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Alejandro Teitelbaum: La regla de oro del sistema: Privatizar las ganancias y socializar las pérdidas y las deudas

El rasgo principal del sistema capitalista consiste en la apropiación privada de los frutos del trabajo social, es decir la expropiación por los capitalistas de los valores creados por los trabajadores manuales e intelectuales.

Estos valores se crean en el proceso de producción de bienes y servicios (industria, agricultura, investigación científica, educación, atención médica, transporte, agua corriente, electricidad, salubridad, etc.). Deducido el precio de la fuerza de trabajo, el valor restante es el plusvalor o plusvalía, medida económica de la explotación de la fuerza de trabajo, que se intensifica cada vez más a escala mundial y es la base fundamental de la acumulación capitalista.
Pero, sobre todo en los últimos decenios, esa expropiación de valores se produce también fuera del proceso productivo y de la prestación de servicios, principalmente a través del capital financiero especulativo, lo que permite a una ínfima minoría apropiarse en forma parasitaria del fruto de trabajo y de los ahorros de los pueblos de todo el mundo, al margen de la economía real. Este proceso tiene frecuentemente una vertiente francamente delictiva, donde la corrupción ocupa un lugar muy importante.
Por ejemplo en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía Enron se declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejó en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia empresa. En otras quiebras de grandes bancos o grupos financieros transnacionales, miles de pequeños ahorristas han visto evaporarse el fruto de muchos años de esfuerzos e incluso de privaciones.
Después de Enron se sucedieron otros casos similares como el de WorldCom y resultaron implicados los dos más grandes bancos estadounidenses: Citygroup y JP Morgan Chase.
El caso más reciente con proyección mundial es el de la crisis de los préstamos hipotecarios a alto riesgo (subprimes) con tasa de interés variable, que ha dejado sin liquidez a muchos Bancos privados lo que ha conducido a los Bancos Centrales a inyectar en el mercado financiero decenas o centenares de miles de millones de dólares.
Esta crisis dejó en la calle a decenas de miles de modestos deudores hipotecarios proprietarios de viviendas en Estados Unidos. Por eso el Gobierno de ese país ha decidido invertir 200.000 millones de dólares de los contribuyentes para salvar…al capital financiero concentrado en Fannie Mae y Freddie Mac. Y las principales bolsas mundiales saltan de alegría.
Esta es una característica común de los Gobiernos actuales, aun los más opuestos al intervencionismo estatal en la economía: socorrer con los dineros del pueblo al gran capital en dificultades. O dicho más precisamente, tapar los agujeros dejados por el capital privado como resultado de sus fechorías.
En Argentina los grandes grupos financieros nacionales e internacionales con la complicidad de los Bancos y de los sucesivos gobiernos y con la bendición y participación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, han despojado al país mediante políticas desenfrenadas de privatización de los bienes y servicios públicos y de los recursos naturales, de endeudamiento externo e interno real o ficticio, de estatización de deudas privadas, etc.
La deuda externa
El caso de la deuda externa es ejemplar, pues ha consistido y consiste en privatizar los beneficios y socializar las pérdidas.
En 1982 la dictadura militar y su Ministro de Economía Cavallo estatizaron la deuda privada de cientos de empresas por un monto de unos 14000 millones de dólares.
Se hizo mediante un “seguro de cambio” que consistía en asegurarle al deudor el valor del dólar al momento del pago de la deuda. Por ejemplo si debía 10.000 dólares a un valor de 10 pesos por dólar, llegado el momento de abonarla, el deudor solo pagaba los 10.000 dólares a 10 pesos el dólar. La diferencia en caso de un aumento del dólar la absorbía el Estado, el pueblo. Es decir se transfirió la deuda privada a la sociedad argentina.
