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Marcelo Colussi: Latinoamérica, en defensa de la universidad pública

En Latinoamérica las universidades tienen una larga historia. Se crearon ya en los primeros años de la conquista; la primera de ellas nace en 1538: la Imperial y Pontificia de Santo Tomás de Aquino en la isla de Santo Domingo. Años más tarde, en 1551, se fundan la de Lima y la Nacional de México.

En 1636, cuando apenas nacía la de Harvard en Estados Unidos, ya había trece universidades en la región latinoamericana, llegando más tarde a 31 en el momento en que se producen los procesos independentistas a comienzos del siglo XIX. En todos los casos, estas instituciones reflejaban el modelo medieval traído de Europa, asociado siempre con los poderes de la realeza y de la iglesia católica. Con la independencia de las nuevas repúblicas comienza a introducirse una nueva idea de universidad, acorde con el surgimiento de las nuevos Estados desarrollados sobre los modelos europeo y estadounidense, con la misión básica de formar profesionales liberales y desarrollar disciplinas académicas.

El modelo en juego imitaba el concepto napoleónico del siglo XIX, en el que la preparación profesional se separaba de los centros de generación del conocimiento, exclusivamente académicos y científicos. Frente a este modelo de profesional liberal fue surgiendo otra concepción en Alemania, donde aparece la “universidad de investigación”. Allí la enseñanza técnica se combinaba con la generación del conocimiento puro y la ciencia, lo cual tuvo el valor de una verdadera revolución académica. Ese esquema investigativo fue consolidándose en Europa durante el siglo XIX y luego en Estados Unidos, acorde al crecimiento económico que iba impulsando más y más desarrollos técnicos para la floreciente industria capitalista. Ese modelo se fue solidificando y es el imperante hoy día, en el que se da una asociación directa del conocimiento generado en la universidad con su aplicación práctica en la esfera económica, vía empresas privadas básicamente. En el transcurso del siglo XX la investigación científico-técnica terminó por ligarse enteramente al crecimiento económico, y las ciencias pasaron a ser el sostén de la industria moderna. El modelo universitario, por tanto, pasó a ser una actividad inseparable del crecimiento económico del capitalismo desarrollado, ya completamente alejado de los esquemas medievales que llegaron a Latinoamérica con los años de colonia.

En el siglo XXI esa tendencia se mantiene y profundiza, más aún con los nuevos paradigmas de producción caracterizados por la globalización de la economía y el paso hacia la “sociedad del conocimiento”, basada cada vez más en tecnologías hiper desarrolladas y sumamente cambiantes, enfermizamente competitivas. La tendencia, muy evidente en los países del Norte y que también llega al Sur, a veces provocando procesos distorsionados, forzados, es poner la universidad de investigación al total servicio del mercado, llegando así a la noción de “universidad empresarial”, donde lo que cuenta es la óptima relación costo-beneficio concebida desde el lucro y donde se va esfumando la idea de desarrollo social, de extensión y servicio comunitario. Pero todos estos procesos, surgidos en los países que marcan el rumbo, llegan a la región latinoamericana como tibia copia. No ha habido, en general, procesos con dinámicas propias. Siempre se ha tratado de imitar al Norte, visto como opulento y modelo a seguir.

A principios del siglo XX, en toda Latinoamérica tienen lugar procesos de profunda autocrítica y explosión renovadora en el seno de las universidades. Surgidas en la de Córdoba, Argentina, las protestas estudiantiles denunciaban la permanencia de estructuras clasistas y oligarcas en instituciones que no respondían a los procesos de modernización social que vivía el país por aquel entonces, con casas de altos estudios aún organizadas según criterios semi-medievales arrastrados durante toda la colonia, sentando así las bases para una ola de reformas universitarias y crítica social que en las primeras décadas del siglo va a barrer toda la región. Pero esos explosivos movimientos reformistas sólo llegaron a resultados reales en el plano político, sin alcanzar a transformar las estructuras económico-sociales de base de sus respectivas sociedades.

Las banderas fundamentales levantadas por estos movimientos eran la autonomía universitaria y la cogestión, elementos que se consideraron principios necesarios para convertir a las universidades en motores eficientes de la democratización social y cultural, y por tanto del desarrollo nacional. Pero sin dudas esos cambios no fueron suficientes para transformar las sociedades en que tuvieron lugar. Las desigualdades sociales se mantuvieron y el acceso a la educación superior siguió siendo algo selectivo, tal como se mantiene a la fecha. En realidad, el principal logro concreto que obtuvieron los movimientos de reforma universitaria fue el de incorporar la representación estudiantil a los organismos de gobierno de las casas de altos estudios. Con la autonomía, las distintas universidades latinoamericanas se convirtieron en centros de denuncias, semillero de luchas políticas y protestas contra el orden social imperante. Por largas décadas estas instituciones fueron un referente en la vanguardia intelectual pasando a ser centros de pensamiento crítico, y en la segunda mitad del siglo XX, el lugar donde se inspiraron numerosas propuestas de transformación revolucionaria. Pero todo eso ha cambiado en estas últimas décadas. Cambiado, claro está, a favor del gran capital y no en provecho de las mayorías populares.

Es necesario decir que aquellas reformas de inicios del siglo XX, si bien contribuyeron a crear un espíritu crítico entre estudiantes y catedráticos que se mantuvo activo por décadas, no lograron articular enteramente a las universidades con la producción de conocimiento y su función social. En toda la región latinoamericana, las universidades no se centraron en la creciente importancia de la ciencia para el cambio técnico-productivo, ni pudieron servir a proyectos políticos que superaran los modelos económicos dependientes y progresaran hacia la industrialización autosuficiente.

