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Ana Anabitarte: Solicitan 13 años de cárcel para mexicano preso en Sevilla

La Fiscalía de Sevilla ha solicitado una condena de trece años de cárcel para Alejandro Ordaz Moreno, el estudiante mexicano de 29 años acusado de intentar matar a dos policías que supuestamente le confundieron con un delincuente.

En concreto el fiscal pide cuatro años de cárcel por dos delitos de intento de asesinato, cuatro años más por atentado a la autoridad y un año más por tenencia ilícita de armas.

Y pide una indemnización de 16 mil euros para un policía y 15 mil para el otro por las lesiones que el joven les causó y los daños morales.

Unas lesiones que según el parte médico provocaron traumatismo craneoencefálico, esguince cervical y contusiones que tuvieron cinco días hospitalizada y 75 de baja laboral a la mujer policía, y la fractura de un dedo de la mano, distensión cervical y contusión mandibular, por las que estuvo 70 días de baja su compañero.

Fernando Retamar, abogado del joven mexicano, reconoció en entrevista con EL UNIVERSAL que la petición de 13 años, “no es muy elevada teniendo en cuenta que podían haber solicitado mucho más: hasta 30 años, puesto que la acusación es de intento de homicidio”.

Retamar explicó que Alejandro no intentó asesinar a los dos policías, que no les apuntó con el arma y que lo único que hizo fue “intentar defenderse, ya que pensó que estaba siendo víctima de un secuestro exprés, puesto que los policías iban vestidos de paisano, eran las tres de la madrugada y Alejandro había bebido mucho”.

El abogado aseguró que sólo acepta el delito de lesiones, ya que Alejandro sí se pegó con los dos policías “para defenderse”, según sus propias palabras.

Alejandro Ordaz, de 29 años, fue detenido a las tres de la madrugada del pasado 8 de marzo.

Dos policías nacionales que prestaban servicio vestidos de paisano recibieron un aviso para identificar a una persona de determinadas características físicas que estaba acosando a tres mujeres.

Cuando circulaban por una calle del barrio de la Macarena, en Sevilla, los dos agentes se encontraron a Alejandro, cuyas características físicas coincidían con el sospechoso, y le solicitaron que se identificase.

Alejandro pensó que le querían secuestrar y los golpeó. Finalmente y después de una brutal pelea entre los tres, fue detenido y desde entonces está preso en la cárcel de Sevilla.

Tras el escrito de la Fiscalía, ahora falta que la acusación particular: los dos policías, presenten sus escritos, luego la defensa presente el suyo y la Sala decida el comienzo del juicio, que probablemente será antes de Navidad.

Aunque existe la posibilidad de llegar a un pacto. Es decir, que no haya juicio, que la defensa admita los delitos, y que la fiscalía, la acusación particular (los dos policías) y la defensa acuerden condenar a Alejandro a un determinado número de años de prisión.

Y si la pena es menor de seis años, según la legislación española al ser Alejandro mexicano, es decir, perteneciente a un país no miembro de la Unión Europea, se podría conmutar por la expulsión de España y no tendría que seguir en la cárcel.

Sería enviado automáticamente a México.

La otra opción sería ir a juicio “y jugárnosla toda a luchar porque sólo le condenen por un delito de lesiones, que la pena sería de tres años, pero que como no tiene antecedentes penales unido a la buena conducta se podrían ver reducidos”, según Retamar.

Independientemente de cualquiera de las dos opciones, lo que parece claro es que el acusado se arrepiente de todo lo que hizo aquella noche.

Prueba de ello es que ya ha mandado una carta a los dos policías, a través de la Sala, en la que les pide perdón por lo ocurrido, les explica que él es un buen estudiante que se encuentra en Sevilla becado por el CONACYT para realizar un doctorado en energías renovables, que jamás ha sido acusado de nada y que sólo una confusión le llevó a agredirles.

Esa carta unida al pago de la indemnización a los dos policías que Alejandro podría decidir llevar a cabo, sería un atenuante de reparación de daño a la hora de que el juez dicte sentencia.

http://www.eluniversal.com.mx/notas/551177.html

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Alejandro Teitelbaum: La regla de oro del sistema: Privatizar las ganancias y socializar las pérdidas y las deudas

El rasgo principal del sistema capitalista consiste en la apropiación privada de los frutos del trabajo social, es decir la expropiación por los capitalistas de los valores creados por los trabajadores manuales e intelectuales.

