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Marcelo Colussi: Latinoamérica, en defensa de la universidad pública

En Latinoamérica las universidades tienen una larga historia. Se crearon ya en los primeros años de la conquista; la primera de ellas nace en 1538: la Imperial y Pontificia de Santo Tomás de Aquino en la isla de Santo Domingo. Años más tarde, en 1551, se fundan la de Lima y la Nacional de México.

En 1636, cuando apenas nacía la de Harvard en Estados Unidos, ya había trece universidades en la región latinoamericana, llegando más tarde a 31 en el momento en que se producen los procesos independentistas a comienzos del siglo XIX. En todos los casos, estas instituciones reflejaban el modelo medieval traído de Europa, asociado siempre con los poderes de la realeza y de la iglesia católica. Con la independencia de las nuevas repúblicas comienza a introducirse una nueva idea de universidad, acorde con el surgimiento de las nuevos Estados desarrollados sobre los modelos europeo y estadounidense, con la misión básica de formar profesionales liberales y desarrollar disciplinas académicas.

El modelo en juego imitaba el concepto napoleónico del siglo XIX, en el que la preparación profesional se separaba de los centros de generación del conocimiento, exclusivamente académicos y científicos. Frente a este modelo de profesional liberal fue surgiendo otra concepción en Alemania, donde aparece la “universidad de investigación”. Allí la enseñanza técnica se combinaba con la generación del conocimiento puro y la ciencia, lo cual tuvo el valor de una verdadera revolución académica. Ese esquema investigativo fue consolidándose en Europa durante el siglo XIX y luego en Estados Unidos, acorde al crecimiento económico que iba impulsando más y más desarrollos técnicos para la floreciente industria capitalista. Ese modelo se fue solidificando y es el imperante hoy día, en el que se da una asociación directa del conocimiento generado en la universidad con su aplicación práctica en la esfera económica, vía empresas privadas básicamente. En el transcurso del siglo XX la investigación científico-técnica terminó por ligarse enteramente al crecimiento económico, y las ciencias pasaron a ser el sostén de la industria moderna. El modelo universitario, por tanto, pasó a ser una actividad inseparable del crecimiento económico del capitalismo desarrollado, ya completamente alejado de los esquemas medievales que llegaron a Latinoamérica con los años de colonia.

En el siglo XXI esa tendencia se mantiene y profundiza, más aún con los nuevos paradigmas de producción caracterizados por la globalización de la economía y el paso hacia la “sociedad del conocimiento”, basada cada vez más en tecnologías hiper desarrolladas y sumamente cambiantes, enfermizamente competitivas. La tendencia, muy evidente en los países del Norte y que también llega al Sur, a veces provocando procesos distorsionados, forzados, es poner la universidad de investigación al total servicio del mercado, llegando así a la noción de “universidad empresarial”, donde lo que cuenta es la óptima relación costo-beneficio concebida desde el lucro y donde se va esfumando la idea de desarrollo social, de extensión y servicio comunitario. Pero todos estos procesos, surgidos en los países que marcan el rumbo, llegan a la región latinoamericana como tibia copia. No ha habido, en general, procesos con dinámicas propias. Siempre se ha tratado de imitar al Norte, visto como opulento y modelo a seguir.

A principios del siglo XX, en toda Latinoamérica tienen lugar procesos de profunda autocrítica y explosión renovadora en el seno de las universidades. Surgidas en la de Córdoba, Argentina, las protestas estudiantiles denunciaban la permanencia de estructuras clasistas y oligarcas en instituciones que no respondían a los procesos de modernización social que vivía el país por aquel entonces, con casas de altos estudios aún organizadas según criterios semi-medievales arrastrados durante toda la colonia, sentando así las bases para una ola de reformas universitarias y crítica social que en las primeras décadas del siglo va a barrer toda la región. Pero esos explosivos movimientos reformistas sólo llegaron a resultados reales en el plano político, sin alcanzar a transformar las estructuras económico-sociales de base de sus respectivas sociedades.

Las banderas fundamentales levantadas por estos movimientos eran la autonomía universitaria y la cogestión, elementos que se consideraron principios necesarios para convertir a las universidades en motores eficientes de la democratización social y cultural, y por tanto del desarrollo nacional. Pero sin dudas esos cambios no fueron suficientes para transformar las sociedades en que tuvieron lugar. Las desigualdades sociales se mantuvieron y el acceso a la educación superior siguió siendo algo selectivo, tal como se mantiene a la fecha. En realidad, el principal logro concreto que obtuvieron los movimientos de reforma universitaria fue el de incorporar la representación estudiantil a los organismos de gobierno de las casas de altos estudios. Con la autonomía, las distintas universidades latinoamericanas se convirtieron en centros de denuncias, semillero de luchas políticas y protestas contra el orden social imperante. Por largas décadas estas instituciones fueron un referente en la vanguardia intelectual pasando a ser centros de pensamiento crítico, y en la segunda mitad del siglo XX, el lugar donde se inspiraron numerosas propuestas de transformación revolucionaria. Pero todo eso ha cambiado en estas últimas décadas. Cambiado, claro está, a favor del gran capital y no en provecho de las mayorías populares.

Es necesario decir que aquellas reformas de inicios del siglo XX, si bien contribuyeron a crear un espíritu crítico entre estudiantes y catedráticos que se mantuvo activo por décadas, no lograron articular enteramente a las universidades con la producción de conocimiento y su función social. En toda la región latinoamericana, las universidades no se centraron en la creciente importancia de la ciencia para el cambio técnico-productivo, ni pudieron servir a proyectos políticos que superaran los modelos económicos dependientes y progresaran hacia la industrialización autosuficiente.

La historia de las universidades en Latinoamérica se ha ligado, fundamentalmente, a la formación de profesionales; su faceta de investigación y producción de nuevos conocimientos, tal como se dio en sus homólogas del Norte, no es lo que más ha destacado. A ello se agrega recientemente un proceso que refuerza lo anterior: el crecimiento imparable de las universidades privadas, concebidas especialmente como formadoras del recurso adecuado a la empresa privada que la demanda.

Vale tener en cuenta la forma en que el venezolano Vladimir Acosta sintetiza el perfil de nuestras casas de estudio superior: “uno de los grandes problemas de las universidades latinoamericanas es que son unas universidades colonizadas, dependientes, subordinadas a una visión derechista, globalizada, eurocentrista y blanca de mirar el mundo. Son universidades donde los saberes se disocian, se fragmentan, justamente para impedir una visión de totalidad, y para hacer del estudiante que se gradúa, que egresa como profesional, un profesional limitado, con una visión burocrática profesional, orientada en lo personal a hacer dinero, y en la visión que se tiene a encerrarse dentro de un marco profesional sin tener conocimiento de su identidad, de su historia y de su compromiso con su país”.