La historia de las universidades en Latinoamérica se ha ligado, fundamentalmente, a la formación de profesionales; su faceta de investigación y producción de nuevos conocimientos, tal como se dio en sus homólogas del Norte, no es lo que más ha destacado. A ello se agrega recientemente un proceso que refuerza lo anterior: el crecimiento imparable de las universidades privadas, concebidas especialmente como formadoras del recurso adecuado a la empresa privada que la demanda.

Vale tener en cuenta la forma en que el venezolano Vladimir Acosta sintetiza el perfil de nuestras casas de estudio superior: “uno de los grandes problemas de las universidades latinoamericanas es que son unas universidades colonizadas, dependientes, subordinadas a una visión derechista, globalizada, eurocentrista y blanca de mirar el mundo. Son universidades donde los saberes se disocian, se fragmentan, justamente para impedir una visión de totalidad, y para hacer del estudiante que se gradúa, que egresa como profesional, un profesional limitado, con una visión burocrática profesional, orientada en lo personal a hacer dinero, y en la visión que se tiene a encerrarse dentro de un marco profesional sin tener conocimiento de su identidad, de su historia y de su compromiso con su país”.

Hoy por hoy se ha instalado en la región la dinámica de universidad pública versus privada. Ese crecimiento enorme de las universidades privadas es un fenómeno muy propio de América Latina; ello se explica por las políticas neoliberales de los años 80 y 90 que, luego de las sangrientas dictaduras de décadas atrás, vinieron a privatizar todos los espacios. En la década de los 90 la privatización de la enseñanza superior alcanzó niveles notables en toda la región y a un ritmo muy acelerado, al mismo tiempo que se desarmaban los Estados nacionales y se privatizaban todos los servicios. En el transcurso de la década, la proporción de estudiantes matriculados en universidades privadas pasó de un 20% a cerca de 35%, lo que hace que la región cuente hoy con una de las mayores proporciones de estudiantes universitarios dentro de la opción privada en el mundo.

Estas universidades privadas se amoldan a cabalidad al modelo neoliberal que se ha impuesto, pues trabajan esencialmente para el mercado. Su visión se centra en la formación de recurso humano para las necesidades de la iniciativa privada, sin que cuente la idea de desarrollo nacional, de proyecto de país. Siempre copiando modelos de universidades “exitosas” (léase: privadas) del Norte, se prioriza la formación profesional de excelencia con criterios individualistas, sin pensamiento crítico. Los ideales de reforma universitaria de principios del siglo XX van quedando en el olvido. Disciplinas que fomenten la visión global de los procesos dando herramientas de análisis político-social para entender, y eventualmente transformar, las realidades nacionales, parecen ser cada vez menos importantes, reduciéndose su presencia en los planes de estudio, orientados más a la formación en aspectos técnicos.

De todos modos, como lo advierte Roberto Rodríguez Gómez, “la gran expansión del sector privado se ha realizado sobre la base de una multitud de pequeños establecimientos que, si bien ofrecen enseñanza de nivel profesional, carecen, por regla general, de estructuras de postrado y de investigación. Debe hacerse notar que no todas las instituciones de enseñanza superior pública en América Latina pueden ser clasificadas como “universidades de investigación”, es decir, como instituciones que cumplen realmente con las funciones de docencia, investigación y difusión. En otros términos, ese auge de la privatización de la enseñanza universitaria no significa necesariamente una explosión de calidad y de excelencia académica. Es, en todo caso, un síntoma más de los tiempos que corren, marcados por la prédica neoliberal.

Pero lo más preocupante de todo esto no es la posible desaparición de la universidad pública bajo el desarrollo vertiginoso de las privadas. Eso no pareciera posible, por diversas razones históricas. De hecho, el peso de las públicas es –y todo indica que seguirá siendo– mucho mayor que el de las privadas, tanto en presupuesto, estudiantes matriculados, presencia social e impacto con su extensión comunitaria, así como en investigación y producción de nuevos conocimientos. Lo que sí es alarmante es la ideología privatizadora que está en juego. Las universidades públicas se están privatizando en su concepción. Como bien lo expresó Deiby Ramírez: “la Universidad es pública cuando además de ser financiada por el Estado, está abierta con carácter de servicio público a todos los estratos sociales, y los beneficios de esa educación superior son para toda la sociedad”. Es decir: para ser un proyecto público no se trata sólo de recibir fondos públicos (la Nasa, en Estados Unidos, también los recibe, dicho sea de paso) sino de ver el modelo en función del que se trabaja. Las universidades públicas, acorde al nuevo dios-mercado que se ha impuesto con su omnímoda exigencia de eficiencia en la relación costo-beneficio (leyéndolo en clave capitalista: lo que no da ganancia hay que desecharlo, olvidémonos del interés social) se van constituyendo cada vez más en expresiones de la ideología privatista. Sus sistemas de post-grado lo evidencian de modo palmario: son todos pagos, en muchos casos más onerosos incluso que las ofertas de las universidades privadas. Lo cual no significa que, por fuerza, deba ser así: si hay voluntad política de mantener tanto ese segmento de la educación superior, como el proyecto universitario en su conjunto, en forma pública, se puede. Y el sistema no se resiente. Cuba, por ejemplo, que tiene excelentes universidades, mantiene todos sus post grados en forma gratuita para los propios ciudadanos cubanos. Evidentemente la decisión de adorar al dios mercado no es técnica; es política.

Amparándose en la idea de autosuficiencia financiera y desregulación (eufemismos para nombrar la privatización y la apología del mercado), las universidades públicas se han visto compelidas a diversificar sus fórmulas de financiamiento bajo la hipótesis de corresponsabilidad con el Estado por medio del cobro de cuotas de admisión y colegiaturas, venta de productos y servicios, concurrencia sobre financiamientos concursables, entre otras. Es decir: privatización encubierta.

