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Polimnia Romana: Beatriz López Leyva

El municipio de Pinotepa Nacional nos dio la bienvenida varias veces desde que Andrés Manuel López Obrador era candidato a la presidencia. Los eventos organizados en ese caluroso lugar siempre fueron especiales. Los oaxaqueños tienen la sangre caliente y dura pero también tienen el corazón grande y blando. Todo el equipo era recibido con abrazos y comida, la gente de Pinotepa, como la de muchas otras partes de México, es dadivosa y amable, son atentos y generosos, y sobretodo son excelentes cocineros, su sazón es inigualable.

Una mujer sobresalía de las demás por su entusiasmo y calidez, andaba de arriba abajo organizando a la gente y arreglando todo para que la visita del candidato del pueblo saliera de lo mejor. La compañera Beatriz vestía siempre con ropas tradicionales, falda larga bordada en lana y blusa blanca, ligerita para aguantar el calor. Una trenza gruesa y larga colgaba hasta media espalda, tenía ojos grandes y expresivos que hablaban sin hablar. Se notaba a leguas que era una mujer inteligente y valiente, además de ser líder natural pues todos la respetaban.

Beatriz no se comportaba como cualquier candidata, no era diferente a cualquier otro asistente al mitin de Andrés Manuel, ella trabajaba más que los demás y sólo por las fotos que colgaban de los postes de luz me di cuenta de que se postulaba para una diputación. Hubiera sido una extraordinaria legisladora, de esas que ya no hay.

La última vez que vimos a la compañera Beatriz, allá en Pinotepa Nacional, nos ofreció una deliciosa barbacoa de res acompañada de tortillas recién hechas. Justo después del acto nos recibió en su hogar. Su casa era como ella, tenía las puertas grandes y abiertas de par en par, sencilla, cálida, limpia por dentro y por fuera.

Las manos que se llevaron a Beatriz, no pensaron en que mataban también el alma de una familia, de un pueblo, de un Movimiento entero. Sus asesinos cumplieron su objetivo, le arrancaron la vida al cuerpo de Beatriz, evitaron que siguiera hablando, caminando, organizando comités pero no se imaginaron que Beatriz seguirá luchando siempre, su ejemplo vivirá en cada mexicano que tocó con su entereza, bondad y coraje.

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Hermann Bellinghausen: Un centímetro más allá

“Ni que fuera para tanto”. “Hombre, qué tanto es tantito”. La agresión sexual contra mujeres y menores habrá quien diga que es inevitable, parte de la condición humana. O que existen problemas más importantes, luchas más heroicas y urgentes que combatir los hábitos de agresión machista (siempre humillante, predadora, impune).

En este periodo nacional en que predominan la crueldad, la corrupción y el desprecio a la vida humana (convertidos en los bien remunerados oficios de secuestrador y sicario), la violencia sexual dejó ya una cicatriz en la fama de México, y una herida abierta. Sí, se acabaron el desdén, el ninguneo, la ironía, la negación para las muertas de Ciudad Juárez (¿habrá que sumarles a la niña de 12 años asesinada la semana anterior pues, junto con dos amigas de la misma edad que sobrevivieron, fue usada como parapeto de una banda de delincuentes en balacera con otra?). Todas ellas son un síntoma, una tragedia colectiva, un aviso.

Menor respeto han merecido del gran público, los grandes medios y las grandes autoridades los asesinatos de tres mujeres nahuas en Zongolica, mayores de edad o ancianas. Sus cuerpos aparecieron con huellas de abuso sexual. Ni el presidente de la República, ni su ombudsman, ni las fuerzas armadas admiten que esas cosas ocurren. Columnistas hay que hasta hacen chistes. Ocupando tan sólo un pedacito de la boyante nota roja, las mujeres mueren por ser mujeres.

El hostigamiento contra ellas, la violación y el abuso son pluriclasistas y no respetan ideologías. El gobierno de Jalisco, histérica y etílicamente católico, solapa a sus autoridades ¡de justicia!, descubiertas in fraganti teniendo sexo con menores “contratadas” para animar sus fiestas. El mandatario de Puebla pasó a la historia con sus dos botellas de coñac bien cogidas, y ahora imparte conferencias motivacionales a sus correligionarios sobre cómo manejar dichas “crisis” atizadas por la oposición y cómo limpiar la imagen con dádivas al pobrerío y la prensa leal. Ahora la represión es más sexista que nunca: Guadalajara, Atenco, Oaxaca.