Hoy por hoy se ha instalado en la región la dinámica de universidad pública versus privada. Ese crecimiento enorme de las universidades privadas es un fenómeno muy propio de América Latina; ello se explica por las políticas neoliberales de los años 80 y 90 que, luego de las sangrientas dictaduras de décadas atrás, vinieron a privatizar todos los espacios. En la década de los 90 la privatización de la enseñanza superior alcanzó niveles notables en toda la región y a un ritmo muy acelerado, al mismo tiempo que se desarmaban los Estados nacionales y se privatizaban todos los servicios. En el transcurso de la década, la proporción de estudiantes matriculados en universidades privadas pasó de un 20% a cerca de 35%, lo que hace que la región cuente hoy con una de las mayores proporciones de estudiantes universitarios dentro de la opción privada en el mundo.

Estas universidades privadas se amoldan a cabalidad al modelo neoliberal que se ha impuesto, pues trabajan esencialmente para el mercado. Su visión se centra en la formación de recurso humano para las necesidades de la iniciativa privada, sin que cuente la idea de desarrollo nacional, de proyecto de país. Siempre copiando modelos de universidades “exitosas” (léase: privadas) del Norte, se prioriza la formación profesional de excelencia con criterios individualistas, sin pensamiento crítico. Los ideales de reforma universitaria de principios del siglo XX van quedando en el olvido. Disciplinas que fomenten la visión global de los procesos dando herramientas de análisis político-social para entender, y eventualmente transformar, las realidades nacionales, parecen ser cada vez menos importantes, reduciéndose su presencia en los planes de estudio, orientados más a la formación en aspectos técnicos.

De todos modos, como lo advierte Roberto Rodríguez Gómez, “la gran expansión del sector privado se ha realizado sobre la base de una multitud de pequeños establecimientos que, si bien ofrecen enseñanza de nivel profesional, carecen, por regla general, de estructuras de postrado y de investigación. Debe hacerse notar que no todas las instituciones de enseñanza superior pública en América Latina pueden ser clasificadas como “universidades de investigación”, es decir, como instituciones que cumplen realmente con las funciones de docencia, investigación y difusión. En otros términos, ese auge de la privatización de la enseñanza universitaria no significa necesariamente una explosión de calidad y de excelencia académica. Es, en todo caso, un síntoma más de los tiempos que corren, marcados por la prédica neoliberal.

Pero lo más preocupante de todo esto no es la posible desaparición de la universidad pública bajo el desarrollo vertiginoso de las privadas. Eso no pareciera posible, por diversas razones históricas. De hecho, el peso de las públicas es –y todo indica que seguirá siendo– mucho mayor que el de las privadas, tanto en presupuesto, estudiantes matriculados, presencia social e impacto con su extensión comunitaria, así como en investigación y producción de nuevos conocimientos. Lo que sí es alarmante es la ideología privatizadora que está en juego. Las universidades públicas se están privatizando en su concepción. Como bien lo expresó Deiby Ramírez: “la Universidad es pública cuando además de ser financiada por el Estado, está abierta con carácter de servicio público a todos los estratos sociales, y los beneficios de esa educación superior son para toda la sociedad”. Es decir: para ser un proyecto público no se trata sólo de recibir fondos públicos (la Nasa, en Estados Unidos, también los recibe, dicho sea de paso) sino de ver el modelo en función del que se trabaja. Las universidades públicas, acorde al nuevo dios-mercado que se ha impuesto con su omnímoda exigencia de eficiencia en la relación costo-beneficio (leyéndolo en clave capitalista: lo que no da ganancia hay que desecharlo, olvidémonos del interés social) se van constituyendo cada vez más en expresiones de la ideología privatista. Sus sistemas de post-grado lo evidencian de modo palmario: son todos pagos, en muchos casos más onerosos incluso que las ofertas de las universidades privadas. Lo cual no significa que, por fuerza, deba ser así: si hay voluntad política de mantener tanto ese segmento de la educación superior, como el proyecto universitario en su conjunto, en forma pública, se puede. Y el sistema no se resiente. Cuba, por ejemplo, que tiene excelentes universidades, mantiene todos sus post grados en forma gratuita para los propios ciudadanos cubanos. Evidentemente la decisión de adorar al dios mercado no es técnica; es política.

Amparándose en la idea de autosuficiencia financiera y desregulación (eufemismos para nombrar la privatización y la apología del mercado), las universidades públicas se han visto compelidas a diversificar sus fórmulas de financiamiento bajo la hipótesis de corresponsabilidad con el Estado por medio del cobro de cuotas de admisión y colegiaturas, venta de productos y servicios, concurrencia sobre financiamientos concursables, entre otras. Es decir: privatización encubierta.

Con todo ello, la universidad pública, aunque no desaparezca formalmente como tal, no deja de enviar un mensaje: hay que amoldarse a las fuerzas que lo deciden todo, es decir: el mercado. El proyecto en juego es seguir apuntalando un sistema económico basado en el lucro personal, que ya se ha demostrado infinitamente que no ofrece salida para las grandes mayorías de la población.

Pero definitivamente hay otras opciones a ese modelo. Luchar por la gratuidad de la educación superior y por el compromiso de la universidad con su comunidad es seguir manteniendo viva la esperanza en que la vida no sólo puede concebirse como mercancía para vender. En ese sentido, defender la universidad pública –y más aún: defenderla en Latinoamérica, donde la universidad tiene una larga historia de lucha social y compromiso con el pensamiento crítico– es seguir apostando por otro mundo posible, por darle forma a las utopías, por no resignarse ante la injusticia.

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Ángel Guerra Cabrera: Unasur, memorable cumbre

La cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) sobre la grave situación en Bolivia ha sido un nuevo y rotundo grito de independencia y unidad de América Latina. Por primera vez un grupo significativo de sus presidentes condena y adopta decisiones prácticas contra una conjura golpista orquestada por el imperio del norte. Este hecho y cada idea en la Declaración de la Moneda, aunque no se mencione por su nombre, señalan con el dedo acusador a Estados Unidos: la simbólica alusión a Salvador Allende y el categórico compromiso con el respeto a la soberanía, la no injerencia en los asuntos internos, la integridad e inviolabilidad territorial, la democracia y los derechos humanos.

