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Lorena Aguilar Aguilar: Crimen organizado e histeria colectiva: el marco perfecto para la represión

Desde hace ya varios meses se viene respirando un clima de inseguridad en la ciudad de Mérida, la percepción de los habitantes ha cambiado de manera radical: ya no se vive en la “ciudad blanca” donde nada pasa, ahora nos percibimos mucho más vulnerables ante las olas de asesinatos que el crimen organizado ha venido dejando a lo largo y ancho del país, aunque la mayoría de ellos se han dado con la complicidad de las propias autoridades.

Dentro de este contexto se han alzado voces de manera histérica exigiendo combates mucho más efectivos en contra de la delincuencia, pero claro de esas voces ninguna ha exigido que el problema sea atacado desde el fondo, es decir, nadie ha pedido acabar con la desigualdad social, nadie ha pedido mejores oportunidades de trabajo para jóvenes de los sectores populares, nadie ha pedido que estos mismos jóvenes sean incluidos en las agendas de las clases políticas,que tengan acceso a una educación, salud y bienestar de calidad que les pueda permitir un modo digno de vida. De todas las voces que se han levantado nadie ha exigido justicia y seguridad social.

Aprovechando el clima de nerviosismo que se ha generado en la ciudad a raíz de los “levantones”, decapitados, cateos a casas particulares y demás tipos de actos, todos vinculados al narcotráfico, se han lanzado mensajes por Internet y celular con el objetivo de crear una especie de histeria colectiva entre la sociedad, en estos mensajes se habla de una serie de asesinatos que el narcotráfico podría llevar a cabo.

El objetivo de los mensajes que circularon se cumplió. Se logró generar una especie de sicosis, sobre todo entre familias de la zona norte de la ciudad, la clase media alta y alta, ante la supuesta amenaza de que se secuestrarían y asesinarían a 50 personas escogidas al azar si las autoridades no retiraban los retenes que se instalaron supuestamente para combatir la delincuencia organizada.

Los mensajes que circularon vía email y celular han sido el marco perfecto para el despliegue policial e incluso militar desproporcionado que se ha dado en Yucatán. Ahora bajo el pretexto del combate al narcomenudeo se justifica la violación a la libertad de tránsito que se esta dando. La presencia de cuerpos policíacos y militares, lejos de mantener la calma han contribuido a alimentar el clima de nerviosismo que impera en estos momentos.

Por una parte es comprensible el estado de alarma que pueden llegar a causar los hechos de las últimas semanas y meses, no solamente en el estado, si no también en el resto del país, pero por otra parte me pareció sorprendentemente absurda la facilidad con la que se manipula a la población cuando no se tiene claro cual es el problema de fondo.

Una cadena de mensajes sin fundamento pusieron en zozobra a los habitantes, quienes piden a gritos a las autoridades que se fortalezcan las medidas de seguridad y castigos más efectivos a los delincuentes, sin reflexionar un momento que es lo que esta generando esta serie de hechos, simplemente se limitan a escuchar y repetir, sin reflexionar, lo que dicen los medios masivos de comunicación, los cuales le han contribuido de manera activa con el ambiente de temor que se esta dando.

Para la mayor parte de la sociedad, embrutecida por los mass media, ha sido mucho más cómodo actuar de manera neurótica que enfrentar la realidad; no son capaces ejercer un punto de vista crítico, ya que se les ha sido eliminado, no hacen más que repetir lo ven y escuchan.

Sin embargo, lo más preocupante que ha generado toda esta situación es que a partir de ahora todo abuso policial o cualquier acto represivo que se lleve a cabo bajo el discurso de combatir el crimen organizado o el narcotráfico o lo que se les ocurra inventar en estos momentos no solamente estará plenamente justificado, si no también que será aplaudido por todo aquel que presa del miedo y completamente idiotizado por la radio y la televisión exige a gritos que se ponga un alto a la violencia en el país, claro sin sentarse a reflexionar en lo más mínimo.

Le han tomado la medida a la sociedad que ha caído en este sucio juego; los medios de (des)información van alimentado el miedo colectivo que genera el crimen organizado para que de esta manera las autoridades puedan legitimar un despliegue policial que raya en lo represivo sin tener la más mínima intención de combatir realmente las causas de fondo que originan la delincuencia, mientras tanto esta continúa campeando a sus anchas, y así estamos encerrados en un círculo que parece no se romperá.

http://www.kaosenlared.net/noticia/crimen-organizado-histeria-colectiva-marco-perfecto-para-represion

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José Blanco: Impunidad y sectarismo

Reunida la totalidad de la representación de la República (más invitados), conformada esta vez como Consejo Nacional de Seguridad Pública (CNSP) –creado hace 23 años–, firmó un Acuerdo Nacional de la Seguridad, de 74 puntos, para enfrentar la ola de incontrolada delincuencia que se abate sobre el país. Un documento con muchas acciones necesarias, pero sin columna vertebral.