Pero en todas partes sopla el aire. ¿Quién arrojará la primera piedra? Recientemente, organismos civiles y colectivos de San Cristóbal de las Casas han denunciado la presencia de varones agresores en sus propias filas: cuates, colegas, compañeros de lucha por las buenas causas. Un verdadero acontecimiento, una conmoción, y la aceptación de que no son los únicos casos, ni los primeros.

Ataques de género se suceden en escuelas, cárceles, sacristías, centros de trabajo, hogares y gendarmerías de todo el país. Cuántas veces nadie dice nada. La agresión es “normal”, casera, con frecuencia intrafamiliar, negada por victimarios, víctimas y elusivos testigos (esas madres que “no vieron” al padre, padrastro o tío metiéndose con la hija, y que se llevan la negación a la tumba). Nunca faltan compadres propasados, amigotes del hermano, maestros, entrenadores, confesores, guardianes de la ley. Ni esas muchachas deprimidas hasta la inanición que se blindan contra las emociones y callan en ausencia de ternura y comprensión.

“Así son los hombres”. Incontinentes ¿por naturaleza? Con tantito poder, a cuántos aqueja el síndrome Bill Clinton. La opinión de la mujer carece de importancia para los varones en sus escarceos. Ya no digamos cuando el hombre trae intención de abuso a-como-dé-lugar, para probar que sí es macho y porque puede, puede. Pasa hasta en las mejores familias. En el primer mundo y en todos los demás.

Lo que está sucediendo en el ámbito progresista de San Cristóbal puede enrarecer el ambiente. O bien volverse un fenómeno liberador y de gran valor educativo. No falta quien vea en las denuncias y movilizaciones de ONG y grupos feministas revanchismo, ánimos de linchamiento, “exageraciones”. ¿Y si sí, qué? Estos no parecen ser el motivo de fondo, sino romper el silencio, como dicen ellas en una carta pública a los hombres.

“También es una violencia que, después de sufrir una agresión, tenemos que demostrarla y convencer a la gente de lo que nos ha pasado, y aún así hay gente que no nos cree. Ignorar, no querer ver, no tomar posición y hasta aliarse con un agresor es pactar con la violencia. Es no considerar nuestra lucha por ser dueñas de nuestros cuerpos como una lucha tan importante como las otras en las que estamos.”

Un agresor es un agresor. No entiende (ni lo cree necesario) que “un no siempre significa no”, inclusive en el matrimonio. Hasta la mujer más desinhibida, tolerante o imprudente tiene derecho a decidir qué, cuándo y hasta dónde. Un centímetro más allá, todo es violencia.

* La Jornada

* http://www.jornada.unam.mx/2008/06/16/index.php?section=opinion&article=a12a1cul

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Andrés Timoteo Morales: El caso Ascensión, feminicidio extremo

El manoseo y las negociaciones políticas sobre el caso de la indígena Ernestina Ascensión Rosario, “asesinada hace un año y a la fecha impune”, perfiló la política presidencial sobre temas de la milicia y el respeto a los derechos humanos, aseguraron defensores de esas garantías que participaron en el foro Ernestina, reclamo de justicia un año después.

El caso de la anciana es un “feminicidio extremo” que sentó un precedente peligroso para los derechos humanos en México por la colusión de autoridades y actores políticos para pervertir las investigaciones y evitar la aplicación de justicia, señalaron.

La danza de “personajes siniestros” sobre los restos de doña Ernestina “tuvo a sus bailarines principales en el presidente Felipe Calderón; el titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), José Luis Soberanes, y el gobernador de Veracruz, Fidel Herrera”.

El foro fue convocado por el Centro de Servicios Municipales Heriberto Jara Corona y la Coordinadora Regional de Organizaciones Indígenas de la Sierra de Zongolica (CROISZ), y se efectuó en esta ciudad como un homenaje luctuoso a la mujer de 73 años fallecida el 26 de febrero de 2006, tras supuestamente ser atacada por un grupo de militares en la comunidad de Tetlaltzinga, del municipio de Soledad Atzompa.

Montserrat Díaz, representante del Colectivo Feminista de Jalapa y de la Red de Organizaciones Civiles de Veracruz, sostuvo que además de la agresión física y del ataque sexual, que en su agonía la misma anciana atribuyó a los soldados, también sufrió la “vendimia política” de su caso y la degradación de su testimonio.

