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Boris Pasternak: Hay que vivir sin imposturas

Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del futuro.

Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.

Debemos sumirnos en el anónimo
Y ocultar en él nuestros pasos
Tal como se oculta el paisaje
Tras una niebla espesa.

Otros siguiendo tus huellas, frescas
Recorrerán tu camino palmo a palmo,
Pero tú mismo no debes distinguir
La derrota de la victoria
No debes renunciar ni a una brizna de ti mismo.

Tú debes estar vivo.
Solamente vivir
Hasta el final.

 

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Boris Pasternak: “Hay que vivir sin imposturas”

Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del futuro.

Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.

Debemos sumirnos en el anónimo
Y ocultar en él nuestros pasos
Tal como se oculta el paisaje
Tras una niebla espesa.

Otros siguiendo tus huellas, frescas
Recorrerán tu camino palmo a palmo,
Pero tú mismo no debes distinguir
La derrota de la victoria
No debes renunciar ni a una brizna de ti mismo.

Tú debes estar vivo.
Solamente vivir
Hasta el final.

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Marichuy: sobre las “veletas amarillas” y Luis Eduardo Aute

La oposición de izquierda en México –es un decir-, el PRD o cuando menos una importante una fracción de éste, se ha vuelto dócil y maleable. Recientemente un periodista en La Jornada impíamente los llamaba “las gallinitas amarillas que ahora comen en la mano de Felipe Calderón.” Si bien es cierto que la política esencialmente es el arte de negociar, existen límites claros. En política hay que aprender a negociar todo lo negociable; sí… menos la dignidad y los principios. Pero quizá esto resulte anacrónico en un país gobernado por el filósofo del “haiga sido como haiga sido”. O como dice Luis Eduardo Aute, será que El resto es humo.


“Puede que esto de vivir
consista en disfrazarse de veleta y de girar
según qué viento

y de celebrar el triunfo
de las estrategias sobre la caducidad
del sentimiento

y de coronar las cumbres
más resplandecientes donde el águila
es experta en alpinismo

y de especular con el honor
como la causa justa más preciada
del mejor cinismo… ”

[El resto es humo

Luis Eduardo Aute

fragmento]


http://www.trovadores.net/nc.php?NM=6996

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Marichuy: Sobre “El amor eterno”.

La próxima vez que alguien le hable del amor eterno, recuerde que, como diría James Bond, solo la muerte y los diamantes son eternos… salvo que pretenda una eternidad como la de esta fantasía amatoria del escritor mexicano René Avilés Fabila.

Amor eterno

Alicia dijo que lo amaba como a nadie. Hicieron el amor con una infinita y suave dulzura, con tiernas caricias. Pero aquella era la última ocasión que estaban juntos. Ella partía al día siguiente. Al concluir, Alicia habló: No puedo dejarte aquí, tienes que venir conmigo. Es lo que más deseo en el mundo y sé que tu también lo quieres. ¿Cómo iré contigo?, preguntó emocionado el amante. Ya lo sabrás, repuso la mujer. Fue hasta el maletín y extrajo un bisturí; con la habilidad de un cirujano fue cortando cada uno de los miembros de su compañero. Cuando hubo terminado, lo colocó cuidadosamente dentro de su equipaje. De este modo, Alicia regresó a su patria. Para fortuna suya no revisaron sus maletas. Al llegar a casa, con impaciencia, sacó las partes de su amado y las cosió. Una vez completo, le dijo: ahora sí ya estamos juntos para siempre, nada podrá separarnos, y lo besó con todo el amor que le era posible.

Todo el amor [1970-1995]. Amor eterno René Avilés Fabila. Ed. Aldus, México 1998, pág. 208

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Marichuy: Sobre las enseñanzas de “Las Memorias de Adriano”

Mi afición por la lectura data de mi infancia y como buena autodidacta, nunca seguí ningún tipo de orden en mis lecturas; viéndolo en retrospectiva no sabría decir si esto fue bueno o no. Es más, ni siquiera me lo habría cuestionado de no ser por algo leído en los Cuadernos de Notas de Las Memorias de Adriano, donde Marguertite Yourcenar apunta que hay libros a los que uno no debe atreverse hasta haber cumplido los 40 años. Esta reflexión la hace recordando lo joven que era cuando elaboró la primera versión de ese libro, entre los 20 y los 25 años y que más tarde destruiría completamente.

Dice la autora belga sobre su acercamiento a la vida y obra del emperador Adriano Augusto:

“En todo caso, yo era demasiado joven. Hay libros a los que no hay que atreverse hasta no haber cumplido los cuarenta años. Se corre el riesgo, antes de haber alcanzado esa edad, de desconocer la existencia de grandes fronteras naturales que separan, de persona a persona, de siglo a siglo, la infinita variedad de los seres; o por el contrario, de dar demasiada importancia a las simples divisiones administrativas, a los puestos de aduana, o a las garitas de de los guardias. Me hicieron falta esos años para aprender a calcular exactamente las distancias entre el emperador y yo.”*


Leo esto y pienso que la esencia de su reflexión, va mucho más allá de la escritura. Bien podría aplicarse a la política, el arte de gobernar, a la vida misma. ¿Será que alguno de nuestros eminentes políticos haya leído alguna vez Las Memorias de Adriano?

* Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano. Cuadernos de Notas. Ed. Sudamericana, Barcelona 1999, pág. 297

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Marychuy: Sobre “El general en su laberinto”

En días recientes, Felipe Calderón afirmaba (o ¿se ufanaba?) que los rumores/dudas en torno a su permanencia como Presidente de la República… le tenían sin cuidado, sellando su afirmación con un retador ¿Qué no termino?

Dejando a un lado ironías y suspicacias respecto del trasfondo rumorístico, las declaraciones presidenciales me trajeron a la memoria las últimas líneas de “El general en su laberinto” de Gabriel García Márquez, escena donde un Simón Bolívar disminuido física y anímicamente, se mira a si mismo terminando su vida… solo y lejos, muy lejos de sus días de gloria.

Examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima, cuyo turbio espejo de paciencia no lo volverá a repetir, el aguamanil de porcelana descharchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prisa sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineluctable del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final. Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse”

El general en su laberinto, Gabriel García Márquez; México, Ed. Diana,1989

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