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Manuel Justo Gaggero: Un Viaje Hacia las Utopías Revolucionarias (LXV): de revolucionarios y reformistas

La presencia del Che, combatiendo en Bolivia, profundizó la fuerte polémica que desde el triunfo de la Revolución Cubana se daba en el seno de la izquierda, en nuestro Continente y en todo el Tercer Mundo.

Por otra parte la tensión y finalmente la ruptura, en ese año 1967, entre la Unión Soviética y la Republica Popular China determinó nuevos alineamientos.

Nosotros, que militábamos en el seno del peronismo reconociendo como dirigentes a Alicia Eguren y a John William Cooke, entendíamos que sólo mediante la lucha armada era posible disputar, realmente, el poder a las clases dominantes y al Imperio.

Pensábamos que la Revolución liberadora debía conducir a la construcción del socialismo, y que en la misma el rol hegemónico lo tenía la clase obrera en nuestro país, dada su conformación socio económica y que esta, en su gran mayoría, se identificaba con el Movimiento.

La izquierda tradicional hablaba de una revolución democrático-burguesa o agraria y antiimperialista, reconociéndole a una, a nuestro juicio inexistente “burguesía nacional”, un rol importante.

Pensaban que existían sectores “patrióticos” en el seno de las Fuerzas Armadas y los convocaban permanentemente, denostando a los que nos considerábamos “guevaristas”, ya que nos caracterizaban como “pequeños burgueses apresurados e infantiles”, recurriendo a un texto de Lenin titulado “El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo”; que en nada se aplicaba a este momento particular que vivía el Tercer Mundo.

Trataban de reducir el planteo del Che, acusándolo de “militarista y foquista”, y claramente anunciaron que no prestarían ningún apoyo a este, pese a los compromisos que, algunos dirigentes de estos partidos comunistas, habían contraído en La Habana.

En esta posición se alineaban las formaciones mas fieles a Moscú, que había proclamado, desde que se iniciara el proceso de “desestalinización”, que se abría una etapa de “coexistencia pacífica” con los Estados Unidos, por lo que se negaba todo apoyo explícito a los movimientos que luchaban por su liberación.

Esta postura había sido criticada públicamente por el Che en su Mensaje a la Tricontinental, criticas que nuestro compatriota profundiza en su correspondencia desde el Congo con algunos dirigentes cubanos, entre los que estaba su segundo en el Ministerio de Industrias, Orlando Borrego.

Para nosotros, en cambio, para todos los que soñábamos con una América Latina libre, tenía un gran significado que el Che hubiera abandonado su cargo en el gobierno revolucionario cubano y jugara su vida en la selva boliviana.

Sin duda de que era una demostración más del compromiso de este con la consigna “uno, dos, tres o más Vietnam”.

En esa línea “antiguevarista” jugaba un rol central el viejo Partido Comunista Argentino, cuyo Secretario General Victorio Codovilla había impartido claras instrucciones a la militancia de no prestar ninguna colaboración a los grupos que se empezaban a organizar en el país para sumarse a la gesta iniciada por el Che.

John ya había tenido fuertes discusiones en la Asamblea de la Tricontinental realizada en La Habana con Alcira de la Peña, la delegada del PCA.

En dicho encuentro se había recibido con entusiasmo la postura, a la que adhiriera nuestro compañero, que la mejor forma de solidarizarse con los procesos revolucionarios en curso era impulsar la revolución en todos los países sometidos.

En esos primeros meses de aquél año tuvimos una reunión en Buenos Aires en el que participaron, entre otros, Gustavo Roca, el abogado cordobés que hiciera una brillante defensa de los compañeros del EJP, Luis Cerutti Costa, que estaba organizando el Instituto de Capacitación Obrera avalado por Agustín Tosco y Raymundo Ongaro y Casiana Ahumada, codirectora de la Revista “Cristianismo y Revolución, entre otros”.

