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Salvador García Soto: El Presidente está enojado

“N’hombre, éste no es de mecha corta, no tiene mecha”, dijo un día un panista encumbrado acerca de Felipe Calderón cuando éste asumió la Presidencia. Y el carácter irritable e impulsivo del Presidente está saliendo a relucir en momentos en que enfrenta la que hasta ahora es la etapa más conflictiva de sus dos años de gobierno.

Sin asesores que lo ayuden a mantener fría la cabeza y a tomar decisiones ecuánimes, y más bien rodeado de un grupo de amigos que le dicen lo que quier oír y le calientan el ánimo, Calderón está teniendo arranques que lo alejan de su discurso conciliador y democrático y colocan sus intenciones y decisiones más cercanas al presidencialismo autócrata.

El problema para el Presidente es que, aunque tiene aún poder suficiente para dar manotazos y pedir que rueden cabezas, por ejemplo en los medios, esa práctica hoy día tendría un altísimo costo político y le abriría un delicado y explosivo frente en momentos en que ya tiene abiertos flancos como el de la inseguridad, el combate al narcotráfico y la crisis económica que amenaza con volverse recesión en los próximos meses.

¿Tiene entonces algún sentido que colaboradores suyos, de los más cercanos, le estén llevando expedientes, con todo y textos subrayados, para convencerlo de que su problema son los medios y ponerlo a pelear contra periodistas y directivos?

Para empezar, no se entiende cómo secretarios del gabinete que se supone están metidos de lleno en el tema de la inseguridad o colaboradores de Los Pinos crean torpemente que su papel es acusando a directores de medios o pidiendo su cabeza, como si con eso ayudaran en algo al Presidente para enfrentar las crisis que, en distintos ámbitos, enfrenta en estos momentos el país.

Calderón ha tenido en las últimas semanas desplantes y actitudes públicas y privadas que muestran variaciones en su ánimo. De pronto, en un mismo evento, como el que tuvo con directivos y empleados de la transnacional Wal-Mart el jueves pasado, se le ve eufórico y excesivamente optimista, pero al mismo tiempo que cuenta anécdotas familiares, aprovecha para enderezar un duro discurso a los críticos de su gobierno, y mete en el mismo paquete a medios críticos que, acusa, tratan de “eliminar todo resquicio de esperanza de los mexicanos”; a sus detractores políticos “que auguran catástrofes”, y a “un puñado de delincuentes (que) no es significativo para decidir el futuro del país”.

Así, Calderón ubica, en su óptica obnubilada, igual a medios y periodistas críticos que a enemigos políticos que han hablado irresponsablemente de derrocarlo o a los delincuentes que desafían al Estado mexicano y a su gobierno.

Confundir tres cosas tan claramente distintas, grupos que persiguen objetivos completamente opuestos, sólo habla de un Presidente enojado, confundido y que en la ira que —por sí mismo o por obra de sus colaboradores— experimenta, no distingue diferencias de fondo y señala públicamente, y con un mismo rasero, a periodistas que ejercen su labor de informar y su derecho a la crítica y a delincuentes organizados que desestabilizan con violencia o a locuaces y deslenguados conspiradores contra su gobierno.

Decía Plutarco (50 AC) que es la crítica y no la alabanza lo que aleja del error al gobernante. Confundir la crítica con un crimen o con ánimos desestabilizadores sólo habla de la pequeñez política de quienes aconsejan al Presidente. Le hacen más daño a él y al país colaboradores ineptos, aduladores e irresponsables, que la crítica más mordaz que se le pueda hacer desde cualquier medio.

¿Tendrá Calderón en su círculo alguien que lo contradiga, que le muestre un ángulo distinto al que él ve de los problemas del país? ¿Alguien que no sólo lo adule y le diga lo que quiere oír, sino que lo ayude a equilibrar su visión y sus acciones?

Convendría que el Presidente se serenara. Que entendiera que no todos los amigos son capaces de decir la verdad al gobernante y que a veces para llegar a la verdad hay que escuchar tanto lo que dicen los amigos como los enemigos. Un par de frases escritas por José Martí a propósito de los gobernantes ayudaría a serenar los ánimos en la casa presidencial: “La vanidad tiene el hígado sensible; tiene artes increíbles la lisonja. El que le adula, le sujeta… Sólo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes”.

http://www.eluniversal.com.mx/columnas/73661.html

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Alejandro Nadal: Enfrentar la crisis: teoría económica a la deriva

¿Cómo explica la teoría económica la actual crisis de las principales economías capitalistas del mundo? La verdad es que si analizamos la teoría económica que predomina en los bancos centrales y ministerios de Hacienda, veremos que no puede explicarnos la crisis. Es más, para esa teoría, la crisis no debería estar ocurriendo. Para hablar de esto es necesario adentrarnos en el arcano mundo de la teoría económica.

