Daily Archives: January 2, 2008

Carlos Martínez García: Aquí y allá, clérigos sin sensibilidad

Sus implacables dichos llenan las primeras planas de los diarios, pero contribuyen al creciente vaciamiento de sus templos. Los jerarcas católicos descalifican a su propia feligresía, y al hacerlo la hieren más. No hay ejercicio de comprensión, de acompañamiento, hacia quienes las difíciles condiciones de la vida cotidiana de por sí mantienen lacerados y en permanente estado de marginación.

Con pocos días de diferencia, en España y en México conspicuos clérigos hicieron aseveraciones que culpabilizan a quienes en realidad son víctimas. En la misa dominical, dirigida por el obispo auxiliar de la ciudad de México, Carlos Briseño Archl, en ausencia del titular, Norberto Rivera Carrera, el sustituto dejó plena constancia de que está aprendiendo bien de su maestro y superior. Al respecto vale recordar que Rivera Carrera, en el contexto de un oficio religioso, llamó “prostitutos y prostitutas de la comunicación” a quienes, según él, destruyen el buen nombre y honor de las personas. El cardenal se refería a medios y personajes que dieron cabida a los señalamientos que sobre él se recrudecieron el recién terminado año, en el sentido de que era encubridor de pederastas. En su ya conocido y fulminante estilo hizo descender fuego contra sus críticos, pero nada de diálogo y explicaciones porque él es uno de los llamados “príncipes de la Iglesia”.

En la línea descalificatoria bien marcada por Norberto Rivera, el obispo auxiliar de la arquidiócesis de la ciudad de México, Carlos Briseño, según nota de Alma E. Muñoz, en su homilía “arremetió contra las madres de familia que trabajan. Las acusó de despreciar y ‘minusvalorar’ su papel de amas de casa, así como de abandonar el cuidado de una familia ‘en aras de una vida con más confort y de una realización personal al margen del esposo y los hijos’” (La Jornada, 31/12/07). Fue más allá, “el prelado utilizó la figura del emperador romano Herodes para criticar a este grupo de mujeres y a los jóvenes, por considerar que influyen en la desintegración familiar”.

Un hecho complejo, las mujeres que por distintas circunstancias trabajan, es presentado por el obispo de una manera simplista y grosera. El símil utilizado, el de Herodes, no sólo es exagerado, sino que raya en la injuria hacia las mujeres que laboran fuera de sus casas y que son obligadas a hacerlo por las difíciles circunstancias que cotidianamente confrontan. Circunstancias muy lejanas a las ideales que el clérigo imagina.

Por su parte, en España, el obispo de Tenerife Bernardo Álvarez señaló que en los numerosos casos de pederastia que afectan a miembros de la Iglesia católica “puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan” (nota del corresponsal Armando G. Tejeda, La Jornada, 28/12/07). Consentidas, o no, las relaciones sexuales entre sacerdotes católicos, o ministros de cualquier otro culto religioso, y menores de edad son delitos que de ninguna manera pueden justificarse, y menos con explicaciones endebles como la del obispo español.

El abuso sexual de los clérigos católicos es de tal magnitud que ha afectado gravemente las finanzas de la institución eclesiástica, debido a las millonarias indemnizaciones en dólares pagadas a las víctimas. Pero sus mayores estragos no son financieros, sino que están en el terreno de la merma en la credibilidad de la Iglesia católica, debido a los malabares de todo tipo a que ha recurrido para evitar que cientos, ¿o miles?, de sacerdotes sean encarcelados. En el proceso de evasión de responsabilidades por parte de la burocracia clerical que dirige desde Roma los destinos de la institución, la más lastimada ha sido una amplia parte de la feligresía que comprueba cómo en lugar de hacer salir la verdad de las redes de complicidad que prohíjan la pederastia, se han tendido mantos de tinieblas para solapar a los predadores sexuales de infantes.

En el contexto bosquejado, el de la impune red encubridora, lo manifestado por el obispo de Tenerife –quien presenta a inermes sacerdotes provocados por la lascivia de precoces cazadores de placeres prohibidos– es un acabado ejemplo de barbarie clerical. Estamos ante la cerrazón, que se niega a comprender que debido a sus propios excesos, fallas y estructura vertical, la Iglesia católica se encuentra en franco declive. Pero no hay sensibilidad para avizorar y evaluar los signos internos de la paulatina declinación. En su hermenéutica son siempre los de afuera los responsables, los que asedian a la inmaculada organización eclesiástica. Todo, desde su hermenéutica excluyente, es una asonada de sus adversarios.

