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Jorge Zepeda Patterson: Prensa y negros del arroz

No hay posibilidad de ser ingenuo luego de algunos meses de cubrir a la clase política Felipe Calderón se quejó el jueves de que los periodistas sólo damos malas noticias. Y tiene razón: nota roja, pleitos entre políticos, ineptitudes de las autoridades e infamias similares. Pero los periodistas nos preguntamos: ¿podemos escribir y hablar de otras cosas sin caer en la frivolidad o la irresponsabilidad? ¿Hay manera de difundir los discursos sin transparentar el escepticismo que inspiran?

Hace unos meses difundimos las declaraciones triunfalistas de Calderón en el sentido de que estábamos ganando la guerra en contra del crimen organizado. Recibieron despliegue de ocho columnas, de la misma forma que las contundentes declaraciones de Fox hace cuatro años, y las de Zedillo hace 11, que anunciaban la erradicación de la inseguridad ¿Qué se supone que debamos de hacer la próxima ocasión que el Presidente asegure, como ya lo hizo, que defenderá la canasta básica, mejorará la economía o vencerá a los cárteles de la droga? ¿Es mala leche hablarle de desempleo al ex candidato que se declaró “el presidente del empleo”?

Las autoridades acusan a los periodistas de ser cínicos y escépticos, de buscar por fuerza “los negros del arroz” en toda acción del poder público. Es posible que así sea. Pero puedo asegurar que no hay posibilidad de ser ingenuo o mantener en alta estima la condición humana luego de algunos meses de cubrir a la clase política. Se aprende pronto que la autoridad sólo dice lo que conviene a sus intereses. En el mejor de los casos es parcial al resaltar ciertos temas y obviar otros; en el peor, simplemente miente. Luego de algún tiempo el reportero no tiene sino dos caminos: corromperse y divulgar la idílica versión oficial o buscar “los negritos del arroz”.

Ciertamente los periodistas somos malos fiscales a la hora de investigar los vicios públicos. Carecemos de los instrumentos jurídicos y la calificación necesaria. Pero al menos podemos detectarla. Y tenemos que hacerlo porque los fiscales autorizados no están sirviendo. Mario Villanueva, ex gobernador de Quintana Roo, fue el último miembro de la alta clase política que cayó en prisión. Eso fue hace nueve años. Usted escoja: ¿ya no hay corrupción o aumentó la impunidad?

Los lectores piden que los medios hablemos de otras cosas: de los casos de éxito de la sociedad civil, de todo aquello que la comunidad está haciendo. Hay que hacerlo, sí, pero no podemos olvidar que nuestra mayor responsabilidad es evitar que la vida pública sea patrimonio de la autoridad. No podemos dejar los asuntos que atañen a todos en las manos exclusivas de una clase política que nos muestra, una y otra vez, que actúa para su beneficio y, en muchas ocasiones, en detrimento de todos.

Nos encantaría que las autoridades nos dieran motivos para sentirnos orgullos de difundir lo que hacen o dicen. Sería formidable aplaudir la llegada al gabinete de algún personaje con prestigio, y no sólo jóvenes desconocidos sin mayor mérito que la incondicionalidad que le deben a su jefe. Festejaríamos la destitución del góber precioso, el enjuiciamiento de los Bribiesca o el fin de los privilegios de los monopolios.

El Presidente aseguró que difundir malas noticias de forma sistemática equivale a renunciar a la esperanza. Por el contrario, no publicarlas equivale a resignarse, a vivir en espejismos, a encerrarse en la negación, hasta que el destino nos alcance. Mostrar los vicios públicos y las incongruencias de los poderosos representa la única esperanza de que algún día las cosas cambien, aunque sólo lo hagan para no ser exhibidos en la prensa.

