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Hermann Bellinghausen: Marcos, el EZLN no busca “hegemonizar”

San Cristóbal de las Casas, Chis. 3 de agosto. El zapatismo “no es el único rebelde, ni el mejor”, ni busca crear “un movimiento que hegemonice toda la rebeldía en México”, sostuvo el subcomandante Marcos la noche del viernes al recibir en el caracol de La Garrucha a la Caravana Nacional e Internacional de solidaridad que recorre las comunidades zapatistas.

Acompañado por el teniente coronel Moisés y los comandantes Isaías y Masho, se pronunció por alcanzar “un encuentro de rebeldías, un intercambio de aprendizajes y una relación más directa, no mediática sino real, entre organizaciones”.

Ante caravaneros procedentes de diversos países, particularmente europeos, el jefe militar rebelde subrayó que “el cuento de una izquierda institucional” que llega al poder “está perfectamente claro para los españoles, con José Luis Rodríguez Zapatero o Felipe González”, o para los franceses, con “el barón” François Mitterand.

“En México no. Sigue habiendo esa expectativa: que es posible que la izquierda que padecemos ahora, si llega al poder, va a gobernar sin dejar de ser de izquierda”. Prácticamente todos los países del mundo dan cuenta de lo contrario, recalcó. “De gente de izquierda, no necesariamente radical, que en el momento en que llega al poder deja de serlo. Varían la velocidad, la profundidad, pero indefectiblemente se transforman. Eso es ‘el efecto estómago’ del poder: o te digiere o te hace mierda.”

En México, ante el acercamiento de la izquierda al poder, surgió “este proceso de digestión y defecación” sobre ella. “Perdónenme si rompo algún corazón, pero el centro no está en el centro, está pegado a la derecha”.

Recordó que un grupo de intelectuales, artistas, líderes sociales pedía a los zapatistas volver la historia a 1984, “cuando pensábamos que si un grupo, o una persona, llega al poder, transforma todo hacia abajo. Que depositáramos la confianza, el futuro, nuestra vida y nuestro proceso a un iluminado, a una persona, junto con una banda de 40 ladrones que es la izquierda en México”.

Expuso: “No es que nos sea antipático el presidente legítimo, sino simple y sencillamente no creemos en ese proceso. No creemos que alguien, ni siquiera tan guapo como el subcomandante Marcos, sea capaz de hacer esa transformación”.

El rompecabezas del poder y la pieza que no encaja

El zapatismo es incómodo, agregó. “Como si en el rompecabezas del poder llegara una pieza que no encaja, y hay que deshacerse de ella. De los movimientos que hay en México, uno de ellos (no el único), el zapatismo no permite conformarse, rendirse, claudicar, venderse”, mientras que en los movimientos de arriba “ésa es la lógica”. El “corrimiento a la derecha” de la izquierda que participa en el poder “se oculta diciendo que el EZLN se radicalizó, pero nuestro planteamiento sigue siendo el mismo: no buscamos la toma del poder, pensamos que las cosas se construyen desde abajo.

“El poder es un club exclusivo. La ‘sociedad del poder’ tiene reglas, y sólo se puede acceder a ella si se cumplen. Cualquiera que busque la justicia, la libertad, la democracia, el respeto a la diferencia, no tiene posibilidad de acceder ahí, a menos que claudique de esas ideas.”

En su primera aparición en público en lo que va del año, el vocero rebelde comentó: “Se dice, no sin razón, que en los últimos dos años el subcomandante Marcos trabajó, con empeño y éxito, en destruir la imagen mediática que se había construido en torno a él”.

También hizo mención de los “intermediarios”, dispuestos a viajar “con los gastos pagados a recibir aplausos y alguno que otro favor”. Admitió que la aparición de los “coyotes de la solidaridad” ocultó la existencia “de otros abajos”. Con la Sexta declaración de la selva Lacandona vino “la ruptura con este sector, y la búsqueda, en México y en el mundo, de otros que fueran como nosotros, pero diferentes”.

Marcos señaló que además de la posición que sostienen los zapatistas frente al poder, hay una característica “esencial”: la renuncia a hegemonizar y homogenizar la sociedad. “No pretendemos un México zapatista, ni un mundo zapatista. No pretendemos que todos se hagan indígenas. Nosotros queremos un lugar, aquí, el nuestro, que nos dejen en paz, que no nos mande nadie. Eso es la libertad: que nosotros decidamos lo que queremos hacer.”

Tras ofrecer a sus visitantes un “rápido recorrido” por la historia de EZLN, iniciada hace 25 años en la selva Lacandona, les habló de la “herencia moral y ética de los que nos fundaron. Tenemos una deuda moral con nuestros compañeros. No con ustedes, no con los intelectuales que se alejaron, no con los artistas, ni los escritores, ni los líderes sociales que ahora son antizapatistas”.

