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José Cueli: Instinto de muerte

En una época que se afana por prestigiar la investigación experimental, la tecnología de punta y la comunicación a través de los mass media, de los datos verificables y cuantificables, de las verdades absolutas (?), ¿cómo transmutar en análisis experimentales unas imágenes que no llegan a la conciencia y que la mágica sutileza del sicoanálisis no reclama de nosotros otra realidad que ha de vivirse transportando a otro campo que se nos va de las manos? ¿Cómo transmutarlo si es el sicoanálisis con su instinto de muerte un reactivo al revés, una inopinada visión retrospectiva de lo que es y no es?

Si el mundo se nos revela con ínfulas de urbanidad electrónica suprema, pero desmentido por las disonancia de una agitación estruendosa –guerras, hambre, terrorismo, crueldad, tortura, corrupción, violencia y desintegración familiar, desigualdad social, violación de los más elementales derechos humanos– que lo invade todo, que se diría ser una etapa masiva de cientificidad, que haga un hombre en trance de transformación y traslado, una partícula perfectamente hábil y anodina para el cumplimiento de unos propósitos que rebasan a la razón, pero lo “adaptan” a vivir en sociedad, cuya finalidad nadie penetra.

El instinto de muerte freudiano es anterior a este desmando crítico, perpetuamente tornadizo, apresado en garras de eternidad. Tratar de detener lo que se nos escapa, se nos va de las manos, en un laboratorio es cosa vana. ¿Es la materia la que queda o la que se va, la que se transforma, la que se traspone? ¿Y, las formas se pierden o, más bien, se repiten, se eternizan como anunciaba Freud en Más allá del principio del placer? ¿Qué da movimiento al instinto de muerte, a la crueldad, a la violencia y a la tortura?

Freud amplía la noción de psique y al lado opuesto de la razón encuentra el inconsciente, y en oposición al instinto de vida encuentra el de muerte, estableciendo de este modo la posibilidad de concebir, como parte constitutiva de lo humano, esa fuerza contraria a la razón, determinante para explicar lo que hasta entonces había quedado inaccesible a la ciencia.

Freud no es aceptado por la academia positivista propietaria de la ciencia, porque ésta es hija de la razón, y la razón no acepta al inconsciente, al no ser medible ni predecible ni verificable.

Fue el siglo XX, ¿y lo será el XXI?, la centuria de la ciencia de los hechos, el método experimental, el de intervenir en su conjunto, incluyendo al hombre dándole las formas más caprichosas. La estructura del universo se va descifrando por la actitud omnipotente del hombre que no considera límites físicos ni sociales ni morales a sus actos, pues cree que él mismo fue quien los inventó.

Sin embargo, tanto científicismo que deja de lado a la sicología de las profundidades de Freud no ha podido, sino por el contrario, frenar la descomposición social y la violencia y capacidad de la destructividad humana. No es ignorando al inconsciente y a la parte “negra” que nos habita y constituye como lograremos, si es que es posible, dar todavía esperanza al futuro de la humanidad.

De nada ha servido la ciencia medible, precisa y aséptica que ha dado paso a la creación de tecnología de punta para crear armamento complejo para matar y aniquilar.

Hartos estamos de escuchar discursos cargados de estulticia en los que se habla y actúa desde la prepotencia imperialista de “bombas inteligentes”, guerras, (léase) matanzas preventivas. Ya no cabe el engaño.

A pesar de la manipulación y el uso alevoso y perverso de los mass media, las imágenes de tortura no hacen sino constatar que hemos perdido el rumbo.

Quizá aún haya tiempo de enmendar tantos errores. Pero para ello habrá que estudiar con más profundidad la naturaleza humana.

http://www.jornada.unam.mx/2008/09/19/index.php?section=opinion&article=a06a1cul

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José Cueli: La soberana crueldad

Jacques Derrida lanza en su libro Estados de ánimos del psicoanálisis: lo imposible más allá de la soberana crueldad no sólo un reto al sicoanálisis sino a todo el pensamiento contemporáneo, particularmente en los ámbitos de la ética, la política y la jurisprudencia.