Gran parte de la deuda estatizada eran “auto-préstamos”es decir préstamos que se hacía la misma empresa con dinero que tenia ahorrado en bancos exteriores. El banco emisor del crédito era el testaferro de la empresa y el cómplice de esta estafa. Muchas empresas fueron descubiertas como FATE, SADE, algunas del grupo TECHINT, BGH, SIDECO.
A mediados del año 2000 el juez Jorge Ballestero dictó sentencia en la causa “Alejandro Olmos s/denuncia” iniciada en 1982, estableciendo la responsabilidad de los funcionarios de la dictadura que contrajeron la deuda y la corresponsabilidad de los organismos internacionales como el FMI, que aprobaron prestamos ilícitos y fraudulentos. Como la acción penal había prescripto, el juez Ballestero remitió el fallo al Congreso, para que tomase la intervención que la Constitución Nacional le confiere en el manejo de la deuda externa (art. 75). La mayoría parlamentaria nunca se ocupó del tema.
La reciente decisión del Gobierno de pagar 6700 millones al Club de París, cuando habría que hacer una auditoría previa para averiguar qué parte de la deuda es legítima, cuánto se debe, si se debe algo, es otro caso de socialización de las deudas, porque se pagará con los dineros del pueblo, depositados en el Banco Central.
Como el hambre viene comiendo, el Club de Paris quiere más y dice que el monto de la deuda es de 7900 millones.
Y la ronda infernal de pagos y nuevos endeudamientos no tiene miras de acabar.
El caso de Aerolíneas Argentinas repite esa constante que consiste en privatizar las ganancias y socializar las perdidas
El Gobierno de Menen vendió Aerolíneas Argentinas en 1990 libre de deudas y cuando daba ganancias a la empresa entonces estatal española Iberia, que estaba prácticamente en bancarrota y a la que el gobierno español se disponía a privatizar previa capitalización mediante la adquisición por monedas de patrimonios sanos como era entonces AA.
Las aeronaves y la mayoría de las propiedades de Aerolíneas (tanto las oficinas centrales como oficinas en París, Nueva York, Los Angeles, Roma y Francfort) fueron liquidadas; varios aviones fueron vendidos o hipotecados, algunos activos fueron dados en préstamo, se perdieron varias rutas internacionales y los tres simuladores de vuelos para la instrucción de los pilotos fueron vendidos. La empresa contrajo una deuda enorme y dejó de dar ganancias. Los problemas internos de Iberia y de sus filiales la llevaron a la bancarrota en 1994, momento en el que el accionariado de Aerolíneas pasó a la Sociedad Española de Participaciones Industriales, ente público de participaciones industriales del Estado español.
En junio de 2001 se suspendieron los vuelos a siete destinos internacionales y la aerolínea entró en convocatoria de acreedores. En octubre del mismo año, el control de Aerolíneas Argentinas y Austral fue cedido a Air Comet, un consorcio formado por las aerolíneas privadas españolas Spanair y Air Comet junto con el operador de turismo Viajes Marsans, que adquirió el 92,1% de las acciones.
Y ahora que queda muy poco de AA (salvo deudas) el Gobierno de Cristina Kirchner la reestatiza.
El Gobierno de CFK quiere cerrar a cualquier costo financiero y en exclusivo beneficio de Marsans, una gestión calamitosa y delictiva (vaciamiento de la empresa) por parte del empresario español. Gestión calamitosa y delictiva que contó con la complicidad del Gobierno de Kirchner.
Por eso Jaime firmó el acuerdo con Marsans, con la aprobación de la Casa Rosada, acuerdo que sigue existiendo porque hasta ahora nadie lo declaró nulo, ni siquiera la ley de “rescate” de Aerolíneas que acaba de sancionar el Congreso.
En lugar de celebrar ese acuerdo en la Casa Rosada con toda la comparsa, el Gobierno debería haberse apresurado a desconocerlo declarando que Jaime había ultrapasado las instrucciones recibidas. Y dejar inmediatamente cesante a este último.
Evidentemente esto no podía ocurrir porque Jaime no actuó por su cuenta pues forma parte, junto con los K, De Vido y algunos otros, del círculo estrecho de la camarilla gobernante.
Las consecuencias de este actitud del Gobierno y de los parlamentarios frente al acuerdo firmado por Jaime son nefastas para el interés nacional, porque el Grupo Marsans puede invocarlo para recurrir al CIADI (tribunal arbitral del Banco Mundial) fundándose en el artículo 10 del Tratado de Promoción y Promoción de Inversiones celebrado entre Argentina y España octubre de 1991.