Eso es lo sustantivo de la cumbre, que de modo unánime dio su apoyo irrestricto al presidente Evo Morales, condenó a los grupos desestabilizadores y sus acciones vandálicas, la masacre de campesinos en Pando que “no debe” quedar impune, exigió poner fin a esas acciones y la devolución de las instalaciones gubernamentales ocupadas como condición al inicio de un diálogo “conducido por el legítimo gobierno de Bolivia” y advirtió que no aceptará el golpe “civil” atentatorio contra la integridad territorial de Bolivia. Es trascendente el nombramiento de comisiones para investigar la masacre, acompañar el diálogo de La Paz con la oposición y brindarle el apoyo logístico que requiera. Unasur, en suma, enfrentó airosamente su primer gran desafío y ello refleja la emergencia en nuestra América de un nuevo tipo de gobiernos celosos de la soberanía nacional y con sensibilidad social, obviamente impulsados por las decisivas luchas populares que han llevado a la cabeza de ellos a buena parte de los reunidos en Santiago de Chile.

La cumbre ha sido un resonante triunfo político de Evo Morales y un reconocimiento a su talla de estadista, así como al talento político con que él y los movimientos sociales bolivianos han conducido la difícil brega por una democracia de las mayorías; y una derrota política dentro y fuera de Bolivia de los prefectos separatistas y su titiritero. Constituye también una clara advertencia a éste y a las oligarquías de la región de que no podrán seguir actuando impunemente con el matonismo que acostumbraban en otros tiempos. Deja sentado un precedente importante para la defensa indeclinable de la democracia en América Latina, que aquellos sólo respetan cuando se reduce a sus aspectos formales y no toca sus intereses ni con el pétalo de una rosa. Por ello es valiosa frente a las acciones ferozmente desestabilizadoras en Venezuela, donde se ha llegado al intento de magnicidio, y a los sucesos semejantes evidenciados, con distintos grados de intensidad, en Paraguay, Argentina, Ecuador, Honduras y Nicaragua. En fin de cuentas, todos ellos convergentes a la contraofensiva que desde el ataque a la soberanía territorial de Ecuador intenta montar Estados Unidos para aplastar los gobiernos y fuerzas populares latinoamericanas que han puesto en solfa su hegemonía política y control tradicionales sobre nuestros recursos naturales.

Bolivia, Venezuela, Cuba y Ecuador son los objetivos principales a golpear pero debe considerarse que la Cuarta Flota y otros instrumentos de intervención militar como el Plan Colombia responden a designios imperiales yanquis de reconfiguración geopolítica mucho más amplios. No es casual la oposición al restablecimiento de esa fuerza de asalto en los círculos gobernantes de Brasil, potencia económica emergente de peso mundial poseedora de estratégicas reservas de agua, biodiversidad y energéticas, así como de Argentina, colosal productora de alimentos; ambos dueños de vías fluviales y geografía de enorme importancia económica y militar.

El espaldarazo a Evo en la reunión de Santiago cobra mayor importancia cuando es evidente que la batalla por Bolivia entra en su fase más crítica, pues Washington y su jauría mediática, con CNN y El País a la cabeza, persisten en su aliento a la subversión fascista. Bolivia necesita más solidaridad que nunca.

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Octavio Rodríguez Araujo: ¿Política del miedo?

En Morelia, Michoacán, la noche de la celebración de la Independencia de México fue sangrienta. Dos granadas de fragmentación explotaron entre la muchedumbre: siete muertos y más de cien heridos fue el saldo conocido hasta la mañana del día siguiente. Esto no había pasado, no que yo recuerde. No fue un acto guerrillero; los grupos guerrilleros en México nunca han actuado de esta forma, se han cuidado de respetar las vidas humanas. Fue un acto terrorista, para provocar miedo y muerte, miedo a la muerte también.

A partir de ahora cualquier lugar, solitario en una calle oscura o en medio de la muchedumbre, es peligroso. Nadie sabe lo que le pueda pasar, y Calderón, insensible y obstinado, insiste –después de conocer la tragedia– en que los mexicanos “sin excepción” debemos unirnos en la desenfrenada e improvisada carrera de su desgobierno contra el crimen organizado, incluso denunciando a los agresores o proporcionando información para dar con ellos. Para completar el cuadro “aseveró que se equivocan quienes pretenden que el miedo haga presa a la sociedad” (Reforma.com, 16/09/08).

¿Y qué es lo que se puede esperar, además de miedo, después de las explosiones de Morelia? Si eso ocurrió en un pacífico festejo popular, ¿por qué no en cualquier otro tipo de acto o en un mitin de apoyo o de rechazo convocados por cualquier motivo por un líder, un partido o el mismo gobierno? En otros países ha habido actos terroristas recientes en el transporte (en Madrid el 11 de marzo de 2004 y en Londres el 7 de julio del año siguiente), en cafeterías y restaurantes, en plazas públicas, en hoteles y en las calles donde han explotado no pocos automóviles. Aquí ya contamos con esos escenarios.

En México, desde que se inició la guerra de Calderón contra los narcotraficantes, han muerto más personas que quienes se supone son las víctimas de aquéllos, es decir, los que consumen drogas ilícitas y que, también supuestamente, el gobierno trata de proteger con su guerra (¿será?). Y es ésta, la guerra, la que ha motivado el uso de granadas de fragmentación antes de Morelia, por ejemplo en Sonora el mes pasado, aunque no fueran activadas (La Jornada on line, 21/08/08), disparos con armas de alto poder en casi todas las ciudades importantes del país y asaltos a mano armada en casas y barrios, donde antes no había pasado nada de este tipo.

No. No hay motivo para tener miedo, es solamente algo que imaginamos porque los mexicanos nos hemos vuelto paranoicos y aprensivos. Imaginamos los secuestros de todo tipo y nivel, así como los levantones, los asesinatos, las mutilaciones y los asaltos. Si no fuera por nuestra delirante imaginación viviríamos tan tranquilos como antes de que Calderón iniciara su valerosa guerra rodeado del Estado Mayor Presidencial y de ambientes de seguridad de la más alta tecnología.

¿Por qué habríamos de tener miedo si sólo nos encontramos entre dos fuegos? Por un lado los bandidos y por el otro los policías y los soldados. Éstos también dan miedo: catean domicilios sin orden judicial, amagan poblaciones enteras, violan y roban cuando pueden o cuando se embriagan o se drogan. La seguridad nacional que Calderón ha querido garantizar se ha vuelto la inseguridad nacional, y todavía nos pide que lo apoyemos en esta lucha sin cuartel, que nos unamos todos (“pueblo y gobierno”), que no tengamos miedo y que combatamos con ligas y cáscaras de limón al crimen organizado y a los enemigos de México.

¿Por qué no habríamos de pensar, ya que nos han vuelto paranoicos, que el aumento de la criminalidad ha sido deliberado como una política de gobierno para justificar la militarización del país y quitarnos nuestros derechos y libertades (cada vez más restringidos)? Se ha hecho en Estados Unidos bajo el desgobierno de Bush, lo han hecho los dictadores de América Latina en aquellos tiempos que ahora, ingenuamente, creemos ya superados, ¿por qué no también en México? El argumento ha sido, precisamente, “la seguridad nacional”, y el resultado logrado ha sido su contrario. Nunca, desde hace setenta años, el país había vivido con tanta inseguridad.

