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Carlos Fazio: La guerra y la paz

Felipe Calderón no escucha. La disyuntiva lanzada por el poeta y activista no violento Javier Sicilia fue guerra o paz. Y su opción fue muy clara: por un México en paz con justicia y dignidad. Lo que implica un rotundo noal enfoque militarista y la estrategia de guerra de la seguridad pública ordenados por Calderón. La respuesta del inquilino de Los Pinos pareció autista: no habrá cambio de estrategia porque tenemos la ley, la razón y la fuerza. Ergo, seguirá la guerra. Tampoco renunciará el superpolicía Genaro García Luna –émulo neodiazordacista del general Cueto, el de la matanza de Tlatelolco–, cuya defensa y control de daños quedó en manos de Televisa, los nuevos policías del pensamiento de la prensa vendida, y familiares de víctimas de la criminalidad cooptados por el gobierno.

Calderón no entendió que para Sicilia el Alto a la guerra y el No más sangre no son demandas simbólicas. Son reales. De allí que la contradicción, ahora, sea recrudecimiento de la militarización versus acciones de resistencia en el marco de la no violencia activa, que, de ir acumulando la fuerza moral y material de todos los que estamos hasta la madre de tanta violencia e inhumanidad generadas por una guerra absurda, a la manera de una bola de nieve podrá derivar en desobediencia civil pacífica.

Calderón no es sordo ni autista; tampoco insensible. Sus decisiones responden a una estrategia preconcebida, con eje en una doctrina de seguridad nacional importada. Como dijo Sicilia, la política de seguridad de Calderón fue diseñada por Estados Unidos. Su lógica es militar. Parte del mito de la guerra, como una realidad humana fundamental a la cual se reducen todas las demás. La guerra destruye la política y borra la frontera con la paz. La lógica de Calderón invierte la fórmula de Clausewitz: la política se transforma en la prolongación de la guerra gracias a otros medios. Si la política es la prolongación de la guerra, se asimila a la guerra y debe ser conducida por la guerra.

El uso de los conceptos no es inocente. En nombre de una presunta guerra a las drogas, Calderón instauró un régimen de excepción, con zonas del país bajo virtual estado de sitio. Calderón ha buscado poner al Estado y a la sociedad en función del estado de guerra. Lo primero lo logró. Durante cuatro años y medio la guerrade Calderón dominó la agenda pública: convirtió la nota roja en noticia principal de diarios y medios electrónicos. En el segundo objetivo, poner a la nación en permanente pie de guerra, fracasó. Su estrategia de guerra generó violencia, miedo y terror, pero no logró transformar a la sociedad en un inmenso ejército movilizado bajo su mando. Sus llamados a la unidad nacional contra los criminales, losverdaderos enemigos de México –los hijos de puta, diría Aguilar Camín–, fracasó porque se trata de una guerra fantasma, con base en un mito.

El mito de la guerra no obedece a un simple error intelectual: es útil. El culto de la seguridad sólo puede favorecer los privilegios y justificar el statu quo. El uso del Ejército, la Marina de guerra y la policía militarizada de García Luna es el sostén y justifica un tipo de sociedad basada en el centralismo autoritario y la explotación jerarquizada. Su papel ideológico cumple la función de perpetuar las relaciones entre dominadores y dominados. El método consiste en cambiar la ideología de la lucha de clases por otra ideología ficticia e inmovilista. De allí el apoyo del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, el Consejo Coordinador Empresarial y otros once grupos corporativos a la Ley de Seguridad Nacional enviada al Congreso por el Ejecutivo.

Eso Sicilia lo tiene claro: la violencia de los señores de la muerte es resultado de estructuras económicas y sociales que generan desigualdad y exclusión. La infame realidad y la demencia criminal se nutren de las omisiones, complicidades y/o colusiones mafiosas de los que detentan el poder: la partidocracia, los poderes fácticos y sus monopolios, las cúpulas empresariales y las jerarquías conservadoras de las iglesias, los gobiernos y las policías.

La militarización de la sociedad forma parte de un engranaje organizado, necesitado e institucionalizado para preservar el actual estado de cosas. Como ha quedado plasmado en el discurso beligerante de Calderón, alias El Churchill, utiliza el monopolio del poder (sic) para hacer la guerra en nombre de todos los mexicanos de bien, y quienes no lo apoyan son sospechosos de ser cómplices de los enemigos del Estado. Un Estado que se sirve del monopolio de las armas para hacer una guerra permanente contra el pueblo. Mientras más autoritario y violento es un Estado, más trata a la nación como enemiga.

Pero los ciudadanos están desarmados. De allí la necesidad de la política. La política es el arte de las transacciones de la tolerancia y el arte de lo posible. La política comienza cuando el Estado deja de ser violento y entra en diálogo con los ciudadanos; cuando el Estado se sujeta a las leyes resultado de un diálogo con los ciudadanos. La paz es la consecuencia de la renuncia a los medios violentos. Es decir, al uso de las armas que matan.

