Daily Archives: May 19, 2008

Immanuel Wallerstein: ¿Qué tan a la izquierda se ha movido América Latina?

Todo mundo parece concordar en que América Latina se ha movido hacia la izquierda en el periodo posterior al año 2000. ¿Pero qué significa esto?

Si uno mira las elecciones por toda América Latina, los partidos a la izquierda del centro han ganado en un gran número de países desde el año 2000 –las más notables son las de Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela, Nicaragua y más recientemente Paraguay. Hay por supuesto importantes diferencias entre las situaciones imperantes en estos países. Algunos de estos gobiernos parecen estar muy cerca del centro. Otros se expresan en un lenguaje más revolucionario. Y hay algunas excepciones –notablemente Colombia, Perú y México (aunque en México, el gobierno conservador ganó las últimas elecciones con más o menos el mismo grado de legitimidad que Bush al ganar las elecciones de 2000 en Estados Unidos). La cuestión real no es si América Latina se ha movido hacia la izquierda sino qué tan a la izquierda se ha movido.

Me parece que hay cuatro diferentes tipos de evidencia que uno podría invocar para decir que América Latina se ha movido a la izquierda. El primer tipo es que todos estos gobiernos, de una u otra manera han buscado distanciarse de Estados Unidos en un grado o en otro. En todos estos casos el gobierno de Bush habría preferido que ganaran sus oponentes electorales. En el pasado, Estados Unidos tendía a trabajar para lograr su remplazo, de hecho su derrocamiento. Pero la decadencia del poderío estadunidense en el sistema-mundo, y en particular la preocupación de Estados Unidos por las guerras que viene perdiendo en Medio Oriente, le han secado la energía política con la que previamente se movía decididamente en América Latina. Una evidencia de esto es el fallido golpe de Estado contra Chávez en 2002.

¿Cómo fue que estos gobiernos pusieron distancia entre ellos y Estados Unidos? Hay varias formas. En 2003, Estados Unidos fue incapaz de persuadir a los dos miembros latinoamericanos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de que respaldaran la resolución que buscaba legitimar la invasión estadunidense a Irak. En la última elección para secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), perdió el candidato apoyado por Estados Unidos, lo cual nunca había ocurrido en la historia de la OEA. Y cuando el único amigo seguro de Estados Unidos en la América Latina de hoy, Colombia, se metió en un pleito grave con Venezuela y Ecuador, los otros Estados latinoamericanos se pusieron, de hecho, del lado de Ecuador y Venezuela. Ecuador se está rehusando ahora a renovar el acuerdo relativo a la base militar estadunidense localizada ahí.

El segundo tipo de evidencia de una tendencia hacia la izquierda es el agudo aumento en la importancia política y el poder de los movimientos indígenas por toda América Latina –sobre todo en México, Ecuador, Bolivia, y Centroamérica. Las poblaciones indígenas de todo el continente han sido los actores más oprimidos de la población y en gran medida se les ha mantenido al margen de las estructuras políticas. Pero ahora tenemos a un presidente indígena en Bolivia, que representa una revolución social genuina. La fuerza de estos movimientos en la zona andina y en las áreas mayas de México y Centroamérica ha sido un factor importante en su política, un factor que es perdurable.

El tercer tipo de evidencia ha sido la supervivencia, de hecho un resurgimiento, de la teología de la liberación. El Vaticano se movió para suprimir estos movimientos durante los últimos tres papados, con por lo menos el mismo vigor que Estados Unidos utilizara contra los gobiernos de izquierda en los cincuenta y sesenta. Los teólogos fueron silenciados y los obispos simpatizantes han sido remplazados cuidadosamente por unos que claramente no simpatizan. No obstante, los movimientos católicos inspirados en la teología de la liberación siguen floreciendo en Brasil. Los presidentes de Ecuador y Paraguay han emergido de esa tradición. Y los progresos de los grupos protestantes evangélicos en América Latina pueden estar moviendo al Vaticano y lo hacen más tolerante hacia los teólogos de la liberación, quienes al menos son católicos y que podrían ayudar a frenar esta pérdida de creyentes de la Iglesia.