Dicho artículo 10, si bien establece la competencia de los tribunales del Estado donde se realizó la inversión en caso de controversia entre las partes, autoriza a la parte insatisfecha con el fallo del tribunal nacional a recurrir al tribunal arbitral. Lo que deja la vía libre a Marsans para reclamar indemnizaciones millonarias ante el CIADI.
Durante los años 90 Menen firmó casi 60 Tratados Bilaterales de Promoción y Protección de Inversiones y en setiembre de 1991 adhirió al CIADI (ratificación parlamentaria en julio de 1994, ley 24353) lo que le ha quitado al Estado argentino el poder de decisión en materia de políticas económicas.
Y desde entonces ni los Gobiernos Kirchner ni el Parlamento han hecho nada para romper esas ataduras, pudiendo hacerlo mediante la denuncia, evitando la tácita reconducción, etc.
Por ejemplo en el Congreso duerme el Expte. 1598-D-07. “Eduardo Macaluse.
Declaración de nulidad absoluta de toda prórroga de jurisdicción argentina y de la Ley 24353, de convenio sobre arreglo de diferencias relativas a inversiones entre Estados y nacionales de otros Estados”.
Por cierto que la derecha, ferviente partidaria de las privatizaciones, está en contra de la reestatización de AA, como ahora está a favor del pago de la deuda a los miembros del Club de Paris.
Los escribas del Gobierno, no sin cierta habilidad para hacer pasar su mensaje, despotrican contra la política aerocomercial que ha llevado a la actual situación catastrófica en la materia y sostienen que la solución (la menos mala dicen algunos de ellos) es reestatizar AA. Pero se saltean cuidadosamente el tema crucial de quién se hace cargo de los pasivos y si se le paga algo a Marsans o no. Cuando la actuación del Gobierno en este asunto conduzca a un nuevo despojo (la reprivatización total o parcial de AA, como prevé la ley aprobada por el Congreso, una vez pagadas las deudas) dirán también que la “solución” es “la menos mala”. Según los mismos escribas, pagar al Club de Paris también es una buena medida.
La mayoría de la burocracia sindical –vieja tradición argentina que se remonta a los años 50- se pone la escarapela y repite el discurso oficial. Habría que preguntarles qué hicieron y dijeron cuando se privatizó Aerolíneas y mientras Marsans dejaba a la empresa “en pelotas”.
Buena parte de la gente de “izquierda” sustituye la reflexión destinada a proponer una alternativa apropiada a la política del Gobierno por frases como : la reestatización de Aerolíneas “es un paso en la recuperación del patrimonio nacional”, dicen. Y “hay que mantener la línea de bandera”, afirman. Y no pocos de ellos también “se olvidan” del tema de los pasivos y si hay que pagar o no a Marsans.
Dan una respuesta “virtual” o simbólica a un problema real que pone en juego los intereses nacionales y del pueblo trabajador.
Sin tener para nada en cuenta la realidad de los hechos y su contexto.
El contexto: Más de cincuenta años de expoliación
El contexto es una política gubernamental de entrega del patrimonio nacional y contraria a los intereses de los trabajadores (ambos aspectos siempre van juntos) que, con breves y tímidas pausas, se remonta a principios de los años 50 (segundo peronismo de Perón), siguió con las diferentes dictaduras militares, el frondizismo, el alfonsinismo, el peronismo de Menen y el peronismo de los Kirchner.
El giro hacia esta política que sigue hasta hoy podría situarse a principios de los años 50 con la misión Cereijo a los Estados Unidos, el contrato petrolero con la California, filial de la Standard Oil y la cuenta regresiva iniciada entonces en la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, que llegó al 53 por ciento en los años 49-50 y que en 2007 fue del 28%. Menos que en 2001 (31%) pese a que la ocupación y el salario real aumentaron entre 2001 y 2007.
Lo que en otros términos quiere decir que la tasa de explotación de los trabajadores está aumentando desde 1950, incluso está aumentando desde que asumió Kirchner hasta ahora.
La realidad de los hechos
La realidad de los hechos en cuanto a AA es que a esta altura casi no es un patrimonio, ni nacional ni extranjero. Es prácticamente una cáscara vacía, casi sin aviones y con algunas rutas autorizadas. Y muchas deudas, que ni siquiera se sabe a cuanto ascienden. Así que reestatizando AA prácticamente lo único que se reestatizan son deudas. Salvo que se encuentre una manera de recuperar la empresa libre de pasivo.
