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Lorenzo Meyer: El verdadero peligro para México

Desviar la atención. El auténtico peligro para la viabilidad de México ha estado a la vista de todos y desde hace mucho tiempo: la profunda corrupción de sus instituciones públicas.

Vicente Fox y la alianza conservadora que él encabezó encontraron muy útil concentrar el grueso de la energía y recursos del gobierno y sus aliados —medios de difusión, organizaciones empresariales, iglesias, el viejo corporativismo, etcétera— en difundir la idea de que el gran peligro para México eran la oposición electoral de izquierda y su proyecto. A estas alturas ya debiera de haber quedado claro que el auténtico enemigo de la sociedad mexicana ha sido otro: la gran corrupción pública y su inseparable acompañante, la impunidad.

Ambos factores, aunados a la falta de dinamismo de la economía y a la muy injusta estructura social, son las razones principales de que el crimen organizado haya alcanzado la posición dominante que hoy ejerce. Y lo peor es que quienes se supone que encabezan la lucha contra las organizaciones criminales son los que antes engañaron con el falso diagnóstico, pero que hoy se alarman porque la descomposición del entramado institucional ha llegado al punto de que ya apareció el terrorismo incipiente.

Una definición. Una forma de empezar a entender las razones de un fenómeno complejo es formular una definición adecuada, y la profesora Cindy C. Combs propone una particularmente útil del terrorismo: “Una síntesis de guerra y teatro, una dramatización de la violencia más condenable —la que se perpetra contra gente inocente— que se desarrolla frente a una audiencia con la intención de crear un clima de miedo con objetivos políticos”, (Terrorism in the Twenty-First Century: Universidad de Carolina del Norte, 2003, p. 10).

Lo ocurrido el pasado 15 de septiembre en la celebración de la Independencia nacional en Morelia —el estallido de dos granadas lanzadas deliberadamente sobre una multitud que celebraba un aniversario más de la independencia—, se corresponde con la definición de Combs: una brutal puesta en escena de la peor de las violencias, aunque ya no para crear sino para exacerbar el miedo colectivo. A partir de ese atentado quedó claro que nadie se debe considerar a salvo de la violencia criminal: ni pobres ni ricos, ni niños ni ancianos, ni los comprometidos ni los indiferentes, ni los de izquierda ni los de derecha. Obviamente, el objetivo final de quienes actuaron en Morelia es político: mandar un mensaje a los responsables de formular e implementar la política estatal contra el crimen organizado para que no interfieran con su actividad.

En principio, la acción en Morelia pareciera diseñada para demostrar a todos que, no obstante la movilización militar ordenada por Felipe Calderón desde diciembre de 2006, su gobierno no es capaz de cumplir su función básica y razón de ser: proteger la vida y bienes de los ciudadanos.

¿Quién exactamente decidió poner en evidencia la incapacidad de las autoridades mediante un ataque a gente absolutamente al margen de cualquier acción contra las bandas criminales? No lo sabemos aún, pero queda claro que esa acción es simplemente el eslabón más reciente de una cadena que empezó con el reguero público de cadáveres de narcotraficantes rivales, policías e incluso de algunos militares (¡más de 3,300 en lo que va de este año!). Esa mezcla de teatro y guerra subió de tono con las mutilaciones y decapitaciones de algunas de las víctimas, con los mensajes a las autoridades en sitios públicos y dio un paso más con las ostentosas matanzas colectivas, como las recientes en Yucatán y en La Marquesa —de una docena pasaron a dos docenas de ejecutados en una sola acción y sin que quede claro por qué se les ejecutó— para concluir con lo ocurrido el pasado día 15: el asesinato de ocho inocentes frente al gobernador del Estado, en una plaza supuestamente vigilada y en la tierra natal de quien está al frente del Poder Ejecutivo. Hasta ahora seguimos sin saber quién fue responsable del salto cualitativo en la inseguridad ni el motivo preciso de la acción.