Finalmente, Brasil ha logrado un éxito razonable en convertirse en el líder del bloque regional sudamericano. Esto puede no ser en sí mismo un movimiento hacia la izquierda. Pero en el contexto de un proceso mundial de multipolarización, el establecimiento de tales zonas regionales no sólo debilita el poder de Estados Unidos sino de todo el Norte en términos de las relaciones Norte-Sur. El liderazgo de Brasil entre los países del llamado G-20 ha sido un factor importante en destripar la posibilidad de que la Organización Mundial de Comercio implemente una agenda neoliberal.

Entonces, ¿qué suma todo esto? Ciertamente no una “revolución” en el sentido tradicional del término. Lo que significa es que el punto medio de la política latinoamericana, el locus del “centro”, se ha movido considerablemente a la izquierda de donde estaba hace apenas diez años. Esto debe ponerse en el contexto de un movimiento mundial. Este viraje hacia la izquierda está ocurriendo en Medio Oriente y en Asia Oriental también. De hecho, ocurre también en Estados Unidos. El impacto de la recesión económica, que probablemente pronto se vuelva aun más severa, sin duda empujará todavía más estas tendencias.

¿Habrá alguna reacción de las fuerzas de la derecha? Sin duda las habrá. En América Latina vemos el intento de las regiones más acaudaladas y más “blancas” por escindirse de Bolivia y salirse de por debajo de las poblaciones indígenas mayoritarias que finalmente lograron el poder en el gobierno central. Políticamente estamos ante tiempos frágiles, en América Latina y en otras partes. Pero en América Latina, la izquierda está en una posición mucho más fuerte para enfrentar estas batallas hoy que hace medio siglo.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein
* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/19/index.php?section=opinion&article=032a1mun

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Gustavo Esteva: Comer o comernos

Las reacciones ante la “crisis” alimentaria pueden traer remedios peores que la enfermedad. Piden peras al olmo o encargan al lobo los corderos.

Se dice que calamidades naturales, derivadas del cambio climático, propiciaron la crisis. Pero no hay falta absoluta de alimentos, tras la cosecha más alta de la historia. Igualmente, no puede atribuirse al alza de precios que la mitad de la población del mundo carezca de comida suficiente. Y necesitamos preguntarnos por qué se considera “crisis” que los precios regresen al nivel que tenían hace 10 años.

El caso del arroz ilustra bien lo que ocurre. Japón produjo en 2007 más del que necesita, gracias a fuertes subsidios, pero importó 770 mil toneladas para cumplir una obligación impuesta por la Organización Mundial de Comercio. Mientras sus consumidores pagan hasta cuatro veces el precio internacional, Japón almacena ese arroz, la mitad del cual adquirió en California (cuyo gobierno subsidia la operación), mientras los precios se elevan, Wal-Mart lo raciona y millones de personas no pueden adquirir su principal alimento.

Hasta los años 60, eran “subdesarrollados” los países que exportaban alimentos y materias primas e importaban productos manufacturados. Exigían continuamente que aumentaran los precios de lo que vendían. Hoy exigen lo contrario. Casi todos son importadores netos de alimentos, mientras Estados Unidos, Canadá y Europa los exportan en grandes cantidades.

En 1974, ante algo muy semejante a lo de ahora, el secretario estadunidense de Agricultura Earl Butz anunció que su gobierno emplearía los alimentos como arma política. Por el hambre en el mundo se justificaron abultados subsidios al agronegocio. De nada sirvió que Lappé y Collins demostraran que la ayuda alimentaria agudiza el hambre y Amartya Sen que todos los países que sufrían grandes hambrunas seguían exportando alimentos mientras sus ciudadanos morían de hambre. Se mantuvo el prejuicio: Estados Unidos y Europa deberían mantener restricciones comerciales y subsidios, con el pretexto de combatir el hambre.

