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Bernardo Barranco V: Fernando Lugo, el pastor de la transición

Paraguay vive jornadas históricas; no sólo puso fin a un larguísimo predominio autoritario del Partido Colorado, sin violencia, por la vía electoral, sino que arriba al poder un clérigo católico: Fernando Lugo, quien ante el vacío de liderazgos políticos asumió la responsabilidad inédita de presentarse como candidato de oposición,  enfrentando el repudio de sus adversarios políticos y de sectores del propio clero.

Hasta hace dos años Lugo era obispo de San Pedro, la región más pobre del país, y se reconoce en la tradición de la teología de la liberación, en particular admite ser discípulo del legendario obispo indigenista de Riobamba, Ecuador, Leonidas Proaño, con quien trabajó más de cinco años. El pasado 15 de agosto tomó protesta en medio de inmensas expectativas y temores que representa una transición democrática y un nuevo gobierno heterogéneo con muchos actores sin experiencia pública.

Leonardo Boff, uno de los padres de la teología latinoamericana, sancionado por Roma, describe así al nuevo presidente paraguayo: “Es un hombre que sabe escuchar y abrazar lo que viene de abajo, fruto de la experiencia de muchas generaciones. Es un honor para la propia teología ofrecer un cuadro de esta densidad política y ética para servir a un pueblo que tanto ha sufrido históricamente y que merece un destino mejor, integrado en las nuevas democracias del continente” (“Paraguay bajo el signo de la liberación”, 15/8/08).

Paraguay es uno de los países con menor desarrollo en América del Sur, con apenas 6 millones de habitantes, un pequeño sector agroexportador, que suma 7 por ciento de la población, es dueño de 93 por ciento de la superficie cultivable. El arrojo, la popularidad y la trayectoria en favor de las causas campesinas e indígenas llevaron a Fernando Lugo, siendo obispo, a encabezar en marzo de 2006 las protestas contra el presidente Nicanor Duarte Frutos, quien pretendía ostentar al mismo tiempo la presidencia del Partido Colorado violando la Constitución. Las manifestaciones fueron multitudinarias, apoyadas por católicos contra las pretensiones de Duarte, por cierto no católico, sino cristiano menonita. Posteriormente, Lugo coordina la conformación de corrientes y fracciones políticas en la Alianza Patriótica para el Cambio, y posteriormente rinde protesta como candidato opositor: “Hoy 25 de diciembre de 2006 oficialmente tomo la decisión de ponerme al servicio del pueblo paraguayo a través de la política”, renunciando así a su investidura clerical.

Lugo solicita a Roma su reducción a estado laical, al tiempo que recibe fuertes presiones eclesiásticas para desistir como candidato al extremo que el nuncio apostólico lo amenazó en un documento público: de continuar con sus aspiraciones políticas le serían impuestas penas canónicas. Efectivamente, el Vaticano rechazó la solicitud de Lugo y en febrero respondió con una suspensión a divinis, interrupción de sus funciones como sacerdote, fundamentando que: “La candidatura política de un obispo sería motivo de confusión y de división entre los fieles, una ofensa al laicado y una ‘clericalización’ de la misión específica de los laicos y de la misma vida política” (Decreto de suspensión a divinis, jueves 1/02/07, Zenit).

El triunfo arrollador de Lugo colocó al Vaticado en un dilema político y diplomático: ¿cómo reconocer a un presidente, electo popularmente, que ha sido sancionado severamente por los tribunales eclesiásticos?; especialmente cuando la ley canónica no prevé la salida de un obispo, presentándose  una situación nueva e inédita. La respuesta fue simple: por mandato directo del papa Benedicto XVI el Vaticano le concede el 30 de julio de 2008, la “pérdida del estado clerical”, con la consiguiente dispensa de “los votos religiosos hechos en el Verbo Divino, de la obligación del celibato y de las demás obligaciones que el estado clerical comporta”.