Estos valores se crean en el proceso de producción de bienes y servicios (industria, agricultura, investigación científica, educación, atención médica, transporte, agua corriente, electricidad, salubridad, etc.). Deducido el precio de la fuerza de trabajo, el valor restante es el plusvalor o plusvalía, medida económica de la explotación de la fuerza de trabajo, que se intensifica cada vez más a escala mundial y es la base fundamental de la acumulación capitalista.
Pero, sobre todo en los últimos decenios, esa expropiación de valores se produce también fuera del proceso productivo y de la prestación de servicios, principalmente a través del capital financiero especulativo, lo que permite a una ínfima minoría apropiarse en forma parasitaria del fruto de trabajo y de los ahorros de los pueblos de todo el mundo, al margen de la economía real. Este proceso tiene frecuentemente una vertiente francamente delictiva, donde la corrupción ocupa un lugar muy importante.
Por ejemplo en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía Enron se declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejó en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia empresa. En otras quiebras de grandes bancos o grupos financieros transnacionales, miles de pequeños ahorristas han visto evaporarse el fruto de muchos años de esfuerzos e incluso de privaciones.
Después de Enron se sucedieron otros casos similares como el de WorldCom y resultaron implicados los dos más grandes bancos estadounidenses: Citygroup y JP Morgan Chase.
El caso más reciente con proyección mundial es el de la crisis de los préstamos hipotecarios a alto riesgo (subprimes) con tasa de interés variable, que ha dejado sin liquidez a muchos Bancos privados lo que ha conducido a los Bancos Centrales a inyectar en el mercado financiero decenas o centenares de miles de millones de dólares.
Esta crisis dejó en la calle a decenas de miles de modestos deudores hipotecarios proprietarios de viviendas en Estados Unidos. Por eso el Gobierno de ese país ha decidido invertir 200.000 millones de dólares de los contribuyentes para salvar…al capital financiero concentrado en Fannie Mae y Freddie Mac. Y las principales bolsas mundiales saltan de alegría.
Esta es una característica común de los Gobiernos actuales, aun los más opuestos al intervencionismo estatal en la economía: socorrer con los dineros del pueblo al gran capital en dificultades. O dicho más precisamente, tapar los agujeros dejados por el capital privado como resultado de sus fechorías.
En Argentina los grandes grupos financieros nacionales e internacionales con la complicidad de los Bancos y de los sucesivos gobiernos y con la bendición y participación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, han despojado al país mediante políticas desenfrenadas de privatización de los bienes y servicios públicos y de los recursos naturales, de endeudamiento externo e interno real o ficticio, de estatización de deudas privadas, etc.
La deuda externa
El caso de la deuda externa es ejemplar, pues ha consistido y consiste en privatizar los beneficios y socializar las pérdidas.
En 1982 la dictadura militar y su Ministro de Economía Cavallo estatizaron la deuda privada de cientos de empresas por un monto de unos 14000 millones de dólares.
Se hizo mediante un “seguro de cambio” que consistía en asegurarle al deudor el valor del dólar al momento del pago de la deuda. Por ejemplo si debía 10.000 dólares a un valor de 10 pesos por dólar, llegado el momento de abonarla, el deudor solo pagaba los 10.000 dólares a 10 pesos el dólar. La diferencia en caso de un aumento del dólar la absorbía el Estado, el pueblo. Es decir se transfirió la deuda privada a la sociedad argentina.
Gran parte de la deuda estatizada eran “auto-préstamos”es decir préstamos que se hacía la misma empresa con dinero que tenia ahorrado en bancos exteriores. El banco emisor del crédito era el testaferro de la empresa y el cómplice de esta estafa. Muchas empresas fueron descubiertas como FATE, SADE, algunas del grupo TECHINT, BGH, SIDECO.
A mediados del año 2000 el juez Jorge Ballestero dictó sentencia en la causa “Alejandro Olmos s/denuncia” iniciada en 1982, estableciendo la responsabilidad de los funcionarios de la dictadura que contrajeron la deuda y la corresponsabilidad de los organismos internacionales como el FMI, que aprobaron prestamos ilícitos y fraudulentos. Como la acción penal había prescripto, el juez Ballestero remitió el fallo al Congreso, para que tomase la intervención que la Constitución Nacional le confiere en el manejo de la deuda externa (art. 75). La mayoría parlamentaria nunca se ocupó del tema.
La reciente decisión del Gobierno de pagar 6700 millones al Club de París, cuando habría que hacer una auditoría previa para averiguar qué parte de la deuda es legítima, cuánto se debe, si se debe algo, es otro caso de socialización de las deudas, porque se pagará con los dineros del pueblo, depositados en el Banco Central.
Como el hambre viene comiendo, el Club de Paris quiere más y dice que el monto de la deuda es de 7900 millones.
Y la ronda infernal de pagos y nuevos endeudamientos no tiene miras de acabar.
El caso de Aerolíneas Argentinas repite esa constante que consiste en privatizar las ganancias y socializar las perdidas
El Gobierno de Menen vendió Aerolíneas Argentinas en 1990 libre de deudas y cuando daba ganancias a la empresa entonces estatal española Iberia, que estaba prácticamente en bancarrota y a la que el gobierno español se disponía a privatizar previa capitalización mediante la adquisición por monedas de patrimonios sanos como era entonces AA.