En la misma tomamos conciencia de que carecíamos de información sobre lo que estaba sucediendo en Bolivia, o que esta era muy escasa.

Aparentemente las primeras acciones habían sido exitosas, pese a que los combatientes estaban realizando un reconocimiento del terreno, instalando depósitos de alimentos y municiones y armando las redes urbanas de apoyo.

Gustavo nos contó que Ernesto, como el llamaba al Comandante, su viejo compañero del Colegio Monserrat de Córdoba, lo había visitado cuando viajaba hacia Bolivia interesándose por el estado de la causa penal de los sobrevivientes de la guerrilla de Masetti.

Estaba totalmente caracterizado, irreconocible, y tenía un documento a nombre de Adolfo Mena González, de nacionalidad uruguaya, que se presentaba con documentación también falsa como observador de la Organización de Estados Americanos; de esa forma había eludido todos los puestos fronterizos.

¿Que hacer? ¿Cómo solidarizarnos con este puñado de revolucionarios que soñaban con una América libre y unida? Ese era un gran dilema, que, como veremos mas adelante, en nuestras próximas notas, no logramos develar.

Manuel Justo Gaggero es ex director del Diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.

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Tanalís Padilla: Othón Salazar, la dignidad revolucionaria

A sus casi 84 años de edad Othón Salazar se sigue expresando con la tonalidad de un gran orador. Sus palabras son precisas y en ellas se vislumbra esa preocupación social que tanto se le impregnó al magisterio durante el cardenismo. Desde muy joven Othón cultivó su habilidad como orador. Solo, se ponía a practicar en el campo. “Yo me fijaba que no hubiera nadie –relata–, pero una vez estaba un campesino escondido y escuchó el discurso y cuando yo terminé salió y me dijo ‘le sale bien’.” Othón, como otros líderes populares, encarna un proceso social más amplio y su lucha al frente de los maestros fue un importante ejemplo de la defensa de los logros revolucionarios que, a través del siglo XX, se seguiría dando en México.

Hijo de padre panadero y madre campesina, Othón tuvo que trabajar desde muy chico. De niño salía a cortar leña a las tres de la madrugada. En la oscuridad le era difícil distinguir entre las ramas secas y las verdes, pero para el amanecer tenía que llegar a su casa con un tercio de leña. De allí se iba a la escuela. “Quizás por eso –reflexiona– la escuela fue para mí algo que sin que nadie me dijera nada yo sentía la necesidad de aprovechar cuanto se pudiera.”

Othón llegó a la normal de Oaxtepec en 1942. Allí, “los maestros veían los últimos relámpagos de la revolución. Eran maestros y maestras todos con inquietudes sociales”.

Cursó sólo el primer año en Oaxtepec. El segundo lo hizo en Ayotzinapa y el tercero en la Escuela Nacional de Maestros. Después ingresó a la Normal Superior, donde estudió cuatro años, especializándose en ciencias sociales para la enseñanza del civismo. En 1954 sería importante dirigente de la primera huelga de la Normal Superior.

Cuando, en 1956, los líderes oficiales del SNTE negociaron un incremento salarial que no llegaba ni a la mitad de la demanda inicial, Othón decidió convocar a un mitin de protesta. Poco después, una asamblea independiente lo eligió representante, formando las bases para el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) que se constituiría a finales de 1957 y cuya presencia en las escuelas primarias del Distrito Federal se iría expandiendo. En el siguiente año el MRM estaría al frente de una de las luchas magisteriales más importantes. Las movilizaciones a las que convocaba eran atendidas por un amplio sector social, y el gobierno, al reprimirlas, como hizo con la marcha del 12 de abril de 1958, fomentaba un descontento social que llevaba años gestándose. Mientras las autoridades rehusaban reconocer al MRM, éste tenía cada vez más capacidad de convocatoria y el 30 de abril los maestros tomaron las oficinas de la SEP y obligando al gobierno a negociar.