Si bien con sus numerosos textos sobre la deconstrucción en los que hace una demoledora crítica a la metafísica occidental (fonologocéntrica), con éste y otros libros, como Políticas de la amistad y Hospitalidad, nos va conduciendo a repensar los males que aquejan a la humanidad y ello culmina en el texto mencionado al inicio donde abiertamente reclama al sicoanálisis el hecho de no haberse propuesto todavía pensar y penetrar en los axiomas de lo ético, lo político y lo jurídico.

Sus críticas al sicoanálisis han sido duras. Su mejor aval para ello es el profundo conocimiento del mismo y el valor de sus sólidas argumentaciones estriba en que ha hecho un verdadero trabajo de exégesis sobre el mismo.

En este inicio de siglo marcado, como señala Derrida, por “el fantasma teológico de la soberanía y donde se producen los acontecimientos geopolíticos más traumáticos, digamos incluso, confusamente, más crueles de estos tiempos” el lugar protagónico lo ocupa la crueldad.

Por una parte guerras, genocidios, terrorismo e intolerables violaciones a los más elementales derechos humanos, como es el derecho a la vida y la libertad que se ven, como en los casos de secuestro, brutalmente soliviantados.

En éstos no sólo la crueldad se enseñorea sobre la víctima directa sino sobre sus familias y sobre toda la sociedad en general que vive aterrorizada con semejantes atrocidades que se incrementan, de manera alarmante, día con día.

Por otra parte aparecen, como enfatiza Derrida, declaraciones de derechos del hombre y la mujer, condenas al genocidio, el concepto de crimen contra la humanidad, la creación de instancias internacionales y la denuncia sobre la crueldad desmedida que a la luz de las propias soberanías se ejerce sin control sobre los individuos.

Derrida insiste en que resulta imperativo abordar el concepto de crueldad al que califica de confuso y enigmático, y que permanece, según su opinión, en el oscurantismo tanto en el sicoanálisis como fuera de éste.

El reto planteado al sicoanálisis, según Derrida, sería: “Realmente hablamos de coartada, menos sin alguna presunción de crimen. Ni de crimen sin alguna sospecha de crueldad. Pasa por todas partes, desde la definición del psicoanálisis. Pero (psicoanálisis) sería el nombre de eso que, sin coartada teológica ni de cualquier otra clase, se volcaría hacia lo que la crueldad psíquica tendría de más propio”.

Para Derrida el sicoanálisis sería el nombre de eso (sin coartada), sí, según él, esto fuera posible. El reto lanzado por Derrida al sicoanálisis debe ser tomado y, como dice Lapalanche, hay que poner a trabajar los conceptos y al propio Freud, en lugar de encasillarlo en una simple terapia adaptativa con pretensiones simplistas de curación.

El sicoanálisis es mucho más que eso, mejor dicho, es otra cosa. Busca, por definición, el desciframiento del texto inconsciente que se nos presenta como algo enigmático. Visto así, la crueldad también enigmática requiere un trabajo de desciframiento.

Profundizar en ello, como aconseja Derrida, es tarea impostergable para el sicoanálisis. No debemos seguir permitiendo que la crueldad se abata sobre los sujetos sin miramiento alguno. No podemos permitir tener que seguir viviendo en el terror y la angustia de ser atropellados por tragedias como el secuestro que representan traumas que no pueden elaborarse.

¿Quién puede resignarse a la brutal muerte de un familiar y particularmente a la muerte de un hijo?

Esas heridas nunca cicatrizan, nos llenan de odio, impotencia y confusión. La vida de los afectados nunca vuelve a ser la misma.

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Hermann Bellinghausen: Un centímetro más allá

“Ni que fuera para tanto”. “Hombre, qué tanto es tantito”. La agresión sexual contra mujeres y menores habrá quien diga que es inevitable, parte de la condición humana. O que existen problemas más importantes, luchas más heroicas y urgentes que combatir los hábitos de agresión machista (siempre humillante, predadora, impune).

En este periodo nacional en que predominan la crueldad, la corrupción y el desprecio a la vida humana (convertidos en los bien remunerados oficios de secuestrador y sicario), la violencia sexual dejó ya una cicatriz en la fama de México, y una herida abierta. Sí, se acabaron el desdén, el ninguneo, la ironía, la negación para las muertas de Ciudad Juárez (¿habrá que sumarles a la niña de 12 años asesinada la semana anterior pues, junto con dos amigas de la misma edad que sobrevivieron, fue usada como parapeto de una banda de delincuentes en balacera con otra?). Todas ellas son un síntoma, una tragedia colectiva, un aviso.