Mi tía Irene (todos tenemos una tía Irene) me decía hace poco que leer todos los días “tantos muertos aquí y allá” podría resultar igual que una vacuna: insensibilizarnos ante la muerte, acostumbrarnos a vivir en un mundo (un país) irremediablemente peligroso. Tal vez tenía razón esa tía Irene, pero el problema es que alguien quiere que tengamos miedo, que no nos insensibilicemos, que no nos acostumbremos a vivir en peligro. Y la receta fue, por ahora, el 15 de septiembre en Morelia. Y en este caso da igual quién puso las granadas de fragmentación o los artefactos explosivos que hayan sido. Los muertos y los heridos nada tenían que ver con el narcotráfico ni con la lucha de Calderón y Bush contra aquél: fue una acción para provocar miedo e inseguridad y para que no pocos ciudadanos atemorizados demanden ahora que el gobierno endurezca todavía más sus políticas contra el crimen, aunque en ello les vaya perder sus derechos y libertades. El miedo y la incertidumbre, debe recordarse, propician exigencias de “mano dura y firme” entre la población, especialmente entre las clases medias. Todas las dictaduras del siglo pasado fueron precedidas de exigencias de este tipo: desde el fascismo italiano a principios de los años veinte, pasando por el nazismo alemán, hasta las últimas dictaduras latinoamericanas. Léanse, si no, las cartas y comentarios en los periódicos en Internet y no sólo en los de derecha: muchos piden o exigen mano dura y firme, y hasta más.

¡Cuidado! Something is rotten not only in the state of Denmark… but also in Mexico –se diría en un Hamlet actual.

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John Saxe-Fernández: Calderón, ficha de EU

El endoso de Calderón a la integración militar bajo auspicio de EU por medio del Comando Norte (CN), la ASPAN, la Iniciativa Mérida y el Proyecto Mesoamérica, arriesga la integridad territorial mexicana y le adjudica a la oficina presidencial el patético papel de “ficha” (asset) de EU en el tablero estratégico de las Américas; una capitulación de soberanía y de liderazgo latinoamericano que comparte con Álvaro Uribe, su homólogo colombiano.

Cabe recordar que la Iniciativa Mérida, gemela del Plan Colombia, es un inductor presupuestal que integra a México al CN mediante negocios: asesorías, equipo, entrenamiento, intercambio de información y movilización conjunta de tropas bajo los bastidores de empresas contratistas tipo Blackwater y DynCorp, brazos clandestinos del Pentágono al mando de ex oficiales militares y de inteligencia estadunidenses, como ya se advirtió desde estas páginas.

La construcción imperial de coaliciones de corte militar-empresarial, usando el CN y la ASPAN, se encamina, por conducto de la Iniciativa Mérida, a desvanecer la función de “defensa nacional” en las fuerzas armadas mexicanas, para sustituirla por tareas de “seguridad interna” o de corte netamente policial.

Estas instancias castrenses también se coordinan con el Comando Sur que opera del Suchiate a la Patagonia y tienen entre sus objetivos: a) el posicionamiento territorial para el control de la población y los recursos naturales de América Latina con despliegues de bases, operativos navales, aéreos y terrestres; y b) la utilización de la Iniciativa Mérida y el Plan Colombia como arietes para una ofensiva oligárquico-imperial encaminada a generar sinergias entre ambos comandos que refuerzan su dominio de América Central y el Caribe desplegando operaciones abiertas y encubiertas para socavar, por la vía de la desestabilización socioeconómica y militar, el proceso de formación de coaliciones sudamericanas en curso.

La mencionada sinergia se explicitó en el comunicado del Proyecto Mesoamericano cuando los nueve mandatarios participantes “… reiteraron su disposición a estrechar la cooperación entre sus países y con EU en el marco de la Iniciativa Mérida” (BBC-Mundo, 29/6/08).

Esos operativos se intensificaron después que Brasilia informó a la secretaria Rice de su apoyo para la formación de una estructura sudamericana de defensa que excluye a la potencia norteña.

Al poco tiempo se registraron los violentos ataques contra territorio ecuatoriano desde Colombia, haciéndose visible la acción oculta de EU actuando a través de su “ficha” colombiana.

Así se puso en práctica la doctrina de la guerra preventiva, de las “fronteras flexibles” y de lo que el Pentágono concibe como el derecho de intervenir militarmente en “espacios de precaria gobernabilidad” –dotados sin excepción de abundantes y estratégicos recursos naturales–, todo en abierto desacato del derecho internacional y de acuerdos multilaterales suscritos por EU con América Latina.

El regreso de la “diplomacia de las cañoneras” con la puesta en operación el martes pasado de la cuarta Flota –establecida durante la Segunda Guerra Mundial contra ataques submarinos alemanes y desactivada desde 1950– lo anunció el Pentágono con una gira por la región del almirante Jim Savridis, a cargo del Comando Sur, exactamente una semana antes del cónclave fundacionaaal de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), realizado en Brasilia, el 23 de mayo pasado, cuyo fundamento es la defensa conjunta de la inviolabilidad territorial de los firmantes, en contraste con las doctrinas y programas castrenses hilvanados con diseños de desincorporación territorial del Banco Mundial-BID y ONG “ambientalistas”, para una refuncionalización estadunidense del espacio nacional, como ocurrió con los ferrocarriles de México y que la iniciativa energética de Calderón llevaría a los vastos complejos económico-territoriales, involucrados en la operación diaria de. Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad.

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Nicolás Guillén: Mi Patria es Dulce Por Fuera…

Mi patria es dulce por fuera,
y muy amarga por dentro;
mi patria es dulce por fuera,
con su verde primavera,
con su verde primavera,
y un sol de hiel en el centro.

¡Qué cielo de azul callado
mira impasible tu duelo!
¡Qué cielo de azul callado,
ay, Cuba, el que Dios te ha dado,
ay, Cuba, el que Dios te ha dado,
con ser tan azul tu cielo!

Un pájaro de madera
me trajo en su pico el canto;
un pájaro de madera.
¡Ay, Cuba, si te dijera,
yo que te conozco tanto,
ay, Cuba, si te dijera,
que es de sangre tu palmera,
que es de sangre tu palmera,
y que tu mar es de llanto!

Bajo tu risa ligera,
yo, que te conozco tanto,
miro la sangre y el llanto,
bajo tu risa ligera.