En agosto, en un congreso paralelo, los maestros de la ciudad de México eligieron a Othón como su legítimo representante, pero ante este gesto de autonomía sindical, la posición del gobierno se fue endureciendo. La manifestación del 8 de septiembre fue reprimida, y Othón, aprehendido. Las autoridades llegaron temprano a su casa, lo amarraron y lo vendaron. Lo sometieron después a violentos interrogatorios y le exigieron que confesara cuántos rublos recibía de la Unión Soviética. Lo mantuvieron secuestrado nueve días antes de procesarlo. Acusado de disolución social, fue encerrado en Lecumberri, pero, gracias a las grandes movilizaciones por su libertad, permaneció allí sólo tres meses.

Efervescencia laboral

El año de 1958 fue de gran efervescencia laboral y los maestros del MRM estuvieron entre sus principales protagonistas. Ese mismo año las movilizaciones de los telegrafistas, petroleros y ferrocarrileros conmovieron al país. Las luchas tenían sus orígenes en demandas económicas, pero su aspiración por la democracia sindical tenía implicaciones mucho más amplias, que sacudirían las estructuras mismas del PRI. A una década del charrazo y en pleno milagro mexicano, los trabajadores mostraban con su inconformidad las condiciones laborales que las estadísticas del milagroso crecimiento económico ocultaban. Su presencia desmentía otro mito, el de la llamada paxpriísta. La represión del gobierno sería un presagio de la brutalidad oficial que se cometería 10 años después en la plaza de Tlatelolco.

Con mano dura el gobierno lograría derrotar estos movimientos que se proponían democratizar al sistema. Pero no pudo silenciar a los participantes, que seguían empeñados en mantener vivas las causas populares. Othón continuaría su lucha en el magisterio y en 1960 participaría en otra huelga en la Escuela Nacional de Maestros. Pero esta toma de la normal por la corriente democrática de la sección 9 del SNTE fue reprimida y en represalia Othón fue cesado, una condición que padece hasta el presente. Desde entonces ha vivido una situación económica precaria, agraviada ahora por su avanzada edad. Sin embargo, sigue regresando a Alcozauca, su natal pueblo en Guerrero, y recorre la región de la Montaña escuchando y asesorando a los que allí se organizan.

De las filas de los normalistas han salido un notable número de luchadores sociales, importante indicio del poder que tiene la educación para crear conciencia. Junto con el reparto agrario, los derechos laborales, y la afirmación que las riquezas del subsuelo eran propiedad de la nación, el proyecto educativo fue uno de los más importantes legados de la revolución. Ante gobernantes que se han propuesto desmantelar estas conquistas revolucionarias, han salido a las calles aquellos que no se resignan ante justificaciones indignas. Othón Salazar es un símbolo de este proceso y su ejemplo un caso de la dignidad revolucionaria que, por más que los gobernantes han querido tratar de ignorar o reprimir, sigue recorriendo el territorio mexicano.

*Profesora del Dartmouth College. Su libro Rural resistance in the land of Zapata: the jaramillista movement and the myth of the paxpriísta, 1940-1962, publicado por Duke University Press, aparecerá el próximo octubre

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/15/index.php?section=opinion&article=a04a1cul

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Carlos Fazio: El IRI y la subversión en Cuba

La revolución cubana ha comenzado una nueva fase. Se trata de un proceso vivo, dinámico, en constante evolución y construcción autóctonas, lleno de parámetros originales. Por eso, habrá muchos más cambios en la isla, pero no en el sentido que los enemigos de la revolución quisieran. Que no se ilusionen.

Una vez más, Fidel Castro y la dirigencia cubana se adelantaron a cualquier expectativa de la Casa Blanca. La renuncia de Fidel a la jefatura gubernamental ocurrió en el contexto del millonario circo prelectoral estadunidense y de los crecientes signos de debilidad del presidente George W. Bush. Al final ocurrió lo que muchos preveían: Fidel se retiró del gobierno. Pero el cómo, pocos lo imaginaban. Con su habitual maestría política, Fidel manejó los tiempos con gran precisión y exhibió que Washington no tenía una estrategia para un escenario que nunca esperó: una sucesión del poder en la isla sin sobresaltos.