Dice el libro veterotestamentario de Eclesiastés, capítulo 3, “que todo tiene su tiempo”. Y el tiempo de lanzar invectivas en todo lugar y contra todos por parte de una jerarquía eclesial insensible ya debe llegar a su fin. Si no por convicción, que los clérigos aquejados de insensibilidad lo hagan por conveniencia, para permanecer y no ser arrasados por el vendaval que merma la cantidad de quienes todavía les escuchan.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/01/02/index.php?section=politica&article=014a1pol

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Arnoldo Kraus: Dignidad: breves y efímeras notas

Con alguna frecuencia los diccionarios no definen adecuadamente determinados términos. No por incapacidad, sino porque existen palabras muy complejas –que más que palabras son vivencias–, ya sea por su significado per se, o bien por la multiplicidad y las divergencias de opinión que se tengan acerca del término. Dignidad es uno de ellos. En el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (vigésima segunda edición, 2001) se lee: Dignidad. 1. Cualidad de digno. 2. Excelencia, realce. 3. Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse (siguen otras acepciones). De la palabra digno se dice: 1. Merecedor de algo. 2. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo (siguen otras acepciones). No concuerdo: ¿decoro?, ¿merecedor?, ¿mérito?…

Un breve ejemplo del México vivo y actual como abreboca y para comprender la cortedad del diccionario. La reciente decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en relación con el caso Lydia Cacho, Manuel Marín y el abuso sexual y sicológico de niñas y niños tiene que ver con muchos principios, entre ellos, el de la dignidad. Todos suponíamos que la Suprema Corte era uno de los últimos bastiones donde tenía cabida y se profesaba la dignidad y (casi) todos aseguramos que abusar sexual y comercialmente de niñas es indigno (con toda intención omito temas como ética, justicia).

La actitud de la Suprema Corte, al exonerar al señor Marín, expone bien las diferentes y complejas acepciones del principio dignidad: los ministros consideraron, entre otras cosas, que el comercio sexual no es indigno y, por extensión, que la actitud del gobernador de Puebla y asociados, al no ser indigna, es adecuada (o incluso digna). Esa serie de eventos podría, in extremis, sugerir que nuestros ministros no consideran indigno el tráfico sexual. Si intentamos dejar al lado todo lo que no sabemos, pero suponemos conocer con respecto a la decisión de los magistrados, el affaire Cacho-Marín ilustra algunas de las diatribas del concepto dignidad: lo que es obvio para algunos no los es para otros, ya que la realidad puede interpretarse de formas diversas.

La dignidad humana es esencialmente un principio individual que se caracteriza por conceptos y percepciones adquiridos a lo largo de la vida y de la suma de las experiencias, buenas o malas, que poco a poco determinan la arquitectura del ser; es una vivencia heterogénea que se modifica a través del tiempo y se relaciona con lo que cada sujeto siente y piensa de sí mismo; la dignidad determina, asimismo, lo que cada persona está dispuesta a aceptar o no, tanto como individuo como en sus nexos con la sociedad. Los atributos anteriores tienen también que ver con el respeto hacia la propia persona y hacia la comunidad.

Son muchos los vínculos que se asocian con el concepto dignidad. Entre otros, la clase social, la educación, la época, la religión, las ideas de justicia, derechos humanos y ética, en ciertos países el sexo, en demasiados las preferencias sexuales. El listado anterior explica el porqué de la heterogeneidad y de la multiplicidad de las miradas acerca de este principio.

Suele decirse también que la dignidad es una cualidad que no tiene precio. Kant lo explica bien: “En el reino de los fines, todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, tiene una dignidad”. Desde la perspectiva kantiana la dignidad impide que el ser humano sea utilizado, comprado o modificado de acuerdo con los intereses de otras personas; esa noción le permite a la persona conducirse de acuerdo con los principios (me gustaría apellidarlos éticos) que rigen su forma de ser.

La dignidad implica fidelidad hacia uno mismo y por extensión hacia los demás; significa también que las personas no son instrumentos, sino, como también dice Kant, fines en sí mismos; por eso, la consabida idea de que los seres humanos no son ni remplazables ni intercambiables.

La dignidad es un concepto asimétrico que varía entre culturas e individuos. Eso explica la dificultad que tienen los diccionarios cuando explican el tema o la que confrontamos quienes –en medicina es un tema frecuente– pensamos en él. El nunca suficientemente manido ejemplo de la Suprema Corte explica también que al menos para ellos –y para quienes resulten responsables de su decisión– la dignidad no es ni un concepto complejo ni una idea en la cual se deba reparar demasiado.

* La Jornada
* http://www.jornada.unam.mx/2008/01/02/index.php?section=opinion&article=014a2pol

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