Las aeronaves y la mayoría de las propiedades de Aerolíneas (tanto las oficinas centrales como oficinas en París, Nueva York, Los Angeles, Roma y Francfort) fueron liquidadas; varios aviones fueron vendidos o hipotecados, algunos activos fueron dados en préstamo, se perdieron varias rutas internacionales y los tres simuladores de vuelos para la instrucción de los pilotos fueron vendidos. La empresa contrajo una deuda enorme y dejó de dar ganancias. Los problemas internos de Iberia y de sus filiales la llevaron a la bancarrota en 1994, momento en el que el accionariado de Aerolíneas pasó a la Sociedad Española de Participaciones Industriales, ente público de participaciones industriales del Estado español.
En junio de 2001 se suspendieron los vuelos a siete destinos internacionales y la aerolínea entró en convocatoria de acreedores. En octubre del mismo año, el control de Aerolíneas Argentinas y Austral fue cedido a Air Comet, un consorcio formado por las aerolíneas privadas españolas Spanair y Air Comet junto con el operador de turismo Viajes Marsans, que adquirió el 92,1% de las acciones.
Y ahora que queda muy poco de AA (salvo deudas) el Gobierno de Cristina Kirchner la reestatiza.
El Gobierno de CFK quiere cerrar a cualquier costo financiero y en exclusivo beneficio de Marsans, una gestión calamitosa y delictiva (vaciamiento de la empresa) por parte del empresario español. Gestión calamitosa y delictiva que contó con la complicidad del Gobierno de Kirchner.
Por eso Jaime firmó el acuerdo con Marsans, con la aprobación de la Casa Rosada, acuerdo que sigue existiendo porque hasta ahora nadie lo declaró nulo, ni siquiera la ley de “rescate” de Aerolíneas que acaba de sancionar el Congreso.
En lugar de celebrar ese acuerdo en la Casa Rosada con toda la comparsa, el Gobierno debería haberse apresurado a desconocerlo declarando que Jaime había ultrapasado las instrucciones recibidas. Y dejar inmediatamente cesante a este último.
Evidentemente esto no podía ocurrir porque Jaime no actuó por su cuenta pues forma parte, junto con los K, De Vido y algunos otros, del círculo estrecho de la camarilla gobernante.
Las consecuencias de este actitud del Gobierno y de los parlamentarios frente al acuerdo firmado por Jaime son nefastas para el interés nacional, porque el Grupo Marsans puede invocarlo para recurrir al CIADI (tribunal arbitral del Banco Mundial) fundándose en el artículo 10 del Tratado de Promoción y Promoción de Inversiones celebrado entre Argentina y España octubre de 1991.
Dicho artículo 10, si bien establece la competencia de los tribunales del Estado donde se realizó la inversión en caso de controversia entre las partes, autoriza a la parte insatisfecha con el fallo del tribunal nacional a recurrir al tribunal arbitral. Lo que deja la vía libre a Marsans para reclamar indemnizaciones millonarias ante el CIADI.
Durante los años 90 Menen firmó casi 60 Tratados Bilaterales de Promoción y Protección de Inversiones y en setiembre de 1991 adhirió al CIADI (ratificación parlamentaria en julio de 1994, ley 24353) lo que le ha quitado al Estado argentino el poder de decisión en materia de políticas económicas.
Y desde entonces ni los Gobiernos Kirchner ni el Parlamento han hecho nada para romper esas ataduras, pudiendo hacerlo mediante la denuncia, evitando la tácita reconducción, etc.
Por ejemplo en el Congreso duerme el Expte. 1598-D-07. “Eduardo Macaluse.
Declaración de nulidad absoluta de toda prórroga de jurisdicción argentina y de la Ley 24353, de convenio sobre arreglo de diferencias relativas a inversiones entre Estados y nacionales de otros Estados”.
Por cierto que la derecha, ferviente partidaria de las privatizaciones, está en contra de la reestatización de AA, como ahora está a favor del pago de la deuda a los miembros del Club de Paris.
Los escribas del Gobierno, no sin cierta habilidad para hacer pasar su mensaje, despotrican contra la política aerocomercial que ha llevado a la actual situación catastrófica en la materia y sostienen que la solución (la menos mala dicen algunos de ellos) es reestatizar AA. Pero se saltean cuidadosamente el tema crucial de quién se hace cargo de los pasivos y si se le paga algo a Marsans o no. Cuando la actuación del Gobierno en este asunto conduzca a un nuevo despojo (la reprivatización total o parcial de AA, como prevé la ley aprobada por el Congreso, una vez pagadas las deudas) dirán también que la “solución” es “la menos mala”. Según los mismos escribas, pagar al Club de Paris también es una buena medida.
La mayoría de la burocracia sindical –vieja tradición argentina que se remonta a los años 50- se pone la escarapela y repite el discurso oficial. Habría que preguntarles qué hicieron y dijeron cuando se privatizó Aerolíneas y mientras Marsans dejaba a la empresa “en pelotas”.
Buena parte de la gente de “izquierda” sustituye la reflexión destinada a proponer una alternativa apropiada a la política del Gobierno por frases como : la reestatización de Aerolíneas “es un paso en la recuperación del patrimonio nacional”, dicen. Y “hay que mantener la línea de bandera”, afirman. Y no pocos de ellos también “se olvidan” del tema de los pasivos y si hay que pagar o no a Marsans.
Dan una respuesta “virtual” o simbólica a un problema real que pone en juego los intereses nacionales y del pueblo trabajador.
Sin tener para nada en cuenta la realidad de los hechos y su contexto.
El contexto: Más de cincuenta años de expoliación