La deuda es “con aquellos que murieron luchando”, concluyó. “Queremos que llegue el día en que podamos decirles a nuestros muertos tres cosas nada más: no nos rendimos, no nos vendimos, no claudicamos.”

http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2008/08/04/marcos-el-ezln-no-busca-hegemonizar

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John Berger: Bosquejos para un retrato de México

Estoy sentado en una cabaña de madera en las orillas de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en el sureste mexicano, a punto de dibujar un retrato del subcomandante Marcos.

Veinte años atrás en este poblado de calles angostas, de casas del color de las flores, cualquier indígena que anduviera por la acera tenía que bajarse para permitirle a algún mexicano “blanco” continuar sin perturbaciones su camino.

Tras la toma de la ciudad por los zapatistas en 1994, esto cambió. Lo que hoy ocurre en esas mismas aceras hoyancadas es asunto de decisiones, no de discriminación.

Al llegar a la cabaña donde se alojaba temporalmente, me preguntó que dónde quería yo que se sentara. Le indiqué una silla junto a dos comandantes zapatistas –una mujer con su niña de seis años y un hombre mayor– ya sentados. Así, supuse, hablará con ellos y me dejará en paz. Me miró con un dejo de ironía, como si leyera mis pensamientos. ¿En paz? Sí, la paz es un momento.

Ayer había anunciado enfrente de varios cientos de personas que, por un tiempo, no haría más apariciones públicas, porque la amenaza a las comunidades zapatistas y a su forma de vida y lucha de los pasados 13 años era ahora tan aguda que debía retornar a ser el soldado clandestino que alguna vez fue, y ayudar a organizar la defensa en las montañas. La defensa de aquellos –le recordó al público– que formalmente renunciaron a cualquier forma de lucha armada desde 1996, pero que, de ser atacados, resistirían empecinadamente.

Puede ser que el nuevo presidente Calderón y su gobierno, después de las fraudulentas elecciones del año pasado, calculen que pronto podrían proceder a barrer a los zapatistas sin provocar la protesta generalizada. Y como tal, crean que el fulgurante ejemplo de desobediencia zapatista ante la tiranía global del fascismo económico conocido como neoliberalismo, puede ser barrido también.

Marcos y los comandantes comienzan a conversar y yo comienzo a dibujar. Ellos tres –y la niña de seis años– llevan pasamontañas. “Usamos máscara”, reivindicaron alguna vez los zapatistas, “para hacernos visibles”. Una extraña paradoja a considerar cuando se dibuja un retrato.
John Berger
Ilustración realizada al carbón por John Berger

Tres días antes, en la comunidad zapatista de Oventic, conversaba yo con cinco consejeros. Estas mujeres y hombres hablaban con mucha calma porque decían sus propias verdades –tan diferente eso de la verdad. La supuesta calma que acompaña la creencia en una sola verdad es una indiferencia despiadada. La de ellos era una calma plena de consideración. Y sus máscaras, lejos de hacer sus rostros menos humanos o menos únicos, los hacían más humanos y únicos. Leía sus rostros a través de sus ojos, y los mensajes de los ojos son las expresiones faciales menos controlables y, como tales, las más sinceras.

Hablar de sinceridad me hace pensar repentinamente en la foto de una mujer que no usa máscara. Su nombre es María Concepción Moreno Arteaga. Madre de seis niños que crió ella sola. Cuarenta y siete años de edad. Ella vive a 200 kilómetros al norte de la ciudad de México, donde se gana la vida como lavandera. Hace tres años fue arrestada por las fuerzas de seguridad del gobierno mexicano, que la echaron a la cárcel con el cargo, absolutamente falso, de estar implicada en el tráfico de inmigrantes ilegales. [Decenas de miles de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños son deportados todos los años por las fuerzas mexicanas del orden al intentar atravesar el país rumbo a la frontera con Estados Unidos, donde esperan cruzar hacia el otro lado y hallar trabajo.] Un día, María Concepción se topó con seis de esos migrantes, harapientos, que habían cruzado ya medio país y que le pedían agua. Así que les dio agua y algo de comer, porque ante su manera de pedírselo “no había modo de negárselo”.

Después de ser acusada falsamente pasó más de dos años en prisión. Su trabajo allí consistía en pegar etiquetas para ropa de marca. Con los pocos pesos que le daban por estos trabajos forzosos, compraba jabón y papel de baño para mantenerse limpia.

El mensaje de sus ojos en la foto es: “No es posible negarse”.