* El Universal

http://www.eluniversal.com.mx/columnas/73613.html

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GORKA CASTILLO: “Otro mandato de Uribe sería dramático para Colombia”

La politóloga colombiana Laura Bonilla realizó una exhaustiva investigación sobre la parapolítica en el departamento de Antioquia cuyos resultados han terminado convirtiéndola en un objetivo prioritario de los nuevos grupos paramilitares

Esta joven politóloga colombiana (1981, Bucaramanga) investigó durante cuatro años la oscura trama de la parapolítica en el departamento de Antioquia, el lugar donde comenzó su carrera política el actual presidente del país Álvaro Uribe. Las conclusiones fueron tan escandalosas que la organización humanitaria Nuevo Arco Iris le recomendó dejar su país ante las amenazas de muerte recibidas.

Su salida de Colombia guarda relación con la investigación que realizó sobre la vinculación entre políticos y paramilitares en Antioquia, uno de los departamentos más azotados por la violencia sectaria. ¿Cuál fue su conclusión?

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J. Enrique Olivera Arce: Reforma energética. ¿Por qué tanta prisa?

La derecha no para mientes en su propósito de imponer a la Nación un proyecto ajeno a la historia e intereses del pueblo de México. La tarea de desinformar, en el tema del petróleo, que por cierto no es tema menor,  es constante y cotidiana, valiéndose de todos los recursos disponibles para lograr su propósito. En este contexto, se inscribe la labor de zapa de muchos políticos, legisladores y comunicadores encargados de magnificar diagnósticos catastróficos, propalar verdades y mentiras a medias y descalificar a quienes patrióticamente se manifiestan a favor de defender un recurso natural, que es propiedad social de todos los mexicanos,  y al que al Estado se le tiene encomendado ejercer dominio exclusivo en su explotación.

En este escenario, llama la atención el que algunas voces, magnificadas por los medios de comunicación, opongan al debate en el seno del Senado, una prisa injustificada por la aprobación en el Congreso de la Unión de la llamada “reforma energética”. Eso sí, para no confrontar su insistencia con el pensar de las mayorías, aclaran que debe preservarse la rectoría por parte del Estado; cuidándose de poner un velo que medianamente oculte el propósito último de transferir la explotación petrolera a particulares y, específicamente, a empresas extranjeras.

Para justificar la prisa, se antepone lo urgente a lo importante. Hablándose de la necesidad de satisfacer demandas y rezagos, lo mismo en materia de pago de pasivo ambiental, abatimiento de la pobreza, del analfabetismo, de la insalubridad, de las carencias de infraestructura social y productiva, como de la reconstitución del campo mexicano frente a una inminente crisis alimentaria. Todo con cargo a la renta petrolera y en el marco de un diagnóstico amañado de la situación que guardan la Paraestatal (PEMEX) y las reservas disponibles de hidrocarburos.

Privilegiándose la idea no probada de que en las condiciones actuales, Pemex no genera suficientes recursos para apalancar tanto su propio desarrollo como el del país en su conjunto; que las reservas probadas actuales se agotarán en un período de 9 años y que, por tanto, urge acceder a mantos petrolíferos presuntamente existentes en aguas profundas del Golfo de México. Cuanto antes se “modernice” la Paraestatal y se acceda al “tesorito” calderonista, mejor, dice la derecha, calificando al debate en el Senado como “estéril Torre de Babel”.

Pasándose por alto que los resultados que se derivan del debate en el Senado, no sólo implican  confrontar o validar  criterios y propuestas tendientes a rescatar, fortalecer y modernizar a la Paraestatal. También está de por medio el valorar visiones y estrategias de largo aliento que comprometen el futuro de México.

Pemex no es una empresa mercantil más, a la que haya que adaptar a  modernas corrientes y modelos de organización y gestión; la materia prima sobre la que opera, es un recurso no renovable y de carácter estratégico para la Nación; su objeto último no es el de cualquier empresa privada cuya finalidad  es la acumulación y reproducción de la ganancia, a su rentabilidad económica se le hace acompañar por la rentabilidad social en beneficio de todos. Entre otras cosas, aporta contribuciones fiscales a la Federación, que ningún otro tipo de empresa privada estaría dispuesta o en condiciones de pagar. Ni se puede ni debe, sometérsele en su modernización únicamente a criterios economicistas ó inmediatistas, de ajuste e inserción a la economía global, basados en expectativas de urgencia. Muchos menos a intereses políticos de corte sexenal, como los ya explicitados por algunos gobernadores.