Diez sucesivas administraciones en la Casa Blanca esperaron por décadas la salida del poder de Fidel, y cuando, el 19 de febrero pasado, después de un largo y maduro proceso de reflexión éste anunció su renuncia, no sucedió lo que siempre había pronosticado Estados Unidos: los cubanos no salieron a festejar a las calles, el país no se colapsó ni sobrevino el caos. La razón es sencilla: Fidel Castro es un líder excepcional, un gran estadista y estratega. Pero sin la voluntad política del pueblo cubano y su capacidad de participar, pensar, decidir y autogobernarse, esa revolución ética, humanista, internacionalista y solidaria, de impronta caribeña y latinoamericana, que colocó al hombre y la mujer concretos como centro del proceso, no habría sobrevivido.

Ahora, la asunción de Raúl Castro a la jefatura de Estado y de gobierno cubanos marca la continuidad de un proceso hondamente arraigado en el seno de la sociedad y construido por casi cuatro generaciones en el marco de una verdadera ciudadanización del poder. Raúl encabeza un firme liderazgo colectivo, ajeno a cualquier práctica de laboratorio. Por eso, los largos meses de ausencia temporal de Fidel no desembocaron en una situación “sin salida”. El pueblo cubano tomó la sucesión con calmada madurez política y el país funcionó con su ritmo habitual. En Cuba no empezó la “transición poscastrista”, como pregonan los epígonos y propagandistas del imperio. La delegación provisional de poderes y la elección de un nuevo gobierno ahora han garantizado la continuidad del proceso revolucionario. Y eso es así porque desde hace muchos años el Estado y la sociedad cubana cuentan con mecanismos jurídicos y organizativos que garantizan esa continuidad más allá de la supervivencia de su líder histórico. Se engaña, pues, quien crea que la renuncia de Fidel significa el comienzo del fin del socialismo en la isla. No hay ningún síntoma de que sectores significativos de la sociedad cubana aspiren a que regrese el capitalismo.

Pero, como dijo en agosto de 2006 Raúl Castro, “no se puede descartar el peligro de que alguien se vuelva loco, o más loco todavía, dentro del gobierno estadunidense”. Por eso Cuba no descuida su defensa. No es por paranoia belicista. Hace varios años que la “guerra preventiva” de la administración Bush dejó de ser simple teoría. Afganistán, Irak, Haití, Venezuela, Somalia y ahora la aventura belicista en la que embarcó a Álvaro Uribe en Sudamérica lo demuestran. Washington no tiene otra vía que la militar para cambiar la situación en la isla.

La Comisión de Ayuda a una Cuba Libre, presentada por el jefe de la Casa Blanca en 2004, persigue un “cambio de régimen” y regresar a la isla a su condición de colonia. Para ello, Washington ha recrudecido la guerra económica contra Cuba mediante la aplicación extraterritorial de leyes que afectan a terceros países y tienen como objetivo hostigar y boicotear los negocios y el desarrollo de las ramas fundamentales de la economía cubana.

Además sigue utilizando con fines subversivos al Instituto Republicano Internacional (IRI), que malgasta el dinero de los contribuyentes estadunidenses con proyectos diversionistas como la supuesta encuesta realizada en Cuba a finales del año pasado, de la que se hicieron eco el Diario de las Américas y los canales de televisión TV 51 (Telemundo) y TV 23 (Univisión) de Miami. El objetivo de la hipotética encuesta del IRI –en el contexto de las elecciones y la sucesión después de Fidel– era mostrar, de manera infructuosa, una imagen irreal y absurda del proceso cubano, en particular el “altísimo” grado de rechazo popular al gobierno, en abierta contradicción con los resultados que arrojaron los comicios del pasado 20 de enero y el ambiente de normalidad y tranquilidad ciudadana que prevalece en Cuba hasta nuestros días. Más allá de su cuestionada verosimilitud, la metodología expuesta y la formulación de preguntas con enfoques cerrados, aunadas a tergiversaciones y manipulaciones, exhibían que la función de la citada encuesta era alcanzar objetivos desestabilizadores en la isla.