En la década de los 70 se presenta una doble crisis en la teoría económica. En la llamada teoría microeconómica la crisis es terminal: para 1974 ya está demostrado que no existe una base científica para pensar que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente. Eso debería haber sido suficiente para declarar cerrado el programa de investigación teórica basado en la fe en la bondad del mercado libre. Pero los economistas en el mundo académico prefirieron ignorar los problemas y siguieron torturando a sus estudiantes, enseñándoles la parte sin interés de la teoría de equilibrio general y evitando mencionarles que con esa teoría no se puede demostrar cómo se forman los precios de equilibrio. Desde entonces, vemos salir de las universidades legiones de economistas que creen (injustificadamente) que en alguna parte existe una teoría rigurosa que demuestra que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente.

En la teoría macroeconómica sucedió algo peor. En la década de los 60 los economistas que se reclamaban de Keynes descubrieron la llamada curva de Phillips y pensaron podían utilizarla para completar y defender el pensamiento de su maestro. Grosso modo, esa curva decía que existía una relación inversa entre desempleo e inflación: cuando aumentaba la inflación, el desempleo disminuía y viceversa. Pero en los años 70 se presentó un episodio de inflación con desempleo. Según el modelo, eso no debería estar pasando.

La estanflación marcó la debacle de esta vertiente del keynesianismo y el auge del pensamiento monetarista. Bajo el liderazgo de Milton Friedman surgió una visión de la economía según la cual “la inflación siempre y en todo lugar es un fenómeno monetario”. De acuerdo con este razonamiento, la variable clave para estabilizar los precios sería la oferta monetaria. Sin un análisis científico serio, Friedman concluyó que ese resultado (controlar la inflación) sería compatible con niveles adecuados de empleo. La base de todo este razonamiento es la fe inquebrantable en la estabilidad de los mercados en una economía capitalista (justo lo contrario de lo que la teoría microeconómica había descubierto para 1974).

En un ensayo publicado en 1968 Friedman concluyó con la idea sorprendente de que para cada nivel de pleno empleo, hay una tasa “natural” de desempleo. Esa tasa natural corresponde a lo que se ha llamado desempleo friccional (determinado por el tiempo que pasan los trabajadores buscando empleo). De aquí se derivó la NAIRU, acrónimo en inglés que corresponde a la tasa de desempleo compatible con una tasa de inflación sin aceleración en el incremento de precios. Todo este edificio teórico servía para justificar que el objetivo único de la política monetaria debía ser el control de la inflación.

Para los 90, economistas como Bob Eisner habían destruido las bases analíticas de la NAIRU. Y en los hechos la tasa de desempleo se redujo una y otra vez, sin que se disparara la inflación. Es más, la oferta monetaria tuvo fuertes variaciones y la inflación no aumentó. Todo eso desmintió brutalmente la creencia central de los monetaristas sobre la relación entre oferta monetaria e inflación.

En cuanto a la inestabilidad en los mercados financieros, la serie de crisis de los años 90 debió por lo menos sacudir la fe de los monetaristas en la estabilidad de los mercados capitalistas y llevarlos a concluir en la necesidad de volver a regular el sector financiero. No fue así. ¿Serán tontos? No, lo que sucede es que las autoridades monetarias viven subordinadas a los intereses del sector financiero.

Hoy observamos que en la Reserva Federal sigue dominando un esquema monetarista. Por eso el problema para la política macroeconómica se define como antes: hay que encontrar el nivel preciso de oferta monetaria para controlar la inflación y mantener el empleo en un nivel adecuado. La Fed se equivoca nuevamente: el origen de la crisis se encuentra en la desregulación financiera y en una política monetaria dedicada a alimentar burbujas especulativas.

Por eso las teorías que dominan en la Fed (y en muchos bancos centrales) no pueden decir nada relevante sobre la crisis: ni sobre sus orígenes, ni sobre la política para enfrentarla. El verdadero problema es que el mercado capitalista es intrínsecamente inestable y la crisis es la forma natural de vida de este sistema económico. En un marco reformista por lo menos habría que acordar que la respuesta de política correcta es la regulación y la intervención pública.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/08/20/index.php?section=opinion&article=026a1eco

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