Marcos tiene manos grandes con dedos inusualmente largos. Su piel está gastada y es algo callosa, su textura es parecida a la de las manos de los campesinos. Cuando aparece en público asume la postura y la expresión de un mensajero –ya sea que con cuidado y lentamente lea el nuevo mensaje en voz alta, o que sólo se pare ahí y lo encarne. En cambio, aquí en la cabaña está relajado y no mide el tiempo. Sus extremidades se sueltan como las de un piloto de largas distancias que una vez más logró poner a salvo su aeronave sobre una pista de aterrizaje muy corta. Y de pronto se me ocurre que tiene cierta afinidad física con Saint Exupéry: tal vez son parecidas su timidez o su reticencia con su tamaño y estatura.

México es uno de los países que cuenta con las más extensas minas de plata del mundo, como rápidamente lo descubrieron los conquistadores. Es también una tierra de espejos. Algunos de ellos, enmarcados y palaciegos, rotos muchas veces, y la generalidad son una multitud de fragmentos, bisutería, lentejuelas, escamas de azogue o mica que absorben la luz. “Cuando tocamos los corazones de otros pues tocamos también sus dolores. O sea que como que nos vimos en un espejo”, declararon los zapatistas hace dos años y medio en la Sexta declaración de la selva Lacandona.

***

La ciudad de México es tal vez la tercera metrópoli en tamaño del mundo, con una población desmesurada que bien rebasa los 20 millones. Una ciudad de consumismo sin freno, de pobreza, y redes de estafa y fraude. Barrios enteros gobernados por pandillas que venden droga. Zonas residenciales custodiadas por guardias de seguridad con chalecos a prueba de balas. Una contaminación colosal. Caos vial. El río de La Piedad fluye hacia el este por un monstruoso y herrumbrado ducto. El transporte público es mínimo. Circuitos urbanos con vías elevadas de tres pisos de alto. Por debajo, sin vehículo, uno se precipita como lo hacen las tijeretas. Aquí a los carros los han vuelto tan indispensables para quienes trabajan como rentar una vivienda. La antigua ciudad azteca de Tenochtitlán fue convertida finalmente en un carrusel para los intereses automovilísticos y de gasolina del capitalismo corporativo.

Cada año un millón de campesinos e indígenas mexicanos son forzados por la pobreza o la desposesión de tierras a abandonar sus hogares rurales y a mudarse a la capital u otras ciudades, mientras sus tierras son absorbidas por las corporaciones de la agroindustria.

México es un país migrante. Quince millones de hombres y mujeres trabajan en Estados Unidos. El dinero que envían a casa es, junto al petróleo, la principal fuente de divisas de México. Casi todos estos trabajadores carecen de papeles, por lo que en Estados Unidos los califican de criminales y los tratan como tales.

Lo que ocurre es la imagen en espejo de lo que ocurría en el Gulag soviético. Allá, a los prisioneros se les forzaba a trabajar hasta caer exhaustos. Aquí, a los trabajadores se les caza como a criminales hasta que se asumen fuera de la ley.

Entretanto, en la ciudad de México millones de miradas interrogantes se intercambian segundo a segundo en relación con transas, oportunidades, chistes, alternativas, rutinas, cuestiones de honor o meros asuntos sin resolver.

Únicamente para los poderosos, apuntan los zapatistas, es la historia una línea ascendente, donde su hoy es siempre la cumbre. Para los de abajo, la historia es una cuestión que sólo puede responderse mirando hacia atrás y hacia delante, creando así más preguntas.

Observo las cejas, las líneas de su frente, los círculos bajo los ojos, la forma en que la gran nariz se amolda contra el pasamontañas. Su voz física es al mismo tiempo distante y persuasiva. La voz escrita es otro asunto. Contrariamente a lo que es común asumir, la verdadera voz de quien escribe es rara vez (y tal vez nunca) la suya propia. Es una voz nacida de la intimidad e identificación del escritor o escritora con otros que conocen a ciegas sus propios caminos y que sin palabras guían a quien escribe. Esta voz no surge de su temperamento sino de su confianza.

Y mientras dibujo el volumen de su cabeza, me pregunto cómo definir, cómo delinear, el lugar de donde proviene su voz, como escritor de los mensajes zapatistas. Desde dónde le habla al mundo.

Físicamente la voz habla desde aquí, desde los interminables precipicios y cañadas de los Altos y la selva de Chiapas, hoy controlados por los pueblos indígenas que han recuperado su tierra para cultivarla, y quienes han construido escuelas, clínicas y espacios públicos en sus comunidades. Pero, ¿desde dónde, figurativamente, habla su voz?

Acaba de hacer reír a la niña. Cuando ella ríe, su pasamontañas se agita, como el costado de un cachorro cuando resuella.

***

Regreso a la ciudad buscando respuesta a mi pregunta. La arteria principal se llama, inesperadamente, ¡avenida de los Insurgentes! En el centro hay todavía docenas de calles con nombres de capitales o países europeos, porque hace un siglo México se pensaba a sí mismo como un faro de Revolución y Progreso mundiales.

