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Alejandro Nadal: Enfrentar la crisis: teoría económica a la deriva

¿Cómo explica la teoría económica la actual crisis de las principales economías capitalistas del mundo? La verdad es que si analizamos la teoría económica que predomina en los bancos centrales y ministerios de Hacienda, veremos que no puede explicarnos la crisis. Es más, para esa teoría, la crisis no debería estar ocurriendo. Para hablar de esto es necesario adentrarnos en el arcano mundo de la teoría económica.

En la década de los 70 se presenta una doble crisis en la teoría económica. En la llamada teoría microeconómica la crisis es terminal: para 1974 ya está demostrado que no existe una base científica para pensar que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente. Eso debería haber sido suficiente para declarar cerrado el programa de investigación teórica basado en la fe en la bondad del mercado libre. Pero los economistas en el mundo académico prefirieron ignorar los problemas y siguieron torturando a sus estudiantes, enseñándoles la parte sin interés de la teoría de equilibrio general y evitando mencionarles que con esa teoría no se puede demostrar cómo se forman los precios de equilibrio. Desde entonces, vemos salir de las universidades legiones de economistas que creen (injustificadamente) que en alguna parte existe una teoría rigurosa que demuestra que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente.

En la teoría macroeconómica sucedió algo peor. En la década de los 60 los economistas que se reclamaban de Keynes descubrieron la llamada curva de Phillips y pensaron podían utilizarla para completar y defender el pensamiento de su maestro. Grosso modo, esa curva decía que existía una relación inversa entre desempleo e inflación: cuando aumentaba la inflación, el desempleo disminuía y viceversa. Pero en los años 70 se presentó un episodio de inflación con desempleo. Según el modelo, eso no debería estar pasando.

La estanflación marcó la debacle de esta vertiente del keynesianismo y el auge del pensamiento monetarista. Bajo el liderazgo de Milton Friedman surgió una visión de la economía según la cual “la inflación siempre y en todo lugar es un fenómeno monetario”. De acuerdo con este razonamiento, la variable clave para estabilizar los precios sería la oferta monetaria. Sin un análisis científico serio, Friedman concluyó que ese resultado (controlar la inflación) sería compatible con niveles adecuados de empleo. La base de todo este razonamiento es la fe inquebrantable en la estabilidad de los mercados en una economía capitalista (justo lo contrario de lo que la teoría microeconómica había descubierto para 1974).

En un ensayo publicado en 1968 Friedman concluyó con la idea sorprendente de que para cada nivel de pleno empleo, hay una tasa “natural” de desempleo. Esa tasa natural corresponde a lo que se ha llamado desempleo friccional (determinado por el tiempo que pasan los trabajadores buscando empleo). De aquí se derivó la NAIRU, acrónimo en inglés que corresponde a la tasa de desempleo compatible con una tasa de inflación sin aceleración en el incremento de precios. Todo este edificio teórico servía para justificar que el objetivo único de la política monetaria debía ser el control de la inflación.

Para los 90, economistas como Bob Eisner habían destruido las bases analíticas de la NAIRU. Y en los hechos la tasa de desempleo se redujo una y otra vez, sin que se disparara la inflación. Es más, la oferta monetaria tuvo fuertes variaciones y la inflación no aumentó. Todo eso desmintió brutalmente la creencia central de los monetaristas sobre la relación entre oferta monetaria e inflación.

En cuanto a la inestabilidad en los mercados financieros, la serie de crisis de los años 90 debió por lo menos sacudir la fe de los monetaristas en la estabilidad de los mercados capitalistas y llevarlos a concluir en la necesidad de volver a regular el sector financiero. No fue así. ¿Serán tontos? No, lo que sucede es que las autoridades monetarias viven subordinadas a los intereses del sector financiero.

Hoy observamos que en la Reserva Federal sigue dominando un esquema monetarista. Por eso el problema para la política macroeconómica se define como antes: hay que encontrar el nivel preciso de oferta monetaria para controlar la inflación y mantener el empleo en un nivel adecuado. La Fed se equivoca nuevamente: el origen de la crisis se encuentra en la desregulación financiera y en una política monetaria dedicada a alimentar burbujas especulativas.

Por eso las teorías que dominan en la Fed (y en muchos bancos centrales) no pueden decir nada relevante sobre la crisis: ni sobre sus orígenes, ni sobre la política para enfrentarla. El verdadero problema es que el mercado capitalista es intrínsecamente inestable y la crisis es la forma natural de vida de este sistema económico. En un marco reformista por lo menos habría que acordar que la respuesta de política correcta es la regulación y la intervención pública.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/08/20/index.php?section=opinion&article=026a1eco

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Rolando Cordera Campos: Los veneros del diablo

La reacción inmediata es ¿por qué? ¿Por qué se ha incurrido en tanta irracionalidad en el uso del petróleo, de su renta, y de la entidad estatal responsable de su explotación, industrialización, comercio y expansión? ¿Por qué la dilapidación salvaje de los fastuosos ingresos y excedentes petroleros de los últimos años? ¿Por qué, tantas veces y sobre tantos asuntos vitales para Mexico?