El crimen organizado es una fuerza dominante en muchos municipios del país, pero recurrir al terrorismo es retar no sólo a un gobierno local, sino al federal y a sus poderosos aliados (a empresarios, a Washington, a la iglesia). ¿Para qué el desplante? ¿Se quiso dejar en claro ante todos que los criminales pueden imponer sus agendas por sobre las del resto de los actores políticos? ¿Buscaron cobrar el rompimiento de acuerdos ya pactados o inducir a buscar uno nuevo? Se pueden formular éstas y otras preguntas similares o diferentes —por ejemplo, ¿pudiera ser una acción llevada a cabo por algún grupo político para crear un clima de mano dura?—, pero de momento no hay respuesta. Sin embargo, la falta de información no impide abordar otros aspectos del fenómeno violento.

¿Un pago diferido? El régimen autoritario que caracterizó la vida política mexicana de casi todo el siglo XX presumió de haber construido el sistema de poder más sólido de América Latina y uno de los más estables del mundo. Pero esa estabilidad no democrática tuvo un costo muy alto que hoy seguimos pagando todos. Parte central de ese costo fue la institucionalización de la corrupción y de la impunidad y hasta hoy nada efectivo se ha hecho por poner fin a esa herencia infame.

En la etapa clásica del dominio del PRI sólo el presidente podía llamar a cuentas a los grandes corruptos. En las pocas ocasiones en que se puso a uno de ellos ante un juez, la acción poco o nada tuvo que ver con la justicia real y sí mucho con la “justicia selectiva”, tan útil al poder presidencial para mantener la disciplina entre la clase política; un buen ejemplo fue el encarcelamiento del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, por Carlos Salinas.

Sin embargo, frente a cada “quinazo” hubo centenas de casos conspicuos de impunidad. Manuel Ávila Camacho, por ejemplo, dejó hacer y deshacer a Maximino, su hermano; el círculo íntimo de Miguel Alemán empleó a fondo sus posibilidades de corrupción sin límites; Carlos Hank González se convirtió en símbolo de cómo un político pobre se transformaba en lo opuesto gracias a la protección presidencial. Arturo Durazo Moreno hizo de su amistad con José López Portillo la palanca para convertir a la policía capitalina en una estructura del crimen organizado. Las cuentas suizas de Raúl Salinas o la buena fortuna de los hijos de Marta Sahagún no se explican sin una relación directa entre poder presidencial y negocios privados. La lista de casos se podría extender hasta dar forma a un volumen similar al directorio telefónico.

Como no hay crimen organizado exitoso —y el mexicano vaya que lo es— sin algún tipo de complicidad entre criminales y autoridades, el ambiente de corrupción generado por el sistema autoritario del siglo XX resultó un excelente caldo de cultivo para que nacieran y prosperaran las organizaciones criminales hasta llegar a convertirse, de marginales y subordinadas, en rivales de la clase política. Lo anterior fue posible por la combinación de corrupción institucional con la cercanía geográfica del gran mercado norteamericano de las drogas. Como bien lo señalara Luis Astorga en su historia del narcotráfico mexicano —El siglo de las drogas, (México: Espasa Calpe, 1996)— esa actividad empezó a echar raíces en México hace ya más de medio siglo, protegida por algunos gobernadores y militares en el norte del país pero, con las condiciones propicias descritas, esa actividad creció hasta salirse del control del poder político e imponer sus propias reglas, que es la situación actual.

¿Qué hacer? No hay respuesta fácil, pero cualquier intento por romper el círculo vicioso requiere abrir varios frentes de lucha contra los auténticos enemigos de México. Hay que empezar por la difícil pero indispensable tarea de crear una policía auténtica. Perseguir seriamente no sólo a los narcotraficantes de base, sino a sus socios indispensables y que además de los policías corruptos es toda la red de empresas y empresarios lavadores de dinero y los miembros de la clase política que dan protección al crimen organizado: presidentes municipales, gobernadores, altos funcionarios del aparato de seguridad. Y finalmente, abrir oportunidades reales de trabajo a los jóvenes. Miguel de la Madrid anunció pero nunca se llevó a cabo la renovación moral de la política mexicana y desde 1982 la economía no tiene vitalidad.

En suma, que el verdadero enemigo de México es la combinación de corrupción pública con una economía formal sin brío. Si ambos problemas no se enfrentan con inteligencia y voluntad, no es imposible el retorno del Estado fallido del siglo XIX.

http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp?cx=9$2900000000$3918131&f=20080925

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Javier Aranda Luna: El catecismo de la decencia

Da gusto saber que el PAN es el partido de la decencia., de los valores, de lo mejor para el país. Da gusto porque ese instituto político exige la aplicación estricta de la ley para sus “enemigos” –y sus enemigos son todos los que no están con ellos–, y protege con la misma ley y con voto de silencio a personajes como Marcial Maciel, su guía espiritual, con el piadoso argumento de que la ropa sucia se lava en casa, aunque no se lave.