“Desde Los Pinos, los aliados al poder la victimizaron hasta convertirla en cómplice de su propia muerte, por ser pobre, anciana y estar enferma”, indicó.

Díaz manifestó que la Presidencia de la República tejió una red de mentiras para desvirtuar las indagatorias que apuntaban al Ejército, y para ello usó los servicios de Soberanes Fernández, quien fue el encargado de “ocultar un crimen del Estado contra su propia población”.

“La muerte oficial de Ernestina se acordó la noche del 24 de abril, dos meses después de su deceso físico, cuando el gobernador Fidel Herrera acudió a la oficina de Soberanes para, en privado, definir el fallecimiento de la indígena”.

Por ello, agregó, se ratifica que fue un “feminicidio extremo”, porque no bastó el ataque físico, sino que intervinieron funcionarios de alto rango e instituciones que se supone deben velar por el bienestar de la población, para sepultar la memoria de una persona que reunió cuatro niveles de marginación: mujer, indígena, pobre y anciana.

Julio Atenco Vidal, dirigente de la CROISZ, recordó que el 27 de febrero de 2007, cuando 5 mil indígenas se concentraron en Tetlaltzinga para exigir justicia por la muerte de Ascensión Rosario, el gobernador Fidel Herrera prometió que el crimen no quedaría impune.

“Al paso del tiempo comprobamos que el reclamo de justicia fue procesado por su mente (de Herrera Beltrán) como una oportunidad de negociar. Le cayó de perlas la muerte de doña Ernestina, porque le facilitó llegar a una concertacesión con el gobierno federal; todo fue un negocio a cambio de recursos para su administración y para los comicios de septiembre de ese año”.

* Jalapa, Ver., 26 de febrero.
* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/02/27/index.php?section=politica&article=021n1pol

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Arnoldo Kraus: Piedad laica

Las fotos recientes de los cadáveres apilados en la morgue de Nairobi a consecuencia del conflicto poselectoral inauguran el año 2008. Lo inauguran y continúan las matanzas del año recién finalizado. En algunos de los retratos se ven cuerpos de niños y en otras de adultos. Algunos murieron abrasados por el fuego mientras se resguardaban en una Iglesia; otros perecieron víctimas de las balas y los más por esa execrable enfermedad llamada política.

Las imágenes rebasan todos los significados del horror. Son vivo ejemplo de la insoportable realidad de la humanidad y de la pérdida de valores supuestamente propios de la condición humana como lo sería la piedad (me refiero al cariño y respeto al prójimo, no al amor a Dios). Lo que ahora sucede en Kenia demuestra cuán imparable es el mal y sirve de ejemplo para recordar que la piedad es una de las diferencias fundamentales entre seres humanos y animales.

Erich Mühsam fue un poeta judío alemán víctima del nazismo. En 1933 fue detenido y encarcelado. A guisa de ejercicio –recién empezaba el nacionalsocialismo–, los torturadores decidieron meter en su celda a un chimpancé que habían robado del laboratorio de un científico también detenido. Como parte de su entrenamiento, y para ejercer la maldad, los soldados nazis esperaban que el simio atacase a Mühsam, cuyo aspecto, según narran los historiadores, era lamentable. Para sorpresa de los torturadores, el chimpancé abrazó al prisionero, lo resguardó y lamió sus heridas. Enfurecidos por la piedad del animal, los celadores torturaron y mataron a éste.

Del chimpancé aprendemos que, al menos en el caso del poeta judío alemán, la piedad es una cualidad animal que se ejerce sin que importe la especie. Aprendemos también que quizás su actitud se debió a que Mühsam se encontraba en malas condiciones de salud, lo que no sucedía con otros seres humanos con los que el animal había tenido contacto, lo cual, quizás –escribo otra vez quizás porque es imposible aseverarlo–, despertó en él conductas piadosas. Independientemente de que el nazismo es por antonomasia la imagen del mal y una de las representaciones más brutales de lo que es capaz de hacer el ser humano, aprendemos, finalmente, que el mal es condición nata en muchos seres humanos: al chimpancé se le mató por no cumplir y porque su piedad iba en contra de toda la filosofía nazi (finalmente, filosofía y condición humana). La historia de Mühsam es cimental para reflexionar acerca de los significados y de las posibilidades de la piedad laica.