El contexto es una política gubernamental de entrega del patrimonio nacional y contraria a los intereses de los trabajadores (ambos aspectos siempre van juntos) que, con breves y tímidas pausas, se remonta a principios de los años 50 (segundo peronismo de Perón), siguió con las diferentes dictaduras militares, el frondizismo, el alfonsinismo, el peronismo de Menen y el peronismo de los Kirchner.
El giro hacia esta política que sigue hasta hoy podría situarse a principios de los años 50 con la misión Cereijo a los Estados Unidos, el contrato petrolero con la California, filial de la Standard Oil y la cuenta regresiva iniciada entonces en la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, que llegó al 53 por ciento en los años 49-50 y que en 2007 fue del 28%. Menos que en 2001 (31%) pese a que la ocupación y el salario real aumentaron entre 2001 y 2007.
Lo que en otros términos quiere decir que la tasa de explotación de los trabajadores está aumentando desde 1950, incluso está aumentando desde que asumió Kirchner hasta ahora.
La realidad de los hechos
La realidad de los hechos en cuanto a AA es que a esta altura casi no es un patrimonio, ni nacional ni extranjero. Es prácticamente una cáscara vacía, casi sin aviones y con algunas rutas autorizadas. Y muchas deudas, que ni siquiera se sabe a cuanto ascienden. Así que reestatizando AA prácticamente lo único que se reestatizan son deudas. Salvo que se encuentre una manera de recuperar la empresa libre de pasivo.
Porque lo que tiene que estar absolutamente claro es que no hay que pagar ni un centavo por AA al grupo Marsans ni reconocer ninguna de sus deudas.
No hay que repetir lo que Cavallo hizo con la deuda externa de las grandes empresas, hipotecando un poco más el fundamento del auténtico patrimonio nacional, que es la riqueza creada por los que trabajan.
El tema de la línea de bandera merece reflexión.
Algunos Estados tienen línea de bandera (línea monopolizada por el Estado o con participación estatal) por razones políticas y económicas y aún simbólicas (en algunos casos esa denominación tiene poco contenido real).
Parece obvio que conviene que el Estado monopolice o por lo menos tenga el poder de decisión en las líneas de cabotaje, sobre todo si tiene una política nacional de desarrollo armónico del transporte aéreo, ferroviario, vial y por agua.
En Argentina esa política por ahora no existe y en materia de cabotaje Kirchner le dio a LAN Chile las rutas internas más rentables. Y el resto de la política de vuelos de cabotaje no ha podido ser más catastrófica.
En cuanto a tener una línea de bandera para las rutas internacionales, la tendencia general es a la desaparición o a la privatización parcial de las líneas de bandera, como consecuencia de los altos costos de explotación, la fuerte competencia y un acentuado proceso de concentración del transporte aéreo civil (son contínuas las fusiones y adquisiciones de grandes empresas internacionales de transporte aéreo). Y al proceso de concentración y privatización se suman los despidos de personal y la superexplotación del personal restante para disminuir los costos.
Varig, que figura como línea de bandera de Brasil, fue una empresa muy fuerte hasta que estuvo al borde de la quiebra y fue comprada en 2007 por la empresa privada Gol. Alitalia está en cesación de pagos y busca compradores entre los inversores italianos y empresas aerocomerciales extranjeras. Air France y KLM de Holanda tuvieron que fusionarse para sobrevivir e Iberia busca ahora la fusión con British Airways.
Pese a que Venezuela y Bolivia tratan de poner en funciones líneas de bandera, el contexto internacional no parece ahora económicamente muy viable para salir a competir en solitario con una línea de bandera en el transporte áereo internacional, sobre todo partiendo prácticamente de cero.
Algunas opciones razonables podrían ser una alianza o asociación de líneas de bandera latinoamericanas o una asociación o alianza de una línea de capital estatal argentino (pero sin cargar con las deudas de AA) con grandes empresas como Air France-KLM, Lufthansa y/o alguna gran aerolínea árabe o asiática.
Pero lo importante es lo que falta, en esto como en todo lo demás: una política global y coherente en defensa del interés nacional, entendido éste como el que responde a las necesidades y legítimas aspiraciones populares en materia de bienestar, alimentación, salud, vivienda, salubridad, transporte, educación, cultura, libertad y seguridad.
No se puede esperar nada de esto de la camarilla gobernante, pues sus tres objetivos centrales son: 1) preservar un sistema político, económico y social agotado y en crisis, como lo viene haciendo desde que llenó el vacío político que generaron los acontecimientos de 2001, 2) favorecer la concentración del gran capital, viejo y nuevo, en el campo (fiesta sojera), en la industria y en los servicios y 3) enriquecerse ellos y sus amigos con participaciones abiertas o encubiertas.
Esta es una mala copia de la situación en Francia entre 1848 y 1851 descripta por Marx en su “18 Brumario de Luis Bonaparte”:
“No es suficiente decir, como lo hacen los franceses, que su nación ha sido sorprendida… Falta explicar cómo una nación de 36 millones de habitantes ha podido ser sorprendida por tres capitanes de industria…”… “El 2 de diciembre la revolución de febrero fue escamoteada por el juego de manos de un tramposo…”.
Por cierto que cuando Marx escribía “tres capitanes de industria” no pensaba en Kirchner, De Vido y Jaime y escribiendo “tramposo” tampoco tenía en la mente a Kirchner.
Argenpress