Con todo ello, la universidad pública, aunque no desaparezca formalmente como tal, no deja de enviar un mensaje: hay que amoldarse a las fuerzas que lo deciden todo, es decir: el mercado. El proyecto en juego es seguir apuntalando un sistema económico basado en el lucro personal, que ya se ha demostrado infinitamente que no ofrece salida para las grandes mayorías de la población.

Pero definitivamente hay otras opciones a ese modelo. Luchar por la gratuidad de la educación superior y por el compromiso de la universidad con su comunidad es seguir manteniendo viva la esperanza en que la vida no sólo puede concebirse como mercancía para vender. En ese sentido, defender la universidad pública –y más aún: defenderla en Latinoamérica, donde la universidad tiene una larga historia de lucha social y compromiso con el pensamiento crítico– es seguir apostando por otro mundo posible, por darle forma a las utopías, por no resignarse ante la injusticia.

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Carmelo Ruiz Marrero: ¿Son seguros los transgénicos?

¿A qué se debe la controversia en torno a los alimentos genéticamente modificados, también conocidos como transgénicos? ¿Son seguros para consumo o no?

Quienes defienden los transgénicos argumentan que no hay evidencia científicamente válida de que hagan daño. ¿Existe tal evidencia o no? Esta pregunta tiene sólo dos respuestas posibles, y ninguna de las dos trae sosiego. O respondo que sí hay evidencia de daños o respondo que no la hay. Podría responder de inmediato que sí, pero para demostrar que es la pregunta incorrecta responderé de primera intención que no.
Si no existe tal evidencia, todavía el debate queda abierto, todavía no queda demostrado para nada que sean seguros. Después de todo, ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia.
Quien esté tranquilo y satisfecho con la aseveración de que no hay evidencia de daños está presumiendo que alguien en alguna parte está haciendo o ha hecho averiguaciones a respecto. Los defensores de los transgénicos señalan, con un aire de finalidad como para poner fin al debate, que la agencia estadounidense FDA, que vela por la inocuidad de medicamentos y alimentos, declaró que estos productos son sustancialmente equivalentes a sus contrapartes no transgénicos y que por lo tanto no presentan ningún riesgo novedoso al consumidor.
Pero la FDA no examina los alimentos transgénicos. Lo que hace es aceptar los datos que le someten las compañías que los hacen. Casi todos los estudios que someten son confidenciales. Si son tan seguros estos productos, ¿Por qué la confidencialidad?
“El consultar la FDA sobre la seguridad de alimentos transgénicos es un ejercicio puramente voluntario, en el que la agencia recibe resúmenes sin datos y conclusiones sin fundamento”, informa el investigador Jeffrey Smith en su excelente libro ‘Genetic Roulette’ (Ruleta Genética). “Si la compañía alega que sus alimentos son seguros, la FDA no tiene más preguntas. Por lo tanto, se aprueban para venta variedades transgénicas que nunca fueron alimentadas a animales en estudios de seguridad rigurosos y probablemente nunca a humanos tampoco.”
La FDA “depende casi totalmente de la notificación voluntaria de las compañías de biotecnología”, advierten los científicos húngaros Arpad Pusztai y Susan Bardocz. La FDA “sólo acepta las aseguranzas de las compañías de biotecnología de que su producto es seguro.”
Los defensores de los transgénicos nos dicen que son los productos más minuciosa y exhaustivamente examinados de toda la historia y hacen referencia a montañas de estudios y datos a este fin. Pero cuando uno excluye los estudios que son confidenciales entonces la pila se achica bastante. De la pila que queda, la mayor parte consiste de estudios que si bien son minuciosos fueron hechos para determinar variables agronómicas relacionadas a la productividad y rendimiento, datos que no tienen ninguna utilidad para determinar inocuidad. Una vez excluimos esos, la pila de estudios y datos se achica más aún.
De los estudios que tienen alguna relevancia a la salud humana, ¿Cuántos de estos son públicos y no confidenciales? ¿Cuantos han pasado por el proceso de revisión por los pares y sido publicados en la literatura científica? Como que la pila sigue achicándose. Y de éstos, ¿cuántos NO fueron financiados por la industria de biotecnología?
¿Quién puede creer que la fuente de financiamiento de una investigación científica no es de importancia? En un informe publicado en la revista Nutritional Health, I. F. Pryme y R. Lembcke observan que los estudios científicos sobre transgénicos que no son financiados por la industria tienden a encontrar problemas con serias implicaciones para la salud humana, mientras que los estudios financiados por la industria nunca encuentran ningún problema.
De cualquier modo, ¿Qué compañía ha encontrado algo malo con sus propios productos? ¿Cuántas décadas pasaron antes de que la industria tabaquera admitiera tímidamente que quizás podía existir alguna relación entre su producto y el cáncer?
Sepan ustedes que los estudios sobre transgénicos revisados por los pares y debidamente publicados que tengan alguna relevancia a la salud humana son apenas más de veinte. De estos, ¿Cuántos fueron realizados con sujetos humanos? Uno solamente. Es realmente preocupante que se hayan comercializado estos productos de manera masiva cuando la base de datos sobre su inocuidad es tan diminuta.
Las pocas veces que datos confidenciales sobre alimentos transgénicos han salido a la luz pública éstos han resultado ser sumamente preocupantes.
El 22 de mayo de 2005 el periódico inglés The Independent reportó la existencia de un informe secreto de la compañía de biotecnología Monsanto sobre su maíz transgénico Mon 863. Según el informe, de 1,139 páginas, ratas alimentadas con este maíz por trece semanas tuvieron conteos anormalmente altos de células blancas y linfocitos en la sangre, los cuales aumentan en casos de cáncer, envenenamiento o infección; bajos números de reticulocitos (indicio de anemia); pérdida de peso en los riñones (lo cual indica problemas con la presión arterial); necrosis del hígado; niveles elevados de azúcar en la sangre (posiblemente diabetes); y otros síntomas adversos. Portavoces de Monsanto aseguraron que la compañía haría público el informe, pero no lo hizo de buena gana, alegando “confidencialidad”, y al principio sólo publicó un sumario de once páginas. No fue sino hasta que un tribunal alemán ordenó su divulgación unos meses después que el texto entero fue hecho público.
Es importante señalar que esta importante información es pública no por la buena fe de Monsanto sino porque algún buen empleado con acceso a documentos confidenciales de la compañía se tomó el riesgo de llevarla a la prensa. De no ser por este héroe anónimo, todavía hoy seríamos felizmente ignorantes sobre los efectos del Mon 863. Cabe preguntar entonces, ¿Habrá otros transgénicos nocivos que la industria de biotecnología nos está dando de comer a sabiendas de que son dañinos?
¿Qué más se puede esperar de una compañía como Monsanto? El excelente documental Le Monde Selon Monsanto (“El Mundo Según Monsanto”) de la cineasta francesa Marie Monique Robin, muestra cómo esta corporación ha pasado décadas negando responsabilidad por los horrendos daños a la salud ocasionados por el Agente Naranja, defoliante tóxico que ésta fabricó y que se utilizó extensamente en la guerra de Vietnam.
También se presenta en el filme el caso del pueblo de Anniston, en Alabama, EEUU, el cual sufrió por décadas de contaminación de sustancias tóxicas conocidas como PCB vertidas por Monsanto, contaminación que la compañía pretendió encubrir. En el curso de la batalla que la comunidad de Anniston dio en corte salió a luz un memorando interno de la compañía que decía “No nos podemos dar el lujo de perder un solo dólar de ganancia” (We can’t afford to lose one dollar of business).