Al igual que en otras vivencias, como la empatía, el altruismo, la maldad o el sacrificio, una de las cuestiones fundamentales acerca de la piedad es si ésta es una cualidad innata (“mamada” in utero), si se aprende en “la escuela de la vida”, o si es una mezcla de ambas. Ese proceso suele darse en tres pasos –lo que sigue es una hipótesis personal: 1) Cuando se considera adecuada alguna acción o conducta, la mayoría de las personas suelen repetir lo que se observa. 2) Comportarse de acuerdo con lo observado es una forma de aprendizaje. 3) Si lo que se aprendió se considera bueno o adecuado la conducta se repite.

De acuerdo con lo señalado, las personas se comportan, la mayoría de las veces, influidas por los valores que predominan en el entorno cercano. Si la empatía, la moral o la piedad eran ejes de la educación en el hogar o en la escuela, las personas adquirirán esas cualidades; si por el contrario, en el entorno mediato se exaltaban otros valores, como la amoralidad, la violencia o el mal trato a niñas y niños, las personas reproducirán esas conductas.

El ejemplo de Kenia es bueno para hablar de piedad laica (quien quiera hablar de piedad religiosa puede hacerlo). Es bueno porque es actual. El caso Kenia es también pertinente porque ejemplifica la fragilidad del ser humano desprotegido y la inmensa facilidad que tienen las personas para apilar cadáveres innominados.

Al hablar de los muertos de Kenia no importa el nombre del hijodeputa del presidente keniano que precipitó la masacre, porque, como ya he señalado ad nauseam en otros escritos, la mayoría se parecen; tampoco importa si son negros o blancos, gitanos o chiapanecos, pobres africanos o homeless busheanos. De hecho, carece de significado que haya hablado Javier Solana (alto representante para la política exterior de la Unión Europa) y nada importa lo que haya dicho la señora Condoleezza Rice (secretaría de Estado estadunidense). En cambio, lo que sí importa es que Kenia, Acteal y Darfur son ejemplos vivos de la vigencia del mal y de los valores que imperan en la sociedad globalizada donde los chimpancés se encuentran amenazados y en peligro de extinción.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/01/09/index.php?section=opinion&article=019a2pol

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José María Pérez Gay: Benazir Bhutto (1953-2007)

En todo linaje político, el deterioro ejerce su dominio. Benazir Bhutto, única mujer que ha llegado a ser jefa de Estado en una nación musulmana, fue asesinada ayer, jueves 27 de diciembre, por un suicida que le disparó en el cuello y en el pecho y, segundos después, se voló matando a 15 personas durante uno de los actos de la campaña electoral de Bhutto, en la ciudad de Rawalpindi, en el norte de Pakistán.

Benazir nació en Pakistán el 21 de junio de 1953, creció a la sombra de su padre, Zulfikar Ali Bhutto, presidente y primer ministro de Pakistán (1971–1977), uno de los políticos civiles accesibles a las supersticiones del mando militar, enemigo encarnizado de la India y mano dura en el gobierno local. Zulfikar Ali Bhutto envió a Benazir, su hija mayor, a estudiar administración pública y ciencias políticas a las universidades de Harvard y Oxford. Una mujer de vertiginosa riqueza mental –decían sus más próximos colaboradores–, hábil en el manejo de los intereses políticos más contradictorios, Benazir nunca pudo escapar al cerco que le heredó su padre. A mediados de 1977, un golpe de Estado derrocó a Zufilkar y, unos meses después, el general golpista Zia ul–Hak lo condenó a la horca.

A principios de 1988, el general Zia ul–Hak murió en un accidente aéreo, Benazir Bhutto tuvo su primer hijo y barrió en las elecciones con su Partido Popular Pakistaní, obtuvo casi la mayoría absoluta. Sin embargo, muy pronto comenzaron las disputas con el Estado Mayor del Ejército; 18 meses más tarde la derrocaron bajo acusaciones de corrupción y tráfico de influencias. El Tribunal Supremo la encontró culpable, Benazir se defendió hasta lograr un fallo favorable.

