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Arnoldo Kraus: México como secuestro

México, dice la organización no gubernamental IKV Pax Christi, ocupa el primer lugar en el número de secuestros a escala mundial. Terrible noticia, doloroso deshonor. La veracidad de la información es cruda y real. Ha conseguido que voces tan dispares como la de Felipe Calderón y la de Marcelo Ebrard consideren que los secuestros, la violencia y la inseguridad se conviertan en materia urgente dentro de sus obligaciones y prioridades. A ellos se han unido y se unirán muchas figuras públicas de nuestra nación. No es para menos. Mañana nuestros políticos van a Palacio Nacional. Hablarán. Nosotros esperaremos. Seremos, como siempre, los Godot mexicanos.

Se repite, con razón, que la educación, la vivienda y la salud son bienes indispensables y obligaciones del Estado hacia sus ciudadanos. Ahora debe agregarse a ese listado la seguridad como compromiso. A diferencia de las otras cualidades, cuya presencia o ausencia es obvia, la seguridad no era, hasta hace algunos años, tema de discusión cotidiana. Los políticos mentían diciendo que combatirían las muertes por inanición, pero no enlistaban dentro de sus discursos efectistas el combate contra la violencia. Ahora todos van a Palacio Nacional. Hablarán de los secuestros. Nosotros esperaremos. Seremos, no me aburro de repetir, el Godot, de Becket: nunca llega quien debe llegar.

El miedo, la desconfianza hacia los políticos y la policía, la violencia callejera y la presencia de la industria del secuestro han hecho que la seguridad, incluso de los más desprotegidos, ocupe lugar preminente en la conciencia de la vida cotidiana. Secuestro y violencia, no como enfermedad, sino como epidemia, se han adueñado de las primeras páginas de muchos rotativos nacionales e internacionales; se han apoderado de la conciencia del vivir de la ciudadanía mexicana. Conciencia dolorosa que se paga con angustia y con dinero. Conciencia que debería ser inconsciencia. Caminar por las calles con temor es anormal. Caminar con miedo es legado de nuestra clase política.

La angustia se comparte. Los ciudadanos la vivimos por la certeza de la inseguridad y los políticos porque su prestigio se cuestiona. Los gastos también corren por caminos paralelos. Las familias sufren lo indecible hasta lograr acuerdos con los secuestradores mientras que los políticos-policías invierten cifras millonarias, seguramente del erario nacional, para contratar guardaespaldas y comprar armamentos. (Imposible no abrir este paréntesis: he preguntado en muchas ocasiones en qué rubro hacendario quedan inscritos los guardaespaldas que cuidan a los políticos y a los empresarios y nunca he obtenido respuesta. La cifra ahí invertida debe ser elevada. Podría utilizarse, pienso, para cuidar a la ciudadanía.)

El secuestro se ha convertido en epidemia. Las epidemias son contagiosas. La del miedo por ser secuestrado y/o asesinado en la calle, no por atropello o por terremoto, sino por deambular en las calles calderonistas o ebrardistas es nefanda y vigente. Ni siquiera la tradicional inmunidad de nuestra clase política los ha protegido. Sendas declaraciones y vistosos desplegados en los periódicos dan cuenta del contagio.

Calderón, Ebrard y casi todos nuestros políticos están preocupados. Deben haber leído lo que se dice de su nación y de su ciudad en el mundo; les deben haber informado de las esquelas en los periódicos. Esas noticias, lo saben, son sólo la punta del iceberg. Nadie confía en la justicia mexicana. Como signo de inteligencia, es probable que ellos desconfíen tanto de nuestra justicia como el uno desconfía del otro, y como nosotros desconfíamos de ellos. Partiendo de esa premisa podrían sanear un poco las calles y paliar el miedo que nos habita. Partiendo de las descalificaciones que se prodigan deberían criticar lo que hacen y lo que no hacen.

No recuerdo en cuál película –palabras más, palabras menos– dice el hijo del actor principal: “entre los ladrones y la policía confío más en los primeros por su sinceridad”. A ese guión, que transcurre todos los días, en todas las calles, y en todos los tiempos del PRI, del PAN y del PRD agrego que aunado al malestar contra el cuerpo policial camina, imparable, una perturbadora desconfianza hacia la clase política. Como en tantas otras circunstancias, en México la realidad copia y supera la ficción. Gracias a la corrupción, a la impunidad y a los yerros de nuestros presidentes las películas detectivescas de Hollywood son, en México, palmaria realidad.

Hace muchos años escribí un artículo intitulado: “Adiós a la calle”. Repasaba la cruda verdad en la que se había convertido la ciudad de México y lamentaba que muchos niños ya no tenían la oportunidad de hacer de las calles su casa. Esa premonición crece sin coto. Hoy, aunque duele, preocupa distinto la escasa oportunidad de jugar en las calles. Esa preocupación ha sido remplazada por los secuestros y por la violencia.

