Marichuy: Sobre las enseñanzas de “Las Memorias de Adriano”

Mi afición por la lectura data de mi infancia y como buena autodidacta, nunca seguí ningún tipo de orden en mis lecturas; viéndolo en retrospectiva no sabría decir si esto fue bueno o no. Es más, ni siquiera me lo habría cuestionado de no ser por algo leído en los Cuadernos de Notas de Las Memorias de Adriano, donde Marguertite Yourcenar apunta que hay libros a los que uno no debe atreverse hasta haber cumplido los 40 años. Esta reflexión la hace recordando lo joven que era cuando elaboró la primera versión de ese libro, entre los 20 y los 25 años y que más tarde destruiría completamente.

Dice la autora belga sobre su acercamiento a la vida y obra del emperador Adriano Augusto:

“En todo caso, yo era demasiado joven. Hay libros a los que no hay que atreverse hasta no haber cumplido los cuarenta años. Se corre el riesgo, antes de haber alcanzado esa edad, de desconocer la existencia de grandes fronteras naturales que separan, de persona a persona, de siglo a siglo, la infinita variedad de los seres; o por el contrario, de dar demasiada importancia a las simples divisiones administrativas, a los puestos de aduana, o a las garitas de de los guardias. Me hicieron falta esos años para aprender a calcular exactamente las distancias entre el emperador y yo.”*


Leo esto y pienso que la esencia de su reflexión, va mucho más allá de la escritura. Bien podría aplicarse a la política, el arte de gobernar, a la vida misma. ¿Será que alguno de nuestros eminentes políticos haya leído alguna vez Las Memorias de Adriano?

* Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano. Cuadernos de Notas. Ed. Sudamericana, Barcelona 1999, pág. 297

2 Comments

Filed under Literature, Politics

2 responses to “Marichuy: Sobre las enseñanzas de “Las Memorias de Adriano”

  1. Marychuy, muy interesante reflexión sobre el Libro “Memorias de Adriano”, libro difícil de leer, a los 20 o a los 40 años, siento decirte que sí, que si conozco políticos prominentes que lo han leído, claro del PRI o del PRD, pero nunca he sabido sí algún panista despistado lo haya logrado.
    Pero al buscar un poco sobre la admirada Marguerite Yourcenar, encontré este artículo que mezcla su literatura con las elecciones de Estados Unidos.

    Los perfectos y los culpables
    Fernando Serrano Migallón
    28-Ago-2008

    “Creíste que bastaba con ser perfecta para ser dichosa, yo creí que, para ser dichoso, bastaba con no ser culpable…”, con esta frase, Marguerite Yourcenar comienza el final de una de sus novelas más desgarradoras: Alexis, o el tratado del inútil combate. La frase nos hace pensar en nuestras expectativas sobre el comportamiento de los otros y de nosotros mismos. Para cualquiera que sea honesto consigo mismo y trate de serlo con los demás, el binomio que surge entre el comportamiento perfecto y el más humano y errático de ellos se presenta como un paradigma de lo que quisiéramos ser y aquello que somos en la realidad.
    Los criterios de lo bueno y lo malo se forman en esa relación, las leyes y su aplicación no se apartan de esa batalla, de ese inútil combate, como diría Yourcenar. A veces, esta tensión llega a extremos tales que ocurre aquello que Valle-Inclán llamó el esperpento, lo que, siendo tan dramático, termina en carcajada. En ocasiones, nuestras normas jurídicas delatan nuestra poca capacidad para procesar nuestros conflictos y la manera en que pretendemos omitirlos mediante la prohibición, en vez de asimilarlos en el entorno de nuestras circunstancias.
    Hace unos días, la famosa revista The New Yorker publicó en su portada una caricatura de Barack Obama vestido con la ropa típica del musulmán, chocando puños con su mujer, vestida de guerrillera. La escena sucede en la Oficina Oval de la Casa Blanca, mientras que en el lugar donde debería estar el retrato de Washington luce el de Bin Laden y en la chimenea arde la bandera de Estados Unidos. Ambos equipos de campaña, el de Obama y el de McCain, coincidieron en criticar a la célebre publicación diciendo que la imagen era agresiva y de mal gusto. El editor de la revista afirmó que se trataba de una parodia irónica sobre los falsos miedos de quienes atacan al primer candidato de una minoría étnica a la presidencia de Estados Unidos y ninguna autoridad declaró nada ni nadie llegó ante los tribunales.
    La democracia de ese país está lejos de ser ejemplar y mucho habría que decir en torno a ella, sin embargo, algo podríamos aprender de este hecho. No existe una ley en Estados Unidos que prohíba a alguien atacar a un candidato, ni siquiera por otro contendiente. Las sanciones se dejan en el marco del derecho común y más que a ello a la final decisión de los electores el día de la votación. Nosotros hemos escogido otros caminos que van por el campo de las prohibiciones: “No atacarás a tu rival”, “no hablarás mal de su persona”, “no dirás que administraste bien” o “no dirás que el otro ha robado”. Con ello queremos alentar una lluvia de propuestas que se aleje del combate estéril y hueco de argumentos.
    Sin embargo, esas prohibiciones fallan porque son los argumentos de los candidatos los que con mayor frecuencia están ausentes. Proponer un combate limpio no genera uno de altura, si acaso, campañas más ligeras, más vistosas y mercantilmente más llamativas, pues si no se tiene nada qué decir, lo mejor es que ese poco se diga de una manera más alegre.
    En el fondo, el hecho de que no podamos procesar políticamente las guerras electorales a través del voto habla de aquellas desconfianzas que todavía viven en el interior de nuestras instituciones electorales, seguimos teniendo miedo de que el candidato fuerte golpee al débil, abuse del que menos posibilidades tiene y todo porque, si ya confiamos en el conteo electoral, todavía no nos creemos que los comicios sean equitativos. Si es verdad que sabemos que las elecciones finalmente habrán de darnos gobiernos legítimos, no pensamos que quienes aspiran a la representación sean los más idóneos para asumirla. Todavía no podemos creer que nuestra vida política sea lo suficientemente fuerte para caminar sin las andaderas de la prohibición y el control.
    En una democracia desarrollada, la ley se encarga de dos aspectos primordiales: la infalibilidad del conteo y las condiciones igualitarias de la contienda. Todo cuanto hagan los candidatos dentro de ese amplio margen corresponde a la madurez política de ellos, del sistema y de los electores. Es decir, nadie quiere que los candidatos sean perfectos, pero tampoco se espera de ellos que sus pares los declaren inocentes.

    http://www.exonline.com.mx/diario/editorial/334277

    Saludos Dilbertina

  2. “En una democracia desarrollada, la ley se encarga de dos aspectos primordiales: la infalibilidad del conteo y las condiciones igualitarias de la contienda.“

    Dilbertina

    En ese pequeño fragmento de este interesante artículo esta la raíz de todo: nuestra democracia no está desarrollada; ergo, ninguna ley nos puede garantizar la infalibilidad del conteo electoral, ni siquiera las condiciones igualitarias de la contienda…

    Y sobre tu comentario de que algunos prisitas o perredistas hayan leído “Las memorias de Adriano”, no lo dudo. En mi pregunta me faltó acotar “algún político de la derecha católica gobernante.”

    Saludos y gracias

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