Sangre y llanto
bajo tu risa ligera;
sangre y llanto
bajo tu risa ligera.
Sangre y llanto.

El hombre de tierra adentro
está en un hoyo metido,
muerto sin haber nacido,
el hombre de tierra adentro.
Y el hombre de la ciudad,
ay, Cuba, es un pordiosero:
Anda hambriento y sin dinero,
pidiendo por caridad,
aunque se ponga sombrero
y baile en la sociedad.
(Lo digo en mi son entero,
porque es la pura verdad.)

Hoy yanqui, ayer española,
sí, señor,
la tierra que nos tocó
siempre el pobre la encontró
si hoy yanqui, ayer española,
¡cómo no!
¡Qué sola la tierra sola,
la tierra que nos tocó!

La mano que no se afloja
hay que estrecharla en seguida;
la mano que no se afloja,
china, negra, blanca o roja,
china, negra, blanca o roja,
con nuestra mano tendida.

Un marino americano,
bien,
en el restaurant del puerto,
bien,
un marino americano
me quiso dar con la mano,
me quiso dar con la mano,
pero allí se quedó muerto,
bien,
pero allí se quedó muerto
el marino americano
que en el restaurant del puerto
me quiso dar con la mano,
¡bien!

* Guillén, Nicolás, Mi patria es dulce por Fuera…, en 24 Poetas Latinoamericanos, Latinoaamericana, Mexico 1999, pp79

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Sergio Ramírez: El pecado de quemar la comida

Ginebra. Si algo visible divide a la izquierda latinoamericana en el poder es el asunto de los biocombustibles. Desde que el presidente Lula Da Silva proclamó a Brasil campeón de la producción de etanol extraído de la caña de azúcar para alimentar motores, no tardó en escucharse la voz de Fidel Castro, desde sus “Reflexiones del comandante en jefe” en el periódico Gramma, denunciando como criminal la política de convertir alimentos en carburantes.

El pique ideológico se inflama cuando aparece el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, echando combustible al fuego, con petróleo puro; y así se han creado dos tipos contradictorios de diplomacia en América Latina: la del etanol, encabezada por Lula, y la del petróleo, encabezada por Chávez.

Mientras la economía de Venezuela gira exclusivamente alrededor del petróleo, la de Brasil es mucho más compleja, y la política de diversificación de combustibles de Lula muestra resultados palpables: 45 por ciento del combustible para vehículos en Brasil es producido con base en caña de azúcar cultivada en apenas uno por ciento de la tierra arable del país. Pero el azúcar también es alimento, si no se toma en cuenta el ron.

Usar comida para alimentar vehículos es aceptar que sean “condenadas a muerte prematura por hambre y sed más de 3 mil millones de personas en el mundo”, dice Fidel Castro; y Lula, sin mencionar a su viejo amigo, responde que el problema de la humanidad no es la falta de alimentos, que los hay de sobra, sino que esos alimentos no llegan a los más pobres, con lo que dedicar tierras agrícolas a producir etanol no tiene nada que ver con el hambre.

Pero vean quién viene a dar la razón ahora a Fidel Castro: la muy conservadora revista Time, que dedica uno de sus últimos temas de portada a un extenso alegato en contra del uso de los alimentos como combustibles, con argumentos gemelos a los del líder cubano.

La energía limpia no es más que un mito, sentencia Time: al sustituir los combustibles fósiles por el etanol, lo que verdaderamente están haciendo es elevar los precios mundiales de los alimentos y empeorar el calentamiento global. En la medida en que los precios del maíz suban, los pobres del mundo comerán menos, y mientras más maíz se siembre para uso de motores, más bosques desaparecerán.

¿Ya habíamos leído eso antes? Claro, hace un año: “Pienso que reducir y además reciclar todos los motores que consumen electricidad y combustible es una necesidad elemental y urgente de toda la humanidad. La tragedia no consiste en reducir esos gastos de energía, sino en la idea de convertir los alimentos en combustible”, escribe Fidel Castro.

Time escribe que se privilegia a 800 millones de personas con automóviles sobre 800 millones de personas con hambre; y si hace cuatro años se calculaba, de acuerdo con científicos de la Universidad de Minnesota, que el número de hambrientos caería a 625 millones en el año 2025, ahora más bien se sabe que ese número crecerá a mil 200 millones, todo por efecto de los biocombustibles.

El maíz que se necesita para llenar una sola vez el tanque de un vehículo con etanol es suficiente para alimentar a una persona por un año. Y Robert B. Zoellick, presidente del Banco Mundial y anterior mano derecha de Condoleezza Rice, afirma: “mientras muchos están preocupados por llenar sus tanques de gasolina, muchos otros luchan en el mundo por llenarse el estómago”. Gasolina y comida cada vez más caras: la FAO informa que en los últimos nueve meses, el precio de los alimentos ha subido en el mundo 45 por ciento.

¿Y Fidel Castro? “Hoy se conoce con toda precisión que una tonelada de maíz sólo puede producir 413 litros de etanol como promedio, de acuerdo con densidades, lo que equivale a 109 galones. El precio promedio del maíz en los puertos de Estados Unidos se eleva a 167 dólares la tonelada. Se requieren, por tanto, 320 millones de toneladas de maíz para producir 35 mil millones de galones de etanol”.

Y está también el alegato de Time acerca del grave daño ecológico que causan los biocombustibles, a través de un vicioso círculo diabólico. A pesar de que Brasil no produce etanol con base en el maíz, los productores de Estados Unidos venden una quinta parte de sus cosechas a las fábricas de etanol, provocando que los productores de soya, atraídos por los precios, se pasen al maíz, con lo que la soya sube, y empuja a los agricultores brasileños a cultivarla a costa de los pastos, de modo que los ganaderos, expulsados por la soya, se tragan cada año miles de kilómetros cuadrados de selva.

Producir maíz y oleaginosas para combustibles resulta en un descalabro ecológico. ¿Según Time, o según Fidel Castro? Según Fidel Castro: “aplíquese esta receta a los países del tercer mundo y verán cuántas personas dejarán de consumir maíz entre las masas hambrientas de nuestro planeta. O algo peor: présteseles financiamiento a los países pobres para producir etanol del maíz o de cualquier otro tipo de alimento y no quedará un árbol para defender la humanidad del cambio climático”. Y Time agrega, aquiescente: “si se toma en cuenta el efecto de la deforestación, el etanol de maíz y el biodiesel de soya vienen a provocar el doble de las emisiones de carbono causadas por la gasolina”.