Casi tantos mexicanos van con sus familias en algún momento de su vida a ver la Epopeya del Pueblo Mexicano, los murales de Diego Rivera, como en peregrinación a la Basílica de Santa María de Guadalupe, y hacen su visita a esta inmensa pintura no por estudiar arte sino por remembrar y considerar su destino.

He cambiado de dibujar con tinta a dibujar con carbón, porque éste es más tentativo, más craquelado, más desgastado. La tinta sabe, de inicio, lo que quiere decir; el carbón escucha.

Ninguna reproducción puede dar idea de la fuerza y la escala del fresco de Rivera que corona la escalinata principal de lo que fuera, hasta hace poco, el asiento del gobierno, el Palacio Nacional. No es descabellada la comparación que frecuentemente se hace con la Capilla Sixtina, pero con el Juicio Final, no con la Bóveda.

Diego, El Elefante como Frida Kahlo lo apodaba, fue tan ordinario como cualquiera de nosotros. A veces era estrepitoso, algunas veces derrotista, otras veces flojo, con frecuencia inconsecuente. Pero se transformó cuando se sintió llamado a pintar y encarnar en esas paredes el relato de los pueblos de los que provenía. Entonces se volvió consecuente al punto de otorgarle a cada detalle, a cada rasgo, su lugar particular en un vasto destino histórico. En la parte alta de la escalinata uno tiene la sensación de que son los mil años de historia los que inventaron al colosal pintor, no al revés.

Los cientos de figuras de tamaño humano de las civilizaciones precolombinas, del mercado callejero de Tenochtitlán, de los tres siglos de explotación colonial española, de la Guerra de Independencia que terminó en 1821 y, más enfáticamente, del siglo que siguió a esa guerra y condujo a la Revolución de 1910 y a su visión de un futuro diferente: todas estas notorias y anónimas figuras están contenidas juntas en una visión de tal energía y continuidad que, pese a las tantas crueldades que nos gritan, se suman como un todo de invitación fraternal. Es como si a cada visitante mexicano, al bajar la escalera para irse, le fuera ofrecido un alcatraz de alguna de las canastas de las vendedoras de flores retratadas en los murales.

Al mismo tiempo –y ésa es tal vez otra razón por la que pienso en el torbellino del Juicio Final de Miguel Ángel–, la historia política del México moderno, según está plasmada en estas paredes y de acuerdo con todo lo que ha sucedido desde que fueron pintadas, no es sino un gigantesco erial de promesas rotas.

A cierto tipo de esclavitud le siguieron otros; nuevos sistemas de represión y discriminación remplazaron los viejos. Se inventaron e impusieron formas modernas de la pobreza. Los gringos del norte extrajeron y robaron más y más recursos naturales y los pueblos indígenas fueron despojados más y más. Sólo el grito de “¡Tierra y Libertad!” de Emiliano Zapata continuó resonando la verdad –antes de ser asesinado en 1919.

Y entonces llego al punto. La hondonada entre el vasto erial de promesas rotas y la búsqueda popular de más justicia tenía que llenarse de algún modo y los partidos políticos, comenzando por el PRI (¡el partido de la revolución institucional!) han intentado durante 70 años llenar la hondonada con el escombro en que quedó convertido lo que alguna vez fue un lenguaje político. Promesas rotas, premisas rotas, proposiciones rotas, leyes rotas.

Cada uno de estos principios –excepto los del interés propio– fueron vaciados de contenido. El debate político, las campañas electorales, los discursos para los medios masivos en manos de las corporaciones fueron sistemáticamente reducidos a prevaricación y diversión de aquellos que los antiguos griegos denominaban los idioti (los que buscaban su propio interés) para distinguirlos de los politici. Bajo el fascismo económico del neoliberalismo esto se está convirtiendo en un fenómeno mundial. La voz de los mensajes zapatistas, que ofrece ejemplo de cómo resistir local y globalmente, surge de esta hondonada.

“No a tratar de resolver desde arriba…, sino a construir desde abajo y por abajo.

“No creemos que el fin justifique los medios. Finalmente pensamos que los medios son el fin. Construimos nuestro objetivo al construir los medios con los que seguimos luchando. En ese sentido es grande el valor que otorgamos a la palabra, a la honestidad y la sinceridad, aunque a veces nos equivoquemos ingenuamente.”

Me observa dibujar y sonríe. Hay dos clases de sonrisas (entre otras muchas): una que espera la conclusión jocosa de un nuevo chiste, y otra que recuerda la broma ya escuchada. La suya es del segundo tipo.

