzada en su momento por la reduccionista versión soviética del marxismo. El frecuente desconocimiento de este antecedente, los estereotipos de la cultura dominante y la distorsionada imagen proyectada por la prensa imperialista, dificultan la rápida asimilación fuera de la isla de aquel proceso.

Desde dentro de Cuba se han hecho recientemente algunas contribuciones de excepcional relevancia para atenuar ese déficit. La más importante, sin duda, el libro-entrevista a Fidel Castro de Ignacio Ramonet, particularmente la última edición corregida y aumentada por el entrevistado. Sin desmedro de otros valiosos esfuerzos, he encontrado En el borde de todo, el hoy y el mañana de la Revolución cubana(Ocean Sur,www.oceansur.com) un texto imprescindible para desentrañar los fundamentos de la “revolución en la revolución” a que enfila la gran trasformación social de la mayor de las Antillas. Calificado con justicia de obra mayúscula en el prólogo de Alfonso Sastre, su autor, el periodista e historiador Julio César Guanche, nacido en la isla más de una década después de implantarse el bloqueo, ha logrado reunir con notable eficacia un coro de voces cubanas de excepcional valía intelectual para discutir el planteamiento central de Fidel al cumplirse sesenta años de su ingreso en la Universidad de La Habana: “Esta
revolución no la pueden destruir ellos(los imperialistas) pero sí nuestros defectos y nuestras desigualdades”.

Guanche ha creado un gran reportaje que consigue dar pedagógica coherencia a todas las piezas que lo componen, entre ellas el citado discurso de Fidel, uno de Raúl Castro y otro del canciller Pérez Roque referidos a la continuidad de la revolución, que inician el libro.

A partir de allí recurre a la técnica de la entrevista, que en la segunda sección le permite armar un simposio en el que un grupo de destacados pensadores cubanos de distintas hornadas –Aurelio Alonso, Jesús Arboleya, Juan Valdés Paz, Luis Suárez Salazar, Fernando Rojas y Julio Antonio Fernández- aportan luminosos y, a veces, divergentes análisis sobre el planteamiento de Fidel, los peligros que acechan a la Revolución y los cambios necesarios para conjurarlos. Más adelante, Roberto Fernández Retamar, Alfredo Guevara, Grazziela Pogolotti y Ana Cairo, realizan ricas reflexiones sobre historia, socialismo y cultura, la lucha ideológica en el terreno intelectual dentro y fuera del país, el cáncer del dogmatismo y la permanencia de la ética y la verdad como elementos inseparables de la política de la Revolución cubana.

La exposición del pastor bautista Raúl Suárez muestra cómo se inserta naturalmente el testimonio profético de un creyente inspirado en el evangelio en la perspectiva de un socialismo cubano más radical, y en la formación del “hombre nuevo” guevarista, y las entrevistas con la socióloga Mayra Espina, la educadora Esther Pérez y la joven periodista Milena Recio sustancian la necesidad imperiosa de abrir las puertas a la palpitante diversidad de la Cuba de hoy en sustitución de la homogeneidad, explicable y hasta justificada en otros tiempos. Es la constatación de la ruptura y continuidad en el devenir de la Revolución, contexto que diferencia sustancialmente al debate cubano de recientes experiencias liquidadoras del socialismo.

Corona el libro Fernando Martínez Heredia -acaso el más profundo de los pensadores surgidos después de 1959-, con una valoración de la benéfica desmesura del proyecto isleño y su aventura intelectual por el desarrollo de un marxismo autóctono.

El común denominador en las participaciones es el papel determinante de la conciencia y la voluntad de lucha en la transición socialista, la necesidad de sistematizar el debate y “socializar la agenda del cambio” en una sociedad cada vez más democrática.

Aunque no se proponga ser, ni sea, representativo de toda la gama del pensamiento cubano, En el borde… sí se encuentran algunos de los ejes fundamentales del debate actual, ampliado de modo exponencial con la convocatoria de Raúl Castro: apego irreductible a la justicia social y la ética, adhesión al ideal comunista e internacionalista, inconformidad y renovación permanente como condición de la continuidad de la revolución socialista en Cuba.

* Argenpress
* http://www.argenpress.info/nota.asp?num=052010&Parte=0

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Adolfo Sánchez Rebolledo: La inmadurez del socialismo del siglo XXI

El resultado del referendo celebrado en Venezuela obliga a revisar la estrategia puesta en marcha por Hugo Chávez para alcanzar el llamado “socialismo del siglo XXI”, pero invita a ir más lejos: a examinar la naturaleza del cambio propuesto, no sólo en cuanto a su oportunidad, sino a su formulación y viabilidad.

Hizo muy bien el presidente Chávez en reconocer la victoria de sus adversarios esa misma noche, pues con ello detuvo de tajo la operación desestabilizadora que sin duda se había puesto en marcha. Esa reacción serena, democrática, conjuró los demonios del desastre y permitió al gobierno bolivariano sortear con dignidad la crisis. Pero no hay que subestimar lo ocurrido. La derrota del sí está lejos de ser la hazaña “pírrica” descrita por el gobierno, pues si bien el resultado (50.7 contra 49.3 por ciento) no cuestiona la permanencia del presidente, sí hipoteca buena parte de su apuesta por el futuro.