Porque lo que tiene que estar absolutamente claro es que no hay que pagar ni un centavo por AA al grupo Marsans ni reconocer ninguna de sus deudas.
No hay que repetir lo que Cavallo hizo con la deuda externa de las grandes empresas, hipotecando un poco más el fundamento del auténtico patrimonio nacional, que es la riqueza creada por los que trabajan.
El tema de la línea de bandera merece reflexión.
Algunos Estados tienen línea de bandera (línea monopolizada por el Estado o con participación estatal) por razones políticas y económicas y aún simbólicas (en algunos casos esa denominación tiene poco contenido real).
Parece obvio que conviene que el Estado monopolice o por lo menos tenga el poder de decisión en las líneas de cabotaje, sobre todo si tiene una política nacional de desarrollo armónico del transporte aéreo, ferroviario, vial y por agua.
En Argentina esa política por ahora no existe y en materia de cabotaje Kirchner le dio a LAN Chile las rutas internas más rentables. Y el resto de la política de vuelos de cabotaje no ha podido ser más catastrófica.
En cuanto a tener una línea de bandera para las rutas internacionales, la tendencia general es a la desaparición o a la privatización parcial de las líneas de bandera, como consecuencia de los altos costos de explotación, la fuerte competencia y un acentuado proceso de concentración del transporte aéreo civil (son contínuas las fusiones y adquisiciones de grandes empresas internacionales de transporte aéreo). Y al proceso de concentración y privatización se suman los despidos de personal y la superexplotación del personal restante para disminuir los costos.
Varig, que figura como línea de bandera de Brasil, fue una empresa muy fuerte hasta que estuvo al borde de la quiebra y fue comprada en 2007 por la empresa privada Gol. Alitalia está en cesación de pagos y busca compradores entre los inversores italianos y empresas aerocomerciales extranjeras. Air France y KLM de Holanda tuvieron que fusionarse para sobrevivir e Iberia busca ahora la fusión con British Airways.
Pese a que Venezuela y Bolivia tratan de poner en funciones líneas de bandera, el contexto internacional no parece ahora económicamente muy viable para salir a competir en solitario con una línea de bandera en el transporte áereo internacional, sobre todo partiendo prácticamente de cero.
Algunas opciones razonables podrían ser una alianza o asociación de líneas de bandera latinoamericanas o una asociación o alianza de una línea de capital estatal argentino (pero sin cargar con las deudas de AA) con grandes empresas como Air France-KLM, Lufthansa y/o alguna gran aerolínea árabe o asiática.
Pero lo importante es lo que falta, en esto como en todo lo demás: una política global y coherente en defensa del interés nacional, entendido éste como el que responde a las necesidades y legítimas aspiraciones populares en materia de bienestar, alimentación, salud, vivienda, salubridad, transporte, educación, cultura, libertad y seguridad.
No se puede esperar nada de esto de la camarilla gobernante, pues sus tres objetivos centrales son: 1) preservar un sistema político, económico y social agotado y en crisis, como lo viene haciendo desde que llenó el vacío político que generaron los acontecimientos de 2001, 2) favorecer la concentración del gran capital, viejo y nuevo, en el campo (fiesta sojera), en la industria y en los servicios y 3) enriquecerse ellos y sus amigos con participaciones abiertas o encubiertas.
Esta es una mala copia de la situación en Francia entre 1848 y 1851 descripta por Marx en su “18 Brumario de Luis Bonaparte”:
“No es suficiente decir, como lo hacen los franceses, que su nación ha sido sorprendida… Falta explicar cómo una nación de 36 millones de habitantes ha podido ser sorprendida por tres capitanes de industria…”… “El 2 de diciembre la revolución de febrero fue escamoteada por el juego de manos de un tramposo…”.
Por cierto que cuando Marx escribía “tres capitanes de industria” no pensaba en Kirchner, De Vido y Jaime y escribiendo “tramposo” tampoco tenía en la mente a Kirchner.
Argenpress