***

Me encontraba en el poblado de Acamilpa, en el estado de Morelos, de donde era Emiliano Zapata. La milpa es un campo de maíz donde crecen y conviven otras plantas, y donde muchos pájaros, insectos y animales coexisten también. Quiero describir el rostro de una anciana que me fue extrañamente familiar. ¿Será que se parece a gente de mi pueblo en los Alpes, o será que la edad nos lleva a todos al mismo poblado? En cualquier caso, era sábado por la tarde en un patio de una casa en un pueblito rural lleno de mesas cubiertas con manteles blancos, porque era el cumpleaños de alguien y los invitados estaban por llegar. Ya un acordeonista tocaba algo de música. Había una acacia enorme que debió haber estado ahí cuando Emiliano Zapata era un niño. En una mesa, trece personas mayores de las comunidades circundantes sostenían una reunión muy seria para coordinar los planes de una desobediencia civil o algún bloqueo de carretera para evitar que su agua la desvíen y se la roben los especuladores de bienes raíces. Hablaban por turnos, con cuidado y determinación. Aceptaban la música como si fuera un platillo que se cocía a fuego lento, y que podrían comer más tarde. El rostro de la anciana estaba bronceado por el sol y el viento, y sus brillantes ojos indicaban que los usaba para avistar en las grandes distancias los vientos que vienen. Para la fiesta de cumpleaños había globos de colores colgados entre la casa y el árbol de la acacia.

Y esto fue lo que me dijo:“He vivido mi vida como me la dieron para vivirla y ahora pienso en el futuro. Pienso en mis nietos y sus hijos y cómo van a vivir. Tenemos que resistir, por ellos. Ésos que hoy gobiernan quieren destruir a todos los campesinos y a todas las comunidades indígenas porque quieren quedarse con todas las semillas de la tierra y con todos los litros de agua que vienen de nuestras montañas. Así que por eso luego les paramos sus camiones cuando vienen a robarse lo que es nuestro… es mejor morir de pie que vivir de rodillas”.

Su cabello largo, tan blanco como el mío, estaba peinado hacia atrás de su rostro barrido por el viento y se lo amarraba en un chongo.

Marcos usa un reloj en cada muñeca. Uno marca el tiempo de la paz. El otro, el de la guerra. Cuando los zapatistas se enfrascan en una operación defensiva, trabajan con un horario alterado por si son interceptados sus mensajes.

Hay en todo caso situaciones que desafían cualquier tiempo, todos los tiempos.

En el poblado de San Andrés Sacamch’en, donde, en febrero de 1996, el gobierno pactó acuerdos formales con los zapatistas para reconocer los derechos de todos los pueblos indígenas, acuerdos que nunca honró, está la iglesia de San Andrés Apóstol. En la iglesia hay varias estatuas de la Virgen y de los santos que llevan ropajes de tela, cosidos y bordados.

Un mediodía, la semana pasada, hice un alto ahí porque, al igual que en Acamilpa, escuché una música. La música era más antigua y diferente. Dentro de la iglesia había dos mujeres jóvenes, indígenas, con sus bebés a la espalda y –a cierta distancia de ellas– dos hombres. No había sacerdote. Los cuatro cantaban en polifonía. En el piso de la iglesia había miles de velas prendidas, muchas veladoras en sus vasos, y sus llamas parpadeaban con el viento que se colaba por una puerta entreabierta. Una de las mujeres, conforme cantaba, balanceaba un incensario, y el humo del incienso flotaba como niebla por encima de las llamas que parecían flores. El año, la estación, el día, la hora, eran detalles olvidados. Hasta que uno de los bebés lloró de hambre y su mamá le dio pecho. La otra mujer alisaba con las manos una túnica que había traído para la efigie de San Andrés. Sabía que era tiempo de cambiar y lavar la que traía puesta el santo.

Tras del pasamontañas, bajo la gran nariz, una boca y una laringe hablan desde la hondonada acerca de la esperanza. He dibujado lo que puedo.

Entretanto, probablemente los zapatistas están en riesgo. Cualquier ataque sobre ellos vendrá de aquellos que en su miopía creen que pueden erradicar su ejemplo.

Traducción: Ramón Vera Herrera
* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/02/10/index.php?section=politica&article=004n1pol
* imagen: http://www.jornada.unam.mx/2008/02/10/fotos/004n1pol-1_mini.jpg

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Gustavo Esteva: Hora de actuar

La amenaza es real e inmediata. Necesitamos actuar. Quizás es demasiado tarde. No queda mucho tiempo ni hay mayor margen de maniobra. Pero no podemos ponernos a especular sobre la efectividad potencial de lo que necesitamos hacer. Tenemos que hacerlo.

Bajo ninguna circunstancia los zapatistas cederán sus tierras, terrenos, territorios, terruños (como diría don Andrés). Para ellos, como para todos los pueblos indios y campesinos, tierra y territorio son más que trabajo y alimento; son también cultura, comunidad, historia, ancestros, sueños, futuro, vida y madre, como recordó la comandanta Nelly el 25 de abril de 2007.

