Daily Archives: July 15, 2008

Alicia Dujovne Ortiz: Non sancto

“Hace más de veinte años que recorro el mundo, y en todas partes he oído hablar de esta multinacional norteamericana, a decir verdad bastante mal. Quise entender de qué se trataba y navegué por Internet durante meses. Es así como he descubierto que Monsanto representa una de las empresas más controvertidas de la era industrial, porque siempre ocultó la extremada toxicidad de sus productos. ¿Qué pasa hoy? ¿Nos dicen la verdad sobre esos OGM? ¿Podemos creerles cuando nos dicen que las biotecnologías resolverán el problema del hambre y de la contaminación del medio ambiente? Para responder a esas preguntas, retomé mi bastón de peregrina y viajé a lo largo y a lo ancho de tres continentes. Hoy estoy segura de que no debemos dejar que esta empresa se apodere de las semillas, vale decir, de la alimentación mundial.”

La autora de esas palabras, Marie-Monique Robin, ya había tomado su bastón de peregrina para ocuparse, entre otras cosas, de la presencia en nuestro país de la OAS, la organización paramilitar argelinofrancesa que a través de la Triple A exportó a la Argentina sus escuadrones de la muerte. Hace unos pocos meses Robin publicó un libro decisivo, El mundo según Monsanto, de la dioxina a las OGM, una empresa que nos desea el bien, y realizó un documental donde cuenta la historia de estos no menos espeluznantes escuadrones. Según sus declaraciones, los telefonazos insultantes recibidos a raíz de su primer texto fueron juego de niños en comparación con los aprietes que le valieron meterse con Monsanto.

No es la primera vez que se denuncia a esa empresa, pero sí es la primera en que el desenmascaramiento llega, por fin, a una cadena televisiva de tanta difusión como la francoalemana Arte, que transmitió hace poco el filme de Robin. Ya en el año 2000, Isabelle Delforge había publicado, en Bruselas, Alimentar al mundo o el agrobusiness, donde revelaba el engranaje oculto de Monsanto. Para escribir estas líneas me he guiado por los trabajos de Robin, de Delforge y del investigador Raoul Marc Jennar, de la Urfig/Fundación Copernic, que, como nuestro Premio Nobel Alternativo, el doctor Raúl Montenegro, tampoco se queda corto al analizar todo lo que en Monsanto resulta non sancto.

¿Merece Monsanto la calificación de “necroempresa” con que muchos la adornan? El siguiente relato parecería confirmarlo. Si a principios del siglo XX, los “mercaderes de la muerte” fueron la compañía alemana Krupp, la británica Vickers y la francesa Schneider-Creusot, Monsanto los reemplazó simbólicamente en 1945. En primer lugar, al asociarse, dentro de la Chemagrow Corporation, con la IG Farbenfabriken que había sostenido financieramente al nazismo en los años treinta y fabricado el gas para Auschwitz diez años después. Es cierto que una empresa no tiene por qué meterse a fisgonear en lo que han hecho sus socios, antes de haberlos frecuentado en carne y hueso; sobre todo si esa empresa está basada en un criterio de rentabilidad, acaso incompatible con el de humanidad, como el que el propio Edgar Monsanto Queeny, presidente de Monsanto desde 1943, manifestó con una sinceridad casi conmovedora: “I am a cold, granitic believer in the law of the jungle”.

Esta sociedad transnacional comenzó a hacerse célebre por ella misma, y no por sus malas compañías, durante la guerra de Vietnam y a causa de su tristemente célebre “agente naranja”. Destinado a desherbar la selva para impedir que los vietcong se escondieran entre sus vericuetos, el agente naranja, fruto de la combinación de los elementos 2,4-D y 2,4,5-T, fue difuminado en dosis gigantescas desde las avionetas norteamericanas. Pequeño problema, al fabricar este herbicida surge un producto derivado conocido como TCDD o dioxina, “impureza” que no puede ser eliminada y que provoca malformaciones del feto, transformaciones genéticas y cáncer. La hierba vietnamita murió, en efecto, de un solo saque, pero los seres humanos siguen muriendo de a poco hasta el día de hoy. En 1988, diecisiete años después del bombardeo desherbante, las sustancias tóxicas seguían presentes en la fruta y la verdura repletas de dioxina. “No nos nacen bebés sino monstruos”, exclamó un médico partero, el doctor Le Diem Huong, al tomar entre sus manos a un recién nacido de cuya carita salían los órganos genitales.