Aparentemente esa columna es la seguridad; es probable que esta nueva arma no esté apuntando al blanco central, aunque está ahí, entre los acuerdos. El blanco central se llama impunidad. En 23 años el CNSP, lejos de abatirla, ha contemplado pasivamente cómo las cabezas de la impunidad se multiplicaban como ocurría con la despiadada hidra de Lerna.

La principal función del Estado es justamente la seguridad de las personas. Lo dice a todas horas todo mundo. Así, el crecimiento de la inseguridad y el debilitamiento del Estado son las dos caras de la misma moneda. Un acuerdo nacional por la seguridad ha de ser un acuerdo por el fortalecimiento del Estado para cumplir esa función; fortalecer al Estado en esa función significa limpiar los establos de Augías (tarea que Hércules debía realizar en un solo día). El héroe debió desviar dos caudalosos ríos hacia los establos –el sistema policiaco y el sistema judicial– para barrer con la miles de toneladas de mierda que durante 30 años habían acumulado.

Sin esa hercúlea operación, la impunidad continuará reinando, es decir, la proliferación de la delincuencia seguirá encontrando campo fértil para crecer y multiplicarse. Ciertamente no es un trabajo de un día, y el atribulado padre de Fernando Martí no puede esperar que ello ocurra.

¿Es de creerse que alguien en sus cinco sentidos firme su propia sentencia de muerte? En México, por supuesto que sí. Todo lo que tiene que ocurrir es que la impunidad acorazada continúe incólume, indemne, rozagante. Por eso en el acuerdo por la seguridad se estamparon impúdicas firmas como la del precioso Mario Marín, la del de la piel paquidérmica Juan Sabines, la de la inefable maestra Gordillo, o la del de la cínica vida regalona, el caradura señor Deschamps, por ejemplo.

Las personas provenientes de los partidos políticos principalmente, que se han hecho cargo de las instituciones de la seguridad, son parte fundamental del problema, no de la solución; son ellos la encarnación de la impunidad. ¿Vamos a solicitarles atentamente que se practiquen el haraquiri?

Una sociedad que se organice y movilice será el único Hércules capaz de crear las condiciones para que personas responsables puedan llevar a cabo las arduas tareas que son indispensables para eliminar la impunidad. Los partidos no harán nada porque están hundidos en el sectarismo; lo peor de todo es que han arrastrado consigo a segmentos inmensos de la propia sociedad.

En uno de los textos más lúcidos que he leído de Carlos Monsiváis, el polígrafo escribe: “No hay discusión sobre la irracionalidad de esta matanza inenarrable, ¿pero qué significa la exigencia de tranquilidad y justicia? Sobre la violencia acrecentada de la delincuencia, no hay duda: debe frenarse con la acción de la justicia que impida el narcotráfico, los policías involucrados, los empresarios y políticos cómplices, etcétera. Pero esto se ha dicho en demasía y, ni modo, no ha pasado nada. Por eso, creo que uno de los pasos siguientes, al lado de las acciones del Poder Judicial, es un debate nacional de primer orden sobre la estructura de la impunidad, y creo que al lado de la Cumbre de Seguridad debe darse de varias maneras la Cumbre Alternativa donde las sociedades discutan desde su experiencia sobre su porvenir inmediato”.

Al tiempo que los establos son lavados, la prevención es indispensable, pero tampoco es un trabajo de un día. Es preciso abatir la desigualdad social, económica y educativa. Las tareas son ciertamente hercúleas. Pero la posibilidad de un debate instalado en la búsqueda de ese proyecto nacional para enfrenar los tres problemas señalados se antoja también para el poderoso hijo de Júpiter. Y en ello cuenta, y cuánto, el sectarismo ilimitado de nuestras elites políticas.

“No se necesita compartir la ideología de los organizadores de esta marcha para apreciar la decisión de los que van a marchar”, dice Monsiváis (refiriéndose a la marcha del próximo domingo). “Como se quiera ver, ejercen una alternativa ciudadana, válida en sí misma, y sus experiencias son las mismas de otros de convicciones políticas diversas. Ante la inseguridad, todos mezclamos el temor, el desconcierto, la confusión, el deseo de esclarecimiento, la crítica a las autoridades federales y regionales.” Si este tiempo de sectarismos brutales no fuera el que es, todos sin excepción tendrían que haber estado en esa marcha.

