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Immanuel Wallerstein: Bolivia, derrota de la derecha

En la sorprendente serie de elecciones en Sudamérica en los últimos cinco años, los más radicales resultados ocurrieron en Bolivia, donde Evo Morales resultó electo presidente. No es porque Morales se plantara en la plataforma más radical. Fue más bien que, en este país donde la mayoría de la población son pueblos indígenas, era la primera vez que una persona indígena era electa presidente de la república. Esto en sí mismo fue una profunda revolución social, y no fue apreciada en lo absoluto por los descendientes de los inmigrantes europeos que siempre han controlado el país.

La gran pregunta cuando Morales fue electo era si podría sostenerse en el cargo, o si la derecha boliviana, tal vez coludida con las fuerzas armadas, podría derrocarlo. Ahora él ha demostrado que puede sostenerse.

Hubo tres elementos principales en su programa. Hoy, el ingreso nacional de Bolivia proviene primordialmente de sus exportaciones de gas, esencialmente a Brasil y Argentina. El gas está localizado en las provincias orientales, la así llamada Media Luna. Y estas áreas son las que tienen los porcentajes menores de pueblos indígenas. La mayoría ahí son descendientes de europeos. Hasta que Morales llegó al poder, los precios a los cuales se vendía el gas eran ridículamente bajos. Y el ingreso se quedaba en gran medida en los gobiernos provinciales del oriente.

Así que Morales buscó renegociar los precios del gas que se exporta. E instituyó un impuesto a los hidrocarburos para que le llegara al gobierno nacional mucho más del ingreso por el gas. Morales intentó utilizar el dinero para la redistribución social por todo el país, lo que por supuesto beneficiaría significativamente a las poblaciones indígenas.

Además, la tierra de las provincias orientales está excepcionalmente mal distribuida. Dos tercios de la tierra pertenecen a un sexto del uno por ciento de la población. Morales quiso limitar las hectáreas que una persona particular pudiera poseer –una forma de reforma agraria importante.

En política exterior, Morales intentó mantener relaciones razonables con Estados Unidos. Continuó aceptando el dinero que Estados Unidos había estado otorgando para las operaciones antinarcóticos, especialmente porque el dinero iba a las fuerzas armadas. Sin embargo, además, dio la bienvenida a la ayuda venezolana y a los médicos cubanos. Era claro que Estados Unidos no estaba contento con Morales y que habría preferido que la derecha boliviana retornara al poder.

La estrategia de esa derecha fue exigir más autonomía para los gobiernos regionales, insinuando, en última instancia, la posibilidad de la secesión –un proyecto que nunca promovieron mientras controlaron el gobierno central. Exigieron un referendo de revocación de mandato de Morales. Pero con esa táctica les salió el tiro por la culata.

Morales aceptó el desafío, y le añadió al referendo de revocación una pregunta de si también debía revocarse el mandato de los nueve prefectos provinciales. En el referendo, Morales obtuvo un contundente 68 por ciento de respaldo, mucho mayor que los votos que obtuviera cuando fue electo originalmente. Siete prefectos fueron reafirmados en su cargo pero dos gobernadores contrarios a Morales fueron echados, lo que permitió a Morales nombrar sucesores.

La derecha en las provincias orientales buscó entonces bloquear las exportaciones de gas. Confiaban en inducir a los gobiernos argentino y brasileño a que presionaran a Morales. Los simpatizantes de Morales comenzaron a manifestarse. El gobernador de la provincia de Pando, Leopoldo Fernández, respondió con represión. Más de 30 manifestantes fueron asesinados en El Porvenir, la ciudad capital. Morales arrestó al gobernador y nombró a un almirante naval nuevo prefecto.