Penetrar los entretelones de Monsanto no es tarea difícil. Convencida de su derecho a llenarse los bolsillos, y fiel a la sinceridad de su fundador, la empresa no se traga la lengua. “Nuestro objetivo es la captación de toda la cadena alimentaria”, declaran sin ambages sus máximos representantes, refiriéndose a una dominación que les asegura el control absoluto de las distintas poblaciones por su lado más débil, el vientre. Las predicciones de Aldous Huxley y de Georges Orwell quedan reducidas al tamaño de un poroto, obviamente de soja, al lado de esta posesión de lo comestible que se manifiesta por medio de una curiosa idea: patentar la vida.

¿Cómo se obtiene la patente de algo que, con inconmensurable ingenuidad y en nuestra calidad de seres vivos, hemos creído nuestro? Desde la semilla “Terminator” (admitamos que el nombre es un hallazgo) hasta la producción de pesticidas y herbicidas, de hormonas de crecimiento y de organismos genéticamente modificados, altamente tóxicos y cancerígenos (¿pero acaso un “granítico frío” se achicaría ante tan nimio detalle?), se trata de inventar y de producir todo lo susceptible de ser comercializado en forma óptima, vale decir, sin el menor prejuicio de carácter ético. Ejemplo: crear especies vegetales Monsanto que resistan a los pesticidas y herbicidas Monsanto, y sólo a ellos. Dependencia asegurada: para garantizar la producción, no queda más remedio que desherbar y apestar con esas sustancias específicas y no con otras. Cada semilla genéticamente modificada es propiedad de su inventor, patentada y protegida por las reglas de la Organización Mundial del Comercio. La modificación genética puede ser tan ínfima y, por ende, tan insospechable, que el campesino que compra una semilla cualquiera, y la siembra sin suponer siquiera quién está por detrás, se expone a una persecución judicial. Es lo que acaba de sucederles a los campesinos mexicanos que sembraron maíz, tal como lo vienen haciendo desde mucho antes de Moctezuma. Un buen día les cayó encima Monsanto, a quien desde ese momento no me extrañaría que le llamaran Mondiablo. “Esa semilla es nuestra –les dijeron–. Ustedes no tienen derecho a utilizarla porque está… patentada.”

Terminator se llama así porque termina con las hierbas salvajes, y también con todo intento de autonomía agrícola. Gracias a la introducción de un gene autodestructor, la dichosa semillita sólo germina una vez, de modo que el campesino está obligado a comprarse otras todos los años, en vez de tomarlas de su cosecha anterior como lo tuvo por costumbre desde siempre. Aunque Monsanto haya anunciado que retira del mercado su semilla con nombre de juego electrónico para adolescente con cerebro lavado, otras firmas la comercializan, en particular su genio creador, la Delta & Pine Land Co. Sin contar con que la tecnología Terminator tiene como treinta patentes distintas, compradas por unas cuantas transnacionales agroquímicas que tampoco se andan con chiquitas. Transnacionales que, con Monsanto a la cabeza, extienden la práctica a todas las especies vivientes que puedan servir como alimento o como medicamento de origen vegetal, pero también animal. Esto último no es broma: Monsanto ha presentado una solicitud de patente para cerdos que, de ser aceptada, le permitiría cobrarle una suma por chancho a cada propietario de chiquero, en la Argentina, en Eslovenia y en Dakota del Sur.