El próximo editorial de la revista Time, ya se ve, lo puede escribir Fidel Castro.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/16/index.php?section=opinion&article=025a1pol

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Francisco López Bárcenas: Las derechas andan sueltas

Las derechas se engallan. Sus cruzados latinoamericanos han pasado del discurso a los hechos, se despojan de sus máscaras y muestran sus verdaderos intereses antipopulares. No les importan los medios para lograrlos, sean legales o ilegales, pacíficos o violentos. Todo depende de las circunstancias. Si hay condiciones compiten por las vías institucionales, y si pierden recurren al fraude; por el contrario, si no encuentran condiciones usan un discurso que desacredita las instituciones, proclaman su derecho a la rebelión y recurren a la violencia como método de lucha. En otras palabras, juegan a ganar, y si pierden arrebatan. Lo importante es no dejarse vencer y que el capital obtenga las mayores ganancias, sin importar que millones de seres humanos pierdan su oportunidad de vivir dignamente.

Éste parece ser el nuevo signo de los tiempos latinoamericanos del río Bravo a Tierra del Fuego, aunque por la beligerancia que han alcanzado se muestra con más nitidez en Bolivia y Venezuela. Tienen razón para actuar de esa manera. Se trata de países donde desde hace años las fuerzas políticas llevaron al poder presidencial a personas identificadas con las ideas de la izquierda y están dispuestas a pasar del discurso a la acción. Tanto los gobiernos del presidente Evo Morales Ayma como el de Hugo Chávez han puesto en práctica programas que atienden las necesidades de las clases populares al tiempo que establecieron límites a la rapacidad de las trasnacionales en la explotación de los recursos naturales. Eso les duele y, aunque lo han aceptado, no lo han hecho de buena gana.

Pero lo que más les puede es que ambos estados decidieron iniciar procesos constituyentes, donde los pueblos a través de sus representantes han elaborado nuevas constituciones políticas, en las cuales la tendencia es al reconocimiento de la sociedad pluricultural que son, aceptando los derechos de todos, no sólo los de los dueños del capital, y marcadamente los derechos de los pueblos indígenas, sometidos al colonialismo nacional y de las empresas de capital trasnacional; abriendo de esa manera la posibilidad de que todos puedan acceder a una vida digna.

En estos días ambas constituciones fueron sometidas a referendo popular. Si bien en Venezuela el no ganó por pequeño margen, la derecha hizo todo cuanto estuvo a su alcance para prevenir su derrota.

El caso de Bolivia llama la atención porque se trata de un país con población mayoritariamente indígena, con un presidente de origen indígena que llegó al poder con el apoyo de las organizaciones indígenas, pero también de otros sectores nacionales que se sentían excluidos de los anteriores gobiernos neoliberales, lo que los obligó a negociar la representación política de la Asamblea Constituyente y los procedimientos de toma de decisiones. Al parecer, la derecha consideró esto como una concesión de un gobierno débil y pensó avanzar reclamando autonomías regionales donde las burguesías se hicieran del poder y el traslado de los poderes a Sucre, con lo que tensó mas la situación. A pesar de eso, la Constituyente aprobó la nueva constitución política de ese país y se apresta a someterla a referendo. Conscientes de que lo que no ganaron en la constituyente no lo obtendrán en el referendo la derecha ha iniciado una serie de actos subversivos para defender sus intereses.

No son los únicos casos en que la derecha acude a la violencia; si se rastrea, se pueden encontrar muchos más en diferentes estados latinoamericanos. Aunque tampoco se puede perder de vista que también hay otros donde su actuación se ajusta a los márgenes de maniobra que le brinda el cacareado estado de derecho que, como nos enseñó Pierre Bourdieu, no es otra cosa que el producto del funcionamiento de un campo cuya lógica específica está determinada por las relaciones de fuerzas específicas que le confieren su estructura y que orientan las luchas, determinan las acciones jurídicas que limitan en cada momento el espacio de lo posible y con ello el universo de soluciones propiamente jurídicas.

Por eso, cualquiera que sea el campo donde actúe la derecha, es necesario que la izquierda encuentre formas unitarias de enfrentarla. No se puede dar el lujo de dejarla en campo abierto.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/06/index.php?section=politica&article=023a2pol

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Claudio Katz: Las nuevas rebeliones latinoamericanas (Parte I)

América Latina se ha convertido en un significativo foco de resistencia al imperialismo y al neoliberalismo. Grandes sublevaciones populares afianzaron la presencia de los movimientos sociales y condujeron a la caída de varios presidentes neoliberales. ¿Pero cuál es el alcance de esta oleada de luchas? ¿Qué programas, sujetos y proyectos se delinean en la región?

Cuatro grandes levantamientos

La tónica de estas movilizaciones ha estado signada desde principio de la década por las sublevaciones registradas en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina. En estos cuatro países la protesta social desembocó en levantamientos masivos y generalizados.

Esta misma tendencia a la irrupción popular se verifica también, entre los pobladores de Oaxaca (México), los estudiantes en Chile, los trabajadores de Colombia y los campesinos de Perú. La intensidad de las protestas es muy desigual en la región y coexiste con situaciones de reflujo en países claves como Brasil. Pero uno tras otro, los distintos modelos de estabilidad neoliberal han quedado sobrepasados por el ascenso popular. Chile es el ejemplo más reciente y emblemático de este giro.

La oleada de los últimos años tuvo mayor gravitación en las naciones andinas, fuerte impacto en el Cono Sur y menor influencia en América Central. Pero también este mapa tiende a modificarse, a medida que las movilizaciones recobran fuerza en México e irrumpen en Costa Rica. Los cuatro grandes levantamientos de América del Sur constituyen el patrón de referencia de un proceso regional de resistencias entrelazadas, que interactúan entre sí. (1)

La rebelión más profunda se consumó en Bolivia, en oposición al feroz atropello neoliberal que desde 1985 empobreció al Altiplano. La acción popular doblegó la represión de los presidentes derechistas, en tres mareas de grandes combates. Con la “guerra del agua” se frenó la privatización de este recurso (2000), con la “guerra del gas” se defendieron los hidrocarburos contra la depredación exportadora (2003) y con la escalada final (2005) fue arrollado el presidente Lozada y su sucesor Mesa. A través de una insurrección con 80 muertos y 200 heridos, la población quebró el ciclo derechista e inauguró el actual proceso presidencial de Evo Morales.

También en Ecuador los programas neoliberales fueron sacudidos por varias sublevaciones. Primero los indígenas provocaron la caída del presidente Bucaram (1997) y luego impusieron el derrocamiento de Mahuad (2000), al cabo de seis días de intensos combates callejeros. Las elites consiguieron una breve distensión con el auxilio de un militar (Gutiérrez en el 2003), que enmascaró con retórica nacionalista la continuidad de la agresión patronal. Pero una nueva “rebelión de los forajidos” con mayor presencia de la clase media urbana (2005) demolió este ensayo y abrió la secuencia de fulminantes derrotas electorales de la derecha (2006-07), que condujeron al actual gobierno de Rafael Correa.