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Alejandro Nadal: Enfrentar la crisis: teoría económica a la deriva

¿Cómo explica la teoría económica la actual crisis de las principales economías capitalistas del mundo? La verdad es que si analizamos la teoría económica que predomina en los bancos centrales y ministerios de Hacienda, veremos que no puede explicarnos la crisis. Es más, para esa teoría, la crisis no debería estar ocurriendo. Para hablar de esto es necesario adentrarnos en el arcano mundo de la teoría económica.

En la década de los 70 se presenta una doble crisis en la teoría económica. En la llamada teoría microeconómica la crisis es terminal: para 1974 ya está demostrado que no existe una base científica para pensar que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente. Eso debería haber sido suficiente para declarar cerrado el programa de investigación teórica basado en la fe en la bondad del mercado libre. Pero los economistas en el mundo académico prefirieron ignorar los problemas y siguieron torturando a sus estudiantes, enseñándoles la parte sin interés de la teoría de equilibrio general y evitando mencionarles que con esa teoría no se puede demostrar cómo se forman los precios de equilibrio. Desde entonces, vemos salir de las universidades legiones de economistas que creen (injustificadamente) que en alguna parte existe una teoría rigurosa que demuestra que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente.

En la teoría macroeconómica sucedió algo peor. En la década de los 60 los economistas que se reclamaban de Keynes descubrieron la llamada curva de Phillips y pensaron podían utilizarla para completar y defender el pensamiento de su maestro. Grosso modo, esa curva decía que existía una relación inversa entre desempleo e inflación: cuando aumentaba la inflación, el desempleo disminuía y viceversa. Pero en los años 70 se presentó un episodio de inflación con desempleo. Según el modelo, eso no debería estar pasando.

La estanflación marcó la debacle de esta vertiente del keynesianismo y el auge del pensamiento monetarista. Bajo el liderazgo de Milton Friedman surgió una visión de la economía según la cual “la inflación siempre y en todo lugar es un fenómeno monetario”. De acuerdo con este razonamiento, la variable clave para estabilizar los precios sería la oferta monetaria. Sin un análisis científico serio, Friedman concluyó que ese resultado (controlar la inflación) sería compatible con niveles adecuados de empleo. La base de todo este razonamiento es la fe inquebrantable en la estabilidad de los mercados en una economía capitalista (justo lo contrario de lo que la teoría microeconómica había descubierto para 1974).

En un ensayo publicado en 1968 Friedman concluyó con la idea sorprendente de que para cada nivel de pleno empleo, hay una tasa “natural” de desempleo. Esa tasa natural corresponde a lo que se ha llamado desempleo friccional (determinado por el tiempo que pasan los trabajadores buscando empleo). De aquí se derivó la NAIRU, acrónimo en inglés que corresponde a la tasa de desempleo compatible con una tasa de inflación sin aceleración en el incremento de precios. Todo este edificio teórico servía para justificar que el objetivo único de la política monetaria debía ser el control de la inflación.

Para los 90, economistas como Bob Eisner habían destruido las bases analíticas de la NAIRU. Y en los hechos la tasa de desempleo se redujo una y otra vez, sin que se disparara la inflación. Es más, la oferta monetaria tuvo fuertes variaciones y la inflación no aumentó. Todo eso desmintió brutalmente la creencia central de los monetaristas sobre la relación entre oferta monetaria e inflación.

En cuanto a la inestabilidad en los mercados financieros, la serie de crisis de los años 90 debió por lo menos sacudir la fe de los monetaristas en la estabilidad de los mercados capitalistas y llevarlos a concluir en la necesidad de volver a regular el sector financiero. No fue así. ¿Serán tontos? No, lo que sucede es que las autoridades monetarias viven subordinadas a los intereses del sector financiero.

Hoy observamos que en la Reserva Federal sigue dominando un esquema monetarista. Por eso el problema para la política macroeconómica se define como antes: hay que encontrar el nivel preciso de oferta monetaria para controlar la inflación y mantener el empleo en un nivel adecuado. La Fed se equivoca nuevamente: el origen de la crisis se encuentra en la desregulación financiera y en una política monetaria dedicada a alimentar burbujas especulativas.

Por eso las teorías que dominan en la Fed (y en muchos bancos centrales) no pueden decir nada relevante sobre la crisis: ni sobre sus orígenes, ni sobre la política para enfrentarla. El verdadero problema es que el mercado capitalista es intrínsecamente inestable y la crisis es la forma natural de vida de este sistema económico. En un marco reformista por lo menos habría que acordar que la respuesta de política correcta es la regulación y la intervención pública.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/08/20/index.php?section=opinion&article=026a1eco

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J. Enrique Olivera Arce: ¿Por qué los perredistas disidentes no se irían al PRI?