Monsanto, fundada en 1901 por John Francis Queeny y así llamada en homenaje a su esposa, Olga Méndez Monsanto, ha debido enfrentar, y algunas veces perder, unos cuantos procesos. Los veteranos norteamericanos de la guerra de Vietnam, encargados de pulverizar el agente naranja pero incapaces de evitar que el mismo chorro les cayera a ellos; la asociación vietnamita de víctimas del agente naranja, que denuncia a Monsanto y a otros diez fabricantes de herbicidas por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra; una Madre Coraje paraguaya, Petrona Talavera, entrevistada por Robin y cuyo hijo Silverio, como tantos otros Silverios argentinos, brasileños y paraguayos, súbditos de la “República unida de la soja”, murió envenenado bajo una lluvia de pesticidas; o la asociación bretona Aguas y Ríos, que acaba de reaccionar con santa indignación a una página de publicidad donde se exaltan los beneficios del célebre Roundup, causante de la fuerte contaminación de los ríos bretones y enérgicamente denostado, por sus claros efectos cancerígenos, durante el Grenelle del Medio Ambiente que tuvo lugar en Francia hará dos o tres meses; todos ellos han presentado sus quejas y hasta, en raras ocasiones, obtenido justicia. Nada de lo cual detiene a la necroempresa: en la actualidad, Monsanto es el líder planetario en la producción de glifosato, un herbicida total comercializado bajo la citada apelación de Roundup. La semilla de soja genéticamente modificada que le va como anillo al dedo se llama Roundup Ready y es, qué duda cabe, resistente al herbicida del mismo nombre.

Lo cual, de modo indefectible, nos lleva a preguntarnos: ¿y por casa?

Según datos publicados por este mismo diario, en la Argentina de 2007 la cosecha de soja transgénica llegó a los 47 millones de toneladas y abarcó 16,6 millones de hectáreas, rociadas con 165 millones de litros de glifosato. Los agronegocios basados en la soja transgénica desalojaron, en los últimos diez años, a 300.000 familias de campesinos e indígenas que fueron a engrosar los contingentes de las nuevas Villas Miseria. Un número aún indeterminado de peones perdió su trabajo, y su sueldito de hambre, porque el cultivo de la soja no requiere de muchos brazos. El avance de la soja obligó a desmontar 1.108.669 hectáreas de bosques en cuatro años, con el consiguiente empobrecimiento de la tierra en poco tiempo más. Las compañías que se han beneficiado con el negocio sojero son, por supuesto, Monsanto, pero además Dupont, Syngenta, Bayer, Nidera, Cargill, Bunge, Dreyfus, Dow y Basf, entre otras. Mientras tanto, las malformaciones de fetos, los abortos espontáneos, el aumento del cáncer en vastas zonas de nuestro país, y la aridez inexorable para dichas zonas, no regadas con lo mismo que en Vietnam pero casi, apenas si entran en las discusiones que nos agitan desde cien días atrás.

En el libro de Robin, el capítulo dedicado a la Argentina da frío en la espalda. Todo empezó con Menem a principios de los noventa, en medio de un coro de alabanzas oficiales y privadas a las biotecnologías que contribuirían a “ganar la guerra contra el hambre y a proteger el medio ambiente”. Al principio, las “semillas mágicas”, vendidas muy baratas, a pagar después de la cosecha y fácilmente sembradas con siembra directa sobre los residuos de la anterior, tuvieron el efecto de un canto de sirenas. Frente a la crisis de 2001, el boom mundial de la soja transformó el oro verde en “refugio y motor de nuestra economía”. Algunos comenzaron a comprender, lo cual no garantizó la durabilidad de su inteligencia: “Asistimos a una expansión sin precedentes del agrobusiness en detrimento de la agricultura familiar”, se lamentaba en 2005 un Eduardo Buzzi entrevistado por la investigadora. Sin embargo, las ganancias alcanzaban cifras astronómicas y un programa de “Soja solidaria”, implementado en las villas, pretendió taparles la boca a los pocos aguafiestas que entendieron la trampa.

Hoy tampoco son muchos los que lo saben ni los que lo difunden: la aparición de biotipos que ya no son tolerantes al glifosato obliga a aumentar las dosis de herbicidas. Consecuencia (aparte de las muertes fetales precoces): disfuncionamientos de la tiroides, de los pulmones, de los riñones, malformaciones genitales en los varones, nenas de tres años que ya tienen la regla. “Un verdadero desastre sanitario”, según el doctor Darío Gianfelici, médico de un pueblito entrerriano que ve lo que sucede y que se anima a decírselo, por lo menos, a una francesa, felizmente dispuesta a meter sus narices donde nadie la llama. ¿Habrá previsto el doctor en 2005 que sus palabras nunca serían escuchadas tal como hoy lo son las de un comprovinciano suyo, autor de la mejor frase acuñada en la Argentina en lo que va del siglo, “las vacas morirán de pie”, y para quien, frente a las cámaras, pibe más, pibe menos que nazca enfermo no es un tema que importe?