En Venezuela la irrupción popular debutó con el “Caracazo” (1989). Este alzamiento fue una respuesta al incremento del precio de la gasolina que implementó un gobierno de los petroleros y banqueros (Carlos A. Pérez). En medio de fulminantes crisis financieras y protestas con centenares de muertos, los intentos continuistas quedaron opacados por un levantamiento militar (1992), que inauguró el proceso bolivariano.

El fracaso de un golpe empresarial sostenido por Estados Unidos (2002) y la gran secuencia de victorias electorales, permitieron a Chávez sepultar el tradicional bipartidismo de las elites. Estas victorias han generado la actual polarización entre la derecha y el gobierno nacionalista. Esta confrontación se expresa cotidianamente en las calles y en los medios de comunicación.

La cuarta rebelión significativa se verificó en diciembre del 2001 en Argentina. Condujo a la caída del presidente neoliberal De la Rúa, que intentó mantener la política de privatizaciones y desregulaciones instaurada en los años 90 por Menem. Esta sublevación coronó la resistencia de los desocupados, que expandieron su método de lucha piquetero a todos los movimientos sociales y confluyeron en un gran levantamiento con la clase media expropiada por los bancos.

La protesta alcanzó un nuevo pico frente a nuevas provocaciones represivas (Puente Pueyrredón a mediados del 2002) que reactivaron la lucha popular. Esta resistencia perdió intensidad posteriormente, pero ha impuesto un serio límite a las agresiones capitalistas. Las clases dominantes lograron restaurar la autoridad del estado y contuvieron la ira de los oprimidos a través del gobierno de Kirchner. Pero en un marco de recuperación económica, debieron otorgar significativas concesiones sociales y democráticas.

Tres ejes comunes

Todas las rebeliones sudamericanas han enarbolado reclamos coincidentes contra el neoliberalismo, el imperialismo y el autoritarismo. Estas exigencias se tradujeron en planteos de anulación de las privatizaciones, nacionalización de los recursos naturales y democratización de la vida política.

La reacción popular se apoyó en la erosión de la dominación burguesa que generó el neoliberalismo periférico. Este programa derechista no solo precarizó el trabajo y masificó la pobreza, sino que también condujo a un deterioro significativo de la autoridad de las clases opresoras. La reorganización económica en que embarcaron los grupos dominantes generó grandes crisis, que deterioraron la capacidad de las elites para gestionar del estado. Este resquebrajamiento incentivó la irrupción por abajo.

En un marco de quiebra de la estabilidad política y pérdida de la hegemonía de los partidos tradicionales, los manifestantes exigieron en Bolivia la re-estatización del agua y la nacionalización de los hidrocarburos. Reclamaron el fin de la regresión social provocada por privatizaciones y cierre de minas, que desgarraron el tejido social, masificaron el trabajo precario y alentaron el narcotráfico.

La misma motivación antiliberal tuvo la sublevación en Ecuador, dónde la pobreza afecta al 62% de la población. Los oprimidos se insurreccionaron contra un esquema de economía dolarizada, primarizada y privatizada, que generó terribles colapsos inflacionarios, financieros y cambiarios. En Venezuela el primer estallido popular enfrentó la carestía provocada por los ajustes el FMI. Esta reacción se afianzó, cuando el desmoronamiento del sistema bancario precipitó la fuga de capitales, en un marco de inflación y devaluación descontroladas. La reacción popular fue una protesta contundente contra la privatización petrolera y la turbia privatización de los bancos.

También en Argentina la rebelión estalló frente a dos nefastos efectos del neoliberalismo: la confiscación de ahorros de la clase media para solventar la deuda pública y la masificación del desempleo generada por la flexibilización laboral. Los oprimidos exigieron en la calle la reversión de una política económica, que produjo una depresión sin precedente desde los años 30.

Estas mismas demandas han predominado en las movilizaciones de otros países. La mayoría popular rechaza los acuerdos de libre comercio (Colombia, Perú, Centroamérica), las secuelas de las privatizaciones (Chile, Uruguay), la desregulación laboral (Brasil) y el encarecimiento de los alimentos (México).

Pero este cuestionamiento al neoliberalismo adopta también un perfil antiimperialista, ya que la liquidación de empresas públicas y la apertura comercial beneficiaron a muchas corporaciones norteamericanas y europeas. La recuperación de la soberanía nacional mediante la re-estatización de los recursos naturales ha sido un reclamo de todas las rebeliones.

Esta exigencia desembocó en Bolivia en la nacionalización de los hidrocarburos. El alcance de esta medida se encuentra actualmente en disputa, en los contratos que el gobierno negocia con las multinacionales. En estas pujas se juega el monto de la renta que absorberá el estado y el uso asignado a ese excedente. La movilización social impuso también la extensión de las nacionalizaciones a otros sectores (agua, ferrocarriles, teléfonos), aunque es evidente que el futuro del país se define el manejo estatal del petróleo y el gas. (2)

La misma conexión entre nacionalizaciones y movilización popular se comprueba en Venezuela. También allí se registra una expansión de la propiedad estatal tanto en la órbita petrolera, como en los servicios públicos de agua, telefonía y electricidad. Este curso revierte el rumbo neoliberal y coincide con la tendencia a la nacionalización que se verifica en todos los países exportadores de crudo. Pero también se enmarca en una lucha particular contra la corrupta burocracia transnacional que manejaba la empresa estatal PDEVESA.

Un conflicto semejante ha comenzado a verificarse en Ecuador luego de la anulación de un fraudulento contrato petrolero (Oxy), que ha reintroducido el debate sobre la nacionalización. Hasta ahora, el nuevo gobierno sólo propone destinar los fondos excedentes que genera la exportación de combustible, al desarrollo de programas sociales.

A diferencia de estos tres cursos en Argentina las privatizaciones se han mantenido sin grandes cambios. El gobierno neutralizó el reclamo popular de recuperar las empresas públicas y se limitó a regular las tarifas de estas compañías. Pero las tensiones no están zanjadas, porque en toda la región crecen las demandas de estatización. Son reclamos contra la depredación minera (Perú, Chile) o la destrucción del medio ambiente (Brasil), que están invariablemente enlazadas con el rechazo de las bases militares norteamericanas (Ecuador, Puerto Rico) y los ensayos de intervención yanqui (Centroamérica, Colombia). Las banderas antiimperialistas han recuperado centralidad, frente al dramático proceso de recolonización política que sufrió la región en las últimas dos décadas.