Ésa es la magnitud de la provocación actual: el intento de entregar la tierra zapatista a otros, mediante trucos legales e ilegales y acción paramilitar y policiaca, no será tolerado. Tendrá la debida respuesta. Y eso es lo que tenemos ante nosotros: acciones cuyas consecuencias son apenas concebibles. Necesitamos hacer saber a todo mundo cuál será la magnitud de este incendio y cuál el alcance de la reacción nacional e internacional que provocará la agresión a los zapatistas. Aunque no podamos abrigar muchas esperanzas, por la irresponsabilidad y cinismo de quienes siguen jugando con fuego ante la pradera seca, debemos desatar la movilización pertinente: si no logra detenerlos, será anticipo y ensayo de la que tendremos que organizar si se atreven a convocar el desastre.

La ceguera actual de quienes están organizando el desaguisado parece deberse a un cálculo equivocado: el aislamiento de los zapatistas, el rechazo hacia ellos que han estado manifestando sectores que por muchos años los apoyaron o al menos les manifestaron simpatía, la indiferencia que en parte resulta de su continua descalificación y marginación en los medios…

Hace un par de años, a raíz de que se lanzó la Sexta y se propuso la otra campaña, me ocupé extensamente de los riesgos que implicaba. Escribí que no era exageración de los zapatistas plantear que podrían perder cuanto han conseguido hasta ahora y advertí sobre algunos de esos riesgos:

* “Los partidos políticos y sus socios, simpatizantes o aliados pueden resentir hasta el exceso la iniciativa de los zapatistas y emplear sus recursos financieros, mediáticos y sociales para intentar aislarlos o marginarlos, debilitando el apoyo que hasta ahora han tenido. O sea: intensificarán las acciones que han realizado sin éxito a lo largo de una década.”

* “Muchos simpatizantes, que acaso se reducían a apoyar un zapatismo que percibían como la expresión de grupos indígenas marginados en lucha contra un mal gobierno, podrán hacerse a un lado, desconcertados, al despejarse, sin lugar a confusión, el sentido anticapitalista de la lucha.”

* “En el seno de la llamada izquierda, entre cuyos militantes abundan los obsesionados con la conquista del poder, podrá procederse al habitual encarnizamiento contra los del propio bando. Algunos convertirán a los zapatistas en el enemigo principal. Empieza a verse ya esa propensión en algunas reacciones a la Sexta, primero en la clase de los ‘desilusionados’, que intentan racionalizar su abandono de las filas de lo que ellos vieron como zapatismo, y después entre quienes estuvieron siempre ‘afuera’, con ciertas reservas, y ahora pueden expresarse más cómodamente ‘en contra’.”

* “El riesgo, en suma, es que los zapatistas se queden solos, aislados, y por ende expuestos al exterminio. Tienen plena conciencia de esa posibilidad. Pienso que a pesar de ello toman la iniciativa porque confían en la fortaleza de lo que han tejido en su propio lugar, por ser consecuentes consigo mismos y quizá porque no hay otro remedio. La circunstancia actual exige actuar.”

Incluyo esta larga cita para subrayar que los riesgos asumidos por los zapatistas eran necesarios. Nada tienen que ver con actitudes reales o supuestas del sup o con los demás pretextos que se han estado empleando contra los zapatistas.

Los poderes constituidos podrían estar haciendo cálculos y especularían sobre la oportunidad. No puedo evitar una analogía, aunque resulte desproporcionada. Ulises Ruiz calculó que los maestros de la sección 22 estaban aislados, que encontraban la indiferencia o el rechazo de la población, y que podría reprimirlos sin mayores consecuencias. Se conocen bien las consecuencias: la manera en que esa provocación incendió Oaxaca. Pero se conoce también, infortunadamente, que ha quedado impune. No falta algún loco que quiera intentar algo semejante en Chiapas.

Lo que puede producir este cálculo irresponsable es casi impensable. Es hora de despertar y de actuar en consecuencia. Es hora de luchar por todos los medios al alcance de cada quien para impedirlo.

En la selva huele a guerra y el olor se extiende por todo el país. Generada desde arriba, sólo desde abajo puede mojarse esa pólvora apocalíptica.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/31/index.php?section=politica&article=016a2pol

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Blanche Petrich y Hermann Bellinghausen: El EZLN y juntas de buen gobierno, una alternativa: activistas internacionales

San Cristóbal de las Casas, Chis., 15 de diciembre. Frente al vocero e ideólogo del zapatismo el subcomandante Marcos, un teórico de los movimientos de resistencia belga, Francois Houtart, y dos organizadores de movimientos de masas, Ricardo Gebrim, del Movimiento de los Sin Tierra (MST) de Brasil, y Peter Rosset, de Vía Campesina, reconocieron en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y sus juntas de buen gobierno la alternativa del futuro para construir “desde abajo y sin entrar a un callejón sin salida” nuevas formas de lucha para enfrentar el capitalismo y sus efectos de destrucción sobre la tierra y el trabajo.