En este punto, la presidenta Michelle Bachelet de Chile convocó a una reunión de emergencia de la organización de los 12 estados sudamericanos, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), para considerar la situación. Los 12 presidentes llegaron a Santiago a la reunión, y de forma unánime adoptaron una resolución del “más pleno y decidido respaldo al gobierno constitucional de la república de Bolivia Evo Morales”, denunciando un posible golpe de Estado. La importancia de esta resolución fue que resultó unánime, y que la firmó aun el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, profundamente pro estadunidense. La resolución fue respaldada por el Grupo de Río, compuesto por 22 países de toda América Latina y el Caribe, incluido México.

La Unasur llamó al diálogo. Morales también llamó al diálogo, aun antes de la resolución de la Unasur. La derecha está entrampada. Su esperanza última era alguna intervención estadunidense. pero Bolivia ha expulsado ahora al embajador estadunidense, Philip Goldberg, por “conspirar contra la democracia”, es decir, con la derecha boliviana. Estados Unidos está ahora retirando sus pequeños proyectos de ayuda en Bolivia. Rusia ha ofrecido cubrir la brecha. Estados Unidos se torna más y más irrelevante en América Latina.

Si uno se pregunta por qué aun Uribe respaldó la resolución, la respuesta es que ningún presidente quiere que la nueva táctica de la secesión reciba apoyo. Estados Unidos intenta también esto en Ecuador, donde también se les revirtió de igual modo, con la gran victoria del referendo por la nueva Constitución del presidente Rafael Correa.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein

Fuente: La Jornada

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Juan Diego García: La batalla de Bolivia

El abrumador respaldo otorgado a Evo Morales por el pueblo de Bolivia en el pasado referendo (más del 67%), superior inclusive al porcentaje que lo eligió presidente y con incrementos muy significativos en las regiones separatistas bajo el control de la derecha, despeja muchas dudas. Pero los apoyos alcanzados por los Prefectos rebeldes, desconociendo los resultados que le son adversos y sobre todo llamando abiertamente a la intervención militar y la guerra civil arrojan enormes sombras sobre el panorama inmediato de este país andino.

Resulta sintomático que mientras el gobierno central se ha mantenido escrupulosamente dentro de las reglas del juego democrático, la oposición ha traspasado la línea de la legalidad una y otra vez, en plena armonía con las tácticas clásicas del golpe de estado. La derecha ha saboteado la redacción de la nueva constitución (sin éxito), ha promovido referendos separatistas ilegales y violenta sistemáticamente la voluntad de la ciudadanía mediante el terror en las calles. Perdido el gobierno central conserva sin embargo un enorme poder pues controla aún los resortes principales de la economía (bancos, fábricas, grandes comercios y sobre todo el latifundio) y posee casi un monopolio completo de los medios de comunicación mediante los cuales adelanta las típicas campañas de desinformación, manipulación y siembra de zozobra entre la población. Además, gobierna en algunas regiones (las más ricas).

Los gobiernos progresistas del área apoyan a Morales, no solo porque comparten en líneas generales la orientación social de su programa y adhieren al espíritu nacionalista de sus medidas sino también –y en no
poca medida- porque todos temen las tendencias separatistas que bien podrían fomentar fenómenos similares en sus propios países. Sobre todo cuando esos movimientos contrarios a la unidad nacional están promovidos y financiados desde el exterior por gobiernos metropolitanos y compañías multinacionales, ambos muy afectados por su pérdida de influencia en la zona.

El mayor temor de la derecha es que se apruebe la nueva constitución. En particular, se destaca la oposición cerrada del gremio terrateniente que teme una reforma agraria integral que socave los fundamentos de su misma existencia. Pero también se oponen los demás sectores del gran capital que tanto se han beneficiado de las anteriores políticas neoliberales. En su empeño están respaldados abiertamente por la embajada de Estados Unidos que conspira sin ninguna discreción, financia con generosidad sus iniciativas y apoya políticamente a la derecha en su intento por derrocar a Morales.