Por increíble que parezca, Benazir volvió a triunfar en las elecciones de 1993; pero el destino se ensañó otra vez con ella. Su hermano Murtaza murió asesinado en un tiroteo con la policía. Su hermano menor, Shahnawaz, había muerto en circunstancias violentas en la riviera francesa. Por ese entonces, Benazir acusó a Faruk Leghari, presidente de Pakistán, de la muerte de su hermano. ¿Por qué regresó Benazir Bhutto a su patria? El atentado del 17 de octubre en el cual por poco pierde la vida le reveló que no había otra salida que la muerte, una política tan avezada como Benazir lo sabía de memoria.

Desde principios de 2007, Pakistán se había hundido en una lucha por el poder de la que resultaba imposible salir con vida. Una manifestación de extremistas islámicos violentos –que exigía la puesta en práctica de la sharia o ley islámica en Pakistán– escapó del control de las autoridades y, en un abrir y cerrar de ojos, dio comienzo una batalla con ametralladoras calibre 50 y misiles tierra-aire contra las fuerzas de seguridad paquistaníes cerca de Lal–Masjid, la mezquita roja. La policía federal sostuvo desde un principio que los violentos pertenecían al movimiento Harktul-Jihad-e-Islami –prohibido en Pakistán– señalado como un eslabón más de la cadena internacional Al Qaeda. Los clérigos y sus estudiantes islamistas radicales se atrincheraron en la mezquita en la que se encontraban más de mil 800 personas, incluso mujeres y niños; tomaron a muchos fieles como rehenes y los usaron después como escudos humanos. Ningún medio informativo supo bien a bien que exigían; la madrasa Jamia Hafsa (escuela coránica femenina) se encuentra a un lado, un edificio más en las construcciones de la mezquita y era –hasta dónde se sabe– un nido de mujaidines (militantes de la guerra santa).

Los ataques recientes revelan cada vez más que los mujaidines que lanzan bombas, o se vuelan en los aires con una carga de dinamita en el pecho, son cada vez menos los militantes de Al Qaeda; en cambio son cada vez más los shahid (mártires) que han pasado unos meses –y de modo fugaz– con los grupos islámicos radicales antes de convertirse en informantes y terroristas. En La nueva red Al Qaeda (Hamburg, 2006), Yassin Musharbash, un experto en materia de informática y operaciones de seguridad, afirma que éste es el caso de los cuatro mujaidines (voluntarios internacionales) que llevaron a cabo los atentados en Londres; sólo dos de ellos habían vivido tres o cuatro meses en la Madrasa de Pakistán, los otros dos eran médicos de profesión establecidos en Londres.

El asesinato de Benazir Bhutto ha revelado que un político tan represor y diestro como Pervez Musharraf no puede contener, ni mucho menos derrotar a la furia destructora del Islam extremista. Los atentados suicidas se multiplican en la frontera con Afganistán. La forma más pura del terror islámico es el atentado suicida. Ejerce un poder de atracción irresistible sobre el perdedor radical, escribe Hans Magnus Enzensberger, pues le permite dar rienda suelta a sus delirios de grandeza. Nadie puede decir que es un cobarde. El valor que lo caracteriza es el valor de la desesperación. Su triunfo consiste en que no se le puede castigar, pues el mismo se encarga de castigarse con la muerte. El video reivindicativo de Al Qaeda tras los atentados de Madrid de marzo de 2004 lo revela con toda claridad: “Vosotros amais la vida, nosotros amamos la muerte, y por eso venceremos”.

Nadie podrá contestar a la pregunta: ¿por qué razón regresó Benazir Bhutto a Pakistán? Nadie puede saltar sobre su propia sombra.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/28/index.php?section=opinion&article=022a1mun

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Silvia Ribeiro: Prohibido ser campesino

Vivimos en tiempos de guerra. Parecería que el solo hecho de ser indígena o campesino es una afrenta a los poderosos. La guerra contra la vida campesina es ancha y ajena y por muchas partes sentimos sus dentelladas. Empezó hace mucho, pero en días como hoy, a 10 años de la masacre impune de indígenas en Acteal, se siente más la herida.

Es una guerra suicida, porque los indígenas y campesinos han sido por más de 10 mil años los que han creado, cuidado y legado a toda la humanidad las bases de la alimentación, las fibras para abrigo y vivienda, la crianza de animales domésticos, el uso y cuidado de los bosques y ríos, de plantas medicinales, la comprensión profunda de la naturaleza, junto a una rica diversidad de aproximaciones filosóficas, políticas, artísticas y estéticas de la vida.