Registro esta serie casi interminable de porqués luego de asistir a una estimulante reunión convocada por institutos de la UNAM e Ingenieros Pemex Constitución 1917. Los datos, cifras y tendencias presentados parecen contundentes, aunque sabemos que en esta veleidosa materia, la del petróleo y la energía, nada hay firme, todo es gaseoso y, en nuestro caso, institucionalmente opaco.

Nada es seguro, en efecto, porque el crudo se escabulle y engaña; sin embargo, las series estadísticas y las gráficas, junto con los relatos de la propia experiencia profesional vertidos esa mañana, apuntan en un solo sentido: por las razones que se quiera, de las antropológicas y cercanas al racismo corriente, a las glamorosas de la “elección pública o racional”, hasta las más pedestres de un historicismo huero pero no menos intencionado, México cayó en una suerte de enfermedad holandesa que lo llevó a echarse a la vera del camino del desarrollo, y se dedicó a merendarse la renta petrolera en un grotesco homenaje al diablo y las escrituras de nuestro gran López Velarde.

El panorama resultante es, sin duda, de dureza extrema: penuria energética absoluta, y con ella una hacienda pública harapienta y desgarrada por la disputa brutal por sus migajas, aunque todo ello bajo el oropel de la democracia impoluta que no admite falacias y el triunfo federal, comandado por los nuevos señores de la guerra.

Hay que empezar por algún lado, aunque el nudo parezca impenetrable. ¿Por qué dejamos de explorar en aguas someras y en las zonas del territorio definidas como promisorias? Porque, decía la razón al modo, Cantarel lo era todo y guay de aquel que advirtiera sobre su inevitable finitud. ¿Por qué se insiste hoy en que no hay otro horizonte que las aguas profundas, sin abordar siquiera la pregunta anterior? Porque, dice el presidente Calderón, todos lo hacen ya, porque Fidel firmó contratos de riesgo con el que se dejó, porque Brasil va muy adelante o, dicen los ingenieros… porque las multinacionales observan el declive inevitable de las explotaciones profundas en Europa, Mar del Norte, etcétera, y se abocan a un furioso lobby en México para que sus fierros, tecnologías, plataformas, etcétera, encuentren pronto acomodo y no se queden ociosos.

¿Por qué dilapidamos gozosos los excedentes provenientes del alza de precios del crudo en un gasto corriente que se desparramó a estados y municipios? Porque así es la vida en los trópicos, dirá el cínico o, dicen los economistas políticos… porque así le convino al vicepresidente Gil y porque ese fue el precio de la pax foxiana. ¿Por qué no construimos refinerías a tiempo, y modificamos su diseño para hacerlas compatibles con las necesidades y la economía de la generación de electricidad? Porque con los “precios de transferencia” que se establecieron para Pemex la refinación “resultó” no rentable y, así, se actuó racionalmente conforme a los dictados de un mercado… que, en realidad, dicen los que saben, fue inventado, como juego de Nintendo para economistas modernos.

La realidad sin historia que cultiva el discurso oficial: declive acelerado y fatal de las reservas probadas, salvo que se explore en mares profundos, donde, Calderón dixit, “tenemos un tesoro enterrado”; endeudamiento oneroso de Pemex; hiperadicción petrolera de las finanzas públicas. Y de aquí, linchamiento mediático contra todo lo que huela a defensa de Pemex y que no admita como mandamiento un fuerte componente de privatización o apertura. Como se hizo más de una vez en estos tiempos de globalización desbocada: la carreta por delante del caballo y el flautista de Hammelin como metáfora tecnocrática del desbarrancamiento mental y moral de la República.

El gobierno, luego de haber alborotado la gallera con unos planes nunca expuestos, parecía haber recapacitado al admitir que se necesitaba un diagnóstico. Pero hoy, viernes, nos amanecemos con las declaraciones de la inefable señora Kessel (La Jornada, p.5) y con las jugarretas verbales de Calderón al decir good bye, que nos ponen ante un juego absurdo que, sin embargo, es siniestro precisamente por lo que se juega. El campo para el debate, que la convocatoria al diagnóstico parecía abrir, se cierra, por otra pueril maniobra de distracción y dilación que abre la puerta para una refriega en la que habrá algo más que gritos y sombrerazos.

Sagazmente, en sus dicharachos en Los Ángeles, el licenciado Calderón dijo que de darse, respetaría la decisión de “quedarnos como estamos”, pero advirtió sobre el agotamiento inminente de las reservas. “La segunda opción que planteó es que pueda optarse por destinar más recursos a Pemex… hay que ver de dónde sacamos más recursos, podría ser de gasto social” (Reforma, 15/02/08, p.1) Aparte de todo, habrá que admitir que al Presidente lo engañaron en el ITAM y en Harvard…

Con este extraño fin del tour americano, el gobierno decreta el fin del tiempo del ingenio menor de la teocracia neoliberal. Llegó la hora para el poder constituido, en el Ejecutivo y en el Congreso, de responder preguntas como las aquí esbozadas, porque la paz social y política del país se ha puesto en riesgo, por tanta avidez y tan poca responsabilidad pública, hoy como ayer.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/02/17/index.php?section=politica&article=020a2pol

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