Mi desconfianza hacia los políticos es nauseabunda, incurable e infinita. Me encantaría equivocarme. Mi esperanza es que las náuseas y la desconfianza que se profesan Calderón, Ebrard y anexas devenga acciones positivas.

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2008/08/20/index.php?section=opinion&article=023a2pol

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Clitemnistra: Brutalidad en Puebla ¿Hasta cuándo?

Nuevamente el aparato de protección y justicia poblanos están en la mira nacional. Esta vez, por el brutal abuso hacia el diputado local Pepe Momoxpan, un servidor público que se ha dedicado a denunciar a los ediles corruptos y a protejer a campesinos de las zonas marginadas del Estado de Puebla. Como bien es sabido, la tierra de la impunidad, no puede tol;erar que personajes de esta naturaleza les anden desarropando sus andanzas. El resultado del abuso de poder, no pierde el tiempo en hacerse notar.

Sin embargo, la interrogante principal queda aún en el aire. ¿Dónde esta la ciudadanía afectada mostrando su descontenta e indignación ante estos hechos? Hasta cuándo permitirá la sociedad poblana que le pasen encima sin pronunciarse y exigir justicia.

La nota de La Jornada de Oriente

Puebla, Pue., 28 de julio. José Manuel Pérez Vega, diputado local del Partido del Trabajo, fue encontrado con lesiones la madrugada de este lunes después de haber sido golpeado, torturado y arrojado a un barranco por policías de Tlacotepec de Porfirio Díaz –municipio ubicado en la Sierra Negra de la entidad–, quienes además le dispararon.

Mientras, la Policía Judicial informó que siete agentes municipales involucrados en la agresión fueron detenidos y presentados ante el Ministerio Público.

Con los ojos amoratados y el rostro hinchado por la golpiza, el representante popular ofreció la mañana de este lunes conferencias de prensa en Tehuacán y en la sede del Congreso local. Aseguró que policías de Tlacotepec le dispararon “más de 40 balas” a él y a Rafael García Salas, líder del Comité del Pueblo Unido, organización dedicada a la defensa de las costumbres indígenas prehispánicas.

Pérez Vega –conocido con el sobrenombre de Pepe Momoxpan– relató que él, su secretario particular, Hervey Rivera González, y Rafael García viajaban el domingo por la Sierra Negra hacia Tlacotepec de Porfirio Díaz, donde los esperaban algunos regidores y pobladores, a fin de recabar denuncias en contra del alcalde priísta, Esteban Gorgonio Merino, a quien acusan de no brindar servicios públicos ni apoyos a la población, además de actuar con despotismo.

Indicó que a la entrada de la cabecera de Tlacotepec policías municipales que instalaron un retén pretendieron revisar el vehículo del legislador, con el argumento de que estaban aplicando la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos.

El diputado les respondió que esa ley sólo podía ser aplicada por autoridades federales.

Narró que entonces los agentes trataron de someterlos, pero él y García Salas huyeron en una camioneta, y Hervey Rivera escapó por su lado.

Añadió que en el trayecto de Tlacotepec al municipio de Eloxochitlán escuchó al menos una docena de disparos provenientes de las patrullas que los perseguían.

Al llegar a un paraje de Eloxochitlán, policías de Porfirio Díaz dieron alcance a Pérez Vega y a García Salas. Los sometieron, los esposaron y comenzaron a darles una golpiza.

El petista sostuvo que en la agresión también participaron algunos civiles, y los uniformados, dirigidos por su comandante –un hombre identificado como El Jarocho–, le colocaron los cañones de sus armas en la sien, en la frente y en la boca. Aseguró que una decena de vecinos de Eloxochitlán fueron testigos de la agresión.

Pérez Vega dijo que los policías lo recostaron sobre el cofre de uno de sus vehículos. A gritos, pidió ayuda a los testigos. Les dijo que era diputado, que llamaran a la capital del estado. A continuación, los policías lo arrojaron a un barranco junto con el activista Rafael García.

Calculó que rodaron unos 30 metros por la pendiente, y cuando creyó que la agresión había cesado, los policías les dispararon al menos 30 veces; sin embargo, lograron huir y fueron auxiliados por campesinos del municipio de Ajalpan.

Pérez Vega dijo que no confía en las autoridades de Puebla y anunció que presentará una denuncia ante la Procuraduría General de la República (PGR).

El gobierno estatal anunció la creación de una fiscalía especial para investigar el caso, la cual estará a cargo de Arturo Martínez, y aseguró que no habrá impunidad para el alcalde de Tlacotepec si se compruebe que fue el autor intelectual de esta agresión, como asegura el legislador.

Todas las fracciones parlamentarias del Congreso de Puebla condenaron el ataque y exigieron su esclarecimiento.

http://www.jornada.unam.mx/2008/07/29/index.php?section=estados&article=033n1est

José Castañares

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