Menor respeto han merecido del gran público, los grandes medios y las grandes autoridades los asesinatos de tres mujeres nahuas en Zongolica, mayores de edad o ancianas. Sus cuerpos aparecieron con huellas de abuso sexual. Ni el presidente de la República, ni su ombudsman, ni las fuerzas armadas admiten que esas cosas ocurren. Columnistas hay que hasta hacen chistes. Ocupando tan sólo un pedacito de la boyante nota roja, las mujeres mueren por ser mujeres.

El hostigamiento contra ellas, la violación y el abuso son pluriclasistas y no respetan ideologías. El gobierno de Jalisco, histérica y etílicamente católico, solapa a sus autoridades ¡de justicia!, descubiertas in fraganti teniendo sexo con menores “contratadas” para animar sus fiestas. El mandatario de Puebla pasó a la historia con sus dos botellas de coñac bien cogidas, y ahora imparte conferencias motivacionales a sus correligionarios sobre cómo manejar dichas “crisis” atizadas por la oposición y cómo limpiar la imagen con dádivas al pobrerío y la prensa leal. Ahora la represión es más sexista que nunca: Guadalajara, Atenco, Oaxaca.

Pero en todas partes sopla el aire. ¿Quién arrojará la primera piedra? Recientemente, organismos civiles y colectivos de San Cristóbal de las Casas han denunciado la presencia de varones agresores en sus propias filas: cuates, colegas, compañeros de lucha por las buenas causas. Un verdadero acontecimiento, una conmoción, y la aceptación de que no son los únicos casos, ni los primeros.

Ataques de género se suceden en escuelas, cárceles, sacristías, centros de trabajo, hogares y gendarmerías de todo el país. Cuántas veces nadie dice nada. La agresión es “normal”, casera, con frecuencia intrafamiliar, negada por victimarios, víctimas y elusivos testigos (esas madres que “no vieron” al padre, padrastro o tío metiéndose con la hija, y que se llevan la negación a la tumba). Nunca faltan compadres propasados, amigotes del hermano, maestros, entrenadores, confesores, guardianes de la ley. Ni esas muchachas deprimidas hasta la inanición que se blindan contra las emociones y callan en ausencia de ternura y comprensión.

“Así son los hombres”. Incontinentes ¿por naturaleza? Con tantito poder, a cuántos aqueja el síndrome Bill Clinton. La opinión de la mujer carece de importancia para los varones en sus escarceos. Ya no digamos cuando el hombre trae intención de abuso a-como-dé-lugar, para probar que sí es macho y porque puede, puede. Pasa hasta en las mejores familias. En el primer mundo y en todos los demás.

Lo que está sucediendo en el ámbito progresista de San Cristóbal puede enrarecer el ambiente. O bien volverse un fenómeno liberador y de gran valor educativo. No falta quien vea en las denuncias y movilizaciones de ONG y grupos feministas revanchismo, ánimos de linchamiento, “exageraciones”. ¿Y si sí, qué? Estos no parecen ser el motivo de fondo, sino romper el silencio, como dicen ellas en una carta pública a los hombres.

“También es una violencia que, después de sufrir una agresión, tenemos que demostrarla y convencer a la gente de lo que nos ha pasado, y aún así hay gente que no nos cree. Ignorar, no querer ver, no tomar posición y hasta aliarse con un agresor es pactar con la violencia. Es no considerar nuestra lucha por ser dueñas de nuestros cuerpos como una lucha tan importante como las otras en las que estamos.”

Un agresor es un agresor. No entiende (ni lo cree necesario) que “un no siempre significa no”, inclusive en el matrimonio. Hasta la mujer más desinhibida, tolerante o imprudente tiene derecho a decidir qué, cuándo y hasta dónde. Un centímetro más allá, todo es violencia.

* La Jornada

* http://www.jornada.unam.mx/2008/06/16/index.php?section=opinion&article=a12a1cul

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