Según un informe de 2006 de la comisión que encabeza Condoleezza Rice, el IRI –financiado por el Fondo Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), que responde al Departamento de Estado– es uno de los instrumentos que contribuyen a la “formación de partidos políticos y otros grupos de oposición en la isla”, con el objetivo de destruir a la revolución y propiciar la llamada “transición a la democracia”. A través del IRI, el gobierno de Bush ha dado apoyo sistemático a cabecillas contrarrevolucionarios y utiliza el otorgamiento de “premios”, como el concedido a Oscar Elías Biscet, para justificar el abastecimiento de fondos materiales y financieros con fines subversivos, en la isla y en el exterior. Sin embargo, la elección de enero, en la que sufragaron más de 7 millones 800 mil cubanos (96.89 por ciento del padrón), puso de manifiesto las motivaciones y la naturaleza participativa del pueblo cubano. Habrá cambios, sí, pero a la cubana.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/03/10/index.php?section=opinion&article=022a1pol

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Homar Garcés: Sin cambio estructural no hay revolución socialista posible

Al mantenerse incólumes las estructuras y mecanismos del viejo modelo de Estado representativo en Venezuela, la revolución seguirá siendo un anhelo frustrante al creerse que nada podría cambiar más allá de los cambios políticos, sociales y económicos producidos hasta ahora, limitados a las iniciativas adoptadas al respecto por el Presidente Chávez. Quizás se alegue en descargo que el proceso revolucionario venezolano es pacífico, producto de la vocación democrática del pueblo, y, por lo tanto, debe evolucionar de modo gradual. Sin embargo, las expectativas populares parecen rebasar esta apreciación, aunque se adolezca de una conciencia plenamente revolucionaria, surgida de unos conocimientos conscientemente adquiridos. Cuestión ésta que constituye el punto más débil de todo el proceso bolivariano y sobre el cual poco se ha hecho, a excepción del empeño puesto por William Izarra y de otros destacados revolucionarios de todo el país de promover una instancia generadora de teorías revolucionarias harto necesarias, cumpliendo con tres objetivos primordiales, como lo son la difusión, la formación y la investigación que debiera comprender la misma, de manera que los adherentes al proyecto revolucionario aseguren el cambio estructural, el bien común y la democracia directa en todo momento, a pesar de todos los obstáculos culturales que persisten todavía.

Por lo mismo, se hace imperativo que los mismos sectores sociales revolucionarios comiencen a apropiarse de los distintos espacios donde puedan poner en práctica estas últimas ideas, de forma que el cambio estructural inherente al proceso revolucionario, basado en el ideario socialista del siglo 21, tenga una base de sustentación popular más real y efectiva que la generada desde el poder constituido. Esto tendrá que avivarse necesariamente desde abajo, venciendo la pertinaz acción reformista, la desconfianza y cierto menosprecio exhibidos por algunos dirigentes del chavismo que obstruyen (a veces de modo deliberado y otras de modo irreflexivo) la capacidad política y creadora del pueblo respecto al rol de sujeto revolucionario que le compete ejercer y cuya existencia se explica por el vacío teórico y el pragmatismo que se impuso desde posiciones de poder, amparándose en el liderazgo y la imagen de Chávez. Esto expone la necesidad forzosa de una confrontación ideológica, tanto a lo interno como a lo externo del proceso bolivariano, facilitándose así que la lucha, el compromiso, la convicción, la disciplina y la organización de los sectores revolucionarios y progresistas se conviertan en murallas infranqueables ante los embates reiterados de la contrarrevolución, teniendo como consecuencia visible la superación de la transición en que se halla sumido este proceso; lo que implicará asumir frontalmente la alternativa del socialismo, sin que haya lugar a dudas o retrocesos. Esto contribuiría en mucho a reforzar la gestión de gobierno, principalmente en lo atinente al mejoramiento de las condiciones socioeconómicas de la población, con la participación y el protagonismo populares como una condición primaria insoslayable -cambio estructural de por medio- para hacer verdaderamente la revolución integral que se promueve en esta nación bolivariana.