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Naomi Klein: Desheredados de la sociedad de propietarios

¿Recuerdan la “sociedad de propietarios”, constante en los principales discursos del presidente George W. Bush durante los primeros cuatro años de su presidencia? “Estamos creando… una sociedad de propietarios en este país, donde más estadunidenses que nunca podrán abrir la puerta de donde viven y decir, bienvenido a su casa, bienvenido a mi pedazo de propiedad”, dijo Bush en octubre de 2004. Grover Norquist, un analista en un centro de investigación en Washington, predijo que la sociedad de propietarios sería el mayor legado de Bush, y que sería recordado “mucho tiempo después de que la gente ya no pudiera pronunciar o deletrear Fallujah”. Sin embargo, en el último informe presidencial, la alguna vez ubicua frase estaba visiblemente ausente. Y no es para sorprenderse: en vez de ser su orgulloso padre, Bush resultó ser el enterrador de la sociedad de propietarios.

Mucho antes de que la sociedad de propietarios tuviera una pulida etiqueta, su creación fue básica para que tuviera éxito la revolución económica de la derecha en el mundo. La idea era simple: si la gente de la clase trabajadora era dueña de un pequeño pedazo del mercado –una hipoteca, un portafolio de acciones, una pensión privada– dejaría de identificarse con los trabajadores y empezaría a verse a sí misma como dueña, con los mismos intereses que su jefe. Eso significaría que votaría por políticos que prometieran mejorar el desempeño de las acciones, en vez de las condiciones laborales. La conciencia de clase sería una reliquia.

Siempre fue tentador hacer un lado a la sociedad de propietarios como lema vacío. Robert Reich, ex secretario de Trabajo, la describió como “palabrería”. Pero la sociedad de propietarios era bastante real. Era la respuesta a un obstáculo que los funcionarios que favorecían políticas en beneficio de los ricos habían enfrentado durante mucho tiempo. El problema se reducía a esto: la gente suele votar según sus intereses económicos. Hasta en el Estados Unidos próspero, la gente gana menos del salario promedio. Eso significa que es en interés de la mayoría votar por políticos que prometan redistribuir la riqueza de arriba hacia abajo.

Entonces, ¿qué hacer? Margaret Thatcher fue la pionera en ofrecer una solución. Los esfuerzos se centraron en la vivienda pública de Gran Bretaña, donde vivían férreos simpatizantes del Labour Party. En una audaz movida, Thatcher ofreció a los residentes fuertes incentivos para que compraran sus departamentos de interés social a tasas reducidas (parecido a lo que hizo Bush décadas más tarde, cuando promocionó las hipotecas subprime [las hipotecas concedidas sin garantía, N de la T). Aquellos que podían pagar, se volvieron propietarios de sus hogares, mientras que quienes no pudieron se enfrentaron a rentas que subieron a casi el doble de lo que estaban antes. En consecuencia, hubo una explosión del número de los sin techo.

Como estrategia política, funcionó: los que rentaban continuaron oponiéndose a Thatcher, pero las encuestas mostraron que más de la mitad de los nuevos dueños sí cambiaron de partido, a los Tories. La clave fue un cambio sicológico: ahora pensaban como dueños, y los dueños suelen votar por los Tories. La sociedad de propietarios como proyecto político había nacido.