No es una visión romántica de la vida campesina: aún hoy la mayor parte de la alimentación mundial la proveen los campesinos y campesinas, quienes pese a los ataques directos o mediados y a las oleadas salvajes de migración siguen siendo más de la cuarta parte de la población mundial y siguen siendo los únicos capaces de mantener la biodiversidad agrícola y de semillas, vitales para el sustento de todos.

Son parte de esta guerra los tratados de “libre” comercio, patentes de corso de las grandes empresas para el tráfico de gente y mercancías, que hasta prevén fríamente –como en el caso del TLCAN– que con su advenimiento miles de campesinos desaparecerían. También son parte de esta guerra la privatización del agua y la tierra por leyes y programas gubernamentales y los cultivos transgénicos, otra arma de las trasnacionales de los agronegocios para contaminarnos y monopolizar las semillas, llave de toda la red alimentaria.

Pero a veces la guerra toma formas extremadamente descarnadas, como la masacre a sangre fría de 45 indígenas en Acteal, Chiapas, el 22 de diciembre de 1997. Aumenta la ignominia que a 10 años no se haya castigado a muchos de los autores materiales del crimen ni a ninguno de sus autores intelectuales.

Por el contrario, la guerra que se tramó desde el gobierno de Ernesto Zedillo, se intenta remozar con la versión de intelectuales de alquiler que pretenden cambiar el pasado, inventado una batalla “entre indígenas” que nunca existió. Lo que sí hubo –atestiguado nuevamente en estos días por muchos de los que estuvieron allí– fueron cadáveres de mujeres, niños y hombres asesinados a tiros por la espalda, algunos mientras rezaban en la iglesia, otros intentando escapar de la matanza, a manos de paramilitares entrenados desde fuentes gubernamentales.

Al 2007, la guerra continúa y en México se regodea con muchos otros asesinatos y atropellos impunes, como el ataque contra los campesinos y pobladores de San Salvador Atenco y Oaxaca, el asesinato de Aristeo Flores, del Consejo de Mayores de la Comunidad de Ayotitlán, de Concepción Gabino de Cuzalapa, de Faustino Acevedo de Oaxaca, por defender tierra, agua y semillas, la violación y asesinato de la anciana nahua Ernestina Ascencio por militares y muchos otros. Además de los más de 900 casos de presos políticos, la mayoría indígenas, que documentó Blanche Petrich (La Jornada, 28/10/2007) solamente desde el arribo del PAN al gobierno en el 2000.

Tan crucial como no olvidar Acteal, es saber que se preparan nuevas masacres, como han advertido desde las propias comunidades hasta personalidades reconocidas internacionalmente como John Berger y Naomi Klein recientemente.

Los métodos no han cambiado mucho. Otra vez, con la excusa de supuesta “protección ambiental”, se amenaza desalojar a comunidades zapatistas, con el contubernio de autoridades ambientales, como sucede en la reserva ecológica comunitaria de Huitepec y en la comunidad de Bolon Ajaw, aunque son las comunidades zapatistas las que verdaderamente cuidan el bosque.

Otra vez, se inventan asociaciones “civiles” para hacer creer que hay un enfrentamiento entre indígenas que pelean por la tierra, como la Opddic, cobijo de paramilitares que han agredido varias veces con armas a los campesinos zapatistas.

Pese a esta guerra que no cesa, las comunidades indígenas zapatistas en Chiapas, que el mundo conoció desde el levantamiento del EZLN en 1994, ya son una de las mayores experiencias de resistencia y creación autogestionaria de la historia. Tanto por su duración, su extensión territorial y en miles de personas, como por la calidad de la transformación: en la práctica y a contrapelo del poder han creado nuevas formas de educación, salud, economía, cultura, política, relaciones de género y de generaciones.

Donde había devastación, muerte, violaciones y humillación han sembrado vida, justicia y dignidad. Esta experiencia colectiva que ya es parte de la historia a nivel planetario, encarna la esencia terca y noble de la vida campesina. Por muchas razones, desde la deuda histórica con ellas hasta porque son apenas unos de los eslabones más visibles del ataque frontal contra muchas formas de resistencia al capitalismo salvaje, es tarea de todos defenderlas.

* http://www.jornada.unam.mx/2007/12/22/index.php?section=opinion&article=019a1eco

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