Da gusto, porque siendo un partido político mexicano y financiado por los mexicanos, rinde cuentas y recibe línea de la burocracia que representa al Estado vaticano, el Estado más rico del orbe aunque la Biblia condene la acumulación de riquezas y el propio Papa la considere un pase fast track al infierno.

¿Cómo olvidar aquella duda teológica planteada por Felipe Calderón al inicio de su mandato, cuando acudió a presentarse ante su líder, el señor Ratzinguer? ¿Daba al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios?

A algunos militantes comunistas los financió Moscú, pero a nuestros entusiastas cruzados el Vaticano parece cobrarles la franquicia de esa decencia atípica que se resiste a ser encasillada por cualquier diccionario que le atribuye características como el recato, la honestidad o la modestia.

Da gusto que el líder del PAN hable de la decencia, pero ¿a qué decencia se refiere cuando acepta que uno de los gobernadores que salieron de sus filas destine 90 millones de pesos extraídos de recursos públicos para construir un templo dedicado a los mártires cristeros y olvida a los mártires de la educación? ¿Sabrá el gobernador González Márquez que los mártires cristeros le cortaron los senos a las maestras y a los maestros rurales las orejas por alfabetizar a los indios? ¿Lo sabrá el decente presidente del PAN?

¿La decencia empezará perdonando a los narcotraficantes como quiere el obispo de Tlaxcala? ¿Las narcolimosnas terminarán ablandando a los duros jueces para darles la “oportunidad” a pistoleros arrepentidos?

¿Qué sigue? ¿La formación de catequistas financiados con recursos del erario para que den clases de valores en las escuelas públicas? ¿Los cristeros de San Juan Chamula tendrán la capacidad financiera para instrumentar ese plan que busca erradicar la laicidad de la educación pública y dar clases de catecismo en las aulas?

Así como el poderoso Estado vaticano no ha podido canonizar a Isabel la Católica, tampoco creo que puedan avanzar en México los planes de la burocracia eclesiástica que rinde cuentas a Roma en materia de educación.

Aunque burócratas como Emilio González Márquez y otros insistan en desviar recursos públicos a la Iglesia católica no creo que eso pueda sostenerse a mediano plazo. No creo que empresarios judíos, protestantes y musulmanes estén dispuestos a seguir contribuyendo con sus obligaciones fiscales sabiendo que financiarán nuevas hordas cristeras que se opongan a la enseñanza de las tablas de multiplicar y el alfabeto. Además, en un mundo globalizado imagino que empresarios y políticos de países como Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea, China o Inglaterra podrían ejercer “alguna presión” sobre la burocracia de Roma y la de nuestro país para convencerlos de no insistir en sus despapuchos. Porque ya ha ocurrido.

¿Y por lo demás, qué hará el primer burócrata de Jalisco con los miles de migrantes que regresen a su tierra con otras creencias? ¿Los expulsará? ¿Los obligará a hacer el tour cristero? ¿Expondrá el recurso de las remesas por sus desplantes fariseos?

Qué bueno que el PAN es el partido de la decencia, pero ya es hora que nos diga qué entiende por decencia, se pronuncie sobre los casos de pederastia en escuelas confesionales, nos enseñe en qué pasaje de la vida de Jesús el Cristo o en qué parte de su catecismo se justifica la obscena acumulación de la riqueza, dónde se encuentra el versículo que justifica odiar al prójimo o que nos muestren sus tablas de la ley o su versión de la nueva Biblia que consultan. Si ya abandonaron la de Fray Luis de León o la de Nácar y Colunga, tal vez estén utilizando la de González o la de Márquez o la de Duodécimo o la de algún Neotorquemada de la que por decencia deberían enviar un ejemplar impreso en papel ahulado a la Biblioteca Vasconcelos, donde los libros flotan o duermen el sueño de los justos.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/30/index.php?section=opinion&article=a08a1cul

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