Pero hay algo más, que no se quiere tomar en cuenta, ó que de considerarlo, le inquieta a la derecha, le ofende y le teme: El debate sobre el petróleo que tiene lugar en el Senado, con todo y sus limitaciones y propósitos últimos presuntamente negociados con anterioridad en lo oscurito, reivindica, así sea de manera imperfecta, el derecho de todo ciudadano a estar informado y ser escuchado, así como la obligación de la representación popular a dar cuenta de su gestión a los electores. Principios democráticos cuyo ejercicio aún en ciernes, es de la mayor relevancia para la vida actual y futura de la Nación.

A lo que habría que agregar, como un “plus”, (y en esto reside la urgencia de la derecha para cancelar el ejercicio y forzar la aprobación de las iniciativas), que el debate en el Senado se ha hecho extensivo a la calle. Contribuyendo  con una importante lección al pueblo de México, sobre la necesidad imprescindible en todo tiempo y con mayor razón en tiempos de crisis, del retorno a la vigencia plena de nuestra Carta Magna; entendiendo esta como el pacto social, político y programático, que los mexicanos nos hemos dado para propiciar una equilibrada e incluyente convivencia entre diferentes, a lo largo y ancho del territorio nacional. Ello implica para todos, el conocerla, leerla a conciencia, y asimilarla a cada uno de nuestros actos en la vida cotidiana; lo mismo en el terreno de lo social que en lo económico, político y cultural; así como exigir de las autoridades su cabal cumplimiento.

La Constitución General de la República no es historia inerte plasmada en un texto. Es la historia viva de una Nación que a lo largo del tiempo y tras mucha sangre derramada, deja como legado y lo proyecta al futuro, lo que el pueblo de México quiere y debe entender por una sana convivencia sustentada en la paz, la concordia, el respeto mutuo, el trabajo, la educación, la salud, y el acceso a una vida digna. Lo que debe entender como aspiración a un modelo de país que le satisfaga en sus necesidades de crecimiento y desarrollo. Honrarla, respetarla  y defenderla, es honrar, respetar y defender nuestra propia historia como pueblo. La Carta Magna, es pasado, presente y futuro de México. En ella reside nuestra voluntad soberana y en ella descansa lo que debemos entender por defender el petróleo de la Nación.

Lección de vida que la derecha no puede suprimir a voluntad, de un plumazo y a espaldas de la Nación. De ahí la prisa.

pulsocritico@gmail.com

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Jorge Camil: Partidocracia: república del cambalache

¿Qué diablos es la partidocracia: usted lo sabe? La respuesta fácil es que se trata de un gobierno de partidos políticos. Pero eso no resuelve el problema, porque el segundo paso sería identificar al beneficiario de este singular sistema de gobierno: ¿es el pueblo o son los propios partidos políticos? Porque si es lo segundo estamos fritos, especialmente en un país como el nuestro. ¡Imagínese!, rodeados como estamos de partidos grandes, medianos y pequeños, y hasta partidos familiares organizados para lucrar: ¿quién manda? ¿Quién obedece? ¿Cómo se ponen de acuerdo?

Aristóteles, que estudió las formas de gobierno, reconoció entre las preferibles a la monarquía, la aristocracia y la república constitucional. (Usted perdone, pero como en la antigua Grecia no había partidos políticos el discípulo de Platón no incluyó a la “partidocracia”. Ésa se nos ocurrió siglos después a los mexicanos.) Entre las formas menos deseables, que son perversiones de las primeras, Aristóteles alineó a la tiranía, la oligarquía y nuestra trillada democracia. Sí, no se asombre, el autor de La política, al igual que Winston Churchill, no consideraba a la democracia como la mejor forma de gobierno. Recomendaba que en un mundo ideal rigiera un monarca sabio y bondadoso. Pero como los mundos ideales sólo se dan en los cuentos de hadas y los monarcas bondadosos son difíciles de encontrar (ahí tiene a Juan Carlos y su iracundo “¿por qué no te callas?”), Aristóteles, siempre visionario, concibió como segunda opción una aristocracia inteligente y solidaria que gobernara para el pueblo.