¿Pero para quién lo es? De memoria sabemos que el productivismo frenético del campo acrecienta la hambruna y la desnutrición en los países pobres, provoca el éxodo rural, la desertificación, la destrucción de los ecosistemas, introduce enfermedades por ahora incurables en las plantas, los animales y los seres humanos, y produce una “contaminación genética” de consecuencias imprevisibles. Con todo, es necesario machacarlo: cuando los responsables políticos sienten la más olímpica indiferencia hacia la seguridad sanitaria de sus respectivas poblaciones, y cuando la investigación científica se ve obligada a venderse al poder privado, la organización mercantilista del mundo gana por varios tantos.

Por sentido de la equidad, y porque el enriquecimiento desorbitado de un puñado de gente me da dentera, desde el comienzo del conflicto he apoyado las tan cacareadas, baladas o mugidas retenciones; y no puedo menos que felicitarme de que con esa plata, la Presidenta se proponga construir hospitales. Sin embargo, tampoco puedo menos que acongojarme al comprobar que los dimes y diretes entre el Gobierno diz que bifronte, y los cuatro jinetes del Apocalipsis, reunidos al grito de mozo jinetazo ahijuna, no hayan tenido en cuenta que, si se sigue sembrando nuestra tierra con semilla transgénica y espolvoreándola con los pesticidas que son su media naranja, ni los nuevos hospitales darán abasto. Toda redistribución de la riqueza que no le imponga las más draconianas trabas legales a Monsanto y a la sojización del territorio sólo será otro modo, por cierto no exclusivamente argentino, de una sola y misma complicidad.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-106919-2008-06-29.html

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Fabiola Martínez: Cesa Gobernación a la titular del Conapo; lo deja acéfalo

Elena Zúñiga Herrera fue destituida como secretaria general del Consejo Nacional de Población (Conapo), bajo el argumento de que venció su contrato. La Secretaría de Gobernación (SG) pretende nombrar ahora, por “libre asignación”, al sucesor en este cargo, cuya función es coordinar el diseño y normatividad de la política de población.

Zúñiga, quien estuvo 12 años a cargo del organismo, fue la responsable de la elaboración del Programa Nacional de Población (PNP) 2007-2012, cuya ceremonia de presentación, a cargo del titular de la SG, Juan Camilo Mouriño, había sido programada inicialmente para mañana (viernes), en el contexto del Día Mundial de Población.

La remoción de la demógrafa fue considerada por las organizaciones que integran el Foro Nacional de Mujeres y Políticas de Población, e integrantes del Consejo Consultivo Ciudadano de Conapo, una decisión “inoportuna e innecesaria”, que “evidencia la pretensión de los gobiernos panistas de resquebrajar la política de población en México”.

La noticia, señalaron, generó “sorpresa e indignación” porque con ello se lesiona la política de Estado en materia de población que ha mantenido el país por más de 30 años, por encima de transiciones sexenales ideológicas y partidistas.

La destitución le fue informada a Zúñiga el sábado pasado y, dos días después, la subsecretaria de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la SG, Ana Teresa Aranda, acudió a las oficinas Conapo para manifestar, ante unos 40 empleados de este organismo, que estaba impactada con la noticia porque había aprendido a apreciar a la ahora ex funcionaria, quien –de acuerdo con fuentes consultadas– se limitó a decirle a su equipo que concluía una etapa.

Por la noche, Gobernación informó de la “conclusión de la gestión” de Zúñiga, debido al término de su nombramiento el pasado 6 de julio; reconoció sus “aportaciones” al fortalecimiento internacional de México en materia demográfica, así como su participación en la elaboración el PNP, próximo a publicarse; dijo que “en breve se anunciará al nuevo secretario general del Conapo”.