En mi apunte anterior, publicado amablemente a principios de semana por “gobernantes.com”, concluía que de darse la desbandada en las filas del PRD, caso de que la corriente de “los chuchos” no lograra la unidad del partido en la actual coyuntura de crisis, quienes abandonaran las filas del sol azteca se verían en la disyuntiva de sumarse al abstencionismo u optar por sumarse a Convergencia o al PT.  Para algunos amigos del tricolor, y otros del sol azteca, mi apreciación fue calificada de sectaria y con una clara inclinación a favor de los sectores de la  izquierda representados por Andrés Manuel López Obrador. Todo por no incluir al PRI entre las opciones a considerar por los militantes en la presumible “desbandada” en el PRD, así como juzgar a priori  el desenlace de la crisis perredista y el fracaso anunciado de “los chuchos”.

Pues bien, mi argumentación se sustenta en una percepción generalizada de que los esfuerzos de la corriente de “los chuchos” para mantener la unidad no prosperan, antes al contrario, la ruptura se da como un hecho irreversible. Más temprano que tarde, la separación de una militancia de base cuyos intereses no son afines con la estructura, dirigencia y manera de hacer las cosas de la corriente que hoy controla al partido, es más que una simple presunción. La “desbandada” vendría por añadidura y con ella, la opción para la militancia disidente de tomar el camino que mejor convenga a sus intereses. Especulación, si se quiere, pero de ninguna manera ajena a hechos objetivos.

En todo caso, lo improcedente sería ignorar o minimizar la crisis que hoy vive el PRD,  y las diferencias de forma y fondo entre las dos corrientes dominantes. Objetivamente, el partido en los hechos, se partió en dos. Cada una de las partes quedaría en libertad de acceder a lo que considere su mejor opción, incluida la construcción de la unidad a partir de una hasta ahora lejana posibilidad de refundación, ó la construcción de un nuevo partido sobre bases diferentes.

En ningún momento siquiera sugiero que una u otra corriente, de no lograrse la unidad, deberá abandonar o se quedarse en el partido. Tampoco sugiero que la mejor opción sea el mantener una unidad forzada y mucho menos, recomiendo que quienes abandonen, se sumen a los partidos políticos arriba mencionados. Como simple observador y sin militar en  el PRD, en todo caso mi opinión, al interior de ese partido, es irrelevante. Únicamente me remito a hechos del dominio público y a la lógica elemental, que hablan de una fractura sin retorno visible, y en ello sustento mi argumento.

Por cuanto a no mencionar al PRI entre las opciones apuntadas, no lo considero una posición sectaria. Simplemente no se menciona al tricolor como opción, porque parto de la idea de que quienes se separen de las filas del PRD, son aquellos sectores a los que, mediáticamente, se les considera como la izquierda “radical” e “intolerante”. Ciudadanos que si no aceptarían ya militar en un partido que consideran se ha inclinado a la derecha, por lógica simple tampoco aceptarían militar ni en el PAN, ni en un PRI que no se decide entre su pasado y compromiso histórico y su vuelco a la derecha confiando en los “tesoritos” que oferta Calderón Hinojosa.

Mis amigos podrían argumentar que Convergencia y PT en nada se diferencian de la estructura vertical, autoritarismo, y dirigencias patrimonialialistas del propio PRD y de otros partidos del espectro. Pudieran tener razón quienes ello señalen, salvo por otro hecho objetivo: En la coyuntura, la disidencia perredista a la que hago alusión, se identifica en objetivos, estrategias, visión de mediano plazo y tareas inmediatas, asumidas por Convergencia y PT en el movimiento ciudadano en defensa del petróleo, que encabeza López Obrador. Mañana quien sabe, pero hoy por hoy, y eso incluye al 2009,  tal movimiento ciudadano es factor de atracción, aglutinación y unidad para la izquierda. Los hechos lo confirman.

En cuanto a la otra opción, el sumarse al abstencionismo, que implicaría el voto en blanco ó el no sumar votos a favor de cualquier partido de los que conforman el abanico de opciones político-electorales, no es descabellado el considerarla. Cada vez son más los mexicanos víctimas de frustración, cansancio y decepción, que ya no confían en el sistema de partidos políticos en los que se sustenta la democracia representativa mexicana. La disidencia perredista no tiene por qué ser excepción.

Como también es mayor el número de mexicanos que por principio, rechazan la idea de que en la “democracia” una despensa es igual a un voto, en que se sustenta actualmente la oferta electoral. La crisis al interior del PRD, fruto del llamado “cochinero”, tocó fondo en el momento mismo en que unos optaran por la despensa y venta del voto, en tanto que otros mantuvieran en alto dignidad y civilidad. En otros partidos, el fenómeno podría no ser diferente. El abstencionismo no deja de ser el fantasma a vencer en el 2009, luego cabe señalarle como opción posible.

Lo verdaderamente trascendente en torno a mi opinión vertida y publicada, no es lo que mis críticos señalan. Lo relevante y lastimoso, a mi juicio, es la ausencia de señalamientos en torno a lo sustantivo del artículo: el debate en el Senado de la República. Para mis amigos del tricolor y del sol azteca, el debate ni se ve ni se oye, simplemente les es indiferente. Estamos en Veracruz, no cabe duda.