Acostumbrado a ganar por márgenes muy amplios, reconoció que buena parte del electorado aún no estaba “maduro” para el socialismo, pero el maniqueísmo extremo de la elección tampoco hizo posible un verdadero debate y el tema de qué país construir se diluyó en la inmediatez, cancelando de momento la “renovación integral” del régimen social, económico y político venezolano. La oposición halló un blanco fácil que le permitió agruparse bajo un denominador común. En ese sentido, la convergencia antichavista, alentada por una variedad de fuerzas, incluidas las de la extrema derecha, el golpismo y sus valedores imperiales, tal vez habría sido insuficiente para vencer si el proyecto de reforma constitucional hubiera seguido un curso de acción más flexible, mejor dispuesto al debate y a la concertación, sin dar por supuesto que la votación reiterada a favor de Chávez se repetiría linealmente ante cualquier tema y circunstancia. Pero el voluntarismo induce a las más graves equivocaciones. Los cuestionamientos más serios en torno, por ejemplo, a la relección presidencial se pasaron por alto, como si sólo la derecha fuera capaz de expresar opiniones diferentes.

Así la terca realidad se impuso: parte importante del electorado chavista no refrendó su apoyo a la propuesta de reforma constitucional y sencillamente se abstuvo de votar o votó por el no, a pesar del grado de aceptación de las políticas públicas impulsadas por el gobierno bolivariano. Sin duda, esa toma de distancia respecto a la estrategia oficialista es el hecho político más notable y definitorio, sobre todo en la perspectiva de rencauzar la acción del gobierno y la participación popular.

Es verdad que a toro pasado es fácil señalar omisiones graves y errores, pero lo cierto es que en el propio campo chavista hubo numerosas voces que alentaron contra los visibles defectos de una propuesta mal diseñada, contradictoria en temas sustantivos, cuando no equivocada.

Una de las críticas más agudas y exhaustivas es la realizada por Gerado Langer (reproducida en El Correo del Sur, La Jornada Morelos, el domingo pasado), pues en ella se subrayan al menos dos cosas que me parecen importantes: la primera es la dificultad ya citada de resolver en profundidad el tema del socialismo a partir de un referendo (aun contando con la mayoría), como si los cambios propuestos fueran un simple ajuste de la ley existente. La segunda, aún más preocupante, tiene que ver con la inconsistencia de la misma noción de “socialismo de siglo XXI” puesta sobre la mesa.

Si bien el texto del proyecto de reforma pretendía resumir la experiencia venezolana, la verdad es que no se avanzó demasiado en las definiciones sustantivas. Al respecto, señala el autor mencionado: “… No se precisó en qué consistía la diferencia y en qué aspectos debería distanciarse el socialismo del siglo XXI de la experiencia soviética del siglo XX. ¿En la negación del modelo de partido único? ¿En otras modalidades de relación entre Estado y partidos? ¿En el rechazo de una ideología oficial del Estado? ¿En alternativas al modelo monocultural negador de toda diferencia? ¿En formas de organización y participación política orientadas a no repetir la llamada democracia popular o proletaria, que terminó por negar la idea misma de democracia? ¿En un modelo económico que no esté basado en la planificación burocrática centralizada? ¿En un cuestionamiento radical del productivismo industrialista de crecimiento sin límite, que representó en la Unión Soviética, como hoy en China, una guerra sistemática contra el resto de la naturaleza, contra la vida misma en el planeta, en forma similar a como lo hizo históricamente y continúa haciéndolo el capitalismo? ¿Se trata de un socialismo con pluralismo político, compatible con lo que establece uno de los principios fundamentales de la constitución vigente?”

Pero la crítica de Langer no se detiene en vagas consideraciones más o menos abstractas, sino que procede a demostrar las inconsecuencias existentes en el proyecto mismo, desde la imprecisión conceptual en torno a las instituciones del nuevo poder popular hasta la increíble falta de rigor en el análisis de la propiedad, incluida la pública, así como la ausencia de un punto de vista en torno a la vigencia o no del régimen de partidos, cuya crisis marcó el inicio de la actual sociedad venezolana. En ese contexto, el tema de la relección y el partido único sólo podía causar alarma y llamar a la derrota del sí, a unificar los temores, prejuicios, estimulando las acciones unitarias de unas oposiciones cuyo sino habia sido la abulia democrática y el sometimiento a los dictados de los centros de poder imperiales.

Nada será igual a partir de ahora. El discurso “antitotalitario” ha perdido piso gracias a la serenidad de Chávez, pero las fuerzas progresistas que marchan a favor de la revolución bolivariana, es decir, de un cambio de fondo en la situación de la sociedad venezolana, están obligadas a sacar las lecciones que al caso correspondan. Al socialismo del siglo XXI también le falta madurar.

P.D. Los legisladores deben elegir entre tres nuevos consejeros del IFE a uno capaz de presidir la institución en tiempos de obligada renovación. La lista de los inscritos es tan vasta que sorprendió a casi todos, pero ése es buen signo de los tiempos. Hay centenas de ciudadanos que se sienten con méritos y capacidades suficientes para presidir una institución central de la democracia que anhelamos. Sin embargo, sólo tres podrán conseguirlo. Nadie espera, sería ilusorio, ciudadanos “puros” sin ideas propias. Si los hubiera no servirían para el cargo, pues en el IFE hacen falta hombres probos, de experiencia profesional reconocible y no meramente homologable, que tengan una vision del país comprometida y una actitud firme y a la vez tolerante. El IFE no es un tribunal judicial. Tampoco una oficina burocrática para atender reclamaciones partidistas en una entidad autónoma cuya función es organizar la vida electoral mexicana y contribuir a elevar su calidad. De su actuación depende, ya lo hemos visto, la credibilidad de la vida pública. Pidamos a los legisladores serenidad y responsabilidad, buen juicio. Nada más.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/06/index.php?section=opinion&article=023a1pol

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