En los últimos años aumentó la presión interna y externa para eliminar esas barreras comerciales. India y Brasil encabezaron en Cancún el movimiento que lo exigió como condición para continuar negociaciones comerciales. Bastaron unos meses de campaña para dar un vuelco al clima de la opinión. ¿Quién se atreverá ahora a suprimir esos subsidios? No parece importar que 68 por ciento de ellos, en Estados Unidos, vaya a parar al 10 por ciento de los productores y finalmente a las bolsas de las cuatro corporaciones que controlan 80 por ciento del comercio mundial de alimentos, cuyas ganancias recientes aumentaron casi al ritmo de los precios. Tampoco influye el conocimiento de que los movimientos especulativos de los fondos de inversión, que controlan ya 40 por ciento de los contratos de futuros de la bolsa de Chicago, estimulen el alza de precios de alimentos y petróleo.

En los años 80 Estados Unidos y las instituciones internacionales desalentaron la búsqueda de la autosuficiencia alimentaria en los países “subdesarrollados” y exigieron que desmantelaran sus protecciones. Muchos de ellos las levantan de nuevo, para proteger lo que queda de sus sistemas alimentarios y enfrentar las revueltas asociadas con los alimentos que este año estallaron en 22 países.

El cambio de pautas alimentarias en países como China e India presiona indudablemente la demanda de alimentos y los conduce a un callejón sin salida. Cada kilo de carne de res requiere ocho a 10 de cereales. La carne es la forma más ineficiente e injusta de obtener proteínas. Las vacas mexicanas consumen más alimentos que todos los campesinos; las estadunidenses arrojan más gases a la atmósfera que los automóviles y absorben buena parte de los cereales.

La locura del etanol es aún peor. Los granos que producen cien litros pueden alimentar a una persona por un año y la emisión de gases requerida para producirlo es mayor que la de la gasolina que sustituye.

La “crisis” hace evidente la insensatez suicida de la agricultura industrial, que emplea 10 calorías de energía fósil por cada caloría de energía alimentaria, causando daños inmensos al ambiente y la sociedad. Las tierras agrícolas del mundo deben dedicarse a producir alimentos para la gente, no para los automóviles o el ganado. Pero esto sólo podrá lograrse cuando queden de nuevo en manos de los campesinos, rescatando producción y consumo de las corporaciones que ahora los controlan, apoyadas por sus gobiernos.

Es criminalmente ingenuo esperar que gobiernos como el mexicano protejan a los campesinos, en vez de seguir tratando de expulsarlos del campo, y que abandonen su ciega subordinación al mercado y las corporaciones. Necesitamos aguantar a pie firme las consecuencias de saber que no podemos dejar los alimentos o el petróleo en las manos de este gobierno o este Congreso.

* La Jornada
* gustavoesteva@gmail.com
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/19/index.php?section=opinion&article=022a1pol

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Carlos Beas Torres: La revuelta de los más pobres

Matías Romero es una pequeña ciudad istmeña, perdida en el sur profundo de nuestro país. El origen de ese pueblo oaxaqueño se remonta a la época porfirista, ya que hace poco más de cien años se estableció ahí un campamento de trabajadores, quienes en condiciones muy adversas construyeron el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec.

Poblada por gentes llegadas de muchos lados, esa ciudad es cosmopolita, y en ella conviven personas de muy diferente cultura; la habitan los que pertenecen a los pueblos indígenas de esa región, predominando los zapotecas y mixes, y también quienes provienen de lejanas latitudes, como los descendientes de libaneses, coreanos o chinos.

Durante muchos años la vida de ese pueblo dependió de la actividad ferrocarrilera, hasta que el ex presidente Ernesto Zedillo decidió desaparecer la empresa nacional para concesionarla a compañías ferrocarrileras privadas, en particular a las estadunidenses. Debido a esa política privatizadora el pueblo de Matías Romero vive desde hace 10 años sumido en una profunda crisis económica y social.