Para muchos analistas, Lugo no sólo superó la férrea defensa del autoritarismo colorado ni la oposición de Estados Unidos, sino también venció la rigidez; otros destacan el oportunismo de Roma que se desdice de su primera sanción en aras de conservar preminencias en dicho país. Lugo goza de la simpatía general del clero, aunque oficialmente el episcopado paraguayo, a unos días de su investidura, ha tomado prudente distancia del nuevo gobierno.

Muy al estilo del presidente boliviano Evo Morales, Fernando toma posesión de la presidencia el pasado 15 de agosto en una ceremonia sencilla, vistiendo sin corbata y con sandalias.

Los meses que se avecinan serán particularmente difíciles; sería absurdo  afirmar que Lugo va a cambiar el perfil del país en su mandato y que llevará adelante cambios radicales que convulsionen los delicados equilibrios de poder y de intereses. La composición heterogénea de su gabinete, la comprometida situación en las cámaras legislativas y su falta de experiencia auguran una compleja transición. Tiene a su favor el apoyo de sus principales vecinos: Brasil, Argentina y Bolivia. Ya ha firmado convenios de cooperación con Venezuela. En su discurso inicial denota preocupación por la pobreza, los indígenas, la corrupción y el desarrollo agroindustrial. Tiene a su favor enorme aceptación ciudadana, que va más allá de alta popularidad, y goza de un liderazgo ético, pero no basta la ética para gobernar, requiere estrategia, recursos, acuerdos y el desahogo de políticas públicas eficaces.

En otros momentos, sacerdotes de la teología de la liberación llegaron al poder, derrocaron dictaduras como la de Somoza en Nicaragua y la de los Duvalier en Haití, pero se quedaron cortos frente a las necesidades materiales de la población y a las expectativas de justicia social que levantaron. Es enorme el reto de Fernando Lugo, así como los riesgos; podría ser un pastor de la transición y un actor clave de la democracia.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/08/20/index.php?section=opinion&article=022a1pol

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Raúl Zibechi: Paraguay: el fin de la dictadura colorada

El resonante triunfo de Fernando Lugo y la derrota del Partido Colorado luego de 61 años en el poder llenan de satisfacción a toda la izquierda y a los movimientos sociales del continente. El partido de la dictadura de Alfredo Stroessner, de las desapariciones, la corrupción y la tortura, el partido del Plan Cóndor, sufrió una aplastante derrota, aunque controla resortes importantes del poder, como la administración pública y el parlamento.

En la derrota del Partido Colorado jugaron papel destacado los movimientos campesinos. Desde el fin de la dictadura, en 1989, han sido factor clave en la resistencia al monocultivo de soya, que expulsa a miles de campesinos del campo y del país. La respuesta del colorismo ante el desborde del aparato clientelar y de control por la movilización campesina fue militarizar las áreas rurales institucionalizando las guardias armadas de los terratenientes. Más de 2 mil campesinos procesados y decenas de asesinados es el saldo de estos casi 20 años de lucha campesina, en los que se han recuperado cientos de miles de hectáreas del latifundio.

Al candidato de la Alianza Patriótica para el Cambio –un frente que va de los liberales a los movimientos sociales– le tocará lidiar con una herencia maldita. En minoría en el parlamento, está forzado a tejer alianzas con los colorados o con el golpista Lino Oviedo. Una administración pública corrupta e ineficiente, donde los funcionarios han sido nombrados siempre a dedo por los caudillos colorados, estará dispuesta a boicotear cualquier intento de cambio. El Partido Colorado en la oposición, dirigido por el hasta ahora presidente Nicanor Duarte, buscará bloquear aun las más tímidas reformas y las medidas que busquen frenar la corrupción.