Con el presidente está la gran mayoría del pueblo, a juzgar por las votaciones recientes. Evo cuenta por ahora con un capitalismo de estado aún de modestas dimensiones, fruto entre otras cosas de las nuevas medidas de control de las multinacionales; ha tenido el respaldo de las fuerzas armadas (que no es poco) y parece confiar no solo en el nacionalismo de los militares sino también en su misma extracción étnica y de clase. La derecha, en cambio, sabe que es minoritaria y ni siquiera los buenos resultados en algunas regiones le dan suficientes garantías. De hecho, la participación en los llamados referendos autonómicos fue bastante lánguida, introduciendo grandes dudas sobre el supuesto apoyo abrumador que la derecha alega poseer. ¿Hubieran sido reelectos los prefectos separatistas si en sus localidades las elecciones hubiesen sido realizadas con plena libertad y sin el terror implantado por las bandas fascistas de las “juventudes cruceñas” contra los partidarios de Morales ?.

Pero su falta de respaldo lo compensa sobradamente la derecha con su poder económico, su control mediático y la esperanza –nunca perdida- de un golpe militar que venga a salvarla. Si Morales consigue empezar a reformar radicalmente la tenencia de la tierra (para lo que es indispensable el respaldo del ejército y la policía) desatará un proceso social imparable que dará al traste con la parte más agresiva de la oposición y debilitará mucho las tendencias separatistas. Además, el presidente boliviano tiene margen para negociar con las regiones el reparto de los beneficios de los recursos naturales quitando así a los separatistas su bandera más preciada. El gobierno central no puede tolerar sin embargo que grupos de matones se apoderen de las calles, humillen en la plaza pública a los representantes de los indígenas (un espectáculo de racismo transmitido al mundo por la televisión), impidan a las autoridades hacerse presentes en las zonas rebeldes y apaleen delante de las cámaras al jefe de la policía de Santa Cruz, sin consecuencias (al menos que se sepa). Que un latifundista gringo se permita el lujo de echar de su propiedad (a tiro limpio) al ministro boliviano de la reforma agraria, parece la gota que colma el vaso.

La batalla de Bolivia demuestra que, al menos en estos pagos, no basta con tener razón; no es suficiente contar con toda la legitimidad y moverse dentro de unas leyes que, entre otras cosas, no creó el pueblo sino esa misma burguesía levantisca, racista y belicosa que ahora las desconoce y viola con la mayor impunidad.

La batalla de Bolivia remite nuevamente al debate sobre las posibilidades reales de un régimen democrático burgués en países en los cuales aún dentro del capitalismo parece imposible realizar reformas y abolir privilegios aberrantes. Unas clases dominantes cuyo principal objetivo es vegetar en la incuria, expoliar a las mayorías y parasitar a la sombra de sus protectores imperialistas se acomodan bastante bien a proyectos como el neoliberal pero por la misma razón se sienten amenazadas por procesos de desarrollismo y nacionalismo y – como no podía ser de otra manera- se aterrorizan ante la perspectiva de un cambio de orden social que las obligue a trabajar, a ser útiles y productivas, a practicar aunque sea por una vez en su existencia el ideal calvinista que se supone condición indispensable para generar el capitalismo.

Evo Morales tendrá que jugar a fondo sus cartas si quiere retomar la dirección del proceso. Tiene al pueblo consigo; tiene el apoyo de los pueblos vecinos y la simpatía de muchos gobiernos latinoamericanos; tiene, por ahora, no solo las armas de la ley sino las armas mismas que puede y debe usar en defensa de los intereses mayoritarios de la población. En la batalla de Bolivia parece que el pueblo ya ha manifestado claramente su decisión de ir hasta el final. Ahora, Morales y su gobierno no pueden ser inferiores a tanta generosidad y entrega, no pueden defraudar las ilusiones de tantos millones de gentes que han puesto en ellos la responsabilidad de dirigir no solo la batalla presente sino las muchas que depara el futuro y que el
pueblo no se puede dar el lujo de perder.

Argenpress

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