En vista de estos hechos, ¿Qué se puede esperar de esta compañía cuando nos asegura que sus transgénicos son seguros? Robin y yo no criticamos a Monsanto de manera arbitraria y gratuita. Es que la compañía tiene 90% del mercado mundial de cultivos transgénicos, por lo tanto es sólo justo que reciba 90% de nuestras críticas.
Otro caso preocupante que demuestra que la FDA no está haciendo nada en lo absoluto para asegurar la inoucuidad de los transgénicos es el del guisante australiano. En 2005 un guisante transgénico experimental desarrollado en Australia por la Commonwealth Scientific and Industrial Research Organization provocó una fuerte reacción inmunológica en ratas de laboratorio.
Científicos de la escuela de investigación médica John Curtin en la ciudad de Canberra sometieron el guisante transgénico a una batería de pruebas de las que normalmente se hacen a medicamentos, no a alimentos. Las ratas que ingirieron el producto mostraron cambios significativos en sus sistemas inmunológicos y nódulos linfáticos. Esto es más que suficiente para prohibir su consumo.
Hay que enfatizar que las pruebas que realizaron los australianos no son requeridas por ley para alimentos transgénicos en Estados Unidos. Este producto hubiera entrado al mercado estadounidense si hubiera pasado por el sistema regulatorio de la FDA. Por lo tanto, no nos sorprenda que productos transgénicos igual o más nocivos que el guisante en cuestión pueden estar en el mercado ahora mismo.
Igual o más interesante que los resultados del experimento es el hecho de que los mismos científicos que desarrollaron el guisante y realizaron el experimento no entendían la importancia de lo que habían hecho. Las pruebas que habían realizado nunca antes se habían hecho con alimentos transgénicos y aún así ellos realmente estaban convencidos de que las pruebas que habían hecho eran la norma en el resto del mundo. Esto demuestra que los propios biotecnólogos- al menos la mayoría de ellos- están sumamente desinformados sobre su propio quehacer.
En honor a la verdad, la FDA sí examinó productos transgénicos, pero lo hizo una sola vez, en 1992. En ese entonces determinó que estos alimentos son perfectamente seguros y que al no presentar ningún riesgo nuevo, no necesitan de pruebas adicionales.
La agencia se negó a hacer públicos los documentos internos relacionados a estas pruebas, lo cual provocó en 1998 una demanda de una coalición de grupos de sociedad civil dirigidos por la Alliance for Biointegrity exigiendo que se hagan públicos. El juez le dio la razón a la parte demandante y como resultado se hicieron públicas sobre 44 mil páginas de documentos relacionados con las pruebas realizadas sobre los transgénicos. Estos documentos enseñan que, contrario a lo que decía la alta cúpula de la FDA, no había ningún consenso entre los científicos de la agencia en cuanto a la seguridad de los transgénicos, y que varios de ellos expresaban serias preocupaciones sobre riesgos a la salud.
Los documentos desclasificados son interesantísimos y educativos. En uno de ellos, fechado 6 de marzo de 1992, el microbiólogo Louis Pribyl dice que “los efectos involuntarios no pueden ser despachados tan fácilmente, simplemente implicando que éstos también ocurren en la crianza convencional. Hay una profunda diferencia entre los tipos de efectos inesperados de la crianza convencional y los de la ingeniería genética.” Por su parte, la oficial de cumplimiento Linda Kahl advirtió en un memorando con fecha de 8 de enero de 1992 que al “tratar de forzar una conclusión final de que no hay diferencia entre alimentos modificados por ingeniería genética y alimentos modificados mediante prácticas de crianza tradicional (la agencia está tratando de) meter una ficha cuadrada en un hoyo redondo… Los procesos de ingenería genética y crianza tradicional son diferentes y de acuerdo a los expertos técnicos de la agencia, llevan a riesgos diferentes.”
Resulta que el oficial puesto a cargo de la investigación sobre transgénicos no era científico sino abogado, el licenciado Michael Taylor. Previo a su servicio público representó a Monsanto. Y tras terminar su labor en la FDA volvió al sector privado y llegó a ser vicepresidente de Monsanto. Es un caso clásico de poner el cabro a velar las lechugas. En inglés le llaman ‘revolving door’, el conflicto de interés creado por el continuo movimiento de profesionales entre los sectores privado y público.
Y el caso de Taylor no es nada fuera de lo ordinario. Clarence Thomas, ahora juez del Tribunal Supremo de EEUU, fue abogado de Monsanto, y el ex-secretario de defensa Donald Rumsfeld fue por ocho años jefe de la farmacéutica Searle, la cual Monsanto compró en 1985. Y Anne Veneman, la primera secretaria de agricultura de la administración Bush-Cheney, había estado en la junta de Calgene, empresa comprada por Monsanto en 1997.
La activista e investigadora Beth Burrows, fundadora del Instituto Edmonds, dedicó años a investigar el ‘revolving door’ de la industria biotecnológica pero eventualmente abandonó este esfuerzo porque ella razonó que sería más provechoso hacer una lista de los servidores públicos que NO estaban brincando a las compañías de biotecnología.
En su tiempo en la FDA el supervisor inmediato de Taylor era James Maryanski, quien fue confrontado por Robin en su documental. El pobre, sin duda sintiéndose emboscado, murmuró algunos argumentos cantinflescos a la vez que admitía que efectivamente había disidencia entre los científicos de la agencia en torno a la inocuidad de los transgénicos. Pero aún así se les aprobó, en contra del propio reglamento de la FDA.
Podría hablarles de muchas otras instancias que demuestran que las preocupaciones acerca de la inocuidad de los transgénicos, como las papas de Pusztai, la tragedia del triptófano, el fiasco de la hormona transgénica rBGH, las ratas de Ermakova, el testimonio de Kirk Azevedo, y muchas más, están bien fundamentadas. Pero por la cuestión de la brevedad, vayamos directo al argumento de remate: el etiquetado.
Si estos alimentos son tan seguros, ¿por qué se opone la industria a que vayan etiquetados para que los consumidores puedan identificarlos y usar su criterio para decidir si los quieren comprar o no? Los argumentos de las compañías en contra del etiquetado no son ni remotamente convincentes. Simplemente no confían en su propio producto y tampoco confían en la inteligencia del consumidor. Quizás se oponen porque sin etiquetado no puede haber trazabilidad, y sin trazabilidad no se puede asignar responsabilidad si alguno de estos alimentos transgénicos resulta tener efectos imprevistos.
Las denuncias y cuestionamientos aquí presentados no constituyen oposición a toda biotecnología, como creen erróneamente algunos. Es simplemente un reclamo de que se salvaguarde la ecología, la salud humana y el interés público en el desarrollo de esta y cualquier otra nueva tecnología. Los biotecnólogos no tienen por qué considerar inoportunos los planteamientos aquí expuestos, si son los mejores intereses de la humanidad lo que les motiva. Si lo que les motiva es el lucro y la ambición entonces se puede entender su molestia.
Referencias:
Cummins, Claire. “Uncertain Peril: Genetic Engineering and the Future of Seeds”. Beacon Press, 2008.
Robin, Marie Monique. Le Monde Selon Monsanto. http://www.arte.tv/lemondeselonmonsanto
Smith, Jeffrey. “Genetic Roulette: The Documented Health Risks of Genetically Engineered Foods”
Traavik, Terje & Lim Li Ching, editores. Biosafety First: Holistic Approaches to Risk and Uncertainty in Genetic Engineering and Genetically Modified Organisms” Tapir Academic Press, 2007.
Washington Post. “Monsanto hid decades of pollution” 1 de enero 2002.