Sicilia se opone a una paz armada como parte de un modelo militar. Quiere llevar al régimen al terreno de las soluciones no armadas. El diálogo que ofrece Calderón es un monólogo; se siente poseedor de la verdad única y ofrece unacooperación con base en la dialéctica del amo y el esclavo. De arriba a abajo. Frente a esa manipulación maniquea del poder, la multitud que aspira a una paz con justicia y dignidad impulsa otra forma de hacer política; quiere una democracia participativa y más representativa. El nuevo Ya basta de los de abajo y las clases medias está dirigido a la reconstrucción del tejido social de la nación. La marcha significó la ruptura del terror y la posibilidad de que el dolor social se convierta en acción colectiva organizada. Los sonidos del silencio son otra forma de lucha. El alto a la guerra es hoy una cuestión de salvación nacional.

Fuente: La Jornada

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Emir Sader: Fidel

En vísperas de cumplir 80 años, enfermo, Fidel Castro firmó una carta oficial suspendiendo sus actividades en las conducciones del Estado, del gobierno y del Partido Comunista de Cuba (PCC). Antes de las elecciones generales anunció, en un artículo de prensa, su intención de no aceptar el cargo de presidente de Cuba, al que –seguramente– sería reconducido por el voto popular.

Más allá de los trámites formales, pues él continúa en los hechos teniendo el cargo principal en la dirección del PCC, esta decisión representa el punto final en su carrera de dirigente político, manteniéndose como orientador ideológico mediante sus artículos en prensa, que continuará redactando regularmente.

El acto en su sencillez no nos exhibe la dimensión total del gesto como momento final digno de la carrera impar de este excepcional dirigente revolucionario. Fidel fue un gran dirigente de masas, un gran dirigente partidario y un gran estadista –características que, desde la perspectiva del movimiento revolucionario, sólo comparte con Lenin.

Se trata de una trayectoria de vida y no únicamente de 49 años, como dice la prensa. Desde los años 40, como estudiante de abogacía y líder estudiantil, Fidel ya participaba en la lucha revolucionaria; por tanto, ¡son más de 60 de sus más de 80 años de vida los que dedicó a la militancia política! Fidel estaba en Bogotá en 1948 –para participar en un congreso por la independencia del Canal de Panamá– en momentos que ocurre el bogotazo, cuando las fuerzas del Partido Conservador asesinaron a Gaitán, el candidato progresista del Partido Liberal.

Fidel se transformó en un extraordinario dirigente revolucionario en la lucha contra la dictadura de Batista y supo transformarla en un combate sin tregua para erradicar las raíces del propio régimen: el latifundio, el capital extranjero y el apoyo directo de Estados Unidos. Por eso, la revolución cubana –el acontecimiento que partió en dos, antes y después de 1959, la historia de América Latina y de la izquierda– transitó rápidamente de la fase democrática a la socialista, gracias al enfrentamiento de la cuestión nacional, que había quedado en suspenso a partir de que Estados Unidos bloqueara la victoria de Martí y los independentistas cubanos sobre España, a finales del siglo XIX, imponiendo una tutela sobre el país que se extendió hasta 1959.

Fidel asumió la dirección de la primera revolución socialista de Occidente, allí, ¡a 140 kilómetros de distancia de la mayor potencia imperial de la historia de la humanidad! Dirigió la construcción de una sociedad basada en la solidaridad, el humanismo, la afirmación de los derechos de todos. Ayudó a tornar posible la sociedad más justa del mundo, demostrando que un país no precisa ser rico para ser justo: basta ser digno y construir una sociedad en las antípodas de la lógica del mercado.

Fidel contribuyó a erguir la sociedad internacionalmente más solidaria del planeta, aquella que tiene un número mayor de médicos trabajando en diversos continentes –especialmente en los países más pobres– que toda la Organización Mundial de la Salud. Formó las primeras generaciones de médicos pobres de América Latina, que –entre otras cosas– devolvieron la posibilidad de ver a millones de latinoamericanos. Colaboró activamente para terminar con el analfabetismo en varios países –meta cumplida en Venezuela y en avanzado proceso de concreción en Bolivia y Nicaragua–, además de desarrollar el mayor proyecto humanitario en Haití: el de alfabetización –en creole– de 3 millones de personas. Con Fidel, Cuba se volvió digna de José Martí: “Ser internacionalista es cumplir con nuestra deuda con la humanidad”.

En este momento de gran emoción y tanto orgullo, me permito un recuerdo personal: la primera tarea que realicé como militante fue distribuir un periódico –Acción Socialista– que, en su primera página, presentaba una foto parecida con dos equipos de futbol, pero era el de los barbudos el que había derrocado la dictadura en una isla casi desconocida y que, además, estaba muy distante de nosotros. ¡Fue hace casi 50 años! En aquella foto que yo distribuía, estaban Fidel, el Che y sus compañeros. Como ellos, yo y muchos de nosotros fuimos y somos compañeros de vida, compañeros de lucha por un mundo que sea solidario y humanista, por un mundo socialista.

* Traducción: Ruben Montedónico
* http://www.jornada.unam.mx/2008/03/02/index.php?section=opinion&article=028a1mun
* La Jornada

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