Pero las aristocracias nunca son inteligentes y siempre tienden a convertirse en oligarquías, por eso sugirió, anclado en el realismo, la república constitucional: una forma verosímil, en la que se funden en santa paz gobernantes y gobernados bajo el imperio de la ley. Nosotros, aunque no lo conocemos, lo llamamos Estado de derecho, y los ingleses the rule of law (gobierno de la ley). Esta forma de gobierno era siempre preferible al poder avasallador e impredecible de las mayorías, que no es más que nuestra bendita democracia, a la que todos aspiramos gracias a Abraham Lincoln, que imploró que jamás desapareciera de la faz de la tierra el “gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”; y también a George W. Bush, con el cuento de las supuestas bendiciones que derraman su falaz democracia, su bipartidismo y la “libertad estilo Guantánamo”.

¿Pero qué es, entonces, la partidocracia? No es democracia, puesto que nadie eligió como tales a los partidos políticos que nos gobiernan. Tampoco es monarquía, salvo que estemos dispuestos a coronar a Beltrones, Navarrete y Creel reyes de San Lázaro. Así que quítese de cuentos, la partidocracia es, como la aristocracia, el gobierno de unos cuantos. Pero como nadie en su sano juicio se atrevería a insinuar que nuestros honorables legisladores y dirigentes partidistas son precisamente “aristócratas”, debemos concluir que constituyen una oligarquía: el gobierno de unos cuantos que rigen en beneficio propio.

Al final del día la partidocracia, desmenuzada a la luz del filtro aristotélico, es una de las peores formas de gobierno: ¡un paso antes de la tiranía! Y eso es lo que muestran los resultados. Un país en estado caótico, gobernado por partidos que secuestraron a uno de los poderes de la Unión, el Poder Legislativo, para gobernar y chantajear a su antojo; para controlar a los otros dos poderes y mantenerlos a raya. El Presidente no puede moverse sin la anuencia de los partidos (en cuyas garras continúa atrapado como cordero lechal el éxito de su administración), y las sentencias de la Corte en asuntos de importancia nacional comienzan a mostrar indicios de alianzas partidistas. (Así lo manifiesta la lamentable sentencia en el caso de Lydia Cacho: un churrigueresco fallo judicial que despide el mal olor de acuerdos que le permitieron al PRI mantener a uno de los suyos en el poder, y al partido del Presidente continuar realizando las reformas prometidas.) ¿Eso es gobernar? ¡No! Es partidocracia.

Desapareció la ideología, murieron las propuestas, se desvanecieron las diferencias entre izquierdas y derechas. Todo es coyuntural: qué me das, y qué te doy. Qué necesitas de mí, y qué requiero de ti. Un gobierno de toma y daca. La república del cambalache. Un mercado en el que todo se ofrece al mejor postor. El partido del Presidente se hace de la vista gorda con los gobernadores de Puebla y Oaxaca, y el PRI, convertido en el flanco más o menos izquierdo del PAN, aprueba una reforma judicial que viola las garantías individuales y desconoce 100 años de vida constitucional, pero que le permite al Presidente cumplir acuerdos con el amigo Bush. Los partidos perdedores defenestran al IFE, y el partido ganador tolera un sustituto nebuloso que calificará la elección de 2012. Ya veremos entonces cuál será la moneda de cambio. Escribo de política en vísperas de Año Nuevo recordando a Paco Umbral: “la política es nuestro futbol, porque arreglar no vamos a arreglar nada”. Así que diviértase.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/28/index.php?section=opinion&article=016a1pol

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