Ruiz Marrero es periodista y educador ambiental, autor del libro “Balada Transgénica” y director del Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico.
* Argenpress

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Salvador García Soto: El Presidente está enojado

“N’hombre, éste no es de mecha corta, no tiene mecha”, dijo un día un panista encumbrado acerca de Felipe Calderón cuando éste asumió la Presidencia. Y el carácter irritable e impulsivo del Presidente está saliendo a relucir en momentos en que enfrenta la que hasta ahora es la etapa más conflictiva de sus dos años de gobierno.

Sin asesores que lo ayuden a mantener fría la cabeza y a tomar decisiones ecuánimes, y más bien rodeado de un grupo de amigos que le dicen lo que quier oír y le calientan el ánimo, Calderón está teniendo arranques que lo alejan de su discurso conciliador y democrático y colocan sus intenciones y decisiones más cercanas al presidencialismo autócrata.

El problema para el Presidente es que, aunque tiene aún poder suficiente para dar manotazos y pedir que rueden cabezas, por ejemplo en los medios, esa práctica hoy día tendría un altísimo costo político y le abriría un delicado y explosivo frente en momentos en que ya tiene abiertos flancos como el de la inseguridad, el combate al narcotráfico y la crisis económica que amenaza con volverse recesión en los próximos meses.

¿Tiene entonces algún sentido que colaboradores suyos, de los más cercanos, le estén llevando expedientes, con todo y textos subrayados, para convencerlo de que su problema son los medios y ponerlo a pelear contra periodistas y directivos?