La capacidad de presión del agronegocio y de los ganaderos será otra dificultad mayor para el gobierno de Lugo. En pocos años Paraguay se ha convertido en gran exportador mundial de soya, cultivo que ya cubre más de 2 millones de hectáreas. Estos sectores, aliados a menudo con el contrabando y en ocasiones el narcotráfico, serán los grandes desestabilizadores, a juzgar por lo que viene sucediendo en Bolivia. El nombre del futuro ministro de Agricultura es una de las claves del nuevo gobierno, que todos esperan conocer en Asunción.

La heterogénea alianza que llevó a Lugo al gobierno tiene como socio mayoritario al Partido Liberal, que colocó en la vicepresidencia a Federico Franco. Aunque lleva décadas en la oposición, y muchos de sus militantes fueron perseguidos por la dictadura de Stroessner, los liberales son parte del sistema hegemónico en Paraguay. Difícilmente serán un aliado a la hora de introducir cambios de fondo, ligados como están a las tramas clientelares y a prácticas de corrupción similares a las de los colorados. Los medios anuncian que el futuro canciller será el liberal Marco Balmelli, un hombre con buenas relaciones con Washington, crítico del Mercosur y distante de Bolivia y Venezuela.

Además de las dificultades internas, el futuro gobierno de Lugo deberá renegociar los tratados de las represas de Itaipú (con Brasil) y Yacyretá (con Argentina), uno de los ejes de su campaña electoral. Una frase que suele escucharse a menudo en Asunción dice que “Brasil explota a Paraguay en Itaipú”. Ése fue uno de los grandes titulares del diario ABC Color el día del triunfo de Lugo. Para la derecha, es útil desviar la atención hacia el exterior como forma de dejar intactos los privilegios locales. Sin embargo, no les falta razón a los paraguayos, ni al propio Lugo, cuando demandan una urgente revisión de esos tratados.

La represa binacional de Itaipú tiene una potencia instalada de 8 mil 250 megavatios, de los cuales Paraguay consume 5 por ciento y debe exportar 95 por ciento a su vecino a precio de costo, según el tratado firmado por la dictadura de Stroessner en 1973. Itaipú abastece 20 por ciento de la energía que consume el industrializado Brasil. Paraguay recibe apenas 300 millones de dólares al año, muy por debajo del precio internacional y del costo de reposición de la energía vendida. Ricardo Canese, ingeniero especializado en energía, estima que los 53 mil GW que se venden anualmente a Brasil tienen un precio de mercado no inferior a 4 mil millones de dólares, algo así como dos tercios del producto interno bruto de Paraguay. Lugo no pretende llegar tan lejos, pero sostiene que su país debe recibir entre uno y medio y dos mil millones de dólares, o sea, entre cinco y siete veces el valor actual.

En un principio, Lula dijo que hay un acuerdo firmado y que no está dispuesto a revisarlo. Los paraguayos sostienen que el tratado fue firmado en la dictadura de Stroessner, envuelto en casos de corrupción, y que es hora de sentarse a discutir. Afortunadamente, el canciller brasileño Ceslo Amorim dijo: “vamos a continuar discutiendo con Paraguay cómo puede obtener una remuneración adecuada por su energía”. Y reconoció que un aumento del precio “sería lo justo” y que “Brasil no quiere ser visto como un país imperialista”. En la última reunión de gabinete, Lula admitió flexibilizar la posición de Brasil para aumentar el precio de la energía que compra a Paraguay.

La revisión de estos acuerdos no es tema menor. Recuperar la soberanía energética es, para Paraguay, lo mismo que la nacionalización de los hidrocarburos para Bolivia. Un sustancial aumento de los ingresos del paupérrimo Estado paraguayo sería un balón de oxígeno para afrontar reformas urgentes en la salud y la educación, además de la necesaria reforma agraria. Todo indica que superar tantas dificultades hace necesario que los movimientos sigan presionando para evitar que el gobierno de Lugo, quien tendrá la enorme responsabilidad de desmontar el sólido aparato clientelar colorado, quede atrapado por las alianzas que debió tejer para llegar al gobierno.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/25/index.php?section=opinion&article=024a1pol

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