La encrucijada crítica que se le presenta al proceso revolucionario venezolano debe generar en el mismo la adopción de medidas más radicales y evitar la conciliación que promueven, incluso, algunos de sus connotados dirigentes, convencidos de su eficacia para contrarrestar los constantes ataques opositores, pero acompañadas de la resolución de los diversos movimientos políticos y sociales que lo acompañan para redefinir los rumbos a transitar para la conquista del socialismo y el cambio estructural. Esto requiere de un efectivo debate democrático, crítico y autocrítico, que se extienda desde el mismo Presidente Chávez hasta el más humilde de sus seguidores, capaz de estimular una acción revolucionaria sostenida de ruptura de paradigmas y creación de otros que estén más en sintonía con lo que significa el socialismo del siglo 21.

Sin cambio estructural no hay revolución socialista posible, al igual que sin una ideología revolucionaria, como lo dijera Lenin, para escarnio de los reformistas que se exasperan de oírlo o leerlo. El viejo Estado burgués, lo mismo que la cultura dominante y las relaciones sociales, de poder y de producción, tienen que erradicarse definitivamente en función de consolidar la revolución socialista que se pretende. Esto supone darle plena cabida a los poderes creadores del pueblo que glosara el poeta Aquiles Nazoa, manifestándose mediante una conciencia revolucionaria indudable y un poder constituyente en permanente movimiento

* Argenpress
* http://www.argenpress.info/nota.asp?num=051608&Parte=0

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Carlos Fazio: Miedo y dominación

Las relaciones de Estados Unidos con México y América Latina pasan por una fase de restructuración que tiende hacia la formación de estados autoritarios en la región. A nivel ideológico y represivo, la imposición del sistema de dominación neoliberal de comienzos de los años 90 no significó una ruptura con el modelo anterior. Tras el triunfo de la revolución cubana en 1959, John F. Kennedy utilizó una doble vía para consolidar la hegemonía estadunidense en el área: la Alianza para el Progreso y el militarismo. De la mano de la Doctrina de Seguridad Nacional, Washington y los ejércitos latinoamericanos definieron al “enemigo interno”: el comunista, el tupamaro, el montonero, los “cívicos” de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas y la Liga 23 en México, como encarnación de la “antipatria” y la “subversión atea”. La contrainsurgencia echó mano de la guerra sucia, los escuadrones de la muerte y el paramilitarismo en el campo, y condujo al terrorismo de Estado, con un alto saldo de ejecuciones sumarias extrajudiciales, desapariciones forzadas, torturados, presos políticos y exiliados. También aplicó la guerra de baja intensidad contra la Nicaragua sandinista e invadió Granada y Panamá.

Tras la autodisolución de la Unión Soviética (1989), a la par del neoliberalismo, Washington impulsó la “guerra” a las drogas: el narcotráfico como sustituto del fantasma comunista. El 11 de septiembre de 2001 dio a la administración de Bush la oportunidad para un golpe de Estado técnico en Estados Unidos y la imposición de la Ley Patriótica. Y con el uso de la mentira como arma de guerra invadió Afganistán e Irak. Asimismo, inició la “guerra contra el terrorismo”, como enemigo unificador.

