Pobre nombre el de Benito en Italia. El padre de Mussolini se lo puso en honor a Benito Juárez —sin imaginar que su hijo, en vez de heredar sus ideas reformistas de justicia social se iba a convertir en el padre del fascismo— y ahora lo usan los críticos del actual gobernante italiano, Silvio Berlusconi, para insultarlo.
Entre la multitud convocada el pasado martes en la romana Piazza Navona para protestar contra la “dictablanda” en Italia, que denuncian entre otros insignes italianos el ex juez antimafia Antonio di Pietro o el intelectual Umberto Eco, sobresalía una pancarta con un inquietante “Benito Berlusconi”. Consciente de toda la carga de profundidad que supone unir el nombre del dictador al apellido del actual primer ministro, el autor pretendió así alertar a la sociedad italiana del peligro que se esconde tras la sonrisa plástica —ya pasó por un cirujano para un estiramiento de piel— que se esconde detrás de Berlusconi.
Ayer fue el Parlamento Europeo el que dio la voz de alarma al denunciar la “discriminación racial” del gobierno italiano al obligar a los gitanos a identificarse mediante la toma de huellas dactilares. Así empezaron, por cierto, los nazis en el poder, identificando a los judíos con una estrella de David amarilla en la ropa.
Esta decisión de Berlusconi, que avergüenza a muchos italianos como los que decidieron solidarizarse con los gitanos solicitando que también les tomen a ellos las huellas, viene precedida por la quema de poblados romaníes en Roma, la mayoría provocados por la propia población “blanca”.
Esta persecución racial en pleno siglo XXI ocurrió porque lo permitió el nuevo alcalde de Roma, el neofascista Gianni Alemanno, cuya victoria en las elecciones de abril fue saludada por seguidores con el saludo fascista (mano derecha estirada a la altura de los ojos; lo sé porque así me obligaban a hacerlo en el colegio religioso en donde estudié de pequeño en otro Estado fascista, el de Franco).
La intelectualidad italiana se estremeció cuando vieron esas imágenes que se creían de un pasado tenebroso enterrado para siempre, pero se quitó importancia, como tampoco se la dieron a las palabras de Berlusconi tras conocer la victoria en la capital italiana de su aliado Alemanno —“somos las nueva falange de Roma”, dijo—; o las de su aliado de gobierno Umberto Bossi, de la otrora separatista Liga Norte: “Debemos cazar a los clandestinos, aunque proteste la izquierda; si quieren pelea los fusiles están calientes; tenemos 300 mil hombres, 300 mil mártires listos para combatir. No bromeamos”.
Mientras tanto y para proseguir sin obstáculos en su deriva autoritaria, Berlusconi logró ayer que su mayoría en el Parlamento apruebe una ley de inmunidad hecha a su medida para impedir en adelante ser juzgado por delitos cometidos antes o durante su mandato, librándose así de ser investigado por las denuncias que pesan sobre él por corrupción y aplicando en Italia ese principio que tanto gustaba a Benito Mussolini: Todos iguales ante la ley… menos yo.
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Fran Ruiz: ¿Benito Berlusconi o Silvio Mussolini?
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