Correo electrónico: pulsocritico@gmail.com

Página Web: http://pulsocritico.com

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Gustavo Esteva: Ilusiones democráticas

“Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, la frase de Lincoln en Gettysburgh se usa aún como definición de democracia. Pero Lincoln no empleó la palabra en ese discurso. Sabía que un país con esclavos no es una democracia y que ésta no es sólo un régimen de gobierno.

Actualmente, ni siquiera esta noción mínima y sesgada de la democracia puede aplicarse en el mundo real, cuando su triunfo universal llega acompañado de un desencanto igualmente universal. Prevalece la actitud resignada que se atribuye a Winston Churchill: la democracia sería el peor de los regímenes posibles… a excepción de todos los demás; se reconocerían sus terribles fallas, pero se daría tramposamente por supuesto que no hay opciones válidas.

Este fundamentalismo democrático consagra como ideal supremo e intocable a instituciones que generan sólo ilusiones de democracia y la convierten en espectáculo. Por ejemplo: una práctica parlamentaria que no es usual pero tampoco anómala, empleada por el PAN a favor de Felipe Calderón en 2006, se compara ahora con la supresión fascista de congresos democráticamente elegidos y se considera ridícula. Tales disputas vacías se emplean como cortinas de humo para disimular el asunto de fondo: el carácter autoritario de poderes democráticamente constituidos.

Los mexicanos estamos acostumbrados a ese ejercicio despótico, que caracterizó el reinado del PRI. Se frustró la esperanza de que con su liquidación acabara también el despotismo.

El caso más espectacular de autoritarismo es el de la reforma indígena, acordada en San Andrés con los zapatistas. Nunca una reforma legal había recibido tanto apoyo. No hubo una sola organización que se opusiera públicamente a ella, mientras miles de organizaciones y millones de personas la apoyaban, tras seis años de diálogo público abierto. A pesar de esta expresión masiva y contundente de la voluntad popular, el Congreso produjo una contrarreforma y tanto el Ejecutivo como la Suprema Corte se lavaron las manos del asunto.

¿Por qué deberíamos hoy confiar en que se respetará la voluntad popular, si se expresa libremente en el diálogo acotado que recientemente se acordó? ¿Por qué pasó al olvido la propuesta de que la reforma energética que resultara del diálogo se sometiera a plebiscito, para que los ciudadanos tuvieran la última palabra?

Vivimos frente a los límites insalvables de la democracia representativa. Eso es lo que necesitamos discutir.

El modelo democrático ha sido siempre elitista: mantiene en el poder a minorías autoelegidas. Quienes resistían el sufragio, por temor a la “tiranía de las mayorías”, hoy lo defienden con pasión: los partidos y los medios impiden el gobierno ciudadano. En una democracia es siempre una minoría del pueblo y casi siempre una minoría de los electores quien decide qué partido ejercerá el gobierno. Unos cuantos deciden quiénes representan a los partidos y los manejan. Una minoría exigua promulga las leyes. Otra, aún más pequeña, toma las decisiones importantes.

La alternancia en el poder o los famosos “contrapesos democráticos” no modifican esos hechos. Tener conciencia de ello no es un argumento contra la democracia, pero afirma el derecho de la gente a no ser gobernada contra su voluntad y a no tener que comulgar, además, con ruedas de molino.

El cinismo, la corrupción y el desarreglo a que han llegado gobiernos y partidos en las sociedades democráticas y la continua inyección de miedo, miseria y frustración que aplican a sus súbditos hacen indispensable rehacer los fundamentos de las instituciones que amparan el presente estado de cosas.

Como señaló Archipiélago (número 9) en plena transición española: “En el punto en que la democracia se afirma como tabú de la tribu empieza a negarse a sí misma, a instituirse como manera desnuda de dominio, como bruta sinrazón sin otro objeto que el perpetuar el para tantos insoslayable estado de cosas… ¿No será ésta nuestra peculiar variante de fundamentalismo? ¿No se tiene a sí mismo por el único camino verdadero en vez de uno más entre los posibles o deseables? ¿No comparte con otros fundamentalismos análoga pretensión de verdad definitiva y conquista irrenunciable?… ¿No se adorna de una misma ceguera respecto de sí mismo? ¿No se estará creyendo en la Democracia bajo la misma ilusión con que se cree en el Corán o el carácter divino del imperio?”

Este fundamentalismo libra una guerra permanente contra el experimento democrático de los zapatistas, reprime salvajemente otro semejante en Oaxaca y extiende ya, en todo el país, discursos y prácticas autoritarias. Pero tirios y troyanos siguen exigiendo que mantengamos fe ciega en esos dispositivos, que se pretenden intocables.