Fue en la tercera jornada del Coloquio Internacional en Memoria de Andrés Aubry, el intelectual francés que hace décadas arraigó en tierras chiapanecas y que ha sido, para todos los ponentes, un referente clave de su estudio y aprendizaje. Este sábado a mediodía, siempre con abundante concurrencia en la boscosa sede de la Universidad de la Tierra, a orillas de esta ciudad, se habló de las opciones para el socialismo del siglo XXI y de la forma como el proceso de las autonomías zapatistas o del “antilulista” MST se enfrentan por partida doble al nuevo embate del capital, en el que todo se compra y se vende, incluidas las personas y la naturaleza, y a las contradicciones propias de las nuevas y viejas izquierdas.

Al calor de las conferencias, Houtart, con todo tacto, puso el dedo en un renglón que parece dejar cabos sueltos y, al mismo tiempo, incomodar a algunos: la abierta animadversión del subcomandante hacia los amarillos, los perredistas.

Fue a propósito de lo que el sacerdote belga de la Universidad de Lovaina y secretario del Fórum Mundial Alternativo planteaba como el desafío de poder mediar y conciliar entre el “optimismo antisistémico y la necesidad de institucionalizar las rebeliones”. Y abordó el espinoso tema desde Brasil y Nicaragua. “Fue duro, para los movimientos en resistencia de esos países decidirse a votar por Luiz Inacio Lula da Silva o por el Frente Sandinista, a pesar de sus desviaciones, para evitar el avance de la derecha, tanto en lo interno como en lo regional. Con todo respeto me pregunto si en México un razonamiento parecido nos hubiera podido evitar a un gobierno de derecha e ilegítimo”. Cauteloso remató: “es solo una interrogante”.

La pregunta no quedó sin respuesta por parte de Marcos, con el mismo tacto. Cuando tocó su turno en la palabra recordó que cuando los zapatistas critican a los gobernantes y líderes del PRD “no estamos hablando de personas en particular. Estamos hablando de nuestros verdugos, nuestros perseguidores.” Y reiteró un tema que ha abordado muchas veces antes. “Si nosotros hubiéramos apoyado la opción de derecha, hoy estaríamos en un gran bajón. Nosotros sólo alcanzamos a intuir lo que pasaba.”

Houtart, el primer orador, habló del fracaso del socialismo del siglo XX, “que tuvo que caminar con las piernas del capitalismo” y que no logró mínimas premisas, como el desarrollo del uso sustentable de los recursos, privilegiar el valor de uso por encima del valor de cambio, crear una democracia generalizada y permitir la multiculturalidad. Estos son, añadió, algunos de los ejes del socialismo del siglo XXI que, advirtió además, “no podrá ser logrado por decreto”. Por el contrario, concluyó, las luchas antisistémicas deberán no sólo criticar sino contratacar “los procesos de acumulación y su efecto destructivo de la tierra y el trabajo.”

Ricardo Gebrim, de Brasil, apuntó que cuando en 2002 el conjunto de la izquierda brasileña alcanzó tocar su sueño –“Lula la”, Lula allá, en el poder– se agotó el ciclo en el que todos creían que empezaría la transformación y empezó la decepción. “Lula nunca se propuso contruir una fuerza social del cambio”. Pese a la frustración, añadió, 25 años de lucha no se desmontan tan fácil y una parte de esa izquierda, el MST, han iniciado un nuevo ciclo reconociendo “que la democracia electoral es un mecanismo de reproducción del imperialismo”.

Citó la experiencia bolivariana de Venezuela como “la conquista de una acción insurgente por la vía electoral”, y la de Bolivia, “mucho más clara aún, de una acción insurreccional que combinó su movilización con la lucha institucional”. Explicó la nueva fase que vive el MST de Brasil con una consulta popular entre los movimientos populares para buscar una nueva forma de organización política al margen del Partido del Trabajo oficial. Y concluyó con una frase de aliento: “Todo tiempo de baja tiene su fin. Hay que estar preparados y mirar hacia el horizonte”.

Peter Rosset, del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano y participante frecuente de los encuentros zapatistas, recordó que la embestida de las empresas trasnacionales para apropiarse de los recursos naturales se ha agudizado en la medida en que se agotan otras esferas de negocios. “Hoy hay un proceso de apropiación de la naturaleza como no lo habíamos visto desde el periodo colonial”, apuntó. Y para lograr sus fines, el capital primero desaloja a la gente de sus tierras y después restructura los territorios.