Para empezar, no se entiende cómo secretarios del gabinete que se supone están metidos de lleno en el tema de la inseguridad o colaboradores de Los Pinos crean torpemente que su papel es acusando a directores de medios o pidiendo su cabeza, como si con eso ayudaran en algo al Presidente para enfrentar las crisis que, en distintos ámbitos, enfrenta en estos momentos el país.

Calderón ha tenido en las últimas semanas desplantes y actitudes públicas y privadas que muestran variaciones en su ánimo. De pronto, en un mismo evento, como el que tuvo con directivos y empleados de la transnacional Wal-Mart el jueves pasado, se le ve eufórico y excesivamente optimista, pero al mismo tiempo que cuenta anécdotas familiares, aprovecha para enderezar un duro discurso a los críticos de su gobierno, y mete en el mismo paquete a medios críticos que, acusa, tratan de “eliminar todo resquicio de esperanza de los mexicanos”; a sus detractores políticos “que auguran catástrofes”, y a “un puñado de delincuentes (que) no es significativo para decidir el futuro del país”.

Así, Calderón ubica, en su óptica obnubilada, igual a medios y periodistas críticos que a enemigos políticos que han hablado irresponsablemente de derrocarlo o a los delincuentes que desafían al Estado mexicano y a su gobierno.

Confundir tres cosas tan claramente distintas, grupos que persiguen objetivos completamente opuestos, sólo habla de un Presidente enojado, confundido y que en la ira que —por sí mismo o por obra de sus colaboradores— experimenta, no distingue diferencias de fondo y señala públicamente, y con un mismo rasero, a periodistas que ejercen su labor de informar y su derecho a la crítica y a delincuentes organizados que desestabilizan con violencia o a locuaces y deslenguados conspiradores contra su gobierno.

Decía Plutarco (50 AC) que es la crítica y no la alabanza lo que aleja del error al gobernante. Confundir la crítica con un crimen o con ánimos desestabilizadores sólo habla de la pequeñez política de quienes aconsejan al Presidente. Le hacen más daño a él y al país colaboradores ineptos, aduladores e irresponsables, que la crítica más mordaz que se le pueda hacer desde cualquier medio.

¿Tendrá Calderón en su círculo alguien que lo contradiga, que le muestre un ángulo distinto al que él ve de los problemas del país? ¿Alguien que no sólo lo adule y le diga lo que quiere oír, sino que lo ayude a equilibrar su visión y sus acciones?

Convendría que el Presidente se serenara. Que entendiera que no todos los amigos son capaces de decir la verdad al gobernante y que a veces para llegar a la verdad hay que escuchar tanto lo que dicen los amigos como los enemigos. Un par de frases escritas por José Martí a propósito de los gobernantes ayudaría a serenar los ánimos en la casa presidencial: “La vanidad tiene el hígado sensible; tiene artes increíbles la lisonja. El que le adula, le sujeta… Sólo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes”.

http://www.eluniversal.com.mx/columnas/73661.html

http://snipurl.com/3opqb

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José Cueli: La soberana crueldad

Jacques Derrida lanza en su libro Estados de ánimos del psicoanálisis: lo imposible más allá de la soberana crueldad no sólo un reto al sicoanálisis sino a todo el pensamiento contemporáneo, particularmente en los ámbitos de la ética, la política y la jurisprudencia.

Si bien con sus numerosos textos sobre la deconstrucción en los que hace una demoledora crítica a la metafísica occidental (fonologocéntrica), con éste y otros libros, como Políticas de la amistad y Hospitalidad, nos va conduciendo a repensar los males que aquejan a la humanidad y ello culmina en el texto mencionado al inicio donde abiertamente reclama al sicoanálisis el hecho de no haberse propuesto todavía pensar y penetrar en los axiomas de lo ético, lo político y lo jurídico.

Sus críticas al sicoanálisis han sido duras. Su mejor aval para ello es el profundo conocimiento del mismo y el valor de sus sólidas argumentaciones estriba en que ha hecho un verdadero trabajo de exégesis sobre el mismo.

En este inicio de siglo marcado, como señala Derrida, por “el fantasma teológico de la soberanía y donde se producen los acontecimientos geopolíticos más traumáticos, digamos incluso, confusamente, más crueles de estos tiempos” el lugar protagónico lo ocupa la crueldad.

Por una parte guerras, genocidios, terrorismo e intolerables violaciones a los más elementales derechos humanos, como es el derecho a la vida y la libertad que se ven, como en los casos de secuestro, brutalmente soliviantados.

En éstos no sólo la crueldad se enseñorea sobre la víctima directa sino sobre sus familias y sobre toda la sociedad en general que vive aterrorizada con semejantes atrocidades que se incrementan, de manera alarmante, día con día.

Por otra parte aparecen, como enfatiza Derrida, declaraciones de derechos del hombre y la mujer, condenas al genocidio, el concepto de crimen contra la humanidad, la creación de instancias internacionales y la denuncia sobre la crueldad desmedida que a la luz de las propias soberanías se ejerce sin control sobre los individuos.

Derrida insiste en que resulta imperativo abordar el concepto de crueldad al que califica de confuso y enigmático, y que permanece, según su opinión, en el oscurantismo tanto en el sicoanálisis como fuera de éste.

El reto planteado al sicoanálisis, según Derrida, sería: “Realmente hablamos de coartada, menos sin alguna presunción de crimen. Ni de crimen sin alguna sospecha de crueldad. Pasa por todas partes, desde la definición del psicoanálisis. Pero (psicoanálisis) sería el nombre de eso que, sin coartada teológica ni de cualquier otra clase, se volcaría hacia lo que la crueldad psíquica tendría de más propio”.