Del otro lado del Atlántico, (Ronald) Reagan inauguró una gama de políticas que, de modo parecido, convenció al público de que las divisiones de clase ya no existían. En 1988, sólo 26 por ciento de los estadunidenses le dijo a los encuestadores que vivían en una sociedad dividida en “los que tienen” y “los que no tienen”. Setenta y uno por ciento rechazaba por completo la idea de clase. El verdadero avance, sin embargo, llegó en los años 90, con la “democratización” de los propietarios de acciones, que finalmente llevó a que casi la mitad de los hogares estadunidenses fuesen propietarios de acciones. La vigilancia de las acciones se volvió un pasatiempo nacional, las barras donde van pasando los precios de las acciones en tiempo real en las pantallas de televisión se volvieron más comunes que los pronósticos del clima. Main Street, nos dijeron, había tomado por asalto los enclaves de la elite en Wall Street (Main Street: se refiere a donde vive la población común, N de la T).

Una vez más, el cambio fue sicológico. La propiedad de acciones componía una relativamente pequeña parte de las ganancias de un estadunidense promedio, pero en la era de las frenéticas actividades de reducción de tamaño de las empresas y del traslado de operaciones al exterior, esta nueva clase de inversionista amateur tuvo un marcado cambio de conciencia. Cada vez que anunciaban una nueva ronda de despidos, y que por tanto subía el precio de otra acción, muchos respondían, no identificándose con aquellos que habían perdido sus empleos, o protestando contra las políticas que habían llevado a aquellos despidos, sino llamando a sus corredores para instruirlos a que compraran.

Bush asumió el poder determinado en llevar estas tendencias más lejos, entregar las cuentas de Seguridad Social a Wall Street y que las comunidades de minorías –tradicionalmente fuera del alcance del Partido Republicano– fuesen la población objetivo para obtener fácilmente la propiedad de una casa. “Menos de 50 por ciento de los afroestadunidenses e hispanoestadunidenses son dueños de un hogar”, dijo Bush en 2002. “Son muy pocos”. Hizo un llamado a Fannie Mae (empresa para promover hipotecas a familias con bajos recursos) y al sector privado “para que soltaran millones de dólares en fondos destinados a la compra de vivienda”, un importante recordatorio de que los prestamistas de subprime recibían línea desde arriba.

Las promesas básicas de la sociedad de propietarios no se cumplieron. Primero, explotó la burbuja del punto-com; luego, los empleados miraron cómo sus pensiones con una fuerte proporción de acciones se esfumaron, con Enron y WorldCom. Ahora tenemos la crisis de las hipotecas subprime: más de 2 millones de propietarios de hogares enfrentan el desalojo, porque el banco les quitará sus casas. Muchos atracan sus 401(k) [un tipo de fondo de retiro en acciones. N de la T] –su pedazo del mercado de acciones– para poder pagar su hipoteca. Wall Street, mientras tanto, se desenamoró de Main Street. Para evitar el escrutinio regulatorio, la nueva tendencia se mueve lejos de las acciones a la venta del público y hacia los fondos privados. En noviembre, Nasdaq unió fuerzas con varios bancos privados, incluyendo Goldman Sachs, para formar Portal Alliance, un mercado para negociar participaciones en empresas, abierto sólo para inversionistas con activos mayores de 100 millones de dólares. En pocas palabras, la sociedad de propietarios de ayer se transformó en la actual sociedad solamente para miembros.

El masivo desalojo de la sociedad de propietarios tiene profundas implicaciones políticas. Según una encuesta de septiembre del Pew Research Center, 48 por ciento de los estadunidenses dice que vive en una sociedad dividida entre “los que tienen” y “los que no tienen”, casi el doble de la cifra de 1988. Sólo 45 por ciento se identifica como parte de “los que tienen”. En otras palabras, presenciamos un dramático regreso de la conciencia de clase que la sociedad de propietarios intentó borrar. La clase está de regreso. Y los ideólogos del libre mercado perdieron su más potente herramienta sicológica.

Copyright 2008 Naomi Klein.

* Es autora de La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre. http://www.naomiklein.org.

El texto fue publicado en The Nation (www.thenation.com).

Traducción: Tania Molina Ramírez.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/03/16/index.php?section=opinion&article=030a1mun

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