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Luis Alejandre: Georgia, punto y aparte

No hay que remontarse al tiempo de los fenicios para comprender la crisis de Georgia que ha costado cerca de 2.000 muertos y decenas de miles de personas desplazadas, heridas, enfermas, insultadas, expoliadas o violadas. Hablamos de ciudadanos como nosotros, que lo han sufrido.
Lo malo es que el conflicto no ha terminado, a pesar de que el alto el fuego constituye una indiscutible buena noticia y todos deseamos que se mantenga. La decisión de Rusia de reconocer la independencia de las dos regiones separatistas de Georgia –Osetia del Sur y Abjasia– crea un conflicto diplo- mático y es dudoso que contribuya a favorecer la paz en la región.

EL MAPA geoestratégico es bien conocido. Se disuelve la URSS tras la caída del Muro de Berlín y se rediseñan las fronteras de las residuales repúblicas que formaban la Unión Soviética. Hay dificultades para incluir etnias, culturas y religiones homogéneas en un mismo espacio geográfico. Y no solo se dan estas dificultades en Georgia. Entre 1991 y 1992 se firman unos acuerdos entre Moscú y Tiflis que contemplan a Osetia del Sur con un estatus especial, protegido por una “fuerza de paz” rusa. Lindante con la rusa Osetia del Norte, la del Sur cuenta con una población mayoritariamente de la misma etnia y religión ortodoxa.
El nuevo Estado georgiano, de 70.000 kilómetros cuadrados, poblado por algo más de cuatro millones de habitantes, arranca con más dificultades que glorias. Se degrada su situación económica y va perdiendo poco a poco comercio y turismo procedentes de su vecino del norte, Rusia.
Pero ocupa un espacio vital en el enlace estratégico que une el mar Caspio con el mar Negro, el que canaliza petróleo y gas hacia Occidente. En este flujo va el 20% de la energía que consume Israel
Por supuesto, Estados Unidos se fija en la región. Derivado de un golpe de Estado, después legitimado por las urnas, colocan a un hombre de confianza, el presidente Mijail Saakashvili. Este, fiel a su nuevo protector, entrega un contingente de 2.000 soldados para combatir en la difícil posguerra de Irak. En la cumbre de la Alianza Atlántica de abril del 2008, celebrada en Bucarest, Estados Unidos es el gran patrocinador de la entrada de Georgia en la Alianza. Se anticipan Albania y Croacia, porque los socios europeos posponen la decisión. Está demasiado latente el tema de Kosovo como para iniciar un debate sobre Osetia o Abjasia. (Por cierto, la independencia de Kosovo únicamente ha sido reconocida por 27 países, 15 de los cuales son miembros de la Alianza Atlántica).

PERO, UN BUENdía de agosto, Saakashvili, sin esperar una nueva reunión de la OTAN pero aprovechando que la atención mundial está fijada en Pekín y que incluso su protector George Bush está más atento al equipo estadounidense de béisbol presente en los Juegos Olímpicos que a la situación que se está gestando en el sur del Cáucaso, y creyéndose bien armado por Israel y por los propios norteamericanos, decide atacar Osetia del Sur en nombre de una interpretación unilateral de su soberanía.
Los que no están pendientes de los Juegos son los generales de Putin. En 24 horas arrasan Georgia. En cierto sentido, protegen a sus minorías y se apoyan en los acuerdos de 1992. En otro, no olvidan la ascendencia georgiana de Stalin y los ocho años de presidencia del que había sido ministro de Exteriores de la URSS, Eduard Shevardnadze, el hombre de la apertura. ¡Demasiados antecedentes históricos para mantenerse impasibles !
Lo demás ya se sabe: Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; viajes de la presidencia europea a la zona; observadores internacionales; ayuda humanitaria; hipócrita crujir de dientes en toda la sociedad occidental. La historia de siempre. Ahora vendrán los grandes negocios aprovechando el río revuelto: infraestructuras, inversiones, la misma ayuda humanitaria… Tranquilizaremos nuestras conciencias donando algo a alguna oenegé conocida o viendo cómo nuestro Gobierno manda a un centenar de nuestros buenos soldados en misión de paz. Eso sí: de paz.
Siempre a posteriori. Siempre encontraremos a un político como Nicolas Sarkozy que va a intentar solucionar el problema; lo malo es que nunca encontramos políticos que eviten que se produzcan los problemas.

MIENTRAS,Ucrania mira de reojo. Todavía tiene en Sebastopol a la potente escuadra rusa del mar Negro, consecuencia de unos acuerdos similares a los que se firmaron en 1992 con Georgia. Los países bálticos y Polonia se han decantado claramente por la política de la república hermana de Ucrania. ¡Cuidado!
Rusia, recuperada económicamente, favorecida por el alza de los precios del crudo y del gas, pero con problemas de redistribución de la riqueza graves –conviven sueldos de 300 euros al mes con grandes fortunas– quiere recuperar su peso específico en la política internacional. Ningunearla puede ser suicida, porque conserva en su alma el histórico y orgulloso potencial de la extinta URSS.

MANUELCastells escribía recientemente que estamos ante “las primeras escaramuzas de una guerra caliente que se esta gestando en territorios de la guerra fría”. No olvidemos tampoco la vecindad de Chechenia con Osetia del Norte. Parece que Moscú ha aprendido la lección y no permitirá nuevas aventuras.
La osada –aunque mejor diría insensata– guerra de Georgia desemboca en el reconocimiento por parte de Rusia de la independencia de Osetia del Sur y de Abjasia. Puede que la red de oleoductos y gaseoductos Bakú (Azerbaiyán)-Tiflis-Ceylán (Turquía) recupere su operatividad. Pero nada será igual al sur del Cáucaso; nada será igual en el mar Negro; nada será igual en la próxima cumbre de la OTAN, cuando se celebren los 60 años de su creación.
Georgia estará presente en nuestras vidas en las próximas décadas. Ojalá no sea para que se repitan las monstruosidades de este mes de agosto olímpico.

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