Para Derrida el sicoanálisis sería el nombre de eso (sin coartada), sí, según él, esto fuera posible. El reto lanzado por Derrida al sicoanálisis debe ser tomado y, como dice Lapalanche, hay que poner a trabajar los conceptos y al propio Freud, en lugar de encasillarlo en una simple terapia adaptativa con pretensiones simplistas de curación.

El sicoanálisis es mucho más que eso, mejor dicho, es otra cosa. Busca, por definición, el desciframiento del texto inconsciente que se nos presenta como algo enigmático. Visto así, la crueldad también enigmática requiere un trabajo de desciframiento.

Profundizar en ello, como aconseja Derrida, es tarea impostergable para el sicoanálisis. No debemos seguir permitiendo que la crueldad se abata sobre los sujetos sin miramiento alguno. No podemos permitir tener que seguir viviendo en el terror y la angustia de ser atropellados por tragedias como el secuestro que representan traumas que no pueden elaborarse.

¿Quién puede resignarse a la brutal muerte de un familiar y particularmente a la muerte de un hijo?

Esas heridas nunca cicatrizan, nos llenan de odio, impotencia y confusión. La vida de los afectados nunca vuelve a ser la misma.

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Jorge Ricardo: Libro de Rius critica a la Iglesia Católica

“La Iglesia Católica es un gran negocio basado en la figura de Jesucristo y en toda la parafernalia de vírgenes, santos y ángeles”, afirmó el caricaturista y escritor Eduardo del Río “Rius” (Michoacán, 1934), quien acaba de presentar su más reciente obra, ¿Sería católico Jesucristo? (Grijalbo).

El autor reunió información sobre los casos de pederastia de sacerdotes católicos, las violaciones sexuales a monjas y feligreses, la vida suntuosa de los cardenales o el apoyo que la Iglesia brindó a dictaduras como la de Augusto Pinochet.

¿Sería católico Jesucristo? es una publicación dirigida a los católicos, aseguró Rius en entrevista.

“Es para decirles: ‘esta es tu Iglesia. ¿Por qué la aceptas así como está? ¿Por qué te dejas explotar y ver la cara?’, para que pidan que su Iglesia se purifique porque se ha convertido en una cueva de ladrones, de pederastas y de abusadores de las mujeres”, dice.

En la obra se recuperan estudios como el de la Universidad de Nueva York revelado en 2004 acerca de los 4,400 sacerdotes que abusaron sexualmente de más de 10 mil menores durante un periodo de 50 años en Estados Unidos, también los más de 500 millones de dólares que acordó pagar la Arquidiócesis de Los Ángeles en 2007 para compensar abusos sexuales de sacerdotes o las acusaciones al cardenal Norberto Rivera por presunto encubrimiento al pederasta Joaquín Aguilar.

“Lo más hipócrita que hay en el mundo es el catolicismo vaticano”, escribe el caricaturista.

“Hablan de proteger la vida y no les importa que miles estén muriendo de sida a diario; adoran a María y no permiten el sacerdocio de las mujeres; atacan la homosexualidad y la mitad de ellos son homosexuales; están contra el aborto, pero obligan a las monjas que han sido violadas por curas a abortar”.

Cristo no fue católico ni cristiano y catolicismo no es lo mismo que cristianismo, aseguró.

“La Iglesia Católica ha dejado de ser cristiana. No sigue a Cristo; se ha dedicado solamente a conservar el poder y a hacer dinero”.

Rius estudió siete años para sacerdote.

“Mi mamá estaría feliz si yo hubiera llegado a obispo. ¡Hubiera sacado de la pobreza a toda la familia!”.

El escritor ha tratado la religión en otros libros, como Manual del perfecto ateo, La Iglesia y otros cuentos, Herejes, ateos y malpensados, El católico preguntón o Cristo de carne y hueso.

A decir del caricaturista, América Latina es el último refugio de la Iglesia Católica. “Lo único que le queda como clientela fija”.

Además consideró que México no va a crecer siendo católico.

“Me baso en los estudios de Max Weber, quien demostró que los países protestantes son los que más han progresado social y económicamente porque inculcan el valor del trabajo, por ejemplo. En cambio, el catolicismo se basa en la ignorancia de la población”.

Rius subrayó que la Iglesia Católica depende de un Estado extranjero, el Vaticano, y que no paga impuestos de los “servicios” que ofrece, aunque sí envía dinero al exterior.

Cuando estaba a discusión la nueva Ley del Impuesto sobre la Renta, que acabó con la exención fiscal a los derechos de autor, Rius se entrevistó con el actual presidente de México, Felipe Calderón, entonces coordinador del grupo parlamentario del PAN. “‘Esto es un impuesto que debe pagar todo el mundo’”, recuerda Rius que le dijo Calderón, “y entonces yo le pregunté: ‘¿Y por qué la iglesia no paga?’ y dijo : ‘No, no, yo soy partidario de que la Iglesia pague impuestos’, pero ahora parece que ya se le olvidó”.

A Rius le divierte el tipo de catolicismo que se practica en México.

“Dicen que México es un país católico, pero yo lo dudo, si realmente hubiera un sentimiento religioso, una práctica religiosa, México estaría mejor, porque todos los criminales se dicen católicos, porque las prostitutas se dicen católicas, todo mundo es católico. ¿Cuál es la diferencia?”

http://www.impre.com/laopinion/entretenimiento/arte-cultura/2008/8/11/libro-de-rius-critica-a-la-igl-73511-1.html

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José Cueli: Wittgenstein: juegos de lenguaje

Ludwig Wittgenstein murió en Cambridge, el 29 de abril de 1951, en casa de su amigo el doctor Bevan, no pudiendo hacerlo como él hubiera querido, como hermano lego en un convento dominico de los Midlands. Exiliado en sí mismo, encerrado en su piel como él solía decir, sus últimas palabras, dirigidas a la señora Bevan, fueron: “dígales que mi vida ha sido maravillosa”.