En la víspera de celebrarse el Día Mundial de la Población y, eventualmente, presentar el programa sexenal en la materia, el Conapo está acéfalo.

En el documento referido, el cual contiene un mensaje del secretario Mouriño (quien es a su vez presidente del Conapo) y del titular del Ejecutivo, Felipe Calderón, se advierte sobre la situación vulnerable en que se hallan jóvenes y adolescentes mexicanas respecto a información y acceso a métodos anticonceptivos, así como el alto nivel de embarazos no deseados.

La secretaría general de Conapo tiene como responsabilidad planear y regular la dinámica poblacional y coordinar a los diversos sectores que influyen en ella.

La destitución de Zúñiga afectaría también los trabajos iniciados en organismos internacionales, porque la ahora ex funcionaria recientemente fue nombrada presidenta de la Comisión Especial de Población y Desarrollo de Naciones Unidas y del Comité Especial de Población y Desarrollo de la Comisión Económica para América Latina (Cepal).

Zúñiga Herrera es reconocida por académicos y organizaciones no gubernamentales por su promoción a las políticas de población, respetuosas de los derechos humanos, con apego a los acuerdos internacionales.

No es la primera vez que se separa del cargo. En 2006 renunció a la secretaría general del Conapo por mantener diferencias con el entonces secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, precisamente en lo que toca a políticas de población y acceso a información y a métodos anticonceptivos.

Meses después, ya en la administración calderonista, Zúñiga regresó a Gobernación a partir de un contrato temporal por 10 meses; el plan original era que al término de ese plazo concursara por la plaza.

Así lo hizo –en junio pasado– y, a pesar de cubrir los requisitos y resultar con mayor puntaje respecto a otros candidatos, según las fuentes consultadas, el concurso fue declarado desierto. Con ello, la dependencia gubernamental dará paso, como lo permite un acuerdo de la Secretaría de la Función Pública de julio de 2005, a la libre asignación.

El artículo primero de ese acuerdo señala que son de libre asignación las funciones que impliquen de manera permanente la negociación, orientación o defensa de las políticas institucionales en el ámbito, entre otras, de la política interior.

En tanto, el artículo 34 del Servicio Profesional de Carrera en la Administración Pública Federal señala que “en casos excepcionales” podrán autorizar el nombramiento temporal para ocupar un puesto, vacante o plaza de nueva creación, sin necesidad de sujetarse al procedimiento de reclutamiento y selección a que se refiere esa ley. El personal no creará derechos respecto al ingreso al sistema.

Premura de la destitución

María Eugenia Romero, presidenta del Consejo Consultivo Ciudadano del Conapo y directora de la organización Equidad de Género, Ciudadanía, Trabajo y Familia, dijo que el lunes pasado tenían programada una reunión con Zúñiga, pero unas horas antes les fue notificada la salida de esta funcionaria.

Comentó que esta acción “intempestiva y grave” es un signo de la poca importancia que concede el gobierno federal a la política de población; también lamentó que las “buenas intenciones” se queden en el papel y no en una campaña amplia y efectiva de información acerca de los métodos de planificación familiar y el acceso a ellos.

Por mencionar un dato, de acuerdo con Conapo, la demanda insatisfecha (de métodos anticonceptivos) entre mujeres adolescentes de 15 a 19 años de edad aumentó de 26.7 a 36.0 en el periodo 1997-2006.

Lo anterior, en un contexto en el que siete de cada 10 mujeres jóvenes tuvieron su primera relación sexual (a la edad de 15.9 años en promedio) sin protección, a pesar de que la mayoría de ellas no tenían la intención de embarazarse.

Las organizaciones civiles –entre las que se encuentran también Católicas por el Derecho a Decidir, Grupo de Información en Reproducción Elegida y Salud Integral para la Mujer– exigieron al gobierno mexicano demostrar su compromiso con la política de población y los derechos de las mujeres: ocho de cada 10 adolescentes que viven en pareja ya tienen un hijo o se encuentran embarazadas, de las cuales 75 por ciento no lo tenía planeado.

http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2008/07/10/cesa-gobernacion-a-titular-del-conapo-lo-deja-acefalo

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