Si la Doctrina de Seguridad Nacional fue un instrumento ideológico-militar apto para contrarrestar los movimientos de liberación nacional en los años 60/70, hoy, tras la larga noche de la dictadura del pensamiento único neoliberal, el imperio, las oligarquías vernáculas y sus administradores cipayos han venido trabajando en la construcción social del miedo y de los nuevos enemigos internos para imponer su modelo de dominación.

Los tres ejes claves para la construcción del miedo y remilitarizar el nuevo Estado autoritario son el terrorismo, incluido el eje del mal, con Cuba y Venezuela a escala regional; el populismo radical (Hugo Chávez, Evo Morales, López Obrador), y el crimen organizado. Mediante esos enemigos míticos, elusivos e impredecibles –que actúan de distractores administrados y potenciados por los medios de difusión masiva como propagandistas de la “razón de Estado”– el sistema busca legitimar el uso de la fuerza y genera de facto un Estado de excepción provisto de nuevas leyes de carácter represivo que recortan las garantías individuales y colectivas.

El nuevo Estado militarizado se presenta como el “salvador” y, según dice Robinson Salazar, con el juego de la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado “encarcela a la sociedad”. Nos vigila. Limita los espacios públicos. Invade la privacidad de la persona. Impone leyes antiterroristas a imagen y semejanza de la Ley Patriótica. Discrimina. Fomenta la delación. El no te metas.

El miedo construye escenarios de riesgos en la subjetividad colectiva y altera la vida cotidiana mediante la angustia, el temor y una sensación de peligro latente. Ante el temor de la sociedad, y como forma de fomentar la fragmentación social y el individualismo, de erosionar la vida comunitaria y la solidaridad, el sistema genera imaginarios de exclusión: guetos, barrios amurallados en fraccionamientos con seguridad privada.

La imposición de un nuevo modelo policial-militar está en función de objetivos económicos que tienden a cristalizar a través de megaproyectos regionales como el Plan Colombia-Iniciativa Andina, el Plan Puebla-Panamá y la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana. Elaborados por el Banco Mundial y el BID, tales proyectos sirven a grandes corporaciones multinacionales. Vienen por el petróleo, el gas natural, el agua de los ríos para generar electricidad, el uranio, la biodiversidad. Buscan generar corredores multinodales para extraer por tierra, mar y aire nuestros recursos e inundar nuestros mercados con sus productos. Tales proyectos se inscriben en lo que John Saxe-Fernández ha llamado la “geopolítica del desalojo”: promueven la contrarreforma agraria y el vaciamiento forzoso de tierras, muchas veces por medio del paramilitarismo y/o empresas de “contratistas privados” compuestas por mercenarios.

En ese contexto se inscriben la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN); el Plan México, símil del Plan Colombia, y la reactivación del Plan Puebla-Panamá, que para este año tiene prevista la interconexión eléctrica del sur-sureste de México con Centroamérica. Eso tiene que ver con Carlos Slim, la Halliburton, Chevron y otras corporaciones de Estados Unidos, pero también con un puñado de empresas españolas que llevan a cabo la reconquista de América: Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa, Repsol, entre otras. Lo que conecta con la designación de Juan Camilo Mouriño en Gobernación, con el proyecto calderonista-priísta de privatizar Pemex y la Comisión Federal de Electricidad, con La Parota en Guerrero y el achicamiento del cerco militar y paramilitar en Montes Azules sobre las autonomías zapatistas.

La construcción del miedo y la fabricación de nuevos enemigos –incluida la enésima “guerra” contra el narcotráfico– sirven al gran capital. En función de ello necesitan legitimar la “mano dura” y aterrizar las armas de la Iniciativa Mérida para reprimir al pueblo, que se viene organizando desde debajo de múltiples maneras, acumulando fuerza, elaborando proyectos alternativos. Es porque el pueblo avanza en conciencia y organización que los que mandan necesitan militarizar más al Estado.
* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/01/28/index.php?section=politica&article=020a1pol

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