Aquél que dedicó su vida a la tarea de pensar conoció los fantasmas de la insania, la pobreza (habiendo sido uno de los hombres más ricos de Europa), la soledad y el suicidio; revolucionó la filosofía occidental en dos ocasiones; la primera, cuando contaba con tan sólo 20 años y, la segunda, en plena madurez, cuando rondaba los 50. Sacudió los fundamentos y las certezas de la filosofía tradicional, por tanto, a partir de sus enunciaciones la filosofía y el hombre no pueden ser ya pensados de la misma forma. Sus palabras fueron profecías de nuevos tiempos, de nuevas formas de entender al ser humano, el lenguaje y el pensamiento, la razón y el sentido. Con la apertura que su obra implica, la teoría filosófica al estilo tradicional, los paradigmas universales y trascendentales, las certezas y el sentido único resultan ya inaceptables. Los imperativos y los principios categoriales llegan a su fin. Su propuesta plantea un adiós definitivo a los fundamentos.

Para Wittgenstein, la racionalidad que puede haber en el lenguaje conlleva mil juegos y contextos distintos, con reglas diferentes para cada uno. Cualquier significado y cualquier sentido que emane del lenguaje siempre es relativo, lo demás son tan sólo fantasmas.

Su teorización acerca del sentido no lo conduce a una nueva teoría sino, por el contrario, a la exclusión de todas ellas.

La filosofía wittgensteniana libera de los agobios y esclavitudes que generan los problemas mal planteados que agitan al espíritu humano. Problemas que pretenden, vía argumentos lógicos y en extremo racionalizados y cerrados y que a ese nivel no significan, en realidad, nada ni tienen solución ni son problemas ni sus planteamientos y resoluciones resultan útiles ni válidos.

Para Wittgenstein, el lenguaje consiste en mil juegos, el uso diario de las palabras genera todo y cualquier sentido en el mundo. Cualquier significado y sentido de las cosas es relativo siempre. Concibe la filosofía como una terapia del espíritu, claridad de pensamientos para alcanzar una paz en el pensar que desemboque en una serena convivencia en soledad.

En palabras del propio pensador: “La filosofía es una praxis analítica y crítica del lenguaje, un estilo de vida y de pensar, no una doctrina”.

La filosofía, para él, no es un cuerpo doctrinal, no tiene un lenguaje propio ni un método concreto, tan sólo intenta, a partir de preguntas sin fin, aclarar las cosas mediante el esclarecimiento de su presentación lingüística.

En 1916, sin ambages, sentenció que la primera condición para filosofar es la desconfianza en la gramática. Vemos aquí una feliz coincidencia con el pensamiento de Nietzsche, cuando el filósofo alemán, sin concesión alguna de su parte, enunciaba:

“Ah, la razón, esa vieja hembra embustera. No nos liberaremos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática” (1888).

La propuesta filosófica de Wittgenstein nos conduce a preguntarnos si cuando hablamos en verdad decimos algo, y si decimos algo en verdad, qué decimos y desde dónde lo hacemos, desde qué juego lingüístico, qué contexto, qué forma de vida. Para él, las palabras también son acciones, que denotan, según la forma de expresión lingüística “fines, deseos o vacíos concretos”.

Sus obras, tanto el Tractatus como Investigaciones plantean un profundo cuestionamiento a las potencialidades de la razón, que en cierta forma prolonga el advenimiento de la aguda crítica que sobre la razón, la certeza, el sentido único, la centralidad y la fijeza ha emprendido el pensamiento posmoderno.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/04/25/index.php?section=opinion&article=a04a1cul

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Clitemnistra: La Fortaleza del Legionario

En días recientes, un compañero cibernauta inauguró su blogcín La Fortaleza del Legionario… un refugio para el intelecto. Esperamos que tenga mucho éxito y nos traiga muchas carcajadas.

Aquí les comparto el primer flamante post:
(favor de hacer soniditos como de tamboes en su cabeza)

Protección al libre pensamiento

Este espacio esta hecho para dar a conocer noticias, sucesos, acciones que cada vez más contribuyen para atestiguar la inmundicia del ser humano, su aferrado deseo de destruir su hogar y de paso el de muchas otras especies.

Bajo este concepto se incluira de todo, desde la conducta desviada de los politicos que actuan contra los intereses de la Nación, pasando por el ciudadano educado bajo la cultura del “valemadrismo”, las empresas que explotan a sus empleados, contaminen el ambiente, y que apoyen campañas electorales puercas…

También serán considerados sujetos a juicio a todas las doctrinas religiosas que buscan enriquecerse con la Fe de la gente, asi como promover la mentira y desinformación sobre la realidad de nuestro entorno, y también a los curas mañosos que abusen de los niños.

Formará parte de este espacio también, la critica severa a los programas de bajo contenido cultural y burdos, que tienen por objeto mantener a la sociedad idiotizada con estupidos guiones como el de “la pobre que se hace rica”, concursos para hacerse millonetas al instante, y sobre todo, los noticieros que mal informan a la sociedad o emiten su opinión personal sobre algún tema buscando influir en el criterio del televidente, y que cancelan el derecho de replica al no dar la misma oportunidad a todas las corrientes de pensamiento.

En el capitulo de los medios, por supuesto que serán analizados también los mensajes que lleva la publicidad, su verdadero fin, y si hay algo más que la simple intención de vender un producto.

Será bienvenida toda la infomación que permita documentar el camino del hombre en la busqueda de conseguir ser libre…

* La Fortaleza del Legionario
* http://fortalezalegionaria.blogspot.com/

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