Pero el sectarismo nos impide ver la causa por la que pelear, y nos lleva a preguntarnos quiénes son los organizadores. Una desdichada confusión de partidos y ciudadanos. Cuánto nos hace falta mirar cómo las más extremas posiciones ideológicas marchan juntas en España contra los asesinatos de ETA. Contra los secuestros y las muertes y la extensa vida delincuencial que vivimos, debieran estar unidos los adversarios políticos y la sociedad toda.

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Emilio Menéndez Del Valle :Casi todos hablan con Dios en Estados Unidos

En la política del gran país norteamericano, el fundamentalismo religioso tiene una influencia sin parangón en cualquier otra nación avanzada. La religión vuelve a ocupar un gran papel en la campaña electoral

De una u otra manera, la religión ha impregnado el tejido social norteamericano desde que los peregrinos puritanos llegaron al país. Si bien el lema Confiamos en Dios que figura en la moneda norteamericana fue inspirado por el presidente Lincoln en la segunda mitad del siglo XIX, 30 años antes Alexis de Tocqueville ya se manifestaba asombrado por la “intensa religiosidad que todo lo invade” en aquellas tierras. Y la modernidad ha conocido desde el formidable discurso del presidente Kennedy en 1960 sobre la separación de poderes entre Iglesia y Estado hasta el relato de Kevin Phillips en su libro American Democracy, que describe a George W. Bush como “fundador del primer partido religioso norteamericano”. En realidad, Bush ha creado una presidencia basada en la fe.

John Kennedy tenía base suficiente para mostrarse tajante en este asunto, pues los Padres Fundadores habían establecido una clara línea divisoria entre Estado e iglesias, pero, aunque en teoría dicho principio ha sido aceptado por todos, es motivo de controversia. Como recuerda John Gray, si bien constitucionalmente están separados (además ni la religión ni Dios figuran en la Constitución), el fundamentalismo religioso tiene una influencia normativa en la política sin parangón en cualquier otro país avanzado. En la campaña electoral de estos meses la religión, en lugar de desvanecerse o retirarse al ámbito privado, ha ocupado el núcleo de la política.

Uno de los más relevantes fundadores de la República, Thomas Jefferson -cuyo activismo político no consistía en potenciar a Dios sino en negar la autoridad del rey de Inglaterra, y que cuando defendía los derechos inalienables del naciente pueblo republicano lo hacía al margen de cualquier creencia religiosa-, se habría quedado atónito ante la invasión de la política por la religión durante las últimas décadas. Es cierto que la Constitución, precisamente por exigir la separación, ha protegido a las iglesias de cualquier acto invasivo del Estado, pero hay que recordar que la idea de libertad individual no nació de la religión sino precisamente de la lucha contra ella. De ahí que convenga resaltar que cuando los cristianos fundamentalistas norteamericanos se sirven de la teocracia bíblica como de un manual de política contemporánea, atentan contra la libertad y los principios democráticos.

Llama la atención en Europa que sólo el 26% de los norteamericanos piense que sus dirigentes políticos expresan en demasía sus creencias religiosas personales o que tres de cada cuatro estimen que el presidente ha de tener fuertes sentimientos religiosos. En definitiva, la mayoría de los ciudadanos exige la presencia de la religión en la política. Parece que ello ha llevado al candidato republicano McCain, anglicano que siempre ha pensado que la religión es asunto privado, a sacar partido de la circunstancia. En línea similar se ha movido Obama y, por supuesto, Clinton.

No obstante, los liberales en sentido yanqui han comenzado a trillar ese campo como reacción a la ofensiva de la derecha. En 1960, el mismo año del discurso de Kennedy, ya el predicador fanático Billy Graham -del que Bush se dice seguidor- se dirigía por correo a dos millones de familias adoctrinándoles para que en sus eventos dominicales indicaran a los cristianos la dirección de su voto.

Más que nunca, en esta larga campaña electoral -y aunque Dios no debería ser ni demócrata ni republicano- todos los candidatos conectan con él. Las citas textuales así lo ilustran. El presidente Bush tiene especial protagonismo y relación con la divinidad a propósito de Irak. Está claro que desde el principio persiguió disfrazar de fe religiosa la invasión de Irak. Con soltura, en octubre de 2005 dijo que Dios le había pedido acabar con la tiranía en Irak. Con idéntico desparpajo, dos meses después, declaró a Fox News: “De alguna manera, Dios dirige las decisiones políticas adoptadas en la Casa Blanca”. En un chiste memorable publicado en The New York Times, un consejero dice a Bush: “Señor presidente, cuando Dios le pidió que invadiera Irak, ¿le dio alguna idea sobre cómo salir de allí?”.