En todas las rebeliones emergió también una exigencia de democracia real. Por primera en la historia regional una oleada de revueltas no enfrenta a dictadores, sino a presidentes constitucionales. Esta novedad demuestra que las luchas latinoamericanas no se restringen a una batalla contra regímenes totalitarios. Existe una percepción ya generalizada que la vigencia de sistemas constitucionales no resuelve los dramas sociales. Se nota que estas estructuras políticas son utilizadas por las clases dominantes para implementar atropellos contra los trabajadores.

Las sublevaciones contra presidentes autoritarios o corruptos comenzaron en Perú fines de los 80, siguieron en Brasil en 1992 y posteriormente en Paraguay 1999. Pero actualmente esta batalla incluye exigencias de refundación política integral. Por esta razón ha prevalecido la petición de Asambleas Constituyentes en varias revueltas, a pesar del uso negativo que tuvieron últimamente estos mecanismos. Sirvieron para maquillar la continuidad del orden vigente (Brasil) y para facilitar reelecciones de presidentes neoliberales (Argentina).

La Asamblea que emergió en 1999 en Venezuela condujo al logro de importantes conquistas populares. Ahora se debate otra reforma constitucional que consagraría nuevos avances (fondo de estabilidad social, reducción de jornada de trabajo, supresión de autonomía banco central). La derecha resiste estos logros, mediante inconsistentes cuestionamientos a la extensión del mandato presidencial

Una lucha más encarnizada se está librando también en Bolivia con los conservadores, que buscan detener cualquier iniciativa que afecte sus privilegios. Bloquean sistemáticamente el funcionamiento de la Asamblea Constituyente, exigiendo una mayoría de dos tercios para aprobar las principales leyes. Este mismo tipo de sabotajes serán más difíciles en Ecuador, luego de la demoledora derrota que sufrieron los partidos tradicionales. Pero en estas Asambleas se discutirán no solo los reclamos antiliberales, antiimperialistas y democráticos, sino también viejos problemas que han recobrado relevancia.

Transformaciones en el agro

El neoliberalismo agravó sustancialmente el drama de los pobres rurales. Las agresiones capitalistas contra los pequeños agricultores acentuaron durante la última década los violentos conflictos por la tierra, que acosaron a Colombia, precipitaron el levantamiento de Chiapas, multiplicaron las masacres en Perú y provocaron más 300 muertos en Brasil.

En situaciones agrarias nacionales muy diferentes, estos atropellos generaron resultados semejantes de polarización social, miseria campesina y enriquecimiento de los grandes propietarios o contratistas. La fractura entre el sector moderno de exportación y la agricultura de subsistencia se agravó de manera uniforme, acentuando el desamparo rural y la emigración a las ciudades.

Esta redoblada opresión incentivó nuevas resistencias agrarias, organizadas en torno a movimientos muy diversos (CONAIE en Ecuador, Zapatismo en México, Cocaleros en Bolivia, MST en Brasil), cuyos programas desbordan las demandas tradicionales de los campesinos. Estas plataformas no se limitan como en el pasado al reclamo de una reforma agraria, ya que existe una importante asimilación de las frustraciones legadas por esos procesos.

Durante el siglo XX se consumaron dos grandes revoluciones agrarias (México, Bolivia) y varias reformas significativas de la propiedad (Guatemala, Chile, Perú, Nicaragua, El Salvador). Las transformaciones fueron en cambio superficiales, en los países que fue preservada la concentración de la tierra (Brasil, Venezuela, Ecuador, Colombia, Honduras, República Dominicana y Paraguay). Solo en dos naciones (Argentina y Uruguay) no se registró ningún tipo de modificaciones. Pero de esta gran variedad de cursos emergió un escenario común de polarización, entre prósperas empresas de exportación y estancadas explotaciones de subsistencia. La pobreza y las desigualdades se han acentuado y en muy pocas regiones floreció un segmento intermedio de burguesía agraria. (3)

Este resultado indujo a los nuevos movimientos sociales a proponer soluciones más integrales que la vieja reforma agraria. Algunas propuestas prestan mucha atención a la protección del medio ambiente y plantean sustituir el agro-negocio por modelos de producción alimenticia prioritariamente destinada al mercado interno. Se ha tornado evidente, la escasa utilidad en materia de eficiencia y productividad de las transformaciones agrarias que mantienen en pie la estructura del capitalismo periférico. (4)

En este nuevo contexto el campesinado no ha jugado el papel protagónico que exhibía a principios del siglo XX. No repitió el rol que tuvo en México, como agente dinámico de la primera revolución contemporánea de la región. Esa intervención condujo a una guerra civil que desbordó todos los compromisos ensayados por las jefaturas burguesas. Este rol volvió a notarse en otros levantamientos posteriores como la insurrección salvadoreña de 1932, pero no ha persistido al comienzo del nuevo siglo. (5)

Si bien la desaparición del campesinado no es un proceso abrupto e inexorable, es visible la pérdida de cohesión social de este sector. La proletarización desplazó hacia los centros urbanos el eje de la lucha social, incluso en países como Bolivia que recrearon la pequeña propiedad luego de una importante reforma agraria. El campesinado persiste como fuerza de peso, pero sin el liderazgo que exhibió en varios momentos de la centuria precedente.

Notas:
1) Una detallada radiografía de la evolución de las luchas populares exponen periódicamente los estudios del Observatorio Social de América Latina (Revistas de OSAL- CLACSO).
2) Hasta el momento la nacionalización ha quedado a mitad de camino. El gobierno canceló los juicios penales contra las compañías y la gestión de los nuevos entes estatales es muy permeable a las presiones de las empresas. Esta opinión expone el ex ministro: Soliz Rada Andrés. “La nacionalización ha quedado a medio camino”. Página 12, 15-10-07. Tampoco se está utilizando adecuadamente los nuevos ingresos que el fisco obtiene del repunte de las exportaciones. Ver: Stefanoni Pablo. “Empate catastrófico en Bolivia”. Le Monde Diplomatique, octubre 2007.
3) Un balance de estas transformaciones presenta: Sampaio Plinio Arruda. “La reforma agraria en América Latina: una revolución frustrada”. OSAL 16, enero-abril 2005.
4) Un modelo alternativo ha sido elaborado por el MST de Brasil. Stedile Joao. “A reforma agraria já está esgotada”. Epoca 2-7-07.
5) El papel potencialmente revolucionario del campesinado fue tempranamente advertido por algunos teóricos como Mariátegui, que rechazaron la dogmática caracterización de este sector como un segmento conservador. Lowy Michael. “Introducción”, O marxismo na América Latina, Fundacao Perseo Abramo, Sao Paulo 2006.

Claudio Katz es Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda.

* Argenpress
* http://www.argenpress.info/nota.asp?num=048589&parte=1

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