En México, citó, son 6.2 millones de campesinos despojados desde que entró en vigor el TLC, en 1994. En Brasil, cada año son desalojados del campo 200 mil familias. En la India se han creado territorios especiales enormes, que ocupan las mejores tierras para proyectos industriales y agroindustriales. Y ahí donde hay resistencia al despojo, la respuesta del Estado es la misma: militarización, paramilitarización, guerra. Además, advirtió sobre la nueva trampa, en la que coinciden George Bush, “el ex compañero Lula” y muchos otros gobiernos: las reservas ecológicas que son “vaciadas” de comunidades campesinas para ser entregadas a los proyectos de biotecnología, turismo o biocombustibles. “Hoy –expresó– el capitalismo se viste de verde, que no es otra cosa que parte del mismo genocidio.”

Pero a estas tendencias se oponen, en todo el mundo, movimientos rurales de nuevo tipo, autónomos, algunos antisisitémicos y otros aún con vínculos institucionales, pero todos ensayando formas de lucha “que van desde el pacifismo gandhiano, pasando por la acción directa, hasta, en algunos casos, la lucha armada”.

Citó muchos ejemplos. El MST, cuyas organizaciones en Brasil abarcan ya una superficie similar a la de Italia, el zapatismo, el de la Asociación de Campesinos de Cuba y movimientos tan diversos como los de Indonesia, Zimbawe, Paraguay y Tailandia, en donde se han organizado algunos caracoles de inspiración chiapaneca.

En suma, concluyó Rosset, “no hemos perdido la guerra. Y no sólo eso, creo que podemos ganarla”.

* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/16/index.php?section=politica&article=010n1pol

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Jaime Martínez Veloz: EZLN: coyuntura y perspectivas

Las causas que dieron origen al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hace ya casi 14 años no se han modificado sustantivamente, a pesar de lo actuado durante todo este tiempo, incluyendo muchos esfuerzos sinceros por lograr cambios perdurables en beneficio de todos los chiapanecos.

Parece que imperaron criterios que ahora no se atreven a decir su nombre, pero que desde un principio apostaron a que la fatiga y el desgaste terminarían por desmembrar a los insurgentes, condición para la restitución del viejo orden, inaceptable por injusto.

Esos vaticinios fallaron, por eso ahora nadie reconoce su paternidad; fue mucho lo que estuvo en juego en el pasado reciente, los equilibrios de las armas son frágiles e inestables, y si en Chiapas no se rompieron fue gracias a la lealtad de muchos lo que permitió el nacimiento de una nueva iniciativa para ampliar y profundizar la distensión con el EZLN.

Es necesario reconocer la capacidad organizativa del EZLN, así como la forma y el método con que ha podido establecer una relación armónica entre sus bases a partir de las juntas de buen gobierno, cuyo trabajo ha permitido procesar diferencias y consolidar sus propios proyectos políticos y sociales.

Los adversarios naturales del zapatismo, aquellos que violentaron sistemáticamente los derechos indígenas y orillaron al levantamiento, mantienen en forma soterrada la intolerancia beligerante que siguen demostrado y a regañadientes permanecen justo en los límites de la legalidad.

Es notable la inmovilidad que impregnó al gobierno federal de la administración pasada, la cual trascendió ya al actual, que a casi un año de tomar posesión parece mantener el mismo lema: el conflicto terminará por desgaste y extenuarse naturalmente, no hay que intervenir.

En contraste con la pasividad del Estado mexicano, el EZLN permanece decidido a sostener sus banderas; a pesar de los magros resultados obtenidos en su actividad política legal, sus dirigentes siguen cuidando la unidad de sus comunidades impulsando iniciativas en el contexto de la ley.

Esto no puede ni debe pasar desapercibido por los diferentes actores políticos nacionales, porque es justo reconocer que la actual redistribución del poder político que los chiapanecos expresaron en las urnas el domingo pasado, así como los avances con que en materia de infraestructura cuenta el estado, se deben en gran medida a la contribución que el EZLN ha realizado en el escenario político chiapaneco.

Nadie puede regatear la aportación significativa del EZLN en la democratización y el avance de Chiapas. Es cierto que los zapatistas no participan electoralmente, pero su lucha se ha expresado en una reformulación del poder político en el estado. Parece contradictorio, pero no lo es, ya que las repercusiones de la lucha zapatista también se han expresado en una mayor pluralidad en la realidad chiapaneca. Hay una deuda con ellos en este renglón, así como en muchos otros.

El reconocimiento de esta realidad implica que el Estado mexicano y sus instituciones asuman una iniciativa coherente y articulada que permita destrabar el conflicto. Así como el Senado de la República pudo abordar el tema de la reforma electoral, de la misma forma deberá retomar y solucionar el gran pendiente que tiene el Estado mexicano con los pueblos indígenas. Sólo así podrá hablarse de una reforma integral del Estado. Dar una salida digna al conflicto entre el EZLN y el gobierno federal es un imperativo impostergable

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