No sólo hay que tocarlos. Ha llegado la hora de hacerlos a un lado. No debemos olvidar que se emplearon procedimientos democráticos para instalar a Hitler en el poder.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/05/index.php?section=opinion&article=018a2pol

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Jorge Camil: Partidocracia: república del cambalache

¿Qué diablos es la partidocracia: usted lo sabe? La respuesta fácil es que se trata de un gobierno de partidos políticos. Pero eso no resuelve el problema, porque el segundo paso sería identificar al beneficiario de este singular sistema de gobierno: ¿es el pueblo o son los propios partidos políticos? Porque si es lo segundo estamos fritos, especialmente en un país como el nuestro. ¡Imagínese!, rodeados como estamos de partidos grandes, medianos y pequeños, y hasta partidos familiares organizados para lucrar: ¿quién manda? ¿Quién obedece? ¿Cómo se ponen de acuerdo?

Aristóteles, que estudió las formas de gobierno, reconoció entre las preferibles a la monarquía, la aristocracia y la república constitucional. (Usted perdone, pero como en la antigua Grecia no había partidos políticos el discípulo de Platón no incluyó a la “partidocracia”. Ésa se nos ocurrió siglos después a los mexicanos.) Entre las formas menos deseables, que son perversiones de las primeras, Aristóteles alineó a la tiranía, la oligarquía y nuestra trillada democracia. Sí, no se asombre, el autor de La política, al igual que Winston Churchill, no consideraba a la democracia como la mejor forma de gobierno. Recomendaba que en un mundo ideal rigiera un monarca sabio y bondadoso. Pero como los mundos ideales sólo se dan en los cuentos de hadas y los monarcas bondadosos son difíciles de encontrar (ahí tiene a Juan Carlos y su iracundo “¿por qué no te callas?”), Aristóteles, siempre visionario, concibió como segunda opción una aristocracia inteligente y solidaria que gobernara para el pueblo.

Pero las aristocracias nunca son inteligentes y siempre tienden a convertirse en oligarquías, por eso sugirió, anclado en el realismo, la república constitucional: una forma verosímil, en la que se funden en santa paz gobernantes y gobernados bajo el imperio de la ley. Nosotros, aunque no lo conocemos, lo llamamos Estado de derecho, y los ingleses the rule of law (gobierno de la ley). Esta forma de gobierno era siempre preferible al poder avasallador e impredecible de las mayorías, que no es más que nuestra bendita democracia, a la que todos aspiramos gracias a Abraham Lincoln, que imploró que jamás desapareciera de la faz de la tierra el “gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”; y también a George W. Bush, con el cuento de las supuestas bendiciones que derraman su falaz democracia, su bipartidismo y la “libertad estilo Guantánamo”.

¿Pero qué es, entonces, la partidocracia? No es democracia, puesto que nadie eligió como tales a los partidos políticos que nos gobiernan. Tampoco es monarquía, salvo que estemos dispuestos a coronar a Beltrones, Navarrete y Creel reyes de San Lázaro. Así que quítese de cuentos, la partidocracia es, como la aristocracia, el gobierno de unos cuantos. Pero como nadie en su sano juicio se atrevería a insinuar que nuestros honorables legisladores y dirigentes partidistas son precisamente “aristócratas”, debemos concluir que constituyen una oligarquía: el gobierno de unos cuantos que rigen en beneficio propio.

Al final del día la partidocracia, desmenuzada a la luz del filtro aristotélico, es una de las peores formas de gobierno: ¡un paso antes de la tiranía! Y eso es lo que muestran los resultados. Un país en estado caótico, gobernado por partidos que secuestraron a uno de los poderes de la Unión, el Poder Legislativo, para gobernar y chantajear a su antojo; para controlar a los otros dos poderes y mantenerlos a raya. El Presidente no puede moverse sin la anuencia de los partidos (en cuyas garras continúa atrapado como cordero lechal el éxito de su administración), y las sentencias de la Corte en asuntos de importancia nacional comienzan a mostrar indicios de alianzas partidistas. (Así lo manifiesta la lamentable sentencia en el caso de Lydia Cacho: un churrigueresco fallo judicial que despide el mal olor de acuerdos que le permitieron al PRI mantener a uno de los suyos en el poder, y al partido del Presidente continuar realizando las reformas prometidas.) ¿Eso es gobernar? ¡No! Es partidocracia.

Desapareció la ideología, murieron las propuestas, se desvanecieron las diferencias entre izquierdas y derechas. Todo es coyuntural: qué me das, y qué te doy. Qué necesitas de mí, y qué requiero de ti. Un gobierno de toma y daca. La república del cambalache. Un mercado en el que todo se ofrece al mejor postor. El partido del Presidente se hace de la vista gorda con los gobernadores de Puebla y Oaxaca, y el PRI, convertido en el flanco más o menos izquierdo del PAN, aprueba una reforma judicial que viola las garantías individuales y desconoce 100 años de vida constitucional, pero que le permite al Presidente cumplir acuerdos con el amigo Bush. Los partidos perdedores defenestran al IFE, y el partido ganador tolera un sustituto nebuloso que calificará la elección de 2012. Ya veremos entonces cuál será la moneda de cambio. Escribo de política en vísperas de Año Nuevo recordando a Paco Umbral: “la política es nuestro futbol, porque arreglar no vamos a arreglar nada”. Así que diviértase.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/28/index.php?section=opinion&article=016a1pol

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