Todo esto puede parecer incomprensible a muchos europeos, pero no a muchos norteamericanos, incluida la mayoría de las iglesias evangélicas (un cuarto del electorado) que siguen al partido republicano, que han seguido a Bush y que manifiestan: “Nuestro presidente es un auténtico hermano en Cristo y puesto que ha llegado a la conclusión de que la voluntad de Dios es que nuestra nación esté en guerra con Irak, con gusto cumpliremos”.

El actual presidente ha querido resaltar esa relación especial: “El rezo y la religión me sostienen. No veo cómo se puede ser presidente sin una relación con Dios”. O también: “Estados Unidos promueve el papel de la fe en la plaza pública”. Y la comunidad evangélica tiene un notable activismo político: “Dios está a favor de la guerra”, citando Éxodo 15-3, o “Yavé es un fuerte guerrero”. “La invasión americana de Irak creará nuevas y excitantes posibilidades de convertir a los musulmanes”, dijo impertérrito Marvin Olasky, entonces consejero de Bush para “una política basada en la fe”.

Y a todo esto, ¿qué es de los demócratas? En 2004, John Kerry optó por decir que había sido monaguillo -“la verdad es que la fe afecta a todo lo que hago”, decía mientras visitaba iglesias y citaba la Biblia-. Un asesor llegó a decir que “el senador Kerry se siente cada vez más cómodo hablando públicamente de Dios y su fe”.

De Hillary, sus biógrafos decían en 2007 que es la demócrata más religiosa desde Carter, pero que no va con la religión por delante. Sin embargo, tal como está el patio, en un reciente debate con Obama sobre Fe y valores, manifestó que desde niña sentía “la presencia de Dios en su vida”.

Ya en 2007, Obama decidió que no tenía más remedio que entrar en el juego. Manifestó entonces que “la derecha religiosa ha secuestrado la fe y dividido al país”. Añadió, empero, que la religión tiene un papel que cumplir en la política, aunque -intentando fundir religión y progre-sismo- elogió a los creyentes que “usan su influencia para unir a los americanos contra la pobreza, el sida y la violencia en Darfur”.

En los últimos meses se está iniciando en la derecha religiosa evangélica una significativa movida que reflejan oportunamente las encuestas. Según las mismas, una parte muy importante -aunque todavía no mayoritaria- de los electores evangélicos está evolucionando de forma radical. Una de ellas asegura que un tercio de los evangélicos opina ahora que el activismo político es dañino. Los directores de dicho sondeo interpretan que los encuestados han comenzado a percatarse de que la fusión de Bush y Jesucristo “perjudica a la cristiandad”. Otra encuesta concluye que el 75% de los jóvenes no religiosos y la mitad de los que van a misa manifiestan que las iglesias cristianas están hoy en día “demasiado implicadas en la política”. Además, el 20% de los evangélicos sondeados piensa que haber asumido el programa político conservador “ha contribuido a destruir la imagen de Jesucristo”.

Hablando de jóvenes y de Jesús, Relevant, una revista dedicada a los evangélicos menores de 25 años, preguntó en febrero a su audiencia por quién votaría Jesús en los comicios de noviembre. La mayoría respondió que por Obama. Y añadió que estaba en contra de la guerra de Irak.

Aún más sintomático: otra encuesta de marzo descubre un creciente interés del mundo evangélico por los temas sociales y concluye (otras fuentes son menos contundentes) que hoy en día el tema de mayor relevancia moral no es el aborto, sino la desigualdad socioeconómica entre Estados Unidos y Europa, de un lado, y el mundo subdesarrollado, de otro. Tal vez Obama se apoya en todo esto cuando elogia a los creyentes que usan su influencia para unir a los americanos contra la pobreza.

En cualquier caso, ¿será verdad que Europa y Estados Unidos comparten valores comunes? ¿Es creíble este contradictorio conglomerado de impresiones, valores y creencias? En EE UU lo es y desde luego muchos parecen hablar con Dios. En Europa somos más humildes y ni siquiera lo intentamos. Muchos vivimos como Edward, ese personaje de Ian McEwan en Chesil Beach que manifestaba estar agradecido de vivir en una época (la Inglaterra de McMillan en los años sesenta, los Estados Unidos de Kennedy) en que la religión se había vuelto, en general, irrelevante.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/todos/hablan/Dios/Estados/Unidos/elpepuopi/20080526elpepiopi_11/Tes

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