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Eleutheria Lekona: Alan Turing, el perdonado de la sociedad

Solo el pensamiento que se hace violencia a sí mismo es lo suficientemente duro para triturar los mitos.

Max Horkheimer y Theodor W. Adorno

Hace escasos días el gobierno británico concedió el perdón a Alan Turing después de haberlo obligado a la castración química y haberlo sometido a aislamiento por su homosexualismo; este último hecho es probablemente lo que terminó por moverlo a suicidio hace sesenta años si es que esa hipótesis no es descartable. Alan Turing es quizá una de las figuras más importantes de la computación teórica y de la historia de la computación contemporánea. Esbozó en su «máquina universal de Turing» los principios teóricos, las prescripciones y reglas que debe satisfacer un algoritmo para decidir si es Turing-computable; es decir, para definir cuándo un problema expresable en lenguaje natural es soluble por medios computacionales. Para ello definió una función recursiva que debía probar si un conjunto de entradas llamadas los inputs del sistema eran capaces de generar una solución —llamada el output del sistema— toda vez que fuesen procesados por la máquina universal bajo el supuesto de que podemos identificar una función recursiva a una máquina de Turing. Ahora bien, la máquina universal de Turing constaba de una banda infinita dividida en celdas susceptibles de almacenar un símbolo y de una cabeza lectora-escritora que avanzaba linealmente por la cinta procesando los símbolos de cada una de las celdas, o bien reescribiéndoles; de este mecanismo elemental se deduce la importancia de esta máquina teórica pues define por otra parte los elementos constitutivos de una computadora. La prueba de Turing aquí descrita define además uno de los teoremas más importantes en teoría de la computación y se le conoce con el nombre de The Halting Problem. Lo que resumo en este pie de página puede consultarse con más detalle en textos como «Teoría de la Computación y Lenguajes formales» de Brookshear o en «Introducción a la teoría de la computación (autómatas y lenguajes formales). Notas de clase» de Elisa Viso. O en fin, en algún manual sobre Teoría de la Computación o en Wikipedia misma. 

El perdón a Alan Turing

En esta historia, siento menos estupor ante las acciones discriminatorias del gobierno británico contra Alan Turing hace sesenta años (pues me pregunto si no vale la pena dejarle el género como prejuicio a quienes necesitan asumirlo como algo más que un llano descriptor) que perplejidad ante la simpleza con que un gobierno se limpia de sus errores con sus propios condenados, como en las mejores épocas del fascismo, pero con las técnicas más modernas del tecnofascismo y sus medios electrónicos. Es decir, me pregunto si en esos indultos que otorga la autoridad a sus perdonados —en este caso, en el perdón a Alan Mathison Turing— no hay en el fondo el mismo gesto despótico con que se aprisiona a sus perseguidos. Pues mientras que Turing queda convertido por un lado en el mártir de una sociedad puritana y estúpida, ocurre por el otro que en el registro histórico de la corona británica es ella misma quien se levanta contra sus propios errores y decide reconocerlos con bombo y platillo —porque difícilmente el gobierno británico habría dicho no a la solicitud de una sociedad orgullosa de practicar valores democráticos si, como ocurre, esa sociedad es la sociedad del gobierno británico—, y entonces perdona a Alan Turing por una injusticia pasada. Y quizá nosotros, que no debemos ser críticos sino regocijarnos por todo —porque no se puede ser crítico y regocijarse al mismo tiempo; es más, porque ser crítico supone ya una incapacidad para el regocijo— no nos quede más que gritar ¡albricias! Turing consiguió el perdón. [1]

Por lo demás, simpatizo a plenitud con el gesto político de ese listado de 37 mil personas que incluyen al físico Stephen Hawking y creo que deben sentirse muy complacidos con el edicto. Es una pequeña victoria si se lo ve desde esta perspectiva. No ironizo.

Cierro con una reflexión que probablemente parecerá muy radical pero la deslizo así: como suave reflexión, como acto que invita a pensar:

Perdón y suicidio se identifican en una sociedad que no aprende a aprender sin infligir dolor al otro, en una sociedad —o en un grupo minúsculo de ella, con tristeza— que se arroga la gracia de la indulgencia. El suicidio no es tanto la condición de quien se sabe libre sino el lamento de quien se sabe abandonado. Ningún perdón resucitará a Turing aun si «limpia» su nombre (¿de qué?) y ninguna sociedad debiera someterse al patético espectáculo de solicitar a sus opresores su perdón. En este caso, haríamos más construyendo un memorial a nuestros y nuestras Alan Turing caídos, y reproduciendo sus relatos en nuestros textos, que solicitando perdones o reconocimientos.

Nota:

[1] Asumiendo la acepción corriente de «crítica» que no necesariamente coincide con su acepción filosófica.

 Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178819

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Edgar González Ruiz: La discriminación en los tiempos de Fecal

Dando por inexistente el estado laico en México, hay jerarcas católicos que están persiguiendo judicialmente a sus críticos, tratando de obligarlos, como en la época de la Inquisición, a pedir perdón por su irreverencia, so pena de ir a la cárcel por la vía de cualquier triquiñuela legal, para lo cual los obispos cuentan con una legión de leguleyos.
Uno de ellos es el actual director jurídico de la Secretaría de Salud, Bernardo Fernández del Castillo, viejo militante derechista, cuyo despacho privado atiende asuntos del Arzobispado de México. Tramposamente, dicha secretaría ha pretextado que dicho funcionario no es empleado del mencionado y que “no ofrece trabajo personal alguno” a través de él, pues no es trabajador sino dueño del mismo.
Tan indignantes como esas situaciones son los trucos que jerarcas como el cardenal de México, Norberto Rivera, usan para perseguir a sus críticos. El año pasado, algunas personas se manifestaron ante Catedral exigiendo respeto al estado laico y castigo a los curas pederastas.
Rivera, quien ha sido acusado de cómplice de al menos un cura pederasta, arremetió a bordo de su camioneta blindada contra los manifestantes, lastimando a una de ellas, la señora Julia Klug. Las autoridades no hicieron caso de una demanda que ella inició contra el jerarca a raíz de esos hechos, pero sí dieron curso a una de Rivera contra ella, nada menos que por “agredir” su camioneta (pues considera sagrado el blindado en que transita) y, aunque parezca increíble, nada menos que “por discriminación”.
Desde hace tiempo minorías sexuales y religiosas han estado pidiendo a las autoridades garantías contra la discriminación que a favor de la Iglesia Católica, o por influencia de viejos prejuicios (como en el caso de la ancestral homofobia), practican algunas autoridades o empresarios o empleados.
Tramposamente, los jerarcas y sus abogados le cambian el sentido a esas disposiciones hasta hacerlo completamente opuesto del original, para alegar que quien pida respeto al estado laico está “discriminando” a la jerarquía católica, porque ella no piensa así. Es decir, quieren imponer como regla que criticarla es “discriminarla”, y alegan también las críticas contra Rivera deben entenderse como motivadas por el hecho de ser católico, y por lo tanto, como “discriminación religiosa”.
Es una trampa que el clero nos está tendiendo a todos, si no somos solidarios contra los ahora agredidos y perseguidos por la jerarquía. Entre los grupos que han sido atacados por ella se cuenta la llamada Iglesia de la Santa Muerte, que rinde culto a la muerte, lo cual aunque nos pueda parecer extraño, debe respetarse de acuerdo con libertad de creencias.
Usando a Carlos Abascal, activista de la ultraderecha que el sexenio pasado fue secretario de Gobernación, la jerarquía logró que las autoridades le quitaran el registro a la Santa Muerte, para lo cual Abascal alegó que su teología y nomenclatura era inconsistente, como si él debiera aplicar no las leyes civiles sino los dogmas religiosos.
Una y otra vez, la Iglesia de la Santa Muerte ha sido objeto de campañas difamatorias por parte de funcionaros del Arzobispado, quienes la consideran un culto “diabólico” y “criminal” y fomentan la discriminación contra sus adeptos, por lo cual dicha iglesia los ha denunciado ante el el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred.
Hugo Valdemar, vocero del Arzobispado y uno de los denunciados, ha respondido a ese recurso en forma prepotente, diciendo “le tiene sin cuidado” y tildando de “ignorantes” a los responsables de la Santa Muerte, porque el Conapred depende de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y esa instancia, dijo recientemente, no tiene ninguna injerencia ni “incumbencia” sobre la Iglesia católica.
En todo caso, la CNDH actualmente está al servicio de la jerarquía católica, pues su responsable es el abogado José Luis Soberanes, militante católico desde hace muchos años, y quien forma parte de una red interamericana contraria al estado laico: el llamado “Consorcio Latinoamericano de Libertad Religiosa”. Por añadidura, Soberanes, junto con el procurador de la república, promovió la revisión de la despenalización del aborto en la ciudad de México, pues como católico conservador, está empeñado en encarcelar a las mujeres que aborten, en lugar de proporcionarles ayuda médica para que lo hagan de manera segura.
Aliados del gobierno y del clero, los “grandes” medios de comunicación, defienden a los ensotanados y satanizan a los disidentes políticos y religiosos, lo que facilita enormemente la persecución que quiere instaurar la jerarquía.
El pasado viernes 15, a sólo dos días de que el clero lleve a cabo manifestaciones pidiendo que se castigue a las mujeres que abortan, tuvo que presentarse Klug ante las autoridades judiciales, pero no lo hicieron los leguleyos del cardenal, quienes por vía telefónica, hicieron saber en los tribunales que si Julia les pedía perdón públicamente, ellos retirarían los cargos, bastante ridículos, que lanzaron contra ella.
Valientemente, y al contrario que otros militantes “de la izquierda”, Julia se negó a retractarse, dando con ello inusitado ejemplo de civismo y valentía. En nuestro país contamos con la medalla Belisario Domínguez, el legislador que en 1913 fue asesinado por el dictador católico Victoriano Huerta, por haberse atrevido a decirle sus verdades mientras que los periódicos de la época, lo mismo que la jerarquía católica, desde el Papa hasta muchos curas se deshacían en elogios para el “excelentísimo señor presidente”, igual que hacen hoy los obispos con Felipe Calderón, Fecal.
En la ignominia que prevalece hoy en México, la medalla Belisario Domínguez no ha premiado la valentía y la conciencia cívica, sino el oportunismo y la represión, de tal suerte que el poder fecal se la otorgó al médico y exfuncionario Jesús Kumate, como premio a su actitud tan incondicionalmente oficialista que lo llevó al extremo de unirse a las huestes fanáticas de la organización antiabortista Provida.
En la persona de Julia, el clero nos está amenazando a todos, pues siente que por tener al gobierno incondicionalmente de su parte, cualquier razón que esgrima, aún la más absurda (entender la crítica como “discriminación”, o “agredir” un blindado que nos atropella) le parece ya infalible, y lo es para el gobierno derechista y para los medios a su servicio.

* Sendero del Peje
* http://senderodelpeje.blogspot.com/2008/02/perverto-quiere-que-le-pidan-perdn.html

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