A pesar de su corta vida, de su aislamiento y de su pequeñez, el pueblo de Matías Romero ocupa un lugar importante en la historia del movimiento social de nuestro país, ya que en la década de los años 50 del siglo pasado fue ahí donde se dio a conocer el Plan del Sureste, el cual fue la guía de la revuelta sindical que encabezó Demetrio Vallejo; en Matías Romero nació el heroico movimiento ferrocarrilero de 1958 y 1959, que es sin lugar a dudas una de las gestas más importantes del sindicalismo independiente mexicano.

También Matías Romero ocupa un lugar singular en la lucha de los pueblos indios, ya que ahí se celebró en 1989 un foro que se convirtió en el espacio del primer encuentro de carácter verdaderamente nacional que construyeron los pueblos originarios de México. Hasta este lejano punto del país lo mismo llegaron yaquis y rarámuris del norte que nahuas y mixtecos de Guerrero y mayas de Chiapas, Quintana Roo y Yucatán.

Y ahora, el nombre de Matías Romero se liga de nuevo a una revuelta ciudadana que poco a poco se extiende a pesar del silencio que guardan los medios sobre su existencia. A fines de marzo pasado la mayoría de los trabajadores en ese pueblo del programa IMSS-Oportunidades iniciaron un movimiento al que de inmediato se sumaron decenas de comunidades indígenas de toda la región. A partir del 28 de marzo comunidades y trabajadores ocuparon juntos de manera pacífica el hospital de ese lugar, y tenían legítimas razones para hacerlo.

En el hospital regional del IMSS-Oportunidades de Matías Romero desde hace más de dos años no se cuenta con especialistas tan necesarios como un pediatra o un anestesiólogo, siendo por ello que decenas de pacientes pobres y en su mayoría indígenas han sido transferidos a nosocomios ubicados fuera de la región; en más de un caso esta situación ha ocasionado la muerte de pacientes, en su mayoría jóvenes mujeres en trabajo de parto.

Las unidades médicas rurales –pequeñas clínicas que atienden a la población indígena y campesina– no cuentan con los fármacos necesarios, y cuando hay doctor es un pasante que aprende practicando con los pacientes.

Por su parte, los trabajadores del Programa IMSS-Oportunidades reciben un trato discriminatorio, ya que carecen de los derechos y las prestaciones que tienen los empleados del régimen ordinario, a pesar de que realizan las mismas funciones. Ese maltrato también lo da el sindicato, el cual ve y trata a sus agremiados con recelo y en ocasiones con desprecio.

Esa situación ha provocado que desde hace más de un mes trabajadores e indígenas mantengan ocupado el hospital y que diario realicen acciones de protesta, que sólo han tenido como respuesta institucional la represión y las amenazas. Una decena de los empleados más activos han sido demandados penalmente por el IMSS y sus contratos están en proceso de rescisión.

Además, como represalia contra la población, el delegado estatal del IMSS en Oaxaca, Luciano Galicia, ordenó el desalojo de los pacientes internados en el hospital y también la suspensión casi total de los servicios, incluso el de urgencia, ya que por espacio de más de 30 horas esta área fue atendida por una sola enfermera.

Lo que ocurre con Matías Romero es un problema nacional; las deficiencias con que opera el programa mencionado son similares a las que existen en Yucatán o Guerrero: servicios médicos deficientes y de mala calidad para 11 millones de indígenas y campesinos, para la población más pobre de este país. En los hechos, aunque el presidente Felipe Calderón se disfrace de chamula o tepehuano, el gobierno federal sigue considerando a los indígenas ciudadanos de segunda. El Programa IMSS-Oportunidades es prueba de ello.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/05